Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza.
La Administración estadounidense de Barack Obama -como la de su conservador predecesor- ha hecho de la agresión militar el pilar de su política en Oriente Medio y el Norte de África (MENA, por sus siglas en inglés). Hoy en día la «guerra contra el ISIS» ocupa los titulares que antes recogían la «guerra global contra el terror», pero las tramas son las mismas: ataques aéreos masivos, muerte y destrucción de los pueblos atacados, oleadas de refugiados y apremiantes crisis humanitarias. El presidente Obama sigue recibiendo críticas por no haber derrotado rápidamente al ISIS. Sin embargo, aunque aplastar al ISIS pueda ser el objetivo oficial declarado, la agenda real parece ser una guerra interminable con el fin de debilitar a las potencias regionales. Ya hemos visto esta estrategia antes -casi con los mismos actores- en la guerra Irán-Iraq de los años 80.
En febrero de 1979 la revolución iraní depuso al sah [Mohamed] Reza Pahlevi, que había gobernado Irán desde 1953, cuando un golpe de Estado orquestado por la CIA lo instaló en el poder. Tras la revolución se instauró en el país la República Islámica de Irán bajo el liderazgo del ayatolá Ruhollah Jomeini. Cuando el régimen iraní afín a Estados Unidos fue derrocado, las autoridades estadounidenses buscaron un nuevo aliado en la región y empezaron a templar las relaciones con el vecino Iraq, a pesar de estar incluido en la lista de países patrocinadores del terrorismo que elabora cada año el Departamento de Estado.
Las fricciones entre el ayatolá Jomeini y el Gobierno baazista de Iraq no tardaron en aparecer. El presidente Sadam Husein -también instalado en el poder con la ayuda de la CIA- intentó doblegar cualquier desafío planteado por los islamistas iraquíes al gobierno laico del partido Baaz. El surgimiento de una teocracia en Irán supuso una nueva y preocupante amenaza para su régimen. El ayatolá Jomeini preveía expandir el gobierno teocrático iraní a través de la región, incluyendo las monarquías del Golfo como Arabia Saudí, a la que -correctamente- señalaba como corrupta. A medida que aumentaban las tensiones, tanto Estados Unidos como Arabia Saudí aseguraron a Sadam Husein que lo apoyarían en cualquier conflicto armado con Irán. En septiembre de 1980, animado por Estados Unidos, Sadam Husein inició la guerra Irán-Iraq.
Durante el conflicto el presidente estadounidense Ronald Reagan se alió oficialmente con Iraq. Secretamente, sin embargo, funcionarios del Gobierno vendieron armas a Irán, utilizando parte de los beneficios para financiar a los Contras -grupos paramilitares antisandinistas- en Nicaragua. El escándalo fue conocido como el Iran-Contra Affair. Aunque varios miembros de la administración estadounidense recibieron una amonestación menor por sus acciones ilegales, el mayor precio lo pagaron las familias iraquíes e iraníes, por no hablar de las nicaragüenses. Esa guerra duró ocho años, con el apoyo de Estados Unidos a ambas partes, y dejó más de un millón de víctimas. La larga duración del conflicto también dejó sangrando, muy debilitados y sin infraestructura a dos de los países más fuertes de la región, favoreciendo la hegemonía estadounidense e israelí.
De manera comparable, a día de hoy Estados Unidos está armando a los dos bandos de la actual guerra en el Golfo: los extremistas suníes del ISIS y los teócratas conservadores chiíes de los Gobiernos iraquí e iraní, que además están aliados con el Gobierno laico de Bashar Al-Assad en Siria. Este conflicto estratégico que atenaza la región es consecuencia directa de la invasión y la ocupación ilegal de Iraq liderada por Estados Unidos y el Reino Unido en 2003.
Una vez que el Gobierno laico de Iraq -conocido por su crueldad- fue derrocado con la invasión «Shock and Awe«, quienes estaban al frente de la Administración estadounidense instalaron en el poder a los líderes chiíes que mantenían fuertes lazos con Irán. En las décadas anteriores, muchos de estos nuevos funcionarios iraquíes habían sido forzados al exilio por Sadam Husein debido a sus ambiciones políticas teocráticas. Encontraron refugio en Irán, donde sus partidos eran apoyados por el Gobierno, y algunos de ellos sirvieron en el Ejército iraní durante la guerra Irán-Iraq. Estos conservadores chiíes se mantuvieron en el poder mediante varias rondas de elecciones controvertidas. Por ejemplo, el actual primer ministro de Iraq, Haider al-Abadi, como sus predecesores Nouri al-Maliki e Ibrahim al-Jaafari, es miembro del partido chií conservador Dawa con sede en Irán. Su gobierno se ha caracterizado por la brutal represión de la población, incluyendo el uso de escuadrones de la muerte para eliminar a la oposición.
El «nuevo» (desde 2003) Ejército iraquí también ha sido moldeado por la influencia iraní. Bayan Jabr, ex líder de las Brigadas Badr, fue el encargado de organizar sus filas en su calidad de ministro del Interior de Iraq. Desde su creación el nuevo Ejército ha reclutado a jóvenes iraquíes desesperados por conseguir un puesto de trabajo, así como a miembros de las milicias del partido conservador chií procedentes de Irán. Esta fuerza -armada, entrenada y financiada por Estados Unidos- está actualmente dirigida por el general Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán.
El represivo régimen teocrático chií impuesto en Iraq por los ocupantes estadounidenses generó inevitablemente un movimiento en contra: una facción sectaria suní opositora que en los últimos años se ha transformado en el ISIS. Al igual que el Ejército iraquí, el ISIS también está formado por combatientes extranjeros y jóvenes iraquíes que buscan desesperadamente un trabajo y el fin de su opresión. Según el periodista Nafeez Ahmed, las potencias occidentales predijeron el surgimiento de un peligroso grupo extremista como ISIS en 2012. Pero no solo lo predijeron, sino que contribuyeron a su aparición financiando y armando a «grupos rebeldes» extremistas en Siria que servirían para controlar el poder chií en la región: un poder que se expandió como resultado de la política estadounidense en Iraq. Hoy, en 2015, el presidente Obama no tiene la menor intención de destruir al grupo terrorista que tanto él como otros Gobiernos occidentales y sus aliados regionales ayudaron a crear.
Hasta ahora los principales campos de batalla del conflicto están siendo Iraq y Siria, pero el frente puede extenderse a Libia, Nigeria y otros países en los que la política occidental ha devastado la vida de sus habitantes y servido para engrosar las filas del ISIS. Como ocurrió con Irán e Iraq en los años 80, la población de estos países es quien paga el precio más alto. Son ellos quienes sufren los bombardeos, quienes entierran a sus seres queridos y quienes buscan desesperadamente seguridad para sus familias. Y al igual que en aquellos años, la destrucción de estos países solo beneficia a la hegemonía de Estados Unidos e Israel, por no mencionar a los CEO de las empresas de armamento.
En 2014 el ISIS se hizo con el control de la ciudad de Tikrit, al norte de Iraq, que perdería en abril del año siguiente. El mes pasado el Ejército iraquí perdió el control de Ramadi y en este momento se está preparando para recuperarlo. Es de esperar que continúe esta secuencia de posiciones ganadas y perdidas. Y también que escuchemos hablar de la «inminente» amenaza del ISIS en suelo estadounidense durante los próximos años.
Al tratarse de un conflicto anterior al 11-S, sin fuerzas estadounidenses sobre el terreno, la guerra Irán-Iraq no recibió excesiva atención. Henry Kissinger plasmó su actitud hacia los bandos enfrentados en su famosa frase «es una pena que no puedan perder los dos». Pero con Estados Unidos directamente involucrado en la «guerra contra el ISIS» y la necesidad de apoyo público, los medios oficiales están presentando la actual crisis como una batalla entre el bien y el mal: los partidarios del ISIS versus todos los que se oponen a él. Al igual que con la guerra contra el terror, nuestra elección solo puede ser a favor de Estados Unidos o a favor de los terroristas.
Sin embargo, a lo largo del último siglo la «ayuda» estadounidense en la región de MENA ha incluido el derrocamiento de Gobiernos, el apoyo a crueles dictadores, la destrucción de infraestructura, la devastación del medioambiente, la creación de grupos extremistas y el genocidio. Así que yo no estoy a favor de Estados Unidos ni de los (otros) terroristas. Yo estoy a favor de la población civil de la región. Ellos no necesitan que les caigan encima los morteros del ISIS ni las bombas de barril del Gobierno ni los misiles estadounidenses. Lo que necesitan es un inmediato alto el fuego. Dejen vivir a la gente. Dejen a sus familias protegerse. Dejen pasar a los convoyes de ayuda humanitaria.
Las personas que sufren en la región necesitan un alto el fuego.
Ya han tenido bastante con toda la «ayuda» que han recibido de nosotros.
Dahlia Wasfi es médica y activista por la paz iraquí-estadounidense.
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/battling-isis-iran-iraq-war-redux-1538117706