El escritor inglés Jerome K. Jerome (1859-1927) es mundialmente conocido por su conocida novela «Three Men in a Boat (To Say Nothing of the Dog)». Ninguna de sus otras obras alcanzó una fama equivalente a la de esta novela. Pero Jerome escribió cuentos muy interesantes, uno de ellos se titula La nueva utopía y fue publicado hace unos 130 años.
Este cuento corto describe la clásica distopía que hoy conocemos, siendo escrita en la distendida atmósfera europea de finales del siglo XIX. Sin duda, Jerome captó la esencia de muchas de las corrientes de pensamiento europeo de su época, las cuales hacían énfasis en el igualitarismo. En un primer momento este igualitarismo era de carácter socioeconómica (igualdad en los ingresos y en el estatus de la propiedad) y luego fue extendiéndose gradualmente a todos los aspectos de la vida humana.
La historia comienza narrando como el protagonista, cuyo nombre es desconocido, cena junto con sus mejores amigos en el National Socialist Club de Londres. El tema de conversación es la estructura que podría tener una sociedad ideal. El modelo de esta sociedad lo han discutido cientos de veces y constantemente vuelven a repasarlo: “La igualdad de toda la humanidad era su consigna –igualdad perfecta en todo–, igualdad en posesiones e igualdad en posición e influencia, e igualdad en los deberes, lo que daría como resultado la igualdad en la felicidad y la satisfacción. El mundo pertenecía a todos por igual y tenía que estar igualmente dividido. El trabajo de cada hombre no era propiedad de él, sino del Estado, que lo alimentaba y vestía; y tenía que ser aplicado, no para su propio engrandecimiento, sino para el enriquecimiento de la raza”.
Después de la cena, el protagonista se duerme en su casa y vuelve despertarse mil años después. La humanidad ha estado protegiendo a nuestro héroe durante todo ese tiempo y lo ha colocado en el “Museo de las Rarezas” con la esperanza de que algún día despierte. La primera persona con la que se encuentra el protagonista al despertar de su sueño es un “señor” de aspecto agradable que trabaja en el museo. Él se convierte en el guía de nuestro héroe y le dice lo siguiente: “Mientras usted dormía, nos hemos ocupado a fondo de las cosas y ahora acabamos de hacer que esta tierra sea más o menos perfecta, diría yo. A nadie se le permite hacer nada equivocado o tonto, y en lo que respecta a la igualdad, somos más iguales que las gotas de agua».
En su recorrido por la ciudad el protagonista cree que se encuentra siempre con las mismas personas. “Todos estaban vestidos, al igual que mi guía, con pantalones grises y una túnica gris estrechamente abotonada alrededor del cuello y sujeta al talle por un cinturón. Todos los hombres estaban pulcramente afeitados y tenían pelo negro”. El protagonista cree que todos son gemelos, pero resulta que el guía le explica que en realidad a todos ellos se les ordenó que se tinturaran el pelo de negro porque eso fue lo que decidió la mayoría.
Además, el protagonista señala que solo hay hombres en esta ciudad, por lo que le pregunta a su guía dónde están las mujeres. El guía le responde que las mujeres estaban entre la multitud y que existe aproximadamente el mismo número de hombres y mujeres en la sociedad. Lo que sucede es que todos se visten y se pintan el pelo del mismo color, pero se puede distinguir a un hombre de una mujer por el número que lleva gravado en el metal que tienen en el cuello: las mujeres tienen números pares y los hombres tienen números impares.
Por otra parte, el protagonista descubre que las personas han dejado de tener nombres personales y en su lugar solo son designados por números. Los nombres eran una fuente de desigualdad, le explica el guía al protagonista:
– “¡Oh, los nombres daban lugar a tanta desigualdad! Alguna gente se llamaba Montmorency y miraban despectivamente a los Smith; y los Smith no querían mezclarse con los Jones; de forma que, para ahorrarnos problemas, se decidió abolir los nombres por completo y darle a todo el mundo un número”.
– “¿Se opusieron a ello los Montmorency y los Smith?”
– “Sí, pero los Smith y los Jones estaban en MAYORÍA”
No obstante, los números también son desiguales y tienen muchas diferencias: ¿cómo resolvían ese problema? El guía le explica al protagonista que cuando todavía existía el concepto de “riqueza” dentro de la sociedad los números tenían valores distintos y un millón era superior a cien o a diez. Pero cuando la riqueza fue abolida, todo mundo comenzó a ser indiferente ante el valor de los números: “ahora el número 100 no se considera en absoluto superior al número 1.000.000”.
Mientras más va conociendo la realidad de esta utopía, mayor es el miedo que empieza a apoderarse del protagonista. Hace mucho calor en la ciudad y el protagonista quiere lavarse en algún sitio. El guía le dice que no puede y debe esperar un poco:
– “No, no podemos lavarnos. Tiene usted que esperar hasta las cuatro y media y entonces lo lavarán para la hora del té”
– “¿Me lavarán?”, grité. “¿Quién me lavará?”
– “El Estado”
Resulta que todas las personas deben lavarse por igual y nadie puede estar más limpio o más sucio:
“[El guía] me dijo que habían llegado a la conclusión de que no podían mantener su igualdad si se permitía a la gente lavarse a sí misma. Algunos se lavaban tres o cuatro veces al día,mientras que otros nunca tocaban el jabón y el agua desde un fin de año hasta el siguiente. Y, en consecuencia, llegaba a haber dos clases diferentes, los Limpios y los Sucios, y así comenzaban a revivir los viejos prejuicios de clase. Los limpios despreciaban a los sucios y los sucios odiaban a los limpios, por lo que, para terminar con las disensiones, el Estado decidió hacer el lavado él mismo y ahora unos funcionarios nombrados por el gobierno lavaban a cada ciudadano dos veces al día y estaba prohibido el lavado privado”.
Los creadores de este “mundo feliz” descubrieron que no solo era necesario corregir los “malos hábitos” de las personas, sino que también se debía cambiar las deficiencias de la naturaleza. Las diferencias entre los seres humanos son también fruto de las diferencias naturales. Por lo tanto, es necesario que la naturaleza sea igualada. En este punto de la historia el protagonista se encuentra harto de recorrer la ciudad y desea ir al campo:
– “¡Oh, pero el campo solía ser tan bonito!”, insistí, “antes de que me fuese a la cama había grandes árboles verdes, y prados con hierba agitada por el viento, y pequeñas casitas de tejados rosas, y…”
– “¡Oh!, hemos cambiado todo eso”, interrumpió el señor. “Ahora todo son grandes huertos divididos por carreteras y canales que se cortan en ángulo recto. Ahora no hay ningún tipo de belleza en el campo. Hemos abolido la belleza, interfería con nuestra igualdad. No era equitativo que algunos viviesen entre adorables paisajes y otros en páramos estériles, de forma que hemos hecho que ahora en todas partes todo sea semejante y ningún lugar pueda destacar sobre otro”.
La naturaleza dota a todos con diferente salud, tamaño, fuerza e inteligencia, pero en el mundo creado por Jerome se ha conseguido igualar las características biológicas y psíquicas de los seres humanos: “cuando un hombre está muy por encima de la talla y fortaleza media, le cortamos una de sus piernas o brazos para hacer las cosas más iguales, lo podamos un poco, por decirlo así. Como ve, la naturaleza va un poco por detrás de los tiempos, pero hacemos lo que podemos para corregirla”.
Por supuesto, el guía admite que a los habitantes de esta utopía les gustaría abolir la naturaleza, pero tal cosa es imposible por ahora. Lo único que puede hacerse es “corregirla”. Por ejemplo, las personas con capacidades mentales distintas deben ser “corregidas y para ello es necesario nivelar a las personas demasiado inteligentes para que no exista la desigualdad:
– “¿Y qué pasa con un hombre excepcionalmente listo?, ¿qué hacen con él?”
– “Bien, ahora no tenemos muchos problemas con ellos”, contestó. “Desde hace bastante tiempo no nos hemos encontrado con nada peligroso en forma de grandes cerebros. Cuando encontramos uno, realizamos una operación quirúrgica en su cabeza, lo que reduce su cerebro hasta el nivel medio”.
El protagonista expresa sus dudas a la hora de realizar semejantes cirugías a las personas y entonces el guía objeta diciendo que tales decisiones fueron tomadas por la mayoría. Es aquí cuando el protagonista y el guía tienen el dialogo más importante del cuento donde se revela la esencia misma de la democracia utópica:
– “Parece estar completamente seguro en este tema”, repliqué, “¿por qué está ‘evidentemente’ bien?”.
– “Porque lo ha decidido LA MAYORÍA”
– “¿Y por qué eso hace que esté bien?, pregunté.
– “UNA MAYORÍA no puede equivocarse”, contestó.
– “¡Oh!, ¿eso es lo que piensa la gente que ha sido podada?”
– “¡Ellos!”, contestó, evidentemente sorprendido por la pregunta. “¡Oh!, son la minoría, ya sabe”.
– “Sí, pero incluso la minoría tiene derecho a sus brazos, piernas y cabezas, ¿o no?”
– “Una minoría NO tiene derechos”, contestó.
Yo dije: “Lo que hay que hacer es pertenecer a la Mayoría, si se piensa en vivir aquí. ¿O no?”
Él dijo: “Sí, la mayor parte de nuestra gente piensa así. Parecen pensar que es más conveniente”.
En este mundo las personas trabajan apenas tres horas al día ya que tienen prohibido trabajar más tiempo. El resto del día (más de veinte horas) descansan, reflexionan, conversan. ¿Sobre qué? El guía contesta: “¡Oh!, ¡Oh, acerca de lo malvada que ha tenido que ser la vida en los viejos tiempos y acerca de lo felices que somos ahora y –y– o del Destino de la Humanidad!”
El protagonista pregunta cuál es el propósito de la humanidad y el guía le responde: “¡Oh!, seguir siendo como somos ahora, solo que más aún, todos más iguales y que más cosas las haga la electricidad y que todos tengan dos votos en lugar de uno, y…”.
Hasta aquí llega mí descripción del cuento, es mejor leer el original. Esta historia que fue escrita hace más de 130 años parece por fin volverse realidad y los primeros pasos para hacer realidad esa “utopía” los está dando la civilización occidental actual.
Traducido del ruso por de Juan Gabriel Caro Rivera
Fuente: https://www.fondsk.ru/news/2021/07/05/mrachnaja-antiutopija-anglijskogo-jumorista-53941.html