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La innecesaria justificación de Antonio Muñoz Molina

Fuentes: Quilombo

«Llamar a las cosas por su nombre es más que nunca un acto de subversión política.»Antonio Muñoz Molina (9 de enero de 2013) Como se sabe, Antonio Muñoz Molina viaja hoy a Israel para recoger el Premio Jerusalén por la Libertad del Individuo en la Sociedad. Espero que no tenga ningún contratiempo en el aeropuerto. […]


«Llamar a las cosas por su nombre es más que nunca un acto de subversión política.»
Antonio Muñoz Molina (9 de enero de 2013)

Como se sabe, Antonio Muñoz Molina viaja hoy a Israel para recoger el Premio Jerusalén por la Libertad del Individuo en la Sociedad. Espero que no tenga ningún contratiempo en el aeropuerto. Dicho premio lo otorga la Feria Internacional del Libro de Jerusalén, que organiza la Municipalidad responsable del diseño y desarrollo de un sofisticado sistema de apartheid urbano. A la ceremonia de entrega acudirá el Presidente de Israel, Simón Peres, y otras autoridades del Estado. Por supuesto, Muñoz Molina, es muy dueño de ir a recoger el premio que le plazca. Nadie puede negarle su derecho a querer formar parte del panteón de nombres ilustres de la literatura, y a cobrar por ello. No tiene por qué apoyar ningún boicot. No todos los críticos de las políticas israelíes lo apoyan.

Sin embargo, sí me parece apropiado que se le señalen las implicaciones políticas de su acto, como hicieron recientemente en una carta abierta algunos escritores y artistas vinculados a la campaña «Boicot, Desinversión y Sanciones», con rigor y desde el respeto. También merecen un comentario las justificaciones que aportó esta semana en su blog, en el artículo «Israelíes» (6 de febrero de 2013). Como él mismo dice, no tenía por qué «dar explicaciones». Pero las dio.

Muñoz Molina comienza rechazando los estereotipos sobre Israel porque la realidad allí es compleja. Sin duda lo es. Como es igualmente cierto que no hay que «elegir entre estar con los israelíes o estar con los palestinos. Estar a favor de los unos implica necesariamente defender a los otros«. Pero esa no es la cuestión, como queda claro en la citada carta abierta, cuya argumentación no tiene en cuenta. Por eso un intelectual con la proyección pública que él tiene debería haber intentado informarse un poco, a partir de diversas fuentes, antes de decir cualquier cosa. Porque al final resulta que el propio autor da por válido un determinado marco conceptual y lo reduce todo a un problema secular de entendimiento entre israelíes (que equipara a judíos) y palestinos, en el que los europeos no están legitimados para entrometerse

La campaña «Boicot, Desinversión y Sanciones» (BDS) no existe para apoyar a los palestinos frente a los ciudadanos israelíes, como da a entender el escritor, aunque la iniciativa haya surgido de la sociedad civil palestina. De hecho, hay judíos y organizaciones y activistas israelíes que la apoyan. Se basa en el precedente sudafricano y sus objetivos son claros: 1. Terminar con la ocupación y colonización de las tierras árabes y desmantelar el vergonzoso Muro de separación; 2. Reconocer los derechos fundamentales de los ciudadanos arabo-palestinos de Israel en plena igualdad con los de los israelíes y 3. Reconocer el derecho de los refugiados palestinos a retornar a su país. No tiene por tanto nada que ver con el reconocimiento del Estado de Israel ni con su derecho a existir. A menos que considere que la existencia de Israel depende necesariamente de su preservación como Estado judío. Este, no ninguna maldición bíblica, es el principal factor que afecta a la convivencia entre judíos y palestinos y es aquí donde reside el problema. Porque para que Israel exista como Estado eminentemente «judío» necesita articular un sistema segregacionista que bien puede calificarse, si nos dejamos de eufemismos y llamamos a las cosas por su nombre, como apartheid o etnocracia.

Resulta curioso que un autor que se ha caracterizado por el rechazo a lo que él denomina «nacionalismos excluyentes» vea con simpatías una de las ideologías nacionalistas más etnicistas, excluyentes y violentas que existen en la actualidad: el sionismo. Muñoz Molina podría preguntarse por qué no hay un solo árabe o palestino entre quienes han recibido el premio que se le ha otorgado, cuando la lista de los que han escrito a favor de la libertad es larga y de calidad. El Estado israelí realmente existente fomenta por vía legislativa, cultural y militar la hegemonía de un grupo étnico -el judío- sobre los demás, en términos de derechos civiles, sociales y económicos. Un reciente informe del Comité de Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación Racial es muy elocuente al respecto. Dirigentes y autoridades públicas de dicho Estado, con algunos de los cuales estrechará manos y se dejará fotografiar próximamente, no han dudado en proclamar de manera expresa y en reiteradas ocasiones la voluntad de expulsar a los palestinos, o incluso de eliminarlos. Es más, lo han puesto en práctica con notable desparpajo: en 2008-2009 un mes de bombardeos sobre el territorio urbano, densamente poblado, de Gaza bastó para matar más seres humanos que los que mató ETA en cuatro décadas. Cuando las víctimas palestinas de las intervenciones militares israelíes son 10 veces más numerosas que las víctimas israelíes de los atentados cometidos por grupos palestinos cabría preguntarse de manera honesta quién se defiende de quién.

Muñoz Molina describe a Israel como una «sociedad abierta en la que la libertad de expresión se practica con una viveza, un apasionamiento y una seriedad ejemplares«, en contraste con los «regímenes dictatoriales o teocráticos cuyos dirigentes proclaman expresamente su voluntad de borrarnos del mapa» que la rodean. Si no quería una caricatura, ahí ha presentado una bien gorda, extraída del viejo argumentario del gobierno israelí. La comparación es tramposa, pues compara una sociedad (no a su gobierno) con otros gobiernos. Si los judíos -heterogéneos- no se merecen que un Estado racista los homogeneice y hable en su nombre, tampoco los árabes -igualmente heterogéneos- se merecen que lo hagan los regímenes despóticos contra los que luchan, con viveza, apasionamiento y desde luego con coraje. Que amplios sectores de esa «sociedad abierta» -incluyendo desde su izquierda laica- aplaudan que se borre del mapa a los demás tampoco le lleva a ninguna reflexión humanista. Ignora que en esa «sociedad abierta» tan militarizada y rodeada de muros la libertad de expresión se reserva desgraciadamente para los judíos. No existe para los palestinos. Contra ellos y los opositores a las políticas segregacionistas se aprueban leyes represivas y racistas, o se aplican otras de manera discriminatoria. La lista es larga. Pasa también por alto que algunos de esos regímenes dictatoriales o teocráticos a los que alude están o estuvieron apoyados por Estados Unidos, patrocinador oficial de Israel, y todos ellos colaboraban en el mismo orden geopolítico diseñado para la región.

En cuanto a la ciudad de Jerusalén donde recibirá el premio homónimo, no solo hay asentamientos y ocupaciones. Los residentes palestinos de Jerusalén Este -anexionado ilegalmente por Israel desde 1967- no son ciudadanos de Israel, solo «residentes legales» que continuamente deben probar sus vínculos con la ciudad para continuar residiendo. Muchos han sido expulsados en una política deliberada de limpieza étnica. Los palestinos de Jerusalén Este se enfrentan a obstáculos legales para poder ejercer la reunificación familiar y se encuentran discriminados en el acceso a los servicios municipales y sociales, así como a la vivienda. Son extranjeros en su propio país, y no pueden votar en las elecciones nacionales.

Que Antonio Muñoz Molina considere esta inaceptable situación como meros problemas que la sociedad israelí debe resolver tal vez se explique por la posición desde la que escribe. «Me conviene escuchar y aprender de muchas personas, escritores o no, que siento que se parecen a mí«, afirma. Más le valdría escuchar y aprender de las personas que siente que no se parecen a él. Frente a lo que sostienen los patrocinadores del premio que va a recoger, la libertad en sociedad solo puede partir del reconocimiento de la igualdad de principio entre todos los seres humanos. 

Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/la-innecesaria-justificacion-de-antonio-munoz-molina