Traducido por Caty R.
Veinticuatro de los principales protagonistas occidentales de la intervención anglo-estadounidense ya están fuera del escenario de la historia.
Cinco procónsules de EEUU en Iraq en cuatro años (el general Jay Garner, Paul Bremer, John Negroponte, Zalmay Khalil Zadeh y Ray Crocker) y cuatro comandantes en jefe (Tommy Francks, Ricardo Sánchez, John Abizaid y William Fatton), récord mundial absoluto de rotación, sin contar los «daños colaterales».
Tony Blair, nuevo emisario del Cuarteto en Oriente Próximo, ¿el Lord Balfour del siglo XXI?
La salida casi simultánea de la escena internacional de dos de los principales artífices de la invasión de Iraq, el primer ministro británico Tony Blair y el presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, a finales de junio de 2007, señalan claramente el fracaso de la aventura estadounidense en Mesopotamia.
Al final de diez años de poder (1997-2007), el antiguo galán de la política británica abandona la escena pública mortificado por el sarcástico sambenito de «caniche inglés del presidente estadounidense» y por el juicio poco halagüeño sobre su actuación: «el peor balance laborista desde Neville Chamberlain en 1938 (responsable de los acuerdos derrotistas de Munich frente a la Alemania hitleriana) y Anthony Eden (jefe del fiasco de Suez en la agresión anglo-franco-israelí contra el Egipto de Nasser) en 1956» (1), según la expresión del periodista inglés Richard Gott.
Abocado a su inevitable destino, el desparpajo con el que George Bush trató a Tony Blair en la cumbre de los países industrializados de San Petersburgo en plena guerra de Israel contra Líbano, en julio de 2006 -el «Hey Blair» que soltó Bush, con la boca llena mientras masticaba un canapé, al Primer Ministro británico, que había ido a pedirle autorización para efectuar una misión diplomática en Oriente Próximo, una imagen ampliamente difundida por la televisión internacional-, remató el descrédito del mejor aliado europeo de Estados Unidos y puso de manifiesto a posteriori la ingratitud como un castigo merecido por los cortesanos excesivamente complacientes. Su nombramiento como nuevo emisario del Cuarteto para Oriente Próximo aparece como un premio de consolación del fiel aliado estadounidense, pero el activismo belicista que desplegó a lo largo de su mandato (guerra de Kosovo, guerra de Afganistán, guerra de Iraq) y su nueva implicación en el conflicto árabe-israelí, le valió por parte de la opinión árabe el apodo de «nuevo Lord Balfour del siglo XXI«, en referencia al papel jugado por su predecesor inglés en la creación del problema palestino.
En cincuenta meses de guerra en Iraq, de marzo de 2003 a julio de 2007, veintitrés (23) personalidades de primer orden que desempeñaron papeles principales en la preparación y conducción de la intervención anglo-estadounidense, han desaparecido del escenario de la historia.
A cada mes su chivo expiatorio con una regularidad de metrónomo. El primero de la lista de los desaparecidos, el general Jay Garner, primer gobernador militar estadounidense de Iraq, salió de su puesto en mayo de 2003 por su falta de diplomacia, seguido tres meses después, en julio de 2003, por el general Tommy Franks, comandante en jefe del CENTCOM, el mando central de la zona intermedia entre Europa y Asia, que engloba los escenarios de operaciones de Afganistán e Iraq. Este hombre, cubierto de gloria por sacar adelante sus dos guerras, pidió la jubilación anticipada despechado por su fracaso en la estabilización de Iraq después de la guerra.
Otros dos generales pagaron el precio del escándalo de las torturas en la prisión de Abu Ghraib en Bagdad: la general Janis Karpinkski, jefa de prisiones que supervisó las torturas y sufrió por ello sanciones disciplinarias, y el general Ricardo Sánchez, comandante operacional para Iraq, que pidió el traslado a Alemania por temor a convertirse en cabeza de turco por los atropellos estadounidenses. Sánchez dejó su puesto en agosto de 2004, un mes después de la salida anticipada de Paul Bremer III, el segundo procónsul estadounidense en Iraq, que cedió su plaza el 28 de junio de 2004 a John Negroponte. El tercer comandante en jefe, el líbano- estadounidense John Abizaid, víctima del informe Baker-Hamilton criticado por los reveses militares de EEUU en Iraq, cedió la plaza al almirante William Fatton a principios de 2007.
El espectáculo lamentable de la evacuación de Paul Bremer evoca las peores imágenes de la desbandada de Vietnam. La precipitada salida del procónsul estadounidense engullido por un helicóptero con los motores encendidos y los rotores en acción, propulsó en la opinión pública la imagen de un hombre apremiado por librarse de sus responsabilidades. Para alguien famoso por su firmeza en la lucha antiterrorista, es la imagen contraria la que ha prevalecido: la de un hombre que se bate en retirada, la imagen de un «sálvese quien pueda» de un EEUU todavía maltrecho por la virulencia de la oposición popular iraquí a su presencia.
Una estampa que recuerda las peores imágenes de la guerra de Vietnam, sobre todo la más famosa: el helicóptero huyendo del tejado de la embajada estadounidense con el personal de la misión diplomática a bordo el día de la caída de Saigón, el 30 de abril de 1975. EEUU malogró su salida simbólica de Iraq, igual que antes había perdido la guerra psicológica en la lucha por la opinión y tal como se atascó militarmente en la guerra contra el terrorismo.
La foto del procónsul estadounidense que conversa, en una especie de comedia forzada, con confidentes barrigones e insensibles repantingados en sus butacas como Iyad Allaoui, agente declarado de la CIA, hecho un príncipe como Primer Ministro fantoche de un país fantasma, borrará de la memoria colectiva la del desmonte de la estatua de Sadam Husein en la Plaza Fidaus de Bagdad el 8 de abril de 2003, día de la entrada de las tropas estadounidenses en la capital iraquí. Así como la puesta en escena del desmonte de la estatua presidencial fue una falsificación, el traspaso del poder el 28 de junio fue una realidad cruel. A la medida de los sinsabores de Estados Unidos en Iraq. Su sucesor John Negroponte, el hombre de la desestabilización de la Nicaragua sandinista y del bloqueo del puerto de Managua, lo viviría también un año antes de refugiarse en la acogedora comodidad de las Naciones Unidas como embajador de Estados Unidos en la organización internacional.
2004 también vio la dimisión de David Key, el jefe del cuerpo de inspectores estadounidense que quiso renunciar a sus responsabilidades en señal de protesta por los fallos de su servicio en la búsqueda de las armas de destrucción masiva. El cuerpo de inspectores estadounidense contaba con 1.400 miembros y Key consideró que su servicio y el conjunto de la administración republicana habían fallado en su misión. Él sacó las consecuencias, los otros dirigentes de EEUU fueron obligados a asumir sus responsabilidades o servir de chivos expiatorios para enmascarar los fallos de la administración Bush o sus mentiras.
Key, lo mismo que Georges Tenet, antiguo jefe de la CIA (servicio de inteligencia estadounidense) que se jactaba de poder proporcionar pruebas irrefutables sobre las armas de destrucción masiva (ADM), fue relevado de su puesto en junio de 2004, así como su adjunto para las operaciones secretas especiales, James Javitt.
Entre otros protagonistas de la invasión estadounidense, la ONU es la primera que pagó un enorme precio sangriento con el atentado, tan espectacular como mortífero, contra el brasileño Sergio Vieira de Mello, Alto Comisario de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el 20 de agosto de 2003, que arrasó la sede de la organización internacional en la capital iraquí causando 22 muertos entre los que había 16 funcionarios internacionales.
En el ámbito de la coalición, dos «estrellas» de la misma, José María Aznar (España) y Silvio Berlusconi (Italia) fueron rechazados por el electorado. El español fue eliminado de la vida política por sus mentiras al acusar a ETA, la organización separatista vasca, de los atentados de Madrid que ocasionaron casi 200 víctimas el 11 de marzo de 2004, y no a los islamistas, con el fin de desviar la atención sobre su responsabilidad en la implicación de su país en la guerra de Iraq.
Compañero privilegiado de la aventura estadounidense en Iraq, el Reino Unido pagó por ello un precio muy alto: además del atentado de Londres y el suicidio del científico David Kerry, Alistair Campbell, antiguo consejero del Primer Ministro británico Tony Blair, el spin doctor por excelencia, el más reputado de los manipuladores de la opinión pública, fue sacrificado por su mentor en 2004, antes de que el mismo Primer Ministro le ceda la plaza a su rival laborista Gordon Brown, en julio de 2007.
En Iraq la suerte de Ahmad Chalabi ilustra el estatuto singular de los colaboracionistas de las fuerzas de ocupación y merece una reflexión. Notorio opositor al régimen baasista, partidario feroz de la guerra, protegido del ultra halcón Paul Wolfowitz -secretario adjunto a la Defensa- y primer responsable del gobierno de transición, Chalabi, el pregonero de las tesis estadounidenses sobre la presencia de armas de destrucción masiva en Iraq, fue sacrificado en el altar de la razón de Estado para complacer a Jordania, uno de los pilares de EEUU en la zona, que le dedicaba una hostilidad absoluta.
Este adicto a EEUU fue despojado de sus atributos de poder de una forma humillante, primero con la imputación de todos los reveses de sus aliados anglo-estadounidenses: la erradicación del partido Baas, esqueleto de la administración, el desmantelamiento del ejército, única fuerza reglamentaria del país con capacidad para estabilizarlo, y la ausencia de armas de destrucción masiva. ¡Como si un simple autóctono pudiera dictar su conducta a la primera potencia militar del mundo!
La suerte de los colaboracionistas nunca es envidiable. Todos los que estuvieran tentados de jugar la carta del colaboracionismo harían bien en pensar, particularmente los kurdos, en la dolorosa e ingrata experiencia de los Harkis, los colaboradores de Francia durante la guerra de Argelia, o incluso la de los milicianos del ejército del sur de Líbano lamentablemente abandonados a su suerte por sus protectores israelíes en el momento de la salida militar israelí de Líbano.
En vísperas de la intervención estadounidense en Iraq, George Bush Jr., retomando las viejas costumbres de los vaqueros americanos, editó un juego de naipes de 52 cartas que señalaban a los 52 dirigentes iraquíes más buscados por sus servicios. Ebrio de su victoria y ufanándose de su captura, Bush no prestó atención al hecho de que ese juego de naipes se jugaría después en sentido contrario y se cernía sobre los protagonistas estadounidenses de la guerra.
Muchos de aquellos integrantes de la alta administración republicana han caído en el olvido: Colin Powell, primer Secretario de Estado afroamericano, fue excluido del equipo neoconservador, inconsolable por haber caído en la trampa de la probeta de harina que blandió como prueba de la existencia de productos nucleares en Iraq, una prestación que permanecerá, según su propia confesión, como una «mancha» en su trayectoria antes ejemplar.
Ronald Rumsfeld, uno de los dos arquitectos de esta guerra con el vicepresidente Dick Cheney, fue relevado de su puesto de Secretario de Defensa tras la derrota electoral republicana de noviembre de 2006, lo mismo que el ultra halcón John Bolton de su puesto de embajador en las Naciones Unidas, así como Scooter Libby, del gabinete del vicepresidente, culpable de haber intentado desacreditar y desestabilizar a un diplomático estadounidense, John Watson, que concluyó que no había transacción atómica entre Níger e Iraq, revelando la identidad profesional de su esposa (una agente de la CIA) -crimen federal por excelencia-. «El asunto Valerie Plame«, nombre de la esposa del embajador, y la actividad desvelada, le costaron a Scooter Libby una condena a treinta meses de prisión el pasado mes de junio.
Larry Franklin, uno de los colaboradores de los ultra halcones, el tándem Paul Wolfowitz y Douglas Faith, respectivamente números dos y tres del ministerio de Defensa, sospechosos de espionaje por cuenta del lobby judío estadounidense e Israel en la preparación de la guerra, fue sancionado igual que Benjamin Ginsberg, abogado republicano y miembro del comité para la reelección de George Bush, en 2004, sancionado también por asesorar a los autores de un anuncio publicitario anti-John Kerry, el rival demócrata de Bush, poniendo en tela de juicio su valentía durante la guerra de Vietnam (1960-1975).
A finales de junio de 2007, uno tras otro, además de Tony Blair, Primer Ministro británico, Paul Wolfowitz, gobernador del Banco Mundial, ha sido obligado a soltar su puesto forzado a la dimisión por nepotismo. La foto de uno de los grandes protagonistas internacionales mejor remunerados del planeta, que visitaba una mezquita de Turquía con los calcetines agujereados, acentuó el descrédito occidental en el tercer mundo. Víctima del síndrome iraquí, el jefe del Estado Mayor Interarmas estadounidense, el general Peter Pace, un hombre próximo a Donald Rumsfeld que participó activamente en las guerras de Afganistán e Iraq, cesará en sus funciones en septiembre, «por temor a una nueva controversia sobre Iraq» cuando se reanuden los trabajos del Congreso estadounidense para el último año del mandato del presidente.
Antes, el antiguo Primer Ministro libanés Rafic Hariri fue asesinado en Beirut el 14 de febrero de 2004, víctima de un daño colateral resultante del giro proestadounidense de su amigo el presidente francés Jacques Chirac, principal opositor occidental a la invasión de Iraq, mientras que uno de los principales aliados regionales de EEUU, el Primer Ministro israelí Ariel Sharon, jefe de la rastrera colonización de Cisjordania y Jerusalén Este, el hombre de los asesinatos extrajudiciales contra los dirigentes islamistas jeque Ahmad Yassine y Abdel Aziz Rantissi y del secuestro del presidente democráticamente elegido de Palestina, Yasser Arafat, permanece en coma desde enero de 2004, ilustración simbólica del fracaso de una política de fuerza.
En el campo contrario la familia de Sadam Husein ha sido decapitada literalmente, él mismo y su hermano Barzane colgados en condiciones horrorosas y sus hijos Ouddai, Qossai y el pequeño, Mustafá, murieron durante una incursión en el norte de Iraq en 2003. En esta lista figura también la eliminación, en junio de 2006, de Abu Mussab Al Zarqaui, jefe operacional de Al Qaeda en Iraq, una organización inexistente en este país en la época del régimen baasista. Magro balance.
Ciertamente la zona está desestabilizada habitualmente por los conflictos interétnicos entre kurdos y árabes, chiíes y suníes, y exacerbada por su prolongamiento regional; la implantación estadounidense en el epicentro del mundo árabe, Bagdad, la antigua capital de los abasidas, acentuó la dependencia árabe de Estados Unidos, pero los sinsabores casi diarios de la superpotencia planetaria han mermado considerablemente su credibilidad y su capacidad disuasoria hasta el punto de que se está cuestionando la conservación de su liderazgo mundial a medio plazo.
Sobre un fondo de escándalos recurrentes: el saqueo del museo de Bagdad, las torturas en la prisión de Abu Ghraib, las mentiras sobre las armas de destrucción masiva y el espionaje de la sede de la ONU en Nueva York, Tony Blair suprimió del léxico político el término «guerra contra el terrorismo» mientras que los neoconservadores renunciaban simbólicamente a imponer la nueva bandera iraquí con los colores kurdo-israelíes (amarillo y azul) y se olvidaron de la democratización de la zona en el seno del «Gran Oriente Medio» (GMO) restableciendo, obligados por la presión popular -suprema infamia-, la bandera «sadamiana» y admitiendo el lenguaje de los antiguos baasistas para complacer a los chiíes, vencedores por defecto de esta guerra.
A manera de epílogo provisional de este cataclismo figuran dos estrellas de la comunidad mediática testigos, o al menos cómplices pasivos, de este desencadenamiento de mentiras y violencias: Judith Miller, célebre periodista del New York Times, que pasa por haber jugado un papel activo en la desinformación sobre la presencia de armas de destrucción masiva en Iraq, así como Jean-Marie Colombani, víctima de su excesiva proximidad a los consejos del as de la economía, promotor de la deriva de la extrema «financiarización» de la vida pública y antiguo patrón del diario Le Monde Alain Minc, destituido el 22 de mayo de 2007, que fue el pregonero de una de las bufonadas más célebres de la primera década del siglo XXI: «Todos somos estadounidenses».
A finales de 2007, Iraq habrá costado a Estados Unidos 500.000 millones de dólares (378.000 millones de euros) y el importe total podría alcanzar e incluso sobrepasar el billón de dólares (600.000 millones de euros). Ni Corea ni Vietnam costaron tanto, mientras que la guerra de Vietnam (1960-1975) duró 15 años y el cuerpo expedicionario estadounidense se elevaba a 500.000 soldados (2). Si la guerra de Iraq debe prolongarse, lo que es probable, habrá costado más que la Segunda Guerra Mundial (1940-1945), la más cara hasta hoy (2 billones de dólares en dólares constantes/1.500 millones de euros).
El cuerpo expedicionario estadounidense en Iraq se elevaba, en junio de 2007, a 150.000 soldados secundados por 100.000 mercenarios, una flota de once barcos de dos portaaviones, nueve barcos de escolta, 16.000 marinos, 140 aviones de combate, los contingentes ingleses, australianos, etcétera y una embajada transformada en búnker en el recinto del antiguo palacio presidencial iraquí, la «Zona Verde». Hasta el 10 de junio han muerto 3.500 soldados estadounidenses en atentados en Iraq, es decir una media de 2,5 soldados diarios desde hace cincuenta meses.
El reclutamiento masivo de mercenarios, el afán de lucro, la embriaguez de la aventura antológica, las sanciones económicas infligidas a Siria para forzarla a frenar las infiltraciones de yihadistas, las presiones sobre Irán… ¿Bastarán para asegurar la victoria de un país a la deriva de sus principios morales?, ¿de un ejército percibido como ocupante hasta por uno de los mejores aliados de Estados Unidos en el mundo árabe, el rey Abdalá de Arabia Saudí?
La decapitación masiva en el seno de la jefatura occidental se produce la víspera de un mes cargado de símbolos para Iraq, julio, el mes de todas las conmemoraciones, una época importante del ritual baasista iraquí durante 36 años que conmemora, uno tras otro el aniversario de la abolición de la monarquía (14 de julio de 1958), la llegada al poder por un golpe de Estado del partido Baas (17 de julio de 1968) y desde 2004 la transferencia del poder estadounidense al Iraq pos Sadam.
A la vista de esta hecatombe y el trágico balance estratégico, lo que debería inquietar a Estados Unidos desde ahora en Iraq no es tanto el espectro de Vietnam como el riesgo de una suerte idéntica a la del imperio de Alejandro Magno, que encontró en Mesopotamia su sepultura.
(1) «Départ sans gloire pour M. Anthony Blair», par Richard Gott, Le Monde Diplomatique, junio 2007.
(2) «The Price of Liberty: Paying for America’s Wars» («El Precio de la libertad: el coste de las guerras de EEUU») por Robert Hormats, alto responsable del banco de negocios Goldman Sachs.
http://www.tlaxcala.es/pp.asp
René Naba ha sido responsable del mundo árabe-musulmán en el servicio diplomático de la Agencia France Presse y consejero del Director General de RMC/Moyen Orient encargado de la información; ha escrito, entre otras obras: Aux origines de la tragédie arabe, Éditions Bachari, 2006; Du bougnoule au sauvageon, voyage dans l’imaginaire français, Harmattan, 2002; Rafic Hariri, un homme d’affaires, premier ministre, Harmattan, 2000. Guerre des ondes, guerre de religion, la bataille hertzienne dans le ciel méditerranéen, Harmattan, 1998.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.