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La General (1926), de Buster Keaton: La subversión por el humor

Fuentes: Rebelión

Inteligencia militar: contradicción de términos. GROUCHO MARX

Considerada la última comedia muda estadounidense, dentro de lo que se llamó la Edad Dorada del género o Slapstick, así como el trabajo más famoso del actor, director y productor Joseph Francis Keaton, más conocido como Buster Keaton, La General o El maquinista de La General ejemplifica la impasibilidad y la paradójica expresividad del rostro keatoniano, frío y calculador para unos, cálido y espontáneo para otros: isotérmico para la dramaturgia cinematográfica silente. Y evidencia, a su vez, la subversión de la historia por el humor… la mejor de las armas de que dispone el arte para hacer más soportable la vida. Y al hablar del arte se habla en simultánea del hombre, que es el que produce el arte, lo mismo que del humor, un factor/recurso eminentemente humano, tal como se puede notar no solo en la teoría filosófica de Henri Bergson en su libro La risa (1) sino en la experiencia cotidiana al observar accidentes, imprevistos, virtudes o defectos humanos, aunque no necesariamente debamos convenir con él en que si nos reímos de un animal u otro tipo de ser vivo o de cualquier objeto es porque “los humanizamos” a ellos: animales, cualquier otro ser vivo, cualquier objeto. No.

Tal vez haya que aclarar de quién aprendió Buster Keaton el sentido de la risa, del escenario y del público, así como desmitificar la idea según la cual su padre lo persuadió de no sonreír nunca, por lo cual al filo del tiempo recibió el remoquete de “Cara de Palo” o “de Piedra”: “Era un hombre muy divertido” y niega que su padre le impidiera sonreír: “No, nadie lo hizo. Simplemente he trabajado así porque ya de niño y al crecer en contacto con los espectadores fui notando que este era exactamente el tipo de cómico que me correspondía hacer. Si yo reía de lo que hacía, los demás no reían… Cuanto más serio estaba, más carcajadas recogía. Cuando me pasé al cine continué automáticamente…” (2) Así, el propio Keaton desmiente al cineasta y escritor español Fernando Trueba, quien en su Diccionario del Cine sostiene: “El nombre de Buster viene de su resistencia a todo tipo de golpes y caídas, y se lo puso su padre, [que] le inculcó la única regla inamovible del espectáculo: jamás, pase lo que pase, llorar. Ni reír”. (3) Pero, si Trueba especula con la etimología del nombre y con unas apócrifas reglas del espectáculo, el catalán Román Gubern, en su Historia del Cine, lleva las cosas al terreno psiquiátrico, aunque luego advierte que “difícil saber lo que haya de cierto en esto”, já: “Una cláusula de su contrato le prohibía reír en público y a esta constante violencia psíquica se atribuyó el ataque de locura que en 1937 lo llevó a ser internado en una clínica”. (4) Después de estos dos yerros, ya no se sabe si creerle a Wikipedia: en todo caso, ahí les dejo una razón posible de su apodo, puesto ya no por su padre sino por un colaborador de éste con el que tenía un espectáculo común y una venta de bebidas medicinales, el francés Harry Houdini, quien, al verlo caer desde una escalera con solo tres años, exclamó: “That Was a Real Buster” o “¡Ese fue un auténtico desastre!” y cuya traducción gilipollezca tal vez fue lo que confundió a Trueba, jejeje: “¡Menuda caída!” o “¡Qué tipo más tremendo!”: ¡Joder, tío!, jajaja. (5)

Nacido el 4/oct/1896 (Wikipedia: 1895), en Pickway (Picua), Kansas (y no en Canadá, como dice Oms que dicen los Cahiers du Cinéma N° 86, que en efecto lo dicen), Buster Keaton, representante genuino del gag o truco cómico tradicional, ha sido de forma reiterada acusado de llevar al mismo a su decadencia, paralelo con su crisis creativa y su alcoholismo que lo condujeron hacia un final trágico poblado de soledad, el 1°/feb/1966, en Woodland Hills, California. Sin embargo, su figura delgada y pequeña recuerda la ya citada Edad de Oro de la comedia y la vigencia de su arte, clásico por perpetuamente contemporáneo y por ello intemporal. Lo mismo que el de Chaplin. Con quien, a propósito, resulta inútil compararlo, dadas las diferencias de estilos: según los críticos, intelectual o mecánico, de Keaton, en oposición al espontáneo u orgánico de Chaplin. O, como dice Gubern, cerebral de Keaton y sentimental de Chaplin: la verdad es que, (no solo) en este caso, la apariencia engaña y los estilos se entremezclan, como quiera que en ambos se trata de la tristeza hecha humor por la humana catarsis y no del humor producido, precisamente, por una máquina o por un animal. 

Es muy difícil comprobar hasta dónde llega la expresión natural o la premeditación de un cómico cuando pretende mostrar los hechos más triviales, las situaciones más ridículas, las circunstancias más absurdas: la real importancia radica en la eficacia con que resuelva las situaciones, las eventualidades, los imponderables. Ejemplos en tal sentido son las comedias keatonianas Nuestra hospitalidad, El navegante, Siete ocasiones, Steamboat Bill, Jr., Policías, Una semana, El camarógrafo, Sherlock Jr. y La General, realizada en 1926, como reza el “Copyright 1926 by Joseph M. Schenk”, del comienzo del filme versión 1970, y no 1925 ni 27 como aparece en algunos textos que luego se contradicen, cuyos protagonistas son una locomotora, vehículo/símbolo del comercio y de la guerra aunque se diga que sobre todo del “progreso” y, obvio, Johnnie Gray (Buster Keaton) y Annabelle Lee (Marion Mack).

Entre 1861 y 65 se (dice que se) desencadenó en EEUU un conflicto entre los estados del Norte, conformados por “demócratas” e industriales partidarios de la esclavitud, sobre todo estos, y los del Sur, infestados de esclavistas, aristócratas, ganaderos y agricultores: la llamada Guerra de Secesión. Como en toda historia oficial, es más lo que se encubre con esto que lo que sale a la luz: podría haber “demócratas” partidarios de la esclavitud, pero era mayor la potencia de los industriales/empresarios y su hipócrita accionar, lo que va sin contar con el frentero/criminal del KKK, para acceder a mano de obra barata procedente del Sur: la que se dará, ante todo, a partir de 1917, cuando se cierra el Distrito de las Luces Rojas, eufemismo por lupanar o burdel. Eso se los facilitó un republicano, por conservador, aunque en teoría liberal que aún pasa por abolicionista, siendo que, más bien, “ni Lincoln ni la mayor parte de los responsables nordistas sentían verdadero empeño en la abolición de la esclavitud”, como sostiene Antonio M. Calderazzi en La revolución negra en los EEUU.(6)

De ahí se agarra el artista, Keaton, para empezar a subvertir la historia oficial a través de los más irreverentes, retadores e inermes de los recursos: el amor y el humor y viceversa. Los que más le duelen al Poder, espacio incierto poblado por sujetos informes, faltos de vida y rebosantes de muerte, hasta el genocidio, casi siempre imposibilitados para la risa pues se ocupan de cosas más serias en apariencia: hacer dinero y, de paso, causar muertes y fomentar hospitales, asilos, cementerios. Esto lo sabía Keaton, por la procedencia habitual del dinero, la que muy poco tiene que ver con el humor y, mucho menos, con el amor o, cosa que también saben milicos/paracos y tenderos que devienen MinDefensa, con la verdad: la que primero queda sacrificada por la guerra, como dijo Séneca, pero que Gabo acuñó como frase suya, aprovechándose de ese fenómeno tan asistido por los políticos, respecto al pueblo: la ignorancia. Y que apenas tiene que ver con intereses, como se nota/siente en La General que es particular/singular para mostrar todas estas calamidades de la especie dizque humana.

Así, poco a poco, la abolición de la esclavitud fue mostrando su verdadero rostro: el de una “necesidad militar”, a la vez, el de una “necesidad económica”, obtener mano de obra barata, a través de los migrantes que fueron a los dos centros industriales clave a partir de la segunda década del siglo XX: Chicago (automóvil) y Nueva York (manufacturas). Y esto influyó en la decisión del Gobierno mier/nor/dista, hasta el punto de que, en la Proclama de Emancipación, Lincoln las adujo como justificaciones esenciales del histórico edicto. Había más: se hizo mucho de rogar antes de resolverse a la Emancipación, para muchos una violación constitucional. Como ocurrió aquí con el Plebiscito sobre los “Acuerdos de Paz” del 2/oct/2016. (7) Los esclavos fugitivos que afluían a los nordistas eran detenidos, o casi, y si no se les devolvían a sus amos sudistas era por el mismo motivo que no se devolvía otro tipo de bienes al enemigo: eran contrabando de guerra y se les tildaba en masa de Contrabands. El ejemplo es elocuente, no el discurso: un decreto de 1861 (año del que parte La General) firmado por el general abolicionista John C. Freemont, concediendo la libertad a esclavos del Missouri, lo revocó Lincoln por temor a “alarmar a los amigos que tenemos en el Sur”. (1970: 46) Lo dicho: los gringos no tienen amigos/aliados, sino apenas intereses.

Por esto, quizás, los abolicionistas más fervientes concluyeron que Lincoln jamás había tratado de luchar contra la esclavitud, sino solo de reagrupar la Unión: esto y no aquello, como se verá, es lo que muestra Lincoln (2012), de Spielberg, en el que lo único que se salva de tan rica como mentirosa puesta en escena es el personaje que recrea Daniel Day-Lewis, Globo de Oro y premio Oscar a Mejor Actor: el único que lo ha obtenido en tres ocasiones. En efecto, el 22/ago/1862, Lincoln escribía: “Mi objetivo supremo es el de salvar la Unión, no el de salvar o destruir la esclavitud […]. Si pudiese salvar la Unión sin liberar esclavo alguno lo haría, así como haría lo contrario”. (1970: 50) Aquí, empató con Turbay y su “ni sí ni no, sino todo lo contrario” y su frase parece una parodia de Keaton. Y aunque a partir de la primavera de ese año el movimiento abolicionista empezaba a conquistar a la opinión pública y sus propagandistas a ser escuchados hasta en las sedes oficiales, todo eso no ocurría a nombre de la solidaridad hacia los negros, sino de la necesidad militar de dañar al enemigo. Lo que al cabo ocurrió. Pero, los confederados, sudistas, no se sentían vencidos y no tanto por haber combatido bien a un oponente superior en recursos humanos y materiales, como por dos certezas patentes: la seguridad de que serían reintegrados en la Unión con honor, con plenitud de derechos y con el peso político que ejercían antes del cañoneo a Fort Sumter; y la seguridad de que lograrían mantener inmutable el cometido servil de los negros. Lo que también, al cabo, ocurrió: como en la peor y más repugnante muestra de humor “negro”.

Sobre este episodio, Buster Keaton recreó La General, epopeya que se inicia precisamente en la primavera de 1861 cuando “el fuerte Sumter ha sido atacado” por los norteños: el filme parte de una anécdota verídica, el robo de un tren en Big Shanty, Georgia, por Andrew, hazaña famosa, por cierto, en la saga de la guerra que, por intervención de Keaton, ha sufrido algunas penalidades. Entonces, Johnnie Gray, gris, mezcla de b/n, decide “enlistarse” en el ejército, por amor, no por patriotismo, siendo rechazado por ser “más valioso para el Sur como ingeniero”. Insiste y en un descuido del reclutador y de quienes hacen fila, baja, cual gánster, el ala de su sombrero y se presenta como William Brown, o sea, moreno, cantinero de oficio: Of Course, es descubierto. Ataca de nuevo, roba la papeleta de otro y esta vez es sacado a patadas de la fiesta/farsa, patria, de la guerra. Así, Buster comienza a desnudar su torpe torpeza y el color, frente al racismo, de sus simbólicos apellidos; además, Annabelle Lee, como la del cuento de Poe, su novia, lo rechaza porque cree que miente y se niega a verlo de nuevo “mientras no vista el uniforme”. Lo que, ahora por desgracia, terminará por ocurrir. Pero, se deja constancia, siempre por amor, siempre por humor, no por patriotismo ni patrioterismo chovinista, ni por un amago nacionalista o de búsqueda de la identidad. Eso, poco tiene que ver con el humor, el amor, la dignidad. Apenas con apócrifos socioideales.

Surge entonces La General y súbitamente desaparece, durante una interrupción “de veinte minutos para almorzar” como en cualquier Operación Jaque, jejeje: es secuestrada por los norteños, otra vez en un descuido de quienes ya han hecho fila y… Johnnie Gray sale a perseguirlos. Primero, en una mesita que termina en un río; luego, en una bicicleta robada a un viejo que no alcanza a enterarse. A partir de aquí, los obstáculos no se van a hacer esperar. Pero, Johnnie es listo, jajaja, y los sortea a ambos, esto es, a los norteños y a los obstáculos. ¡Ah!, en la locomotora va también su novia, huelga decir, la de Johnnie. Las peripecias sobre cómo la salva, es mejor verlas. Y como “solo había dos amores en su vida”, Johnnie Gray termina convertido en héroe, esto sería mejor no verlo, entiéndase Lieutenant o teniente, no sin antes rescatar a ambas, o sea, a la novia y a la locomotora y después de haberse burlado de todos, incluidos norteños, sureños y espectadores, en una variopinta muestra de episodios.                 

Buster Keaton es dueño de un humor milimétrico/matemático, como se ve en varias escenas de La General: cuando quita los postes de la vía férrea que le impiden avanzar; o cuando trata de subir otros postes a la locomotora, pero los postes resultan más vivos que él; o cuando se reencuentra en la máquina con el enemigo que había sido golpeado; o cuando se mete debajo de la mesa y de pronto llegan los oficiales y queman el mantel, abriendo un orificio que luego le servirá para ver a su amada inmortal, y después le queman el culo con un cigarro; o cuando en pleno combate nordistas/sudistas, trata de encabar la bayoneta pero esta se le escurre cada tanto hasta llegar al absurdo de matar por accidente a un nordista; o cuando ya libres ambos, Johnnie Gray y Annabelle Lee, tropiezan con osos y trampas y con estas hacen el oso; o en el tren cuando con un cañón intenta deshacerse de los enemigos; o cuando éstos piensan que están frente a un pelotón (como pasa en Full Metal Jacket, de Kubrick, cuando los gringos creen que en el edificio los espera un batallón y apenas hay una vietnamita, símbolo del tan cierto como ignorado valor de la mujer en la guerra) y, en efecto, están frente a un “pelotón” que da en el blanco solo cuando no quiere (como el francés Louis de Funès cuando usa su artillería contra los aviones alemanes en La grande vadrouille, 1966, o La gran juerga, de Gérard Oury). Todos estos, ejemplos de un humor basado en el drama que se deriva de un hombre que corre peligro, el más terrible de todos según Alfred Hitchcock. Ejemplos, todos, de un humor que suele ir de la mano con la insensibilidad, chistes, a veces de mal gusto, de los que apenas nos reímos si no nos afecta en lo personal. Y aquí Keaton, y su humor práctico, vuelve a encontrarse con la teoría sobre los resortes de la risa en Bergson.  

En conclusión, Buster Keaton se burla de todos, después de haber volteado la historia oficial a favor de los sureños. He ahí una de las ventajas del arte sobre la realidad y el porqué de un rostro isotérmico, brechtiano, si se quiere, en tanto generador de distanciamiento con su actitud, fría, en apariencia calculadora, triste, aunque de verdad emotiva/sensible/inteligente: isotérmico, más para la vida que para la dramaturgia fílmica o para cualquier tipo de supuesta intención pues ya se sabe que el arte no obedece a metas subjetivas, sino que produce efectos concretos. Quizás no en vano la historia de La General transcurre en Georgia, uno de los estados más racistas, si no el más, de la Unión. Tal vez Buster Keaton sabía que allí, en 1905, se segregaron los parques públicos. Quizás, por último, La General haya servido para que “solo” hasta 1935, Arkansas se diera el lujo de segregar mediante decreto los hipódromos o lugares afines. Por fortuna, Buster Keaton nunca fue jockey: en todo caso sí, pese al alcoholismo y sus achaques, uno de los mejores conductores de la silenciosa, vertiginosa, deslumbrante comedia muda y, en particular, de la última muestra épica de su tan noble y no menos épica tarea: la de hacer reír a todo el mundo, sin distinción de raza, credo o color. Por más apellidos que, en tal sentido, se haya puesto en esa obra sin par que es La General… Filme con el que demostró que lo de la inteligencia militar como oxímoron no es una boutade.

Así, poco importa lo inexpresivo que, en apariencia, sea su rostro, lo equivocado que esté en cuanto al tamaño de los palos que alimentan la caldera de “su” locomotora. Lo salvaje que parezca al pretender estrangular a su amada Annabelle, antes de que, por contraste, los dos se fundan, no literal sino realmente, en un beso dado con pasión. Y el supuesto final feliz, aquí, como en Body and Soul (1947) o Cuerpo y alma, de Robert Rossen, no es un… Es la feliz comunión del cuerpo del cine y del alma de la vida, a la que atañe como pocas la tan trillada expresión: obra maestra. Obra maestra del ingenio, de la lucidez, de la poesía en imágenes. En fin, de la subversión por el humor: el que, sin querer, junto al amor, tanto le molesta al Poder, quizás porque le recuerda, hasta el hartazgo, la dicha en la desgracia o la soledad entre la multitud; o la bondad en un lugar donde los que lo habitan se hacen entrañables solo por el daño y donde el poder de los sentimientos termina por sucumbir ante la ruindad de quienes los han perdido y que, como a la inocencia, jamás los podrán recuperar.             

NOTAS:

(1) Bergson, Henri. La risa. Ediciones Orbis, Bogotá, 1983, 137 pp.

(2) Oms, Marcel. Buster Keaton. Tusquets Editores, Barcelona, 1985, 99 pp.: 13.

(3) Trueba, Fernando. Diccionario de Cine. Editorial Planeta, 1998, 338 pp.: 179.

(4) Gubern, Román. Historia del Cine, Tomo 1 (de 3). Baber, Barcelona, 1995, 333 pp.: 300.

(5) Wikipedia: entrada Buster Keaton.

(6) Calderazzi, Antonio M. La revolución negra en los EEUU. Bruguera, Barcelona, 1970, 331 pp.: 45.

(7) https://www.rebelion.org/noticia.php?id=222754

FICHA TÉCNICA: Título original: The General. En español: La General o El maquinista de La General. País: EEUU; b/n; 87 min. Escrita y dirigida por: Buster Keaton y Clyde Bruckman. Adaptada por: Al Boasberg y Charlie Smith. Fot.: Dev Jennings y Bert Haines. Partitura para piano: William P. Perry. Int.: Marion Mack (Annabelle Lee); Charles Smith (su padre); Frank Barnes (su hermano); Glen Cavander (cap. Anderson); Jim Farley (general Thatcher); Frederick Vroom/Joe Keaton (un general sureño); Mike Donlin/Tom Nawn (tres [sic] generales de la Unión); Buster Keaton (Johnnie Gray). Prod.: Joseph M. Schenk para Buster Keaton Production/United Artists. Enlace del filme: https://www.youtube.com/watch?v=ZscJJAPHXHU    

Luis Carlos Muñoz Sarmiento. (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al III Congreso Int. Literatura y Revolución – El estatuto (contra)colonial de la Humanidad (29-30/oct/2019). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). Autor, traductor y coautor, con LES, en el portal Rebelión.