Traducido del inglés por Sinfo Fernández
Lo primero que Said, un pequeño contratista, hizo al visitar una prisión militar en el oeste de Bagdad fue pagar un soborno de 2.000 dólares. El dinero fue a parar a manos de un oficial a cambio de la promesa de no torturar al hermano de Said y a su socio en el negocio, Ali. El pago más fuerte vino después. Para liberar a Ali, Said pagaría 100.000 dólares más.
Los hermanos son sunníes y los comandos de la policía que arrestaron a Ali son chiíes. Lo sucedido explica por qué el «incremento» de tropas estadounidenses, el envío de 20.000 soldados más a Iraq, anunciado por el Presidente Bush en el mes de enero, ha fracasado en el objetivo de poner fin la guerra civil sectaria sunní-chií .
EEUU y el gobierno iraquí están consiguiendo algún avance a la hora de cultivar fracturas entre los fanáticos partisanos de Al Qaida en Iraq y el resto de la comunidad sunní. No obstante, los cinco millones de personas que integran la comunidad sunní apoyan en su conjunto a la resistencia armada contra EEUU y el gobierno kurdo-chií.
Ali, de 40 años y con tres hijos, era un próspero hombre de negocios antes del derrocamiento de Sadam Husein en 2003. Un miembro de la tribu al-Hamdani que vivía en la barriada predominantemente de clase media sunní de al-Judat en el oeste de Bagdad. Tras la invasión, trabajó como conductor de la Western Company durante dos años, pero la explosión de una bomba destruyó su coche causándole serias heridas. En 2005, uno de sus hijos fue secuestrado y tuvo que pagar 20.000 dólares por el rescate.
En medio de la dura situación de la inseguridad de la vida en Bagdad, los vecinos de Ali consideraban que, a pesar de sus heridas y del secuestro de su hijo, se estaba recuperando. Había regresado a su trabajo de contratista y estaba haciendo dinero. Pero hace diez días, cuando conducía desde su casa a Karada, un distrito chií en el este de Bagdad, le pararon unos comandos del ministerio del interior. Uno de ellos le dijo: «Hace bastante tiempo que no te vemos. ¿Dónde estabas?»
Ali cometió el error de contar la verdad y respondió que, al igual que un millón de refugiados iraquíes, había estado en Siria. Esto fue suficiente para convertirle en sospechoso de pertenecer a la resistencia. Pudo arreglárselas para hacer una desesperada llamada telefónica desde su móvil a su hermano antes de desparecer en la prisión del ministerio de defensa en el área chií de al-Jadamiya, la cárcel donde Sadam Husein fue ejecutado.
Ali fue más afortunado que muchos de los habitantes de Bagdad. La cifra de cuerpos torturados, a menudo aún con las manos esposadas, encontrados en las calles de Bagdad está creciendo de nuevo. Los escuadrones de la muerte chiíes están vengándose en los sunníes por los camiones bomba que han devastado los mercados chiíes, matando a cientos. Al-Qaida se ha vuelto muy impopular en zonas sunníes, menos por sus ataques violentos contra los chiíes que por matar a sunníes que son modestos trabajadores del gobierno, como los basureros. Pilotos civiles de la compañía aérea iraquí han sido también asesinados. Dado que más de la mitad de la población está desempleada, es el gobierno el que ofrece la mayor parte de los puestos de trabajo de que se puede disponer.
El hecho de cerrar distritos enteros a base de muros ha provocado respuestas contradictorias en las barriadas sunníes. «Mi distrito es un poco más seguro», dijo Omar, un conductor de al-Jadra, un distrito sunní en el oeste de Bagdad. «Hay menos cadáveres por las calles». Su problema más grave ahora es que no sabe si los soldados que están en la única entrada y salida de al-Jadra forman parte de los escuadrones de la muerte. Si le detienen, hay muchas probabilidades de que acabe en una prisión donde los sunníes son rutinariamente torturados.
Ya antes de que los muros empezaran a rodear los distritos sunníes de la capital, muy poca gente se atrevía a salir de sus barriadas. Sólo uno de los grandes mercados que en otro tiempo alimentaban y vestían a Bagdad sigue abierto todavía tras ser repetidamente elegidos como objetivos de los coches bomba. En su lugar, pequeñas tiendas van surgiendo en las aceras y jardines de las calles, donde hay un mayor nivel de seguridad.
La decisión del Presidente Bush de potenciar la escalada de la guerra enviando refuerzos es realmente más un cambio en las tácticas que una nueva estrategia.
La rebelión sunní que comenzó en el verano de 2003 está demasiado bien arraigada como para poder aplastarla. Cuando los insurgentes se ven acosados en una zona de Bagdad, se trasladan a otra o a una provincia vecina. Los kurdos pudieron desestabilizar Iraq durante medio siglo a pesar de sufrir persecuciones y genocidio, y los sunníes están bien posicionados para hacer lo mismo.
Una de las víctimas del nuevo plan es la autoridad del gobierno iraquí. El Primer Ministro, Nuri Al Maliki, anunció en Egipto que iba a parar la construcción de un muro alrededor del distrito sunní de al-Adhamiyah, pero el muro sigue adelante. Un portavoz del ejército iraquí dijo sencillamente que el Primer Ministro estaba engañado. El ministerio iraquí de defensa está en gran medida bajo control estadounidense – un antiguo oficial del ejército iraquí que, a finales del año pasado, obedeció una orden directa del Sr. Al Maliki se encontró siendo encarcelado por las tropas estadounidenses.
La relación de los estadounidenses con el gobierno iraquí es una mezcla de apoyo auténtico y negligencia despreciativa. El Presidente Bush telefonea a Al Maliki una vez cada quince días aunque los miembros del gobierno se quejan de que el Primer Ministro nunca les comunica el contenido de esas conversaciones.
Un dilema que los militares estadounidenses no han resuelto nunca es que sus acciones militares en apoyo de las tropas del gobierno iraquí contra los insurgentes sunníes y los milicianos chiíes afectan al balance sectario de poder en Bagdad. Desplazar al Ejército del Mahdi desde el sur de Bagdad, por ejemplo, es considerado por los chiíes que viven allí como dejarles expuestos a los ataques.
El lunes de la pasada semana, las tropas del gobierno iraquí asaltaron el hospital Naaman en la Adhamiya rodeada de muros, en el este de Bagdad, el último hospital al que acudían los sunníes sintiéndose aún relativamente seguros. Los francotiradores se situaron en el tejado y se ordenó a todos los pacientes y doctores que salieran a la calle o serían arrestados, excepto a tres que estaban en cuidados intensivos.
Se dijo a las tropas que había una orden del ministerio de sanidad, bajo control chií, para cerrar el hospital, pero los estadounidenses insistieron en que Naaman tenía que ser reabierto. Aunque las páginas de Internet sunníes han afirmado que 82 pacientes fueron asesinados, ha sido imposible confirmarlo.
Enlace texto original en inglés:
http://news.independent.co.uk/world/middle_east/article2516744.ece
Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate