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¿Qué quedará de la guerra de Iraq en la memoria colectiva cuando las futuras generaciones hayan sido "educadas"?

La guerra de Iraq en los textos escolares

Fuentes: Kaosenlared

 ¿Qué quedará de la guerra de Iraq en la memoria colectiva cuando las futuras generaciones hayan sido «educadas»? Si en un primer momento muchos medios de comunicación se mostraron algo críticos con la invasión de Estados Unidos, a lo largo del tiempo el asunto se ha ido desdibujando y enterrando. Los libros de texto escolares […]

 ¿Qué quedará de la guerra de Iraq en la memoria colectiva cuando las futuras generaciones hayan sido «educadas»? Si en un primer momento muchos medios de comunicación se mostraron algo críticos con la invasión de Estados Unidos, a lo largo del tiempo el asunto se ha ido desdibujando y enterrando. Los libros de texto escolares suelen actualizarse con algunos años de retraso, así que la masacre de cientos de miles de personas inocentes (hombres, mujeres, niños, ancianos) puede pasar ahí casi desapercibida o despojada de toda gravedad. Y como un alumno de 16 años hoy sólo tenía 11 cuando la invasión, y 9 cuando los atentados del 11-S, se quedará con lo que le expliquen en clase, si es que se queda con algo. Lógicamente, el tema se agravará con el transcurso de los años.

Para mostrar de qué manera se presenta en la educación secundaria de España la guerra de Iraq, he analizado los textos de cuatro editoriales (Santillana, Barcanova, Vicens Vives y Teide) correspondientes al curso de Historia del Mundo Contemporáneo de primero de Bachillerato en España, el más avanzado de la secundaria para dicho tema.

La elección de las editoriales ha sido fruto del azar, pues simplemente son las que han enviado muestras al centro donde trabajo, aunque conjuntamente cubren una buena parte de la cuota del mercado de los libros de texto. Santillana pertenece al grupo Prisa, el primer grupo empresarial de comunicación en España y con una fuerte implantación en otros países, principalmente de Latinoamérica. Barcanova pertenece al grupo Anaya, que a su vez pertenece a Lagardère, un enorme grupo empresarial francés que, entre otras actividades, cuenta la fabricación de armas. Y las otras dos editoriales son más modestas aunque considerables en cuanto a la difusión de sus libros de texto.

Empecemos por Santillana, seguramente el más crítico con la invasión de Iraq y el que trata el tema con más detalle (dos páginas). La introducción empieza diciendo que, tras la primera guerra del Golfo, «la idea de derribar a Saddam Hussein y aumentar la influencia norteamericana en el país se mantuvo como un objetivo de la política exterior de los Estados Unidos». Después comenta que los atentados del 11 de septiembre de 2001 «proporcionaron la coartada perfecta para hacer realidad este proyecto». Hasta ahí correcto, pero luego empieza a cambiar el tono para adecuarlo al discurso oficial.

El libro interpreta que la «teoría del ataque preventivo» surgió del «temor a que en un próximo ataque se pudiesen utilizar armas de destrucción masiva», así que pasamos de un «proyecto» previo y una «coartada» con los atentados del 11-S a un temor sincero. Es decir, un cambio radical en la intencionalidad.

Luego sí dice que los inspectores de la o­nU no encontraron las armas, pero no hay una palabra sobre las patrañas y los montajes del gobierno estadounidense, como el reconocimiento de la administración Bush, antes del 11-S, de que Iraq no tenía armas de destrucción masiva, la invención del uranio del Níger, las fotos y dibujos falsos que Powell mostró en la o­nU («evidencia irrefutable», según Javier Solana), etc.

Sobre el ataque, se reconoce en el texto que no contó con el apoyo del Consejo de Seguridad de la o­nU, e incluso se apuntan unas «razones de fondo»: control del petróleo y el gas, anular un enemigo potencial de Israel y ejemplificar la hegemonía estadounidense. Esto es lo más lejos que llega el libro, y estaría muy bien si no fuera porque no extrae de ello su principal consecuencia lógica, a saber, la inmoralidad fundamental de la política exterior estadounidense. A partir de aquí, la capacidad crítica del texto cae en picado.

Al transcurso de la guerra y sus víctimas sólo se dedica un párrafo. Se comenta que el número de bajas fue reducido entre los estadounidenses y sus aliados y «mucho más grande» en el lado iraquí, que además incluyó «mucha población civil», sin dar más detalles ni calificarlo de ningún modo.

Esto contrasta con el tratamiento dado, más adelante, a los atentados contra Estados Unidos y sus aliados, a los que se dedica una página y media. Se cita el atentado contra el World Trade Center en 1993, que provocó «seis muertos y casi mil heridos», los atentados contra las embajadas en Kenia y Tanzania, con «más de doscientas víctimas» y por supuesto los «terribles» atentados del 11-S, donde murieron «casi tres mil personas». Para este atentado hay un cuadro exclusivo, que ocupa media página, donde se dan más datos, detalles emotivos y la clásica foto de las torres en llamas. Finalmente se citan los atentados de Madrid y Londres, calificados de «horribles» y de los que se señala «el terror y dolor» que han provocado.

Resumiendo. Para las víctimas civiles de países agresores o patrocinadores de las matanzas en Iraq, datos concretos, detalles emotivos, relatos humanos, fotos, etc. Para las víctimas civiles del país agredido y destruido, que se cuentan por cientos de miles o incluso más de un millón, un simple «mucha población civil». Dos formas muy distintas de valorar las vidas humanas.

Sigue el relato del libro con una sección titulada «Una posguerra difícil», donde la identificación con la propaganda oficial es absoluta. Lo primero que encontramos, resaltado en negrita, son los objetivos declarados por Bush, «la democratización del régimen y la reconstrucción del país». Se señala que «ha resultado evidente que una mayoría de la población iraquí (…) ha recibido con alegría el final del régimen de Saddam Hussein», pero no se dice nada del rechazo a la ocupación estadounidense.

Sobre los nobles objetivos de Estados Unidos, que ya no se cuestionan, se explica que se «han visto entorpecidos» por una serie de actuaciones «erróneas»: la destrucción de «todas las estructuras del estado», la «lentitud de la actuación reconstructora» y el «descubrimiento de la existencia de torturas a prisioneros iraquíes». ¡Errores! Añade el libro que esto último hizo crecer la animadversión «de una parte de la población» hacia los Estados Unidos. Finalmente, encontramos en el margen otro cuadro dedicado a la «dificil postguerra» donde sólo se dan datos de los ataques a las tropas estadounidenses. Al parecer, la posguerra sólo es difícil para los soldados invasores, no para la población civil a la que se ha masacrado.

Como dije al principio, el tratamiento de Santillana es el más completo, aunque no explica nada del sufrimiento de la población iraquí. Pasemos a las otras editoriales.

El texto de Barcanova dedica sólo parte de una página a la guerra de Iraq, en un apartado titulado «El atentado a las Torres Gemelas y la guerra de Iraq». En dicha página encontramos la típica foto del atentado (que también está en el inicio del tema, a toda página, y en la portada del libro) y un cuadrito de «vocabulario» para la voz «Al-Qaida». No hay que ser un experto en semiótica para observar cómo la invasión de Iraq se relaciona justamente con lo que pretendía la propaganda, los atentados del 11-S y el «terrorismo islámico radical» (así se define Al-Qaida en el cuadro de vocabulario)

En el texto se asume que los aviones fueron secuestrados por «terroristas islámicos a las órdenes de Osama Bin Laden». A continuación, y nuevamente reproduciendo el discurso oficial, se dice que Estados Unidos orientó entonces su política exterior «contra el terrorismo islámico». La invasión y el bombardeo de Afganistán, que provocó miles de víctimas civiles, se describe como una «ofensiva militar rápida», que conduce a «las primeras elecciones democráticas del país el año 2004».

En cuanto a la invasión de Iraq, en ningún momento se aclara que Iraq no tenía nada que ver con el atentado del 11-S. Tan sólo se comenta que «la crisis más profunda» se produjo cuando Bush decidió atacar Iraq «con el mismo argumento -ser la sede del terrorismo internacional- añadiendo el peligro de la posesión de armas de destrucción masiva por parte del dictador iraquí». Ninguna valoración crítica a esto, sólo que «no obtuvo el soporte de la o­nU y algunas potencias se opusieron abiertamente».

La guerra en sí no ocupa ni tres líneas, así que lo citaré por extenso:

«el 20 de marzo de 2003 el ejército norteamericano ayudado por tropas británicas y de otros países desencadenó una ofensiva en Iraq que acabó con el derrocamiento de Saddam Hussein».

La página acaba citando las «elecciones democráticas del 2005» y señalando que el país sigue «desestabilizado» y que su población continúa sometida a una constante acción terrorista «por parte de los resistentes».

El texto de Vicens Vives trata la guerra de Iraq dentro de un aparto titulado «Las guerras contra el terrorismo», toda una declaración de intenciones. Ocupa algo menos de una página y la foto correspondiente es la de un soldado tapando la cabeza de la estatua de Saddam Hussein con una bandera de Estados Unidos (la foto de los atentados del 11-S, que no puede faltar, está a toda página al principio del tema).

A este texto le debemos la única cuantificación de las víctimas, en una tabla situada en un margen. Para la población civil iraquiana cifra el total en 70.100 muertos o 601.000 en lo que considera una «estimación» (tal vez basada en el estudio realizado por la revista médica The Lancet, aunque la cifra que ésta dio es algo superior). Sin embargo, de la magnitud de las cifras no se extrae ninguna conclusión, y el texto no lo trata en absoluto (los atentados del 11-S, calificados de «aterradores», se comentan en detalle)

La descripción de los hechos es la usual, las conocidas acusaciones del gobierno de Estados Unidos y la observación de que «no consiguió un consenso internacional». A pesar de ello, se inician las «hostilidades militares» hasta que cae el régimen de Saddam Hussein. Sin embargo, las tropas continúan en el país «para garantizar la consolidación de un nuevo gobierno democrático», según el libro. Luego se habla de la «falta de confianza de la población iraquí» en los nuevos «administradores extranjeros», que no se ven «como una fuerza de liberación sino como un ejército de ocupación».

Finalmente se expresa la opinión de que «la guerra de Iraq no consiguió ninguno de sus objetivos: las armas de destrucción masiva no se encontraron nunca, la democratización del sistema político iraquí no se ha conseguido y el país se encuentra inmerso en una terrible ola de violencia». Así pues, ésos fueron, según los autores del texto, los objetivos de la guerra, exactamente los mismos que proclama el discurso oficial.

Por último comento el tratamiento en el libro de la editorial Teide, que se puede citar en su totalidad:

«Con la finalidad de derrocar el régimen de Saddam Husayn (sic), el año 2003 una coalición de países liderada por Estados Unidos invadió Iraq. Después de esta segunda guerra del Golfo o guerra de Iraq, se convocaron unas elecciones democráticas, pero el país está sumido en una profunda crisis política con enfrentamientos étnicos y la presencia del terrorismo islámico de Al-Qaida».

Eso es todo. Sin embargo, cómo no, el tema viene introducido por una foto a toda página de los atentados del 11-S, asegurándose en el pie de foto que «conmocionaron el mundo» y fueron el inicio de «una reacción contra el terrorismo por todo el mundo que emprenderían los Estados Unidos con el soporte de gran parte de los países del mundo».

¿Qué conclusiones podemos extraer? Primero hay que dejar claro que esto es lo que ponen los libros, no necesariamente lo que el profesor explicará. Por desgracia, en general los profesores no se complican la vida demasiado. Ahí está el temario desarrollado, con sus esquemas, sus colorines y sus ejercicios para machacar la doctrina. Sólo es cuestión de empollar la lección y aprobar así el examen de turno. Eso es lo único que cuenta en la mayoría de los casos, así que no debemos hacernos ilusiones sobre un profesorado crítico que se trabajará los temas aparte del libro de texto. Algunos lo harán, pero son una minoría.

Finalmente, la triste realidad es que la mayoría de los jóvenes de las siguientes generaciones, o no sabrán nada sobre el tema, en el mejor de los casos, o se quedarán con la versión que interesa al poder. Y esto que he mostrado corresponde a la educación no obligatoria, pero antes todos han pasado por un cuarto de ESO donde también se enseña la historia contemporánea pero de manera mucho más superficial, si cabe, con menos horas de clase y una situación en el aula más difícil. La idiotización de las masas sigue su curso.