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Super Size Me

La hamburguesa mecánica

Fuentes: Ladinamo

Ya se puede afirmar sin temor a equivocarse que el documental Super Size Me (Morgan Spurlock, 2004), que investiga la epidemia de obesidad que azota EE UU, es el gran fenómeno de la temporada: costó cien mil dólares y al poco de estrenarse había recaudado treinta veces más, desencadenando un eco mediático que ha provocado […]

Ya se puede afirmar sin temor a equivocarse que el documental Super Size Me (Morgan Spurlock, 2004), que investiga la epidemia de obesidad que azota EE UU, es el gran fenómeno de la temporada: costó cien mil dólares y al poco de estrenarse había recaudado treinta veces más, desencadenando un eco mediático que ha provocado escenas de pánico en el departamento de relaciones públicas de McDonalds. Desde luego, tienen motivos para estar preocupados…

El talón de Aquiles de la utopía consumista es que, como bien sabe Homer Simpson, la rutina más nimia se puede acabar convirtiendo en una pesadilla kafkiana. Esta tendencia se cumplió a rajatabla durante el rodaje de Super Size Me: lo que empezó siendo una mordaz investigación sobre las causas de que dos de cada tres adultos estadounidenses sean obesos se acabó transformando en un sombrío thriller gastronómico digno, en efecto, de las peores pesadillas «homéricas». Todo empezó cuando el director de la película, Morgan Spurlock, vio en la tele a dos chicas que habían demandado a McDonalds. Acusaban a la cadena de comida rápida de haber provocado su obesidad. Spurlock decidió entonces investigar el trasfondo de la noticia y, hasta ahí, todo fue bien. El problema es que, además de filmar las pertinentes entrevistas con expertos y gente de la calle, el director decidió ofrecerse como conejillo de indias para llevar a cabo un curioso experimento: desayunaría, comería y cenaría el súper menú del McDonalds durante un mes. Las consecuencias físicas de la prueba son de las que quitan el hipo: su peso aumentó en doce kilos, se le dispararon los niveles de azúcar y colesterol y sufrió de dolores en el pecho, asma y arritmia cardiaca. Espantados ante su repentina mutación en enfermiza bola de grasa, los médicos de Spurlock le dieron un ultimátum: o abandonas cuanto antes este dislate o acabarás en el arroyo.

Pobre hombre. Cabría pensar que los únicos momentos de respiro durante el rodaje fueron aquellos en los que, finalizada una dura jornada de ingestión de hamburguesas, un derrotado Spurlock llegaba a casa y recibía el apoyo moral de su amada… si no fuera, claro, porque la novia de Spurlock, ay, es vegana. ¿Se imaginan las conversaciones entre ambos?

-Pero, cariño, si la de hoy no estaba tan mala.

-¡Multiplícate por cero!

Pero no se preocupen por el futuro de la pareja: en este caso, el fin de la investigación justificaba los medios.

No menos paradójicas fueron las razones que llevaron al cineasta a acometer tan titánica tarea: «Soy un fan de las hamburguesas. Cuando estaba creciendo me decían una y otra vez: ‘ésta comida no es buena para ti, no deberías comerla tan a menudo’. Así que mi punto de vista era: ‘¿cómo de mala puede llegar a ser realmente?’. Hasta los médicos me decían que no podía ser tan mala. Pensaban que ganaría algo de peso, pero nadie anticipó que fuera a ser tan dañino…».

Como no podía ser de otra manera, los portavoces de McDonalds se han apresurado a negar que lo visto en la película tenga algo que ver con la realidad. Sería injusto no recordar que la empresa ha mostrado siempre una gran sensibilidad con el problema de la obesidad: sin ir más lejos, en su día, Willard Scott, legendario creador del personaje de Ronald McDonald, símbolo de la cadena, fue despedido por la multinacional acusado de estar demasiado gordo para poder interpretar el papel de payaso come-hamburguesas… Nada que objetar.

Visto lo visto cabría preguntar por qué Spurlock no dejó las escenas de riesgo, a la manera del cine de acción, en manos de un especialista ¿Es acaso un exhibicionista compulsivo? ¿Masoquista por naturaleza, quizás? El cineasta nos saca de dudas: «No podía confiar en nadie más para hacer esto porque estoy seguro de que lo primero que haría esa persona nada más llegar a casa tras el rodaje sería abalanzarse sobre un plato de brécol o de espárragos».

El director estadounidense, en su empeño por adoptar el rol de sufrido consumidor, recogía así el testigo de una, ejem, sana tradición periodística, la del, llamémosle así, «transformismo de investigación», o cómo colocarse en el centro del huracán independientemente de las consecuencias. Quién iba a decirle a Spulock que bastaba con comer en el McDonalds para ser admitido en un exclusivo club que acoge a socios tan variopintos como Hunter S. Thompson, que se convirtió durante un año y medio en un ángel del infierno (paliza final incluida), o Günter Wallraff, transformado en un inmigrante turco que acaba trabajando de cobaya en una central nuclear alemana. El propio Spurlock se situó a sí mismo en esta tradición periodística cuando reconoció que una de las principales fuentes de inspiración de Super Size Me fue el soberbio libro de investigación de Eric Schlosser, Fast Food Nation (2001), exhaustivo repaso a la industria de la comida rápida estadounidense. Una «contaminación» del documental a cargo del escaso periodismo de investigación que se practica hoy día que está dando resultados espectaculares.


Super Size Me se estrenará en otoño en nuestras pantallas.


Extractos de Fast Food. El lado oscuro de la comida rápida, de Eric Schlosser (Grijalbo, 2002)

«La literatura médica relativa a las causas de las intoxicaciones alimentarias está plagada de eufemismos y áridos términos científicos: niveles coliformes, recuentos de placas aeróbicas, sorbitol, agar-agar, etc. Tras ellos subyace una sencilla explicación de por qué el hecho de comerse una hamburguesa puede hacer que uno se ponga enfermo: en la carne hay mierda».

«Hoy los estadounidenses gastan más dinero en comida rápida que en enseñanza superior (…). Y también gastan más en comida rápida que en cine, libros, revistas, periódicos, vídeos y música grabada, todo junto».

«Se calcula que uno de cada ocho trabajadores estadounidenses ha sido en algún momento empleado del McDonalds».

«Los aproximadamente tres millones y medio de trabajadores de la industria de la comida rápida estadounidense constituyen, con mucho, el mayor grupo de personas del país que ganan un salario mínimo. Los únicos que invariablemente ganan un salario por hora todavía menor son los trabajadores agrarios inmigrantes».

«Una encuesta realizada entre escolares norteamericanos dio como resultado que el 96% de ellos eran capaces de identificar al payaso Ronald McDonald, el único personaje de ficción que obtuvo un mayor grado de reconocimiento fue Santa Claus».

«La Asociación Norteamericana de Servicios Alimentarios Escolares estima que aproximadamente el treinta por ciento de las escuelas públicas de enseñanza secundaria de Estados Unidos ofrecen comida rápida de una marca determinada en sus comedores (…). Tratamos de parecernos más a los sitios de comida rápida en los que estos chicos se meten, declaraba un administrador escolar. Queremos que los chicos piensen que la comida de la escuela es guay, que la cafetería es un sitio guay, que estamos ‘en el rollo'».