La guerra nunca es un fin en sí mismo, no es el objetivo. La guerra no es más que un medio para conseguir un fin, como es el dominio y el botín de lo que se conquista. La victoria es la usurpación de la soberanía del vencido para así poder expoliar sus recursos, previa anulación […]
La guerra nunca es un fin en sí mismo, no es el objetivo. La guerra no es más que un medio para conseguir un fin, como es el dominio y el botín de lo que se conquista. La victoria es la usurpación de la soberanía del vencido para así poder expoliar sus recursos, previa anulación y destrucción de su estructura económica, social y cultural con lo que el país invadido queda inservible y destrozado. Previamente a todo esto, se necesita un montaje mediático de mentiras, para después poder asesinar y utilizar todo el terror inimaginable -como estamos viendo cada día- para provecho exclusivo de los conquistadores. Cuando la guerra concluye, entonces comienza el negocio derivado de la ocupación, que es el objetivo perseguido -y no otro- y que da paso a la llamada reconstrucción y a la ayuda humanitaria que es la manera de justificarlo todo.
Los países miembros de la Unión Europea títeres de Estados Unidos, vía Naciones Unidas o vía OTAN, aunque no hayan participado en la guerra, que solo era el medio, si ahora se implican en sus fines, son lo mismo -no menos- que si lo hubieran hecho directamente. La guerra neocolonial es un delito, pero no lo es menos ir detrás recogiendo el botín o ayudando a recogerlo, aparte de que la guerra y las masacres, no terminan nunca, siguen y siguen con la ocupación y, precisamente la ocupación, es violencia en sí misma y solo puede mantenerse con más violencia, entrando en la espiral de cada vez más y más, hasta que la propia violencia nos alcanza a todos nosotros, sintiéndonos -quizás como culpables- amenazados como nos dicen los mismos políticos que la han originado. El hecho es que nos inventamos el pasar de verdugos a víctimas, eso, a víctimas de nuestro propio terror, sin que ninguno de los políticos responsable nos justifiquen, fundadamente, por qué o para qué nos han metido
en esta ciénaga de sangre.
Colaborar económicamente, como ha hecho el actual Gobierno español en la reciente campaña electoral iraquí, absolutamente fantasma, para legalizar la ocupación, donde nadie conocía a los candidatos, donde los observadores internacionales no pasaron de Jordania o no salieron del cinturón verde de la fortaleza de los ocupantes, con unas elecciones bajo toque de queda, para elegir a unos títeres que validen la «Coalición Internacional» de dos países, EEUU y Reino Unido y, a alguno más con cuatro soldados mercenarios.
Nuestro Gobierno se ha comprometido a colaborar con medios y dinero en el adiestramiento de soldados y policía iraquí (o palestina, da igual) para que contribuyan, de hecho, a mantener la ocupación del orden neocolonial de sangre por petróleo, en un ejercicio de cinismo e insulto a las últimas elecciones de su programa de retirada, aunque por lo visto, se trataba de una retirada electoral. No solo es delincuente quien delinque directamente, si no también quién colabora.
La Legión Condor de Hitler bombardeó Guernica (decía mi padre, atónito testigo y superviviente) que, aquel pueblo de unos pocos miles de habitantes, había quedado destruido. Faluya, ciudad cien veces mayor, con cerca de medio millón de habitantes, simplemente ha desaparecido. Faluya ya no tiene miedo ni al terrorismo ni a nada ni a nadie. Faluya ya no existe. Sus habitantes, los que quedan, deambulan inexistentes y perdidos por donde nadie sabe y por donde a nadie le importa y, mucho menos, cómo sobreviven ni qué comen.
Es posible que las elecciones en Iraq hayan sido todo un éxito y es posible que se mantenga el orden, pero ¿Quién se lo va a creer?.
Nuestro Gobierno socialista ha colaborado y promete continuar colaborando en la formación y adiestramiento de la policía y del ejército iraquí, como consecuencia de la servidumbre debida a la reciente cumbre, en la que Estados Unidos, ha convocado a la Unión Europea y a su dúo de fieles Onegés, OTAN y Naciones Unidas.
Mientras, nos dicen, que todos nosotros estamos amenazados por el terrorismo. ¿Tan amenazados como nuestros enemigos de Faluya?