Traducido para Rebelión por Loles Oliván
El marco de reparto de poder acordado en Iraq no ha conseguido por el momento poner fin a los ocho meses de punto muerto sobre la estructura de un nuevo gobierno. El impasse, a causa del regateo en puestos clave, es reflejo de cómo después de la invasión, Iraq ha sucumbido a la rivalidad étnica y confesional, que, a su vez, ha obstaculizado su recuperación económica y política. Asimismo es indicativo de cómo el país se ha convertido en un patio de recreo para diferentes poderes regionales e internacionales que compiten por la influencia y los recursos petroleros del país.
El acuerdo alcanzado a principios de este mes permitiría a Nuri Al-Maliki, el primer ministro en funciones, formar un nuevo gobierno -a pesar de que la coalición Iraqiya consiguió dos escaños más que la alianza Estado de Derecho en las elecciones parlamentarias.
El acuerdo establecería una fórmula confesional y étnica al estilo libanés -que podría ser más una receta de constante inestabilidad que una garantía para la reconciliación nacional. Resulta irónico presenciar la «libanización» de Iraq justo cuando esta fórmula de reparto de poder podría estar causando la «iraquización» de Líbano, pues muchos se temen que Líbano está al borde de la lucha inter-confesional.
La distribución confesional del poder en Líbano no lo ha salvado de la rivalidad confesional, sino que más bien, en varias ocasiones, le ha sumergido en la violencia civil e incluso en la guerra. En consecuencia, Líbano se ha convertido en rehén de su sistema confesional y todos los sectores, a la vez que compiten por su representación, buscan constantemente mantenerlo por miedo a ser marginados.
El emergente sistema de reparto de poder de Iraq otorga el cargo de presidente a los kurdos, el de primer ministro a los chiíes, en tanto que los suníes obtienen, o se les deja (dependiendo del punto de vista) el puesto de portavoz del Parlamento y previsiblemente también, la vicepresidencia.
No está claro cómo reaccionarán a esto los restantes grupos étnicos y confesionales, y si bien no son lo suficientemente poderosos como para impactar el sistema político, su marginación podría aumentar las tensiones que se vienen padeciendo en el país.
Vecinos entrometidos
Al igual que en Líbano, los vecinos de Iraq tienen intereses creados en que el país adopte tal sistema de reparto de poder -a condición, claro está, de que sus detalles precisos sirvan a sus intereses.
El sistema político emergente en Iraq es un producto directo de la invasión de Estados Unidos y de la complicidad de Irán tanto en dicha invasión como en la posterior ocupación. Irán, hasta el momento, ha salido con la mayor victoria, pues el primer ministro es la principal autoridad del poder.
Los países árabes vecinos «suníes» también han desempeñado un papel en la consolidación de las divisiones en el interior de Iraq -ya sea a través de la ayuda directa a las fuerzas de Estados Unidos, o al no ayudar a Iraq a mantener su unidad. En las deliberaciones que condujeron al acuerdo marco, los países árabes apoyaron inicialmente al bloque Iraqiya respaldado por los suníes, en parte para aumentar la representación suní en el gobierno y para contrarrestar la influencia de Irán.
Estados Unidos también pareció favorecer al líder del bloque Iraqiya, Iyad Allawi, un político chií que no pudo asegurarse el apoyo iraní.
Allawi, que mantiene fuertes vínculos con los Estados del Golfo y con los vecinos árabes de Iraq, regresó al país tras la invasión con el respaldo de la CIA y del Departamento de Estado. En 2004, dirigió un gobierno de transición durante menos de un año en el curso del cual apoyó los bombardeos estadounidenses de Faluya y de las áreas chiíes de Nayaf. Los despiadados bombardeos de Faluya se recuerdan como uno de los episodios más sangrientos de la ocupación de Estados Unidos durante los cuales grupos de derechos humanos documentaron el uso de municiones prohibidas.
A pesar de ello, para los suníes Allawi representaba la única opción que podía garantizar el apoyo estadounidense y de los Estados árabes a una coalición que trataba de socavar al gobierno de los partidos confesionales chiíes apoyados por Irán. La coalición Iraqiya ganó, y un compromiso entre Estados Unidos y Siria garantizó el apoyo de Damasco a Allawi, que también contó con el respaldo de Arabia Saudí, de los Emiratos Árabes Unidos y de Jordania.
Pero finalmente todas las conversaciones y mediaciones fracasaron, lo que ha motivado que los estadounidenses den su apoyo a Al-Maliki, siempre y cuando los suníes estén también fuertemente representados en el gobierno.
Patio de recreo para la política
Así, lo que comenzó como un posible reto a un gobierno confesional chií apoyado por Irán ha dado lugar a un sistema de reparto de poder confesional y étnico con el visto bueno de Irán que, por encima de la identidad colectiva, da supremacía a las divisiones étnicas y confesionales.
Tan alarmante como la perpetuación de estas divisiones es el hecho de que la actual lucha por el poder se da esencialmente entre élites gobernantes que han sido ampliamente promovidas -o incluso, creadas- por la ocupación, mientras que los iraquíes de a pie siguen estando excluidos. En su mayor parte, esas élites políticas están vinculadas a actores externos, en particular a Irán, Estados Unidos y Arabia Saudí.
Ahora, incluso quienes apoyaban a la coalición Iraqiya y veían los resultados de las elecciones como un triunfo sobre lo que consideraban un proyecto confesional, se sienten excluidos al ver que los países árabes tratan principalmente -y a veces únicamente- con «su hombre» Allawi, y no con la coalición que él lidera.
Los países árabes, al igual que Irán (aunque con menos éxito), están tratando a Iraq como si fuera un patio de recreo en el que compiten por tener influencia en lugar de apoyar un proyecto nacional alternativo.
En Líbano, fuerzas externas han intervenido en repetidas ocasiones para garantizar la estabilidad manteniendo el equilibrio de su sistema confesional. En Iraq, sin embargo, el acuerdo está fallando desde el principio -no conduce a la formación de un nuevo gobierno, ni a una garantía de estabilidad política temporal.
Además al impedir que la coalición ganadora forme gobierno, los políticos iraquíes no sólo están estableciendo un imperfecto sistema confesional sino sentando las bases para un sistema de dominación sectaria.
*Lamis Andonis es analista y comentarista de asuntos de Oriente Próximo y Palestina.
Fuente: http://www.uruknet.de/?s1=1&p=
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