Texto presentado en el Perdana Global Peace Forum 2005. Putra World Trade Center, Kuala Lumpur, Malasia, 17-25 de diciembre
El debate sobre la guerra y la militarización pone sobre la mesa la cuestión de la soberanía nacional.
Como economista, les estoy muy agradecido por permitirme participar en este acto en la capital de Malasia, un país que en un momento muy delicado de su historia, cuando acaeció la crisis asiática de 1997, tuvo el coraje de plantar cara al Consenso de Washington y al establishment financiero internacional.
Bajo la batuta de Mahathir Mohamad se tomaron sensatas medidas financieras que evitaron el desplome del ringgit [moneda nacional], que de haberse producido habría conducido a un escenario de profundo desequilibrio económico, quiebra del sistema bancario y empobrecimiento, como ocurrió en Tailandia, Indonesia y Corea del Sur.
Esas medidas económicas constituyeron un serio desafío al núcleo duro del programa neoliberal. Retrospectivamente, puede afirmarse que esa decisión fue extraordinariamente importante y que formará parte del acervo histórico de este país. Porque en realidad es la ilustración perfecta de lo que acertadamente se ha descrito como una «guerra económica y financiera».
Hoy ya hemos empezado a comprender que la guerra y la manipulación macroeconómica están entreveradas. La militarización sirve de apoyo a la guerra económica. Y, en sentido opuesto, el eufemismo «reforma económica» hace las veces de arbotante de un determinado programa militar y geopolítico.
Introducción
El mundo está al borde de una de las más serias crisis de la historia moderna. En el que posiblemente sea el mayor despliegue militar desde la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos y su indefectible aliado británico se han embarcado en una aventura militar que amenaza el futuro de la humanidad.
Es fundamental que comprendamos el trasfondo histórico de este acontecimiento. Este programa bélico no es el producto de un proyecto neoconservador inédito. Desde los albores de la Guerra Fría existe una amenaza recurrente, un hilo conductor en la doctrina militar estadounidense que va desde la «doctrina Truman» hasta la «guerra contra el terrorismo» de Bush.
El consejero de política exterior George F. Kennan ya en 1948 resumió en un informe del Departamento de Estado lo que más tarde se conocería como «doctrina Truman». Ese documento ayuda a entender la continuidad habida en la política exterior estadounidense, desde la guerra de «contención» hasta la guerra «preventiva». Desde esta perspectiva, el programa neoconservador del gobierno Bush debe ser visto como la culminación de un esquema de política exterior parido poco después de finalizar la Segunda Guerra Mundial. Un esquema desarrollado en una sucesión de guerras e intervenciones militares patrocinadas por los Estados Unidos en todas las regiones importantes del mundo. Desde Corea, Vietnam y Afganistán hasta los golpes militares en América Latina y el Sureste asiático promovidos por la CIA, el objetivo siempre ha sido asegurar la hegemonía militar y la dominación económica global estadounidenses. Esto es la «doctrina Truman».
A pesar de que ha habido diferencias políticas significativas, los sucesivos gobiernos Demócratas y Republicanos, desde Harry Truman hasta George W. Bush han aplicado a rajatabla esta programa militar global.
Los textos de Kennan también esbozaban la formación de una alianza anglo-americana como la que hoy caracteriza las estrechas relaciones entre Washington y Londres. Esta alianza responde a poderosos intereses económicos vinculados con la industria petrolera, la industria de defensa y la banca internacional. Es, en muchos sentidos, una extensión anglo-americana del Imperio británico, oficialmente finiquitado después de la Segunda Guerra Mundial.
La doctrina Truman prevé también la inclusión de Canadá en el eje anglo-americano. Pero Kennan minusvaloró la importancia de tomar medidas para evitar el desarrollo de un poder europeo continental que pudiera llegar a competir con Estados Unidos.
En relación con Asia, incluyendo China e India, alude a la importancia de articular una solución de carácter militar:
«No está lejos el día en el que deberemos hablar sin tapujos de poder. Entonces, cuantos menos eslóganes idealistas utilicemos, mucho mejor».
Debilitar la Organización de Naciones Unidas
Desde el principio de la Guerra Fría el objetivo era socavar y en última instancia destruir la Unión Soviética. Washington también trató de debilitar el papel de Naciones Unidas como cuerpo internacional genuino, un objetivo logrado con creces por el gobierno Bush:
«La aceptación inicial de las Naciones Unidas por parte de la opinión pública de los Estados Unidos ha sido tan rotunda que posiblemente sea cierto -como a menudo se ha dicho- que hoy por hoy no nos queda otra opción que la de hacer que sea la piedra angular de nuestra política en el período post-bélico. A veces ha sido de utilidad. Pero por lo general ha creado más problemas de los que ha resuelto, y ha supuesto una dispersión considerable de nuestro esfuerzo diplomático. Y en nuestros esfuerzos por utilizar la mayoría de las Naciones Unidas para propósitos políticos de más calado estamos jugando con un arma peligrosa que algún día puede girarse en nuestra contra. Esta es la situación, y merece de nuestra parte un análisis lo más cuidadoso y previsor posible.» (Kennan, 1948)
Después de la Guerra Fría
Las guerras de Yugoslavia, Afganistán e Irak son parte de la misma «hoja de ruta» militar. Como confirman varios documentos militares, la agenda bélica de los Estados unidos no sólo tiene la mira puesta en Irán, Siria y Corea del Norte, sino también en los viejos enemigos de la Guerra Fría: Rusia y China.
Se trata de un programa militar global caracterizado por diversas formas de intervención. La última incluye operaciones militares y de inteligencia encubiertas con el propósito de dar apoyo tanto a grupos paramilitares locales como a los llamados ejércitos de liberación. Estas operaciones están diseñadas bajo el criterio de crear divisiones sociales, étnicas y religiosas dentro de las sociedades, con el fin último de promover la destrucción de países enteros, como ocurrió con Yugoslavia.
Paralelamente, la agenda de «democratización» patrocinada por Estados Unidos consiste en intervenir en los asuntos internos de cada país, a menudo con el propósito de desestabilizar gobiernos e imponer reformas radicales de «libre mercado». En este sentido, la invasión ilegal de Haití después de un golpe militar auspiciado por Estados Unidos, que también recibió el apoyo de Canadá y Francia, es parte integral del programa militar global de Washington.
Guerra y globalización
Guerra y globalización son dos procesos íntimamente relacionados. Las operaciones militares y de inteligencia actúan de abrelatas de las nuevas fronteras económicas y allanan el terreno para la reconfiguración de las economías nacionales. Los poderes de Wall Street, los gigantes petroleros anglo-americanos y los contratistas de defensa de ambos lados del Atlántico están sin duda detrás de este proceso.
El fin último de la «guerra contra el terrorismo» estadounidense es transformar las naciones soberanas en territorios abiertos (o «áreas de libre comercio») por «medios militares», así como por la imposición de reformas macroeconómicas letales. Estas últimas, aplicadas bajo los auspicios del trío FMI-Banco Mundial-OMC, a menudo sirven para socavar y destruir economías nacionales, arrojando a millones de personas a las más abyecta pobreza. A su vez, los llamados «programas de reconstrucción» impuestos por donantes y acreedores a la estela de la guerra contribuyen a la imparable espiral de crecimiento de la deuda externa.
Siguiendo una lógica perversa, las «reparaciones de guerra» financiadas con deuda externa son abonadas al invasor estadounidense. Cientos de millones de dólares van a parar a manos de conglomerados constructores occidentales como Bechtel y Halliburton, los cuales están estrechamente vinculados con el Departamento de Defensa de Estados Unidos.
Irán y Siria: la siguiente fase de la guerra
Según ha podido confirmarse mediante documentos del área estadounidense de defensa, un objetivo básico de esta guerra es la conquista y confiscación de la riqueza petrolera de Oriente Medio. En este sentido, la región que comprende Oriente Medio y Asia Central detenta el 70% de los recursos mundiales de petróleo y gas, treinta veces los que posee Estados Unidos.
Los gigantes petroleros anglo-americanos, en alianza con Wall Street y el complejo militar-industrial están sin lugar a dudas detrás del programa de guerra de Estados Unidos.
La siguiente fase de esta guerra afecta a Irán y Siria, que ya han sido identificados como objetivos.
Irán es el país con las terceras mayores reservas de petróleo y gas del mundo (10%), después de Arabia Saudita (25%) e Irak (11%). Estados Unidos está buscando la complicidad del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para poder tener un pretexto para bombardear Irán, al que se presenta como una amenaza para la paz mundial.
A Israel se le ha encomendado un papel clave en el lanzamiento de la operación militar contra Irán.
Esta operación se encuentra en fase de puesta a punto. De producirse, la guerra se extendería a toda la región de Oriente Medio y más allá. En la misma jugada, Israel pasaría a formar parte oficialmente del eje anglo-americano.
A principios de 2005, se realizaron importantes maniobras militares en el Mediterráneo oriental, incluyendo despliegues militares y comprobación de sistemas armamentísticos. Hubo encuentros militares entre Estados Unidos, Israel y Turquía. Se produjeron muchas idas y venidas de representantes militares y gubernamentales a Washington, Tel Aviv y Ankara.
Los intensos intercambios diplomáticos se produjeron a escala internacional con el propósito de consolidar la cooperación militar y/o apoyar la operación americano-israelí contra Irán. La resolución de Naciones Unidas sobre el programa nuclear iraní sirve en bandeja de plata un pretexto que permitiría justificar la intervención militar.
En este sentido, fue significativo el acuerdo de cooperación militar entre la OTAN e Israel de noviembre de 2004. Unos meses más tarde, Israel participaba por primera vez en ejercicios militares de la OTAN que también incluyeron a diversos países árabes.
Se ha producido un despliegue masivo de equipamiento militar para preparar un posible ataque a Irán. Israel ha recibido de Estados Unidos alrededor de 5000 «misiles inteligentes», incluidas 500 bombas anti-búnker BLU 109.
Armas nucleares en escenarios de guerra convencional: «inocuas para la población»
También se ha contemplado la posibilidad de un ataque sobre Irán utilizando armas nucleares tácticas (armas nucleares pequeñas o mini-bombas). Las armas nucleares tácticas, con una capacidad destructiva de entre un tercio a seis veces la bomba de Hiroshima, habían sido erradicadas de los escenarios de guerra convencional.
Las mini-bombas han sido redefinidas como un arma defensiva, «inocua para la población», «puesto que explotan en el subsuelo». En diciembre de 2003 el Senado [de Estados Unidos] autorizó su uso en escenarios de guerra convencional.
Los ataques aéreos contra Irán pueden hacer que la guerra se extienda por todo el Medio Oriente y Asia Central. Teherán ha dicho que en caso de ataque tomará represalias lanzando misiles balísticos contra Israel (CNN, 8 de febrero de 2005). Estos ataques también pueden afectar a instalaciones estadounidenses en el Golfo Pérsico, lo cual nos situaría en un escenario de escalada militar y guerra total.
El Primer Ministro israelí Ariel Sharon ordenó a las fuerzas armadas «estar preparadas para posibles ataques a finales de marzo [de 2006]» sobre instalaciones iraníes de enriquecimiento de uranio (The Sunday Times, 11 de diciembre de 2005).
Mientras tanto, Irán está reforzando sus sistemas de defensa aérea. Rusia ha anunciado que planea vender a Irán 29 sistemas antimisiles Tor M-1.
El ataque sobre Irán también debe entenderse en relación con la retirada de las tropas sirias del Líbano, lo cual ha abierto un espacio nuevo para el despliegue de las tropas israelíes. Y debe tenerse en cuenta también el factor añadido de la inclusión de Turquía en la alianza americano-anglo-israelí.
La agenda militar global
La guerra en Oriente Medio forma parte de una plan militar cuidadosamente diseñado. En septiembre del año 2000, unos meses antes de que George W. Bush accediera a la Casa Blanca, el Project for a New American Century (PNAC) publicó el borrador de un trabajo que proponía una dominación global bajo el título: «Reconstruir las defensas de Estados Unidos».
El PNAC es un think tank neoconservador vinculado con el establishment de las áreas de defensa e inteligencia, el Partido Republicano y el poderoso Council on Foreign Relations (CFR), que juega un importante papel entre bambalinas en la formulación de la política exterior de Estados Unidos.
Los objetivos declarados del PNAC son:
- defender la patria americana;
- luchar y vencer en guerras declaradas en escenarios bélicos importantes;
- desarrollar tareas de «policía» asociadas a la reformulación del escenario de seguridad en regiones críticas;
- transformar las fuerzas de Estados Unidos con el fin de sacar provecho de la «revolución en asuntos militares»;
El anterior Subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, que hoy dirige el Banco Mundial, el Secretaro de Defensa Donald Rumsfeld y el Vicepresidente Dick Cheney habían encargado el borrador del PNAC antes de las elecciones presidenciales del 2000.
El PNAC esboza un itinerario de conquista. Aboga por «la imposición directa de ‘bases que actúen de avanzadilla'» en toda Asia Central y en Oriente Medio «con el propósito de garantizar la dominación económica del mundo, al tiempo que debe estrangularse cualquier ‘rival’ potencial o cualquier otra alternativa viable a la idea estadounidense de una economía de libre mercado» (véase, Chris Floyd, «Bush’s Crusade for Empire», Global Outlook, 6, 2003).
A diferencia de los escenarios de guerra, las denominadas «funciones de policía» suponen una política militar global que se sirve de la intervención militar mediante bombardeos de castigo, operaciones de inteligencia encubiertas, el envío de fuerzas especiales, etc.
Nuevos sistemas armamentísticos
La «revolución en asuntos militares» del PNAC (que no es otra cosa que el desarrollo de nuevos sistemas armamentísticos) consiste en la «Iniciativa de Defensa Estratégica», el despliegue armamentísico en el espacio simultaneado con el desarrollo de una nueva generación de armas nucleares:
«La política tradicional de Estados Unidos sobre el uso de las armas nucleares se había ceñido al criterio de responder a un ataque militar (…), pero la nueva política permite a Estados Unidos utilizar armas nucleares contra Estados que no disponen de armamento nuclear y, por un buen puñado de nuevas razones, también se acepta la finalización drástica de un conflicto en los términos que fijen los Estados Unidos, o para asegurar el éxito de las fuerzas de Estados Unidos» (declaración de Jorge Hirsh, véase Global Research,
http://www.globalresearch.ca/index.php?context=viewArticle&code=MCD20051101&articleId=1173 ).
La estrategia de defensa nacional
Desde el año 2000, en muchos documentos de seguridad de Estados Unidos han aparecido citadas las premisas básicas del PNAC. En marzo de 2005 el Pentágono hizo público su informe sobre la estrategia de defensa nacional. Aunque sigue a pies juntillas las doctrina de guerra «preventiva» detallada por el PNAC, va mucho más allá en la definición del alcance del programa militar global de Washington.
Aboga por un enfoque más «proactivo» de la guerra, más allá de la noción débil de acciones «preventivas» y defensivas, en las que se ejecutan operaciones militares contra un «enemigo declarado» con el propósito de «preservar la paz» y «defender los Estados Unidos».
El documento señala de forma explícita el mandato militar global que se arrogan los Estados Unidos, que va más allá de los escenarios de guerra puramente regionales. Este mandato también incluye operaciones militares dirigidas contra países que no son hostiles a Estados Unidos, pero que son considerados estratégicos para los intereses norteamericanos. En tanto que la doctrina de guerra preventiva concibe la acción militar como medio de «autodefensa» contra países considerados «hostiles» a los Estados Unidos, la nueva doctrina del Pentágono prevé la posibilidad de una intervención militar contra países que no constituyen una amenaza aparente a la seguridad de la patria americana.
El documento pergeña «las cuatro principales amenazas que tienen los Estados Unidos»:
- «Desafíos tradicionales» lanzados por poderes bien conocidos y localizados que utilizan «formas de guerra ‘perfectamente conocidas».
- «Amenazas irregulares» que provienen de fuerzas que utilizan los denominados «métodos no convencionales para hacer frente a un poder mayor».
- «Desafíos catastróficos», que se refieren al «uso de armas de destrucción masiva por parte del enemigo».
- «Desafíos desorganizadores», que se refieren a «adversarios potenciales que utilicen nuevas tecnologías para contrarrestar las ventajas estadounidenses». (véase Michel Chossudovsky, «From ‘Rogue States’ to ‘Unstable Nations’: America’s New Nacional Security Doctrine», http://www.globalresearch.ca/articles/CHO504A.html )
El gigantesco presupuesto de defensa
Este documento perfila los contornos de un proyecto de hegemonía militar global. Se basa en un aumento masivo del gasto militar. El objetivo subyacente es eclipsar, en términos de defensa, a cualquier país del mundo, incluidos los aliados europeos de Estados Unidos.
«Las fuerzas armadas de Estados Unidos deben tener este año [2005] un potencial mayor que el de los 25 países siguientes sumados (…) De modo que si se mantienen los mismos niveles de gasto en los próximos cinco años, teniendo en cuenta que el gasto en defensa de los europeos está disminuyendo, eso significará que en Estados Unidos crece y que se estará gastando en defensa más que el total de lo que gasta el resto del mundo» (Council on Foreign Relations, Annual Corporate conference, 10 de marzo de 2005).
El presupuesto estimado de defensa (401,7 mil millones de dólares) no incluye el «presupuesto de defensa suplementario para emergencias» destinado a operaciones en marcha en Irak y Afganistán. Tampoco está incluida en el presupuesto de defensa la participación del Departamento de Defensa en la «guerra contra el terrorismo» (véase: http://64.177.207.201/static/budget/annual/fy05/). Ni tampoco se incluyen otros 40.000 millones de dólares asignados al aparato de inteligencia dirigido por John Negroponte. Aproximadamente el 80% del presupuesto para inteligencia, incluido el sistema de satélites espías de Estados Unidos, realiza actividades de apoyo directo a las iniciativas militares de Estados Unidos.
Crímenes de guerra por doquier
Raramente se mencionan los objetivos económicos y estratégicos que hay detrás de esta guerra. Este proyecto militar se presenta a la opinión pública como parte de la «guerra global contra el terrorismo», y se sostiene que el agresor es inequívocamente Al Qaeda. Los crímenes de guerra, incluida la tortura de civiles, son presentados desdeñosamente como «daños colaterales».
La ocupación militar de Irak ha conllevado la muerte de más de 100.000 civiles iraquíes (según el estudio de la John Hopkins School of Public Health publicado en Lancet).
Hoy disponemos de innumerables evidencias de la aplicación rutinaria de la tortura y del levantamiento de campos de concentración, para no mencionar el secuestro de civiles, incluidos niños, que son enviados al campo de concentración de Guantánamo, en Cuba.
Matar al mensajero : Las fuerzas armadas norteamericanas han señalado y asesinado a periodistas independientes en Irak, que no informaban siguiendo las mentiras y patrañas del eje militar anglo-americano.
Mientras la comunidad internacional presta mucha atención a los programas nucleares de Irán y Corea del Norte, las evidencias apuntan a que la coalición militar encabezada por los Estados Unidos utiliza de forma continuada armas prohibidas. Y a que planea utilizar armas nucleares en la siguiente fase de la guerra.
En Irak se han utilizado el napalm y las bombas de fósforo blanco contra civiles en áreas urbanas densamente pobladas. Los medios occidentales (especialmente la BBC) han tratado de camuflar el uso de estos sistemas armamentísticos.
Tortura
La tortura forma parte de la política oficial del gobierno de Estados Unidos. Las órdenes de torturar a presos de guerra en Irak y Guantánamo emanaron de los niveles más altos de la administración Bush. Guardianes e interrogadores del ejército y de la CIA actúan siguiendo instrucciones muy precisas en este sentido.
El presidente de Estados Unidos ha autorizado directamente el uso de la tortura, incluida «la privación de sueño, situaciones límite, perros militares, capuchas, etc. (Véase: http://globalresearch.ca/articles/ACL412A.html ).
Las cámaras de tortura y los centros de detención secretos que la CIA ha construido en diversos países (incluidos algunos de la Unión Europea) siguen al pie de la letra las líneas maestras de la política de tortura.
Aunque la tortura es una práctica aceptada por la administración Bush, el debate actual en Estados Unidos no es sobre la tortura por sí misma, sino sobre si la información obtenida por terroristas sospechosos mediante la aplicación de la tortura puede ser utilizada en un tribunal para acusar a un supuesto «terrorista».
La criminalización de la justicia
A pesar de la indignación de la opinión pública, todo apunta a que existe una aquiescencia y gradual aceptación del programa de tortura de Estados Unidos. No se cuestiona la legitimidad de los criminales de guerra por parte de las más altas instancias públicas que formalmente ordenaron esos crímenes. «Las opiniones jurídicas» obtenidas de los magistrados a raíz de los datos obtenidos por los criminales de guerra están siendo utilizadas para «legalizar» la tortura y redefinir el derecho.
Los criminales de guerra ocupan posiciones de autoridad de forma legítima, lo cual les capacita para redefinir los contornos del sistema judicial y las formas de aplicación del derecho. Esto les faculta para decidir «quiénes son criminales», cuando en realidad son ellos los criminales.
En otras palabras, de lo que se trata es de la criminalización del Estado y de sus diversas instituciones, incluida la criminalización de la Justicia.
Se le ha dado la vuelta a la verdad como a un calcetín. La propaganda de Estado construye un consenso entre el Ejecutivo, el Congreso y el Ejército. Luego este consenso es ratificado por el poder judicial mediante un proceso descarado de manipulación legal.
Los medios de desinformación instilan en la conciencia de los estadounidenses la idea de que cierto uso de la tortura, la existencia de campos de concentración, los asesinatos extra-judiciales de los «enemigos díscolos», y todas las cosas que están pasando son, «bajo ciertas circunstancias», «aceptables» y perfectamente «legales» puesto que la Oficina de Asesoramiento Legal del Departamento de Justicia (OLC) dice que «esto es legal».
La existencia del un enemigo exterior imaginario que amenaza la Patria es la piedra de toque de la campaña propagandística. No sólo pretende que los ciudadanos de Estados Unidos estén a favor de la «guerra contra el terrorismo», sino también que apoyen un orden social en el que se pueda hacer uso legítimo de la tortura contra los «terroristas» como medio justificable de preservar los derechos humanos, la democracia, la libertad, etc.
Racismo y legislación antiterrorista
Mientras tanto, se ha desatado una ola de racismo y xenofobia contra los musulmanes en los países occidentales. El arresto arbitrario de musulmanes mediante falsos cargos se ha convertido en una práctica común.
En muchos países occidentales se han aprobado leyes «antiterroristas» que permiten el arresto y la detención sin cargos de los supuestos terroristas, incluidos los líderes de los llamados «grupos domésticos radicales» (o lo que es lo mismo: activistas contra la guerra), que ahora están tipificados como una amenaza a la seguridad nacional.
Mientras «expresa su preocupación» por la violación de los derechos humanos, la llamada comunidad internacional ha aceptado sin más la legitimidad de la «guerra contra el terrorismo». Además, a partir del 11-S, hay una parte significativa del movimiento contra la guerra que, al mismo tiempo que condena la guerra capitaneada por Estados Unidos, continúa sosteniendo la legitimidad de la «guerra contra el terrorismo».
A su vez, Naciones Unidas ha respaldado la «guerra contra el terrorismo». Bajo el disfraz de pacificador, Naciones Unidas, en violación flagrante de su Carta y de la jurisprudencia de Núremberg sobre crímenes de guerra, colabora con la coalición militar encabezada por Estados Unidos.
La guerra de propaganda
El objetivo subyacente a la campaña de desinformación de los medios de comunicación es dar un cariz humanitario a la guerra comandada por Estados Unidos, al tiempo que recaban el apoyo de la opinión pública en favor del programa norteamericano de «guerra contra el terrorismo». El racismo y la xenofobia, incluido el arresto ilegal de supuestos terroristas, son parte integral de la guerra de propaganda.
Uno de los objetivos principales de la guerra de propaganda es el de «fabricar un enemigo». Puesto que crece el sentimiento en contra de la guerra y empieza a desmoronarse la legitimidad política de la administración Bush, conviene sembrarse dudas a diestro y siniestro para afianzar la existencia de este «enemigo exterior» imaginario.
La propaganda no sólo se propone enmascarar la verdad, sino que quiere «eliminar las evidencias» sobre como se fabricó la llamada Al Qaeda de Bin Laden como «enemigo exterior» y se la transformó en «el enemigo número uno». Toda la doctrina sobre seguridad nacional se basa en la existencia de un «enemigo exterior» que amenaza la Patria.
Para la administración Bush es fundamental disponer de una «causa justa» que permita justificar la invasión y ocupación de Afganistán e Irak.
La «guerra contra el terrorismo» y la noción de «prevención» son asociadas al derecho de «autodefensa». Definen «cuándo es aceptable empezar una guerra»: ius ad bellum.
El ius ad bellum [el derecho a hacer la guerra] también sirve para cohesionar las estructuras de mando de las fuerzas armadas. También sirve para convencer a las tropas de que están luchando por una «causa justa». Más en general, la teoría del derecho a hacer la guerra en su versión actual es parte integral de la guerra de propaganda y de la desinformación de los medios de comunicación, esta vez dedicada a recabar el apoyo del público a la agenda bélica.
En octubre del año 2001, cuando se bombardeó y luego se invadió Afganistán, muchos «progresistas» defendieron la doctrina militar del gobierno de la «causa justa». A raíz del 11-S se aceptó sin más el argumento de la «autodefensa» como respuesta legítima, sin preocuparse de analizar el hecho de que la administración norteamericana no sólo había promovido «la red terrorista islámica», sino que se había servido de ella en el encumbramiento del gobierno talibán de los años 1995-1996. Además, la invasión de Afganistán estaba perfectamente planificada mucho antes del 11 de septiembre de 2001.
A partir del 11-S el movimiento anti-guerra contra la invasión ilegal de Afganistán quedó completamente aislado. Los sindicatos y otras organizaciones de la sociedad civil se tragaron las mentiras de los medios de comunicación y la propaganda del gobierno. Dieron por bueno el argumento de que la guerra era contra Al Qaeda y los talibanes.
Ganó la desinformación mediática. Se confundió completamente a la gente sobre los verdaderos motivos de la invasión de Afganistán. Osama bin Laden y los talibanes eran los principales sospechosos de los ataques del 11-S, sin que existiera la más mínima prueba y sin parar mientes en la relación histórica entre Al Qaeda y el aparato de inteligencia de Estados Unidos. En este sentido, es fundamental entender bien el 11-S para poder tener una posición consistente en contra de la guerra.
La «guerra contra el terrorismo» es la piedra de toque de la campaña de desinformación de la propaganda oficial y de los medios de comunicación. En una lógica completamente absurda, se presenta a Al Qaeda como un superpoder emergente, capaz de iniciar un ataque militar contra los Estados Unidos.
La guerra «contra el terrorismo»
«Existe abundante documentación del hecho de que la guerra contra el terrorismo es una fabricación torticera. Al Qaeda es un «activo de inteligencia» creado por Estados Unidos. El saudí Osama bin Laden es una creación de la política exterior americana. Fue reclutado durante la guerra soviética de Afganistán «para, irónicamente, combatir a los invasores soviéticos bajo los auspicios de la CIA». Durante la Guerra Fría, pero también después, la CIA jugó un papel fundamental en el entrenamiento militar de los mujaidines (usando como intermediario el aparato de inteligencia militar de Pakistán).
Con el aliento activo de la CIA y el ISI [servicio secreto] paquistaní, se intentó convertir la jihad afgana en una guerra global iniciada por todos los Estados musulmanes contra la Unión Soviética, de modo que más de 35.000 musulmanes procedentes de 40 países islámicos estuvieron en la guerra de Afganistán entre 1982 y 1992. Decenas de miles más fueron a estudiar a las madrasas de Pakistán. Puede decirse que más de 100.000 musulmanes radicales extranjeros fueron influenciados directamente por la jihad afgana.» (Ahmed Rashid, «The Taliban: Exporting Extremism», Foreign Affaire, noviembre-diciembre, 1999).
Tanto las administraciones de Clinton como la de Bush han apoyado a las llamadas «bases militantes islámicas», incluida la Al Qaeda de Osama bin Laden, como parte de su programa militar y de inteligencia. Los vínculos entre Osama bin Laden y la administración Clinton en Bosnia y Kosovo están bien trazados en los registros del Congreso.
Irónicamente, el descubrimiento de las operaciones militares y de inteligencia en Bosnia fueron detalladamente documentadas por el Partido Republicano. Un extenso informe elaborado en el Congreso por el Comité del Partido Republicano (RPC) publicado en el año 1997 acusaba al Gobierno de Clinton de haber «ayudado a Bosnia a convertirse en una base militante islámica» que permitía el reclutamiento de miles de mujaidines del mundo islámico a través de la «red de militantes islámicos»:
«La implicación ‘práctica’ de la administración Clinton en la distribución de armas de la red islámica incluyó las inspecciones de misiles de Irán realizadas por funcionarios del gobierno de Estados Unidos (…). La Agencia de Ayuda al Tercer Mundo (TWRA), una falsa organización humanitaria radicada en Sudán (…), fue uno de los vínculos más importantes en la distribución de armas hacia Bosnia. Se cree que la TWRA estaba conectada con la red islámica del terror mediante individuos como el jeque Omar Andel Rahman (el cerebro convicto del ataque al World Trade Center de 1993) y Osama bin Laden, un rico emigrante saudí que se cree que financió a diverso grupos de militantes. (Informe de prensa del Congreso, Comité del Partido Republicano, Congreso de Estados Unidos, «Clinton-Approved Iranian Arms Tranfers Help Turn Bosnia into Militant Islamic Base», Washington DC, 16 de enero de 1997. El documento original puede encontrarse en la página web del RPC del Senado (senador Larry Craig) en: http://www.senate.gov/~rpc/releases/1997/iran.htm
Contraterrorismo
La CIA ha creado sus propias organizaciones terroristas, incluida «Al Qaeda en Mesopotamia», encabezada por Abu Musab Al Zarqawi.
Al mismo tiempo, crea sus propias alertas terroristas acerca de las organizaciones terroristas que ella misma ha creado. Además, ha desarrollado un vasto programa contraterrorista con financiación multimillonaria para «perseguir» a estas organizaciones terroristas.
El contraterrorismo y la guerra de propaganda están interrelacionados. El aparato de propaganda nutre de noticias la cadena de desinformación. Las alertas terroristas deben parecer «genuinas». El objetivo es presentar a los grupos terroristas como «enemigos de Estados Unidos».
El empeño subyacente es recabar el apoyo de la opinión pública a favor del programa de «guerra contra el terrorismo» de Estados Unidos.
La «guerra contra el terrorismo» requiere de un mandato humanitario. La guerra contra el terrorismo es presentada como una «guerra justa» que debe ser librada sobre sólidos fundamentos morales «para reparar la situación de los que sufren injustamente».
Para alcanzar los objetivos de su política exterior, las imágenes del terrorismo deben tener una presencia vívida en las mentes de los ciudadanos, a los que constantemente se recuerda la amenaza terrorista.
La campaña de propaganda presenta los retratos de los líderes que están detrás de la red terrorista. En otras palabras, en la campaña «publicitaria» conviene «ponerle rostro al terror».
Fabricar los indicios de inteligencia
La campaña de propaganda se ha apoyado en una fabricación masiva de los indicios de inteligencia.
Las revelaciones acerca del controvertido memorando de Downing Street y del dossier falsificado del uranio de Níger no son sino la punta del iceberg.
Como bien se sabía y se tenía pruebas de ello antes de la invasión de Irak, lo sustancial de la presentación de Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no sólo fue fabricado, sino que de hecho estaba basado literalmente -en lo que constituye un caso flagrante de plagio- en un texto disponible en Internet que escribió un estudiante:
Un análisis textual pormenorizado del informe de la Inteligencia británica citado por Colin Powell en su discurso [de 5 de febrero de 2003] ante Naciones Unidas sugiere que sus autores británicos tuvieron un acceso muy limitado a fuentes de inteligencia que trabajasen sobre el terreno, por lo que basaron su trabajo en documentos académicos, que manipularon de forma selectiva.
Los autores del dossier son miembros de la oficina de prensa de Tony Blair en Whitehall. El servicio secreto británico (MI6) ni siquiera fue consultado o, más probablemente, en realidad proporcionó un tipo de información que no casaba con los argumentos de los políticos. En síntesis, una simple conjetura interesada fue vendida como un producto de inteligencia.
La mayor parte del documento de 19 páginas (páginas 6-16) fue directamente copiado, sin reconocerlo, de un artículo del pasado septiembre [de 2002] de la Middle East Review of Internation Affaire titulado «Iraq’s Security and Intelligence Network: A Guide and Análisis». El autor del texto es Ibrahim al-Marashi, un estudiante postgraduado en el Monterey Institute of International Studies. Él mismo me ha confirmado que el MI6 en ningún momento le pidió permiso para reproducirlo; en realidad , no supo de la existencia del documento británico hasta que le hablé de él.
A modo de conclusión
La llamada «guerra contra el terrorismo» es una mentira.
Existen numerosas pruebas documentales que muestran que el pretexto utilizado para iniciar la guerra fue una completa fabricación.
Se ha manipulado la realidad hasta darle la vuelta como a un calcetín. Los actos de guerra se anuncian como «intervenciones humanitarias» con el propósito de restaurar la «democracia».
La ocupación militar y el asesinato de civiles se presentan como «operaciones de mantenimiento de la paz».
La derogación de las libertades civiles por la llamada «legislación antiterrorista» se describe como un medio para mejorar la «seguridad interior» y para afianzar las libertades civiles.
Mientras tanto, la economía civil está abocada a la crisis; se recorta el gasto en salud y educación para financiar el complejo militar-industrial y el estado policial.
Bajo el imperio americano millones de personas en todo el mundo han sido arrojadas a la más abyecta pobreza, y los países han sido convertidos en territorios abiertos.
Se han instalado los protectorados estadounidenses con la bendición de la llamada «comunidad internacional». Se constituyen «gobiernos interinos». Las Naciones Uniones casualmente nombran marionetas políticas promovidas por las grandes petroleras estadounidenses, y gradualmente han ido asumiendo el rol de legitimador de lo que hace la administración norteamericana.
Revertir la marea de la guerra no puede limitarse a criticar el programa bélico de Estados Unidos. En último término lo que se discute es la legitimidad de los actores políticos y militares y las estructuras de poder económico, que son las que en realidad controlan la formulación y dirección de la política exterior norteamericana.
Mientras la administración Bush desarrolla una «guerra contra el terrorismo», las evidencias (incluidas montañas de documentos oficiales) confirman sin lugar a dudas que las sucesivas administraciones estadounidenses han apoyado, incitado y amparado el terrorismo internacional.
Hay un gran interés en borrar este hecho porque, de llegar a oídos del público, la legitimidad de la llamada «guerra contra el terrorismo» caería «como un castillo de naipes». Y si esto ocurriera se vería seriamente amenazada la legitimidad de los actores mueven los hilos entre bambalinas.
¿Qué puede hacerse para quebrar de forma efectiva las agendas bélica y de formación de un estado policial? Básicamente, refutando la «guerra contra el terrorismo», que constituye la espina dorsal de la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos.
El programa bélico no se desarbola con el sentimiento contra la guerra. Uno no frena la ola diciéndole al presidente Bush: «por favor, acate la Convención de Ginebra» y la Carta de Núremberg. Una agenda anti-guerra consistente requiere echar de sus puestos a los criminales de guerra que ocupan los más altos cargos como primer paso para desarmar a las instituciones y a la estructura corporativa del Nuevo Orden Mundial.
Para acabar con la Inquisición debemos acabar con su propaganda, sus campañas de miedo e intimidación que impelen a la opinión pública a aceptar la «guerra contra el terrorismo».
M ichel Chossudovsky es autor del best seller internacional «The Globalization of Poverty», traducido a once idiomas. Es profesor de Economía en la Universidad de Ottawa y Director del Center for Research on Globalization, que mantiene una prestigiosa página web: www.globalresearch.ca . Su libro más reciente lleva por título: «America’s ‘War on Terrorism'», Global Research, 2005.
Traducción para www.sinpermiso.info : Jordi Mundó
Apéndice
Existe una gran cantidad de evidencias documentales sobre el papel jugado por Al Qaeda. Recientes revelaciones ha hecho aflorar más evidencias de que el aparato de inteligencia de Estados Unidos ha patrocinado a los terroristas.
- Operación Able Danger
Documentos oficiales del Pentágono revelan que el cabecilla del 11-S y otros tres secuestradores estaban sometidos a estrecha vigilancia en una operación secreta del Pentágono desde más de un año antes del 11-S.
Estos documentos refutan gran parte de la versión oficial del gobierno de Estados Unidos, como la que se presentó ante la comisión del 11-S.
«Durante los últimos cuatro años se nos ha dicho por parte de la administración de George Bush -y así figura en el informe oficial del presidente Thomas Kean y del director ejecutivo de la comisión oficial del 11-S- que el extremista egipcio Mohammed A
Global Research, 2 enero 2006