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Entrevista a Robert Fisk

La gran guerra de la civilización

Fuentes: Znet

Robert Fisk es uno de los periodistas más conocidos del mundo. Ha sido corresponsal en Oriente Medio para el periódico británico The Independent durante casi 30 años, durante los cuales ha informado de dos guerras estadounidenses contra Irak, dos guerras en Afganistán, el conflicto Israel/Palestina, la invasión del Líbano por parte de Israel y la […]

Robert Fisk es uno de los periodistas más conocidos del mundo. Ha sido corresponsal en Oriente Medio para el periódico británico The Independent durante casi 30 años, durante los cuales ha informado de dos guerras estadounidenses contra Irak, dos guerras en Afganistán, el conflicto Israel/Palestina, la invasión del Líbano por parte de Israel y la guerra civil en la antigua Yugoslavia.

Su nuevo libro, La gran guerra de la civilización: La conquista de Oriente Próximo (The Great War for Civilization, HarperCollins 2005) reúne sus reportajes en un único libro de 1300 páginas. Un libro anterior, Lástima de nación (Pity the Nation, Nation Books 2002), cubría la guerra civil libanesa.

Fisk es respetado por todos como un reportero infatigable que lucha por conseguir información de primera mano y que transmite en sus reportajes una sensación de justicia, conocimiento e historia. Su trabajo se basa en un esquema moral que considera la guerra como «el fracaso total del espíritu humano» y a los periodistas como responsables de informar desde la perspectiva de las víctimas. Me encontré con él en Toronto el 24 de noviembre para hablar de su libro y sus opiniones sobre el periodismo, la guerra e incluso sobre Canadá.


Audiencias y periodismo

Podur: ¿Qué explicación le da a la cantidad de lectores que ha conseguido usted?

Fisk: La versión de los hechos de la prensa convencional -odio esa frase, por cierto-, el New York Times, Los Angeles Times, el Washington Post, no satisface a millones de personas, así que cada vez más gente intenta encontrar una explicación diferente y más realista de los acontecimientos en Oriente Medio. Es un tributo a su inteligencia que en vez de buscar en cualquier blog o lo que sea, examinen los periódicos «convencionales» europeos, como The Independent, The Guardian, The Financial Times.

Una de las razones por las que leen The Independent es que pueden escuchar cosas que ya suponían pero no veían publicadas en ningún periódico importante. Yo no escribo en un sitio cualquiera de internet; ésta es una gran firma, con corresponsales extranjeros. Somos el equivalente británico de lo que debería ser el Washington Post.

Más de la mitad del correo que recibo viene de EE.UU. Eso no significa que no tengamos lectores británicos, sino que nos lee una gran cantidad de norteamericanos. Igual que al Guardian. Resulta que gente de Pakistán, India, Bangladesh, Sudáfrica, EE.UU., Canadá y muchos otros sitios se encuentran con que un periodista británico escribe cosas que no pueden leer en ningún otro sitio, pero que deben tener una considerable base en la realidad, porque si no, no aparecerían en un importante periódico británico.

No soy un lunático de extrema izquierda o de extrema derecha. Somos un periódico, eso es lo que cuenta. Eso nos da una autoridad; la mayoría de gente está acostumbrada a los periódicos. Internet es una cosa nueva, y también poco fiable.

¿Puedes explicar porqué odias la expresión «medios convencionales»?

La frase se ha convertido en un cliché. Pero también, en las universidades, especialmente en EE.UU., hay mucha gente que se denomina «activista». No estoy seguro de lo que significa, todos somos «activistas» si nos levantamos por la mañana, no sé. Somos activistas cuando bebemos café. Y los «activistas» se pasan horas y horas enviándose mensajes unos a otros que para mí no tienen ningún objetivo que no sea para decir «estamos perdiendo».

Y hablan y hablan de «medios convencionales» y «medios alternativos». El problema es que si soy un tipo normal que no está en la élite universitaria y tengo que escoger entre un medio «convencional» y uno «alternativo», escogeré el «convencional», ¿no?, porque suena mejor. ¿Por qué no llamáis «convencionales» a vuestros medios y «alternativos» al New York Times?

También hablas de periodismo en tu libro. ¿Qué piensas de palabras como objetividad, ecuanimidad, equilibrio y neutralidad en el periodismo?

Si examinas los periódicos de los EE.UU., el tratamiento informativo de Oriente Medio es lamentable e incomprensible. Se introducen conceptos semánticos que eviten la controversia, especialmente por parte de los que apoyan a Israel. Las colonias se convierten en «barrios», ocupado pasa a ser «disputado», un muro se convierte mágicamente en una «valla». Bueno, espero que mi casa no esté hecha de vallas.

Durante años el periodismo se ha ido viendo encajonado, confinado en una camisa de fuerza hecha de reglas de los años 40 en las primeras escuelas de periodismo en los EE.UU. Estas escuelas estaban pensadas para formar a periodistas para los periódicos locales. Si hablas de una disputa sobre una autopista, o la propiedad privada o pública de un aeropuerto, es básico dar a los manifestantes el mismo tiempo que a los que quieren abrir un nuevo aeropuerto. En un caso judicial, es básico dar el mismo tiempo a la defensa que a la acusación.

Si haces periodismo local de ese tipo (una investigación pública, un caso legal, una lucha sobre un nuevo hospital), ambas partes deben tener ese derecho porque no se trata de un tema moral. Es un tema moral en tanto en cuanto la comunidad merece un buen hospital o que los ciudadanos merecen tener su privacidad sin tener que preocuparse por proyectos del gobierno, pero no hay un gran dilema moral de vidas humanas, la pérdida de vidas, la guerra.

En esas circunstancias es correcto asegurarse que todo el mundo esté igualmente representado. Pero en los asuntos exteriores, en una parte del mundo rebosante de injusticia, donde miles de personas son destrozadas y mutiladas cada año, eso es un mundo aparte. Uno en el que el estándar de neutralidad para un caso judicial de una ciudad pequeña se va al garete porque ya no es relevante.

Cuando ves a víctimas infantiles apiladas en el lugar de una masacre no es el momento de dar el mismo tiempo periodístico a los asesinos. Si estuvieras informando de la trata de esclavos en el siglo XIX no darías el 50% del tiempo al capitán del barco de esclavos: te centrarías en los esclavos que murieron y en los supervivientes. Si estuvieras presente en la liberación de un campo de exterminio en la Alemania nazi, no buscarías a las SS para que dieran el 50% de comentario.

Cuando estuve cerca de un bombardeo a una pizzería en Jerusalén Oeste en el 2001, en que hubo 20 muertos, más de la mitad niños, no di la mitad del tiempo a Hamas. En 1982, en Sabra y Shatila, escribí sobre las víctimas, los muertos por los que tuve que pasar físicamente por encima, y los supervivientes. No di el 50% a la milicia falangista cristiano-libanesa que los masacró ni al ejército israelí que presenció los asesinatos y no hizo nada.

En el mundo de la guerra, que representa el fracaso total del espíritu humano, estás moralmente obligado como periodista a mostrar una elocuente compasión hacia las víctimas, a no tener miedo de nombrar a los asesinos, y tienes derecho a estar cabreado. La camarera que nos está sirviendo café o el taxista que me trajo hasta aquí tienen sentimientos sobre las atrocidades, ¿por qué no vamos a tenerlos nosotros?

¿Por qué un periodista norteamericano en Beirut o en El Cairo o en Damasco que sabe lo que ocurre y tiene sentimientos al respecto, en vez de decir lo que piensa ( y al fin y al cabo los lectores quieren saber lo que piensa, pagan por el periódico que le paga a él) llama a un idiota del Brookings-Institute, lo que yo llamo un «equipo de manipulación» [juego de palabras intraducible sobre la expresión «think tank» con la que se denominan a los institutos de expertos sobre diversos temas] que nunca ha estado siquiera en esa ciudad, para que le dé su opinión?

Esta misma mañana (24 de noviembre de 2005), el National Post tiene un ejemplo de esto. En un artículo sobre Irak, el periodista cita a Lee Edwards, un «experto sobre la presidencia estadounidense», de la Fundación Heritage. ¿Es que el periodista no sabe nada de la presidencia estadounidense?

He aquí un artículo que uso en mis conferencias. Es del Los Angeles Times del 16 de noviembre. Es un artículo sobre Zarqawi (si es que existe) y cómo es «el cerebro pensante» de la insurgencia. ¿El origen de la historia? Desconocidos «funcionarios estadounidenses», frase que se usa 21 veces en un artículo de dos columnas y media. Y esto lo acabo de pillar en un café de Los Angeles. No tienes que buscar mucho para encontrar ejemplos así.

La Guerra

Si la guerra es el fracaso total del espíritu humano, si no va de vencer o ser vencido sino de sufrimiento y muerte, ¿por qué lo hace tanta gente?

Porque no saben lo que es. La mayoría de soldados de la guerra de Irak no han ido antes a la guerra. Les ha cambiado totalmente la personalidad. No estaban en absoluto preparados para ello, sólo tenían Hollywood. Quiero decir, Salvar al soldado Ryan es bastante cercana a lo que veo pero sólo lo ves imaginativamente, no lo ves en la tele, no te lo muestran, porque mostrarlo sería real, pornográfico, obsceno, no lo aguantarías con el desayuno, ¿verdad?

Yo tengo que verlo en el desayuno, comida y cena, pero tú no, tú estás protegido por estos amables chicos de Londres, Nueva York y Washington: los editores. No quieren deshonrar a los muertos. Parece que está bien matar a iraquíes pero no mostrarlos luego, porque después estamos muy preocupados por su honor. Tenemos tanta compasión cuando están muertos que no podemos mostrar sus imágenes. Ahora bien, cuando están vivos, ¡vamos allá! «GUERRA DE IRAK, EPISODIO NUMERO 5», y así puedes sacarle partido y hacer una película de guerra, pero después de matarlos les das compasión y honor.

Por supuesto también hay políticos cómplices que quieren presentar la guerra como una trinchera incruenta en que la gente, si muere (ya sabes que puedes mostrar la imagen de un soldado iraquí muerto si ha sido lo bastante considerado como para morir entero), es «el precio de la guerra: un soldado iraquí muerto yace en el desierto al sur de Basora». Pero no verás a ese tipo si le saltaron los ojos o si tiene moscas revoloteando por encima.

No hay un solo miembro de la actual administración Bush que haya ido jamás a la guerra. Colin Powell estuvo en Vietnam, pero ya no está en este gobierno. No hay un solo miembro del gobierno de Blair que haya ido a la guerra. Unos pocos diputados laboristas estuvieron en Irlanda del Norte como soldados, pero no es lo mismo. Los políticos que gobiernan el país no tienen ninguna experiencia de la guerra.

Si piensas así, que la guerra es un fracaso total del espíritu humano, ¿no hace eso más difícil intentar explicar por qué ocurre, cosa que según tú también deberían hacer los periodistas?

¿Existe una guerra justa? Cuando el arzobispo de Canterbury dijo que la liberación estadounidense de Kuwait fue una guerra justa (algo que no dijo de Bosnia, quizá porque ahí no había petróleo, no lo sé), pensé que iba a vomitar. O sea, ¿aún tenemos que tener a líderes religiosos hablándonos de guerras justas? Venga ya.

La guerra es un acto inmoral. Abro el capítulo 15 de mi libro con una cita de Guerra y Paz, de Tolstoi:

«..y empezó la guerra, es decir, ocurrió un hecho opuesto a la razón humana y a la naturaleza humana. Millones de hombres perpetraron, unos contra otros, tan innumerables crímenes, fraudes, traiciones, robos, incendios y asesinatos como en siglos enteros no se registran en los anales de todos los tribunales del mundo, pero aquellos que los cometieron no los veían en ese momento como crímenes»

¿Qué más puedo añadir?

La Gran Guerra de la Civilización

¿Qué espera conseguir con este libro?

No sabía la respuesta cuando lo escribía, pero ahora la sé. Quiero que los lectores rechacen la narración de la historia que les presentan sus presidentes, primeros ministros, generales y periodistas. Desafiar la narración de la historia, o monitorizar los centros de poder (por usar la frase de Amira Hass) significa que debemos reformular nuestra propia visión del mundo sin clichés y palabras muertas como «guerra al terror», «terrorismo», «terrorismo islamista», ataque quirúrgico, el bien y el mal, ellos y nosotros, «odian nuestras libertades», «democracia» (la «democracia» asestada con tanques Abrams y helicópteros Apache).
Siempre estamos amenazando a Oriente Medio con la democracia. Y ya les gustaría a los musulmanes árabes disfrutar de esta democracia, derechos humanos y libertad de nuestro supermercado occidental. Pero hay otro tipo de libertad de la que les gustaría disfrutar, y es liberarse DE nosotros. También les gustaría que hubiera justicia y nadie habla de eso.
El libro cubre un terreno que no se ha cubierto igual nunca antes, por alguien que ha sido testigo ocular durante largo tiempo. Presenta toda la historia, incluyendo vastos temas épicos e históricos, para llegar hasta la ocupación de Irak. Durante 100 años, nosotros, Occidente, hemos controlado Oriente Medio, hemos aupado dictadores, y a no ser que echemos un ojo a lo que hicimos en esa región no entenderemos el 11 de septiembre.

Ya que ésta es una entrevista canadiense, déjeme preguntarle sobre Canadá en Afganistán y el creciente alineamiento de Canadá con la política exterior de los EE.UU.

El problema de los canadienses en Afganistán es la esquizofrenia. ISAF, la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad, es vista por los afganos como, si no benevolente, al menos no malévola. La cuestión es que ahí hay alemanes, turcos y canadienses ayudando a mantener la paz. Si no estuvieran, habría robos masivos. Creo que les gusta que haya alemanes patrullando de noche, y a mí también. Y mejor canadienses que estadounidenses. Pero también está la otra cara de la cuestión. Los canadienses se han acercado demasiado a los EE.UU. en el sur, en Kandahar, jugando un papel agresivo, y están cada vez más identificados con los proyectos militares estadounidenses relativos a Oriente Medio.

Así que Canadá actúa de una forma en Kabul, y yo creo que deberían estar allí, no tengo nada contra ISAF, desearía que existiera en mayor escala con el mismo mandato. Pero si unes tus tropas a las estadounidenses, y los oficiales canadienses empiezan a hablar como los estadounidenses, entonces te has pasado de bando, formas parte beligerante de una guerra.

Después no puedes extrañarte y decir «¿por qué han querido hacernos daño?». No estoy prediciendo ataques contra Canadá pero una vez empiezas a comportarte así, como hace Blair, como hizo España bajo Aznar, puedes denunciar cualquier crimen contra la humanidad en tu territorio, y está bien que lo hagas, pero no puede sorprenderte.

Estamos acostumbrados después de la Segunda Guerra Mundial a pensar que las guerras ocurren lejos, en Kenya, Yemen, Malasia, Palestina; puedes enviar soldados allí, puede incluso que vuelvan algunos féretros, pero tú, tu granja, los trenes y aviones, están a salvo. Eso se ha acabado. Debemos darnos cuenta de que si participamos en guerras por ahí ya no estamos a salvo de sus consecuencias. Puedes decir que «nosotros respetamos las reglas de la guerra y ellos no», pero si vas a la guerra no puedes sorprenderte o sugerir en vano que no hay ninguna conexión, como hizo Blair después de los bombardeos del 7 de julio.

Otro argumento relevante en Canadá es que las comunidades inmigrantes (aunque todos somos inmigrantes, ¿verdad?), las nuevas comunidades eran tan pequeñas en anteriores guerras que su opinión no contaba. Bueno, había soldados en la batalla de Inglaterra que eran negros, pero era una población tan pequeña que no importaba.

Ahora en Alemania hay una importante comunidad musulmana, e igual en Francia, en Gran Bretaña o aquí en Canadá, y no puedes ignorar a esa comunidad cuando decides intervenir. Los musulmanes británicos están indignados por la guerra de Irak. Y hay una conexión muy directa entre un ciudadano británico de origen paquistaní que es musulmán y las imágenes de musulmanes iraquíes muertos o heridos que esa persona ve en la tele. No puedes ignorar eso cuando vas a la guerra. Parte de tu comunidad tiene conexiones religiosas emocionales con esa región, y aún no se ha tenido eso en cuenta.

¿Quizá eso sea algo bueno, que haga más difícil ir a la guerra?

Yo no me apostaría nada.

Justin Podur es un escritor afincado en Toronto.

  • Título original: La gran guerra de la civilización
  • Autor: Justin Podur y Robert Fisk
  • Origen: rabble.ca; Miércoles 07 de Diciembre, 2005
  • Traducido por Alfred Sola y revisado por Genoveva Santiago