Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
En abril de 2008, una pequeña firma de ingeniería estadounidense -MKM Engineers, con sede en Stafford, Texas- había estado trabajando durante casi dos décadas en la limpieza de productos tóxicos en una antigua instalación militar de EEUU situada justo al oeste de la ciudad de Kuwait. Diecisiete años antes, en julio de 1991, una bomba de calor defectuosa de un vehículo militar cargado con proyectiles de artillería de 155 mm en Campo Doha se incendió provocando un infierno devastador. El fuego hirió a varias docenas de personas y causó daños en decenas de vehículos, incluidos varios tanques del tan apreciado modelo M1A1 (1). Miles de proyectiles de artillería se cocieron al fuego, desencadenando una extendida reacción explosiva en cadena. Pero no se tuvo en cuenta la seguridad del personal enviado a la base para destruir y hacer detonar los restos del armamento, provocando la muerte del equipo de limpieza del capital Doug Rokke, en un suceso que fue rápidamente conocido como el Doha Dash (2). El fuego desató asimismo una columna de humo tóxico. El metal quemado -el detritus de la maquinaria bélica destruida y la artillería utilizada- deja siempre un legado peligroso. Pero la base albergaba también miles de proyectiles antitanque de 120 mm dotados de uranio empobrecido (DU, por sus siglas en inglés), armas forjadas a partir de los residuos del ciclo de combustible nuclear estadounidense. El armamento de DU es a la vez radiactivo y tóxico. Normalmente, el DU que no se utiliza para uso militar u otro tipo de industria es manipulado y almacenado como residuo peligroso. La Agencia de Protección Ambiental de EEUU y el Pentágono han establecido directrices muy estrictas para su manejo reconociendo que es un peligro tanto para salud humana como ambiental. En Campo Doha, a causa del fuego, detonaron más de 600 obuses obtenidos a partir de desechos nucleares, cubriendo el cielo de un nocivo humo y polvo negro que se extendió a lo largo de muchos kilómetros (3).
Aunque durante muchos años se había venido informando de que el DU, especialmente su toxicidad química, constituía una amenaza para la salud y el medio ambiente, el ejército estadounidense limitó sus esfuerzos a hacer frente al caos desencadenado en Kuwait (4). El armamento dañado se devolvió discretamente a EEUU para que fuera limpiado o destruido. Las armas utilizadas y alguna arena contaminada se metieron en barriles y muchos de ellos se enviaron a lugares remotos del desierto kuwaití y se quemaron. EEUU, afirmando que sólo tenían una mínima obligación legal a la hora de responsabilizarse de los residuos y comprometerse con la recuperación del medio ambiente alrededor de la base, abandonó los trabajos de limpieza que sólo se completaron de forma parcial a finales de 1991. Halliburton, la empresa gigante de servicios petroleros, llevó a cabo nuevos trabajos en el lugar tras la invasión de EEUU de Iraq en 2003. Pero no fue sino hasta 2008 cuando los ingenieros de Texas neutralizaron totalmente y redujeron los riesgos en la zona de alrededor del Campo Doha. Financiada por el ejército kuwaití, MKM Engineers supervisó las últimas excavaciones allí, desenterrando casi 7.000 toneladas de arena tóxica irradiada. Una vez desenterrada, esa arena se cargó en el buque contenedor BBC Alabama y se envió a miles de kilómetros, al puerto de Longview, en Washington, enclavado en el río Columbia, en la parte sudoccidental del Estado. Desde allí, la arena se transportó por tren a una instalación privada de residuos peligrosos en los alrededores de Boise, Idaho, donde fue permanentemente enterrada (5).
Los detalles del incendio en Campo Doha y su legado tóxico, en el que el ejército de EEUU declinó su responsabilidad de recuperar un lugar tóxico sólo para que gran parte de ese mismo lugar fuera finalmente transportado a EEUU para su tratamiento y eliminación final, son absurdos. Resulta perturbador ese movimiento de transformación de residuos peligrosos en armas en EEUU para utilizarlas en Oriente Medio, en este caso para que vuelvan de nuevo como desechos años después. Más allá de los detalles del incendio en Campo Doha, ¿por qué este episodio debe ayudarnos a pensar de forma crítica y más extensamente en las economías y en las políticas económicas de guerra? A continuación sugiero que dejemos a un lado las formas más convencionales de pensar sobre el valor de las armas en las economías de guerra, especialmente los detalles de los que a menudo se informa acerca del valor monetario de las armas compradas y vendidas entre las potencias mundiales (de lo monetario al cambio). Los sistemas de armamento forman siempre también parte de las economías y ecologías ambientales y de salud. Para reflexionar parcialmente sobre esto, apunto hacia la necesidad de una visibilidad e invisibilidad más amplias y sobre cómo podemos utilizar los impactos ambientales y en la salud del uso de las armas de DU -que siguen siendo poco conocidos, y lo que resulta más perturbador, a menudo deliberadamente ocultados- para ampliar nuestro marco respecto a todo lo que incluye una economía de guerra y a cómo funcionan algunas partes de la misma.
Es el carácter furtivo de la industria de armamento de uranio empobrecido, sus pruebas (sobre todo y de forma secreta en el suroeste estadounidense), la escala de su uso y, finalmente, la naturaleza e impacto que resultan, lo que hace que sea a la vez difícil de investigar y también muy útil para el ejército estadounidense y su clientela. Sugiero que la relativa invisibilidad de los sistemas de armamento de DU es algo más que una idiosincrásica nota a pie de página de las guerras en Oriente Medio. Aunque el armamento sin DU ha matado seguramente a más personas, causado más daño y beneficiado a sus inversores de forma más significativa, el poder de los sistemas más pequeños y su carácter secreto trasciende su relativa «cuota de mercado». De algún modo, esto tiene que ver con políticas más amplias de visibilidad y guerra. Muchos son los procesos que tienen lugar, desde los beneficios al dolor, fuera de la vista. Como consecuencia, la guerra y aquellos a quienes beneficia siguen adelante con mucha más facilidad y entusiasmo. En efecto, la invisibilidad de aspectos clave de la guerra y de sus emolumentos crea vías de acceso pequeñas, aunque fundamentales, que benefician a una gama más amplia de intereses privados, corporativos y políticos. También ayudan a separar o disminuir los sufrimientos de diversos tipos, incluyendo los impactos ambientales y en la salud a largo plazo.
La magnitud del daño causado en Kuwait fue relativamente pequeña si se compara con la devastación producida por la guerra en otros lugares, especialmente en el vecino norteño de Kuwait, Iraq, donde el país quedó arrasado por la larga guerra de EEUU entre los años 1991 y 2011 (6). El pequeño coste del incendio del Campo Doha, quizá alrededor de 40 millones de dólares, es menor si se compara con los billones de dólares gastados en la guerra y los daños causados en Iraq (7). Y aunque la fabricación y venta de armas, así como el intercambio rutinario de miles de millones de dólares de ingresos petroleros para los sistemas militar y de armamento estadounidense, son fundamentales para comprender la importancia de la economía política de la guerra en Oriente Medio -y de sus implicaciones mundiales-, el armamento de DU, si bien no es insignificante, constituye una pequeña fracción del total de los beneficios de la industria de armamento en las guerras en la región. Desde que en la década de los setenta del pasado siglo empezó a utilizarse en armas diseñadas para destruir a los tanques soviéticos, se desconoce la cifra total de armas de DU fabricadas. Hechas en lotes pequeños y diseñadas principalmente para destruir blindados, es probable que la producción total de DU alcance los cientos de miles de proyectiles de artillería, millones de obuses de calibre más pequeño, así como blindajes para tanques y otros usos. Cualquiera que haya sido la escala real de la producción durante décadas, el ejército de EEUU utilizó ampliamente armamento de DU contra objetivos militares y no militares en Iraq entre 1991 y 2011, así como en Afganistán y Siria. El Pentágono no ha querido revelar el alcance total de su uso de armamento de DU, aunque los casos recogidos por diversos medios sugieren que fue ampliamente utilizado desde Basora a Faluya contra objetivos humanos y no humanos.
El contexto más amplio y la historia en torno a Campo Doha -en el que las armas de DU que se habían fabricado en lugares como Concord, Massachusetts, y probado en lugares como Los Alamos, Nuevo Mexico, se utilizaron en Iraq y Kuwait, fueron finalmente eliminadas por una firma de Texas en una red global que iba desde el norte del Golfo Pérsico a Idaho- alistaron y afectaron a miles de personas, generaron una suma desconocida de daños y beneficios y, sin embargo, ha permanecido casi completamente ignorado. Esta invisibilidad no es trivial. Más bien es productiva, impidiendo la posibilidad de escrutinio, actuando a múltiples niveles pequeños simultáneamente y, con el tiempo, se volvió local en vez de quedar recogida en las redes mucho más amplias de las que forma parte, y casi completamente incontestada porque lo invisible no se ve.
La fabricación y circulación de armas, por lo general fácilmente monetizadas y medidas, son sólo una manera de analizar el coste de la guerra y el carácter de sus economías. Hay también una segunda dimensión ante el poder productivo de la invisibilidad tóxica de quienes hacen las guerras. Debido a tantos aspectos alrededor del DU que son deliberadamente mistificados y ocultados -una pauta que se contradice con cómo los ejércitos celebran conspicuamente a menudo el potencial de sus sistemas armamentísticos-, las autoridades militares y políticas han podido también negar las afirmaciones sobre sus efectos tóxicos más perniciosos. Si bien todas las guerras provocan muy duraderos sufrimientos ambientales, infraestructurales y corporales, las armas tóxicas producen consecuencias especialmente devastadoras y perdurables. Teniendo en cuenta sus cualidades moleculares y las dificultades científicas y médicas para vincular casos particulares de exposición a la enfermedad, y especialmente porque su violencia se mide a lo largo de años y décadas -violencia lenta-, el daño que hacen persiste a menudo mucho después de haber arrojado las últimas bombas.
A pesar de los esfuerzos del Pentágono para ocultar la escala del uso de armas de uranio empobrecido en Iraq y otros lugares, así como los impedimentos para obstruir las investigaciones sobre sus efectos, los doctores y científicos iraquíes, a menudo con la ayuda de observadores mundiales, han documentado algunos de los daños causados en la salud y el medio ambiente. El impacto en ambas esferas ha sido significativo y generacional. Frente a las extensas pruebas epidemiológicas y de otra índole, el ejército estadounidense y sus aliados, que también lo utilizan en las batallas, niegan los peligros tóxicos de las armas de DU. Cualesquiera que sean los argumentos esgrimidos por otros observadores de que los peligrosos efectos del DU están aún por probar, y son muchos, las afirmaciones de incertidumbre no están impulsadas por la ciencia sino por la política (9). Se acepta que las pruebas de que el DU causa desastres en el medio ambiente y en salud son una verdad abrumadora excepto para quienes están interesados en creer otra cosa.
Mucho se pierde en la búsqueda políticamente motivada de certezas científicas respecto al impacto del uranio empobrecido en los cuerpos y entornos iraquíes. Debido a que el impacto del DU es negado por todos aquellos que tienen el poder para neutralizar potencialmente sus efectos, el polvo tóxico del DU ha quedado suspendido en los sistemas alimentarios iraquíes, cubriendo sus infraestructuras, alojado en los órganos y huesos de los cuerpos, trasmitido a través del parto, instalado en los fragmentos del metal destruido en la guerra que se han convertido en productos de intercambio en la economía de posguerra del país. Los iraquíes que viven en zonas particularmente afectadas están en constante contacto con él. Están repetida y rutinariamente expuestos a sus peligros y, sin embargo, siguen sin medirse ni tratarse. Y aunque determinados expertos puedan negar los vínculos o negar las certezas sobre las conexiones entre las toxinas militarizadas y las comunidades afectadas, existen redes significativas de sufrimiento.
En efecto, junto a las armas y a los términos económico-políticos de su producción, uso y a los velos que los envuelven, la necesidad de cuidados de las comunidades devastadas por la guerra es la «otra cara» de estas pequeñas partes de economías de guerra. Los heridos y enfermos, especialmente quienes se enfrentan a una larga lucha y padecimientos como consecuencia de la exposición tóxica, son también fundamentales para explicar la economía de la guerra (10). Así pues, el sufrimiento y los cuidados deben ser también tenidos en cuenta no como el más allá de la guerra sino como el elemento central de nuestros cálculos morales y económicos de lo que ante todo implica. Al igual que las armas de uranio empobrecido, la escala y coste de los cuidados y la lucha por la salud son demasiado fácilmente ignorados e infravalorados (11).
Notas
(1) Associated Press : «56 Soldiers Hurt in Kuwait Blast,» New York Times, 12 July 1991, http://www.nytimes.com/1991/07/12/world/56-soldiers-hurt-in-kuwait-blast.html .
(2) Véase: https://www.youtube.com/watch?v=V8xXf41Fu4c .
(3) Thomas D. Williams: «The Depleted Uranium Threat,» Truthout, 13 August 2008, http://truth-out.org/archive/component/k2/item/79582:the-depleted-uranium-threat .
(4) Para un primer ejemplo de esa advertencia, véase Wayne C. Hanson, «Ecological Considerations of Depleted Uranium Munitions,» Los Alamos Scientific Laboratory, United States Atomic Energy Commission, June 1974.
(5) Williams, op cit. Véase también: Snake River Alliance, «Tons of Waste Shipped to Idaho From Kuwait»: http://snakeriveralliance.org/tons-of-waste-shipped-to-idaho-from-kuwait/ ; Penny Coleman: «How 6,700 Tons of Radioactive Sand from Kuwait Ended up in Idaho,» Alternet, 16 September 2008:
(6) Toby Craig Jones: «America, Oil and War in the Middle East,» Journal of American History 99, no. 1 (June 2012): 208-218: https://academic.oup.com/jah/article-abstract/99/1/208/854761/America-Oil-and-War-in-the-Middle-East?redirectedFrom=fulltext .
(7) Daniel Trotta, «Iraq War Costs more than $2 trillion: Study,» Reuters, 14 March 2013, http://www.reuters.com/article/us-iraq-war-anniversary-idUSBRE92D0PG20130314 . On the cost of the Camp Doha fire, véase:
http://www.dtic.mil/ndia/2007/im_em/GeneralSession/Knudson.pdf .
(8) Samuel Oakford, «The United States Used Depleted Uranium in Syria,» Foreign Policy, 14 February 2017, http://foreignpolicy.com/2017/02/14/the-united-states-used-depleted-uranium-in-syria/ .
(9) Toby Craig Jones: «Toxic War and the Politics of Uncertainty in Iraq,» International Journal of Middle Eastern Studies 46 no. 4 (October 2014).
(10) Véase Omar Dewachi: Ungovernable Life: Mandatory Medicine and Statecraft in Iraq (Stanford University Press, 2017).
(11) Omar Dewachi, «The Toxicity of Everyday Survival in Iraq,» Jadaliyya, August 13, 2013. http://www.jadaliyya.com/pages/index/13537/the-toxicity-of-everyday-survival-in-iraq
Toby C. Jones es profesor adjunto de historia en la Universidad Rutgers, New Brunswick, donde dirige el programa de doctorado sobre Historia Global y Comparativa. Es autor de los libros: «Desert Kingdom: How Oil and Water Forged Modern Saudi Arabia» (Harvard University Press, 2010) y «Running Dry: Essays on Energy, Water and Environmental Crisis» (Rutgers University Press, 2015). Está trabajando actualmente en dos proyectos, incluida una historia de energía y violencia y una historia oral del levantamiento en Bahréin. Suele publicar sus trabajos en el International Journal of Middle East Studies, Journal of American History, South Atlantic Quarterly, Middle East Report, Raritan Quarterly Review, The Nation, Foreign Affairs, The Atlantic, New York Times y otros.
Fuente: http://www.jadaliyya.com/pages/index/27076/invisibility-and-the-toxic-economy-of-war-in-iraq
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.