Los nuevos dispositivos de propósito no general -como las tablets- no son neutrales ni permiten a su dueño utilizar sus capacidades libremente, y por extensión su éxito podría llegar a constituir un peligro para encontrar fórmulas sociales y modelos de negocio libres y alternativos a la industria tecnológica y mediática. «(…)el ordenador personal, tal y […]
«(…)el ordenador personal, tal y como lo conocimos, abierto, configurable, clónico, manipulable y hackeable podría no estar con nosotros cuando nos haga falta, víctima de una guerra que está pasando desapercibida para muchos«.
José Alcántara, aka Versvs
Papá Noel me trajo un iPad. Aunque desde su advenimiento siempre pensé (y dije) que la euforia por los tablets podía traernos un efecto narcotizante por su pasividad, al mismo tiempo no podía evitar pensamientos del tipo: «bueno, tampoco estaría mal tener uno para opinar con criterio» o, simplemente, «me vendría bien para ciertas reuniones y para no ir cargado con el portátil a los congresos». Ahora que ya no necesito inventar excusas para el autoengaño, después de tres semanas con un iPad en la mano, solo puedo decir que me alegro al menos de no haberlo comprado directamente yo. Y esta -entiendo que- inusual situación es una pieza que me sirve muy bien para explicar el complicado puzzle que nos están construyendo y que afectará al periodismo de pasado mañana.
Al margen de la utilidad de un iPad para alguien que como yo se pasa un mínimo de 8 horas diarias frente a un ordenador, lo importante es la consecuencia de su éxito, junto con los smartphones. Como dice Versvs en su post, asistimos a la sustitución programada de las máquinas de propósito general. A esos ordenadores y portátiles en los que su dueño es eso, dueño de la máquina, y utiliza su potencial para leer el e-mail o para abrir puertos del router y programar nuevas herramientas libres. Están siendo poco a poco sustituidas por dispositivos de propósito concreto o en todo caso acotados por Apps cuya mera existencia debe estar bendecida por el dueño del mercado de Apps asociado al sistema operativo del dispositivo (Apple en el iOS, Google en Android, Microsoft en Windows Mobile, RIM en BlackBerry, etc.).
¿Qué tiene esto que ver con el periodismo? Mucho. Dice Versvs:
«Ante este advenimiento de nuevo hardware de capacidades limitadas por un software diseñado a tal efecto, la anti-Internet (centralizada, controlada, disneyficada) se regocija«
Internet es neutral en el PC, en el portátil, pero no en los móviles y en las tabletas. El reciente éxito de estos dos últimos, dispositivos de consumo pasivo y claramente mainstream, es una buena noticia para la industria tradicional de medios y una mala noticia para el avance y consolidación de la Sociedad del Conocimiento. No puede existir tal si al final tenemos que, como en la era massmedia del siglo XX, existen tan sólo X productores y proveedores de contenidos y sólo X vías (controladas, con fuertes barreras de entrada) a través de las que innovar, siempre y cuando dicha innovación no atente contra los modelos de negocio de dicha industria.
Hoy cualquiera puede montarse un servidor en su ordenador, ni siquiera necesita el cloud computing (otro intento de hacernos dependientes). ¿Mañana? Hoy, cualquiera puede montar un blog, una red de blogs, un medio independiente, hackear templates y CMS e innovar en la forma en que se hace periodismo a través de la tecnología. ¿Mañana?
En esta misma línea, la todavía actual guerra de los derechos de autor, con la #LeySinde en España precediendo el paso de la global SOPA (si es EEUU, es global), es en realidad solo la primera escaramuza de una guerra que se intensificará cuando otros actores (otros lobbys) con más peso que la industria pro-copyright comiencen a pedir a los gobiernos que protejan sus caducos modelos de negocio, como apunta Cory Doctorow en un imprescindible artículo basado en su discurso ante el Chaos Computer Congress en Berlín, en diciembre de 2011, y traducido por César Córcoles. Como dice Cory:
«La libertad del futuro nos obliga a tener la capacidad de controlar nuestros dispositivos y establecer políticas significativas para ellos, de examinar y poner fin a los procesos de software que se ejecutan en ellos, y de mantenerlos como empleados honestos a nuestra voluntad, no como traidores y espías«.
Fuente: http://boingboing.net/2012/01/10/lockdown.html
Si en esta guerra gana la industria, gana SOPA, gana Sinde; si las personas se dejan seducir del todo por las tabletas, los dispositivos de uso concreto, de las Apps y de sus markets, ¿dónde quedará la innovación? ¿Quién podrá crear nuevas herramientas, también para el periodismo, si resulta que para que sean accesibles por los usuarios deben ser santificadas primero por una industria que puede ver atacado su modelo de negocio con dicha innovación? ¿Será el fin del verdadero triunfo de la Red, el trabajo distribuido y colaborativo en pos de metas comunes inalcanzables individualmente? ¿Será el retorno del Mainstream y el canal único? ¿No es este un escenario deseable también por los propios gobiernos en una época en que la apertura de la Red ha sido fundamental para la organización ciudadana frente a los poderes establecidos?
Del iPad me gusta mucho Flipboard -como a todos-, me gusta como herramienta pasiva, es un aparato muy bien hecho y realmente útil para consumir contenidos cómodamente. Pero no me gusta saber que Apple decide qué se puede ejecutar en mi iPad y qué no.
No me gustaría que llegara el momento en que la industria de medios tradicionales tuviera la excusa perfecta para seguir imponiendo su modelo de Periodismo como negocio, con las incompatibilidades obvias que ya padecemos y que la han llevado a la megacrisis que sufre, en lugar de reinventarse y permitir el auge de nuevos modelos de negocio -sin duda más sociales, pero autosostenibles siempre- para el periodismo.
Si perdemos el control sobre lo que podemos hacer con nuestros dispositivos, a la larga, perderemos la capacidad de explotar nuestras capacidades y nuestro talento. Y eso impedirá que se innove y que el conocimiento, incluidas las noticias, vuelva a producirse y distribuirse de arriba hacia abajo.