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"Sólo quiero saber por qué, somos pobres, mecánicos de coches, no éramos pro-Sadam [Husein], mis hijos huyeron para no alistarse en su guerras; rogué a la policía; les besé los zapatos, no me escucharon, me dieron una patada en la boca y me golpearon."

La limpieza étnica amenaza el futuro de Iraq

Fuentes: IraqSolidaridad

Uno de esos días iraquíes polvorientos, cuando la vista apenas alcanza los 10 metros, nos encaminamos a otra ciudad iraquí. El nombre no importa: lo que está ocurriendo allí está ocurriendo en muchas otras ciudades que se han mostrado abiertamente contra la ocupación, y también por razones de seguridad. La sede del Creciente Rojo Iraquí, […]

Uno de esos días iraquíes polvorientos, cuando la vista apenas alcanza los 10 metros, nos encaminamos a otra ciudad iraquí. El nombre no importa: lo que está ocurriendo allí está ocurriendo en muchas otras ciudades que se han mostrado abiertamente contra la ocupación, y también por razones de seguridad.

La sede del Creciente Rojo Iraquí, nuestra primera parada, era simplemente un mal chiste. Una vieja y dañada vivienda con una habitación grande casi vacía, salvo algún mueble sin importancia, era la oficina. No había ningún tipo de instalaciones que pudieran verse. El director, el doctor M.S.S., un joven canoso, con ojos dañados por el polvo, explicó que la situación era demasiado catastrófica, y que los dos principales problemas a los que se enfrentaban ahora eran la seguridad y los refugiados.

«¡Esto no es distinto que en cualquier otra ciudad iraquí!», le comento. Y M.S.S. me contesta:

«Sí, es bien distinto. Quisiera hablaros sobre la conspiración contra esta ciudad, las malas condiciones [de vida] por la presencia de tropas estadounidenses e iraquíes que las apoyan. Secuestros, saqueos y robos es lo normal bajo la protección estadounidense. Cuando secuestran o asesinan a una persona cerca de tanques o vehículos estadounidenses ellos no hacen nada, ¿cómo se explica eso? Y cuando se produce una incursión cortan las carreteras y rodean la ciudad; no permiten a nadie ir a ningún sitio durante días.

«La población aquí es de 150.000 habitantes, sin mencionar los pueblos de alrededor, y no tenemos un hospital, ¿Cómo crees que es posible conseguir ayuda médica en esos días? Una mujer murió dando a luz porque no la pudieron llevar al hospital; otra fue asesinada junto a su bebé y a su cuñado cuando un avión estadounidense disparó contra su coche cuando la familia la llevaba al hospital. Ahora el problema es aún peor con cientos de refugiados llegados a esta ciudad escapando de la limpieza étnica que está teniendo lugar en distintos lugares de Iraq.»

Yendo de camino a visitar a la familia de la mujer asesinada, nos detuvimos dos veces delante de dos casas que habían sido gravemente dañadas. La primera en realidad no era más que un montón de escombros; la segunda, había sido una casa preciosa a la orilla del río, había sido duramente tiroteada, la segunda planta se incendió. Abdul Husein, un hombre sexagenario, nos explica «[] las tropas estadounidenses fueron atacadas en el puente, y como mi casa era la más cercana y no hay otra casa en los alrededores, pensaron que el ataque venía de aquí. Dispararon sin cesar hasta que no quedó ni una sola ventana, pared o animales incluso (mataron a cuatro vacas). Después vinieron a registrar la casa. Yo estaba aquí con mi mujer, enferma y anciana, Tuve que quedarme con ella porque no puede andar debido a la diabetes. No encontraron nada pero destruyeron mi casa».

El testimonio del viudo Hatim

En la casa de la mujer asesinada, nos reunimos con su viudo, Hatim Karim, y sus tres hijos huérfanos. Él nos cuenta cómo a su mujer, Abeer Akram, de 25 años, a su hermano Walid y al bebé que no nació les dispararon hasta matarlos, y cómo hirieron también a su hijo Husein cuando las tropas estadounidenses dispararon contra el coche en el que llevaban a su mujer al hospital para dar a luz. Eran las cuatro y media de la tarde del pasado noviembre en medio de la calle principal -y única- de esta ciudad, cerca de la comisaría y también de la central eléctrica. «La zona estaba rodeada por tropas, pero no teníamos elección», señala Hatim.

-«¿Qué hicieron?», le preguntamos.

– «Fuimos a la comisaría a denunciarlo; el tribunal nos remitió a la Oficina de Compensación [de las víctimas, estadounidense], pero nos rechazaron [la demanda]», nos cuenta Hatim.

Walid, el hermano de Hatim dejó dos niñas huérfanas. Hatim ha decidido casarse con la viuda de Walid: «Lo mejor para cuidar de cinco huérfanos», considera. Ella estaba demasiado indignada para hablar con nosotros: «Nuestra vida no es nada después de la llegada de los estadounidenses», fue lo único que pudo decir.

El puente

El puente no era más de dos vigas de acero de estructura insertas a dada uno de los lados del río. M.I., ayudante del Ayuntamiento, nos explicó el tema del puente:

«Los aviones estadounidenses lo bombardearon hace más de un año, lo que supuso una catástrofe en sí mismo. El problema es que sin puente tenemos que dar un rodeo de una hora para llegar a Bagdad en situación normal, pero con todos los bloqueos, los controles militares y el cierre de carreteras tardamos horas y el transporte es tres veces más caro.

Intentábamos solucionar el problema cruzando el río en pequeños botes y coger un coche en la otra orilla. Pero desde que llegó el nuevo gobierno y las milicias de al-Badr [1] controlaban el otro lado (la mayoría de ellos chiíes), nos impedían coger los botes para cruzar. Intentamos convencerles, enviamos una delegación de gente importante de la ciudad, pero no quisieron escucharnos. No somos extranjeros; en realidad somos parientes porque muchos de nosotros estamos casados con muchos de ellos. Como pueden ver, la destrucción del puente corta incluso las relaciones de sangre.»

S.H., responsable de la asistencia humanitaria, se enfrenta a un grave problema en la ciudad. En ella, hay 210 familias de distintas partes de Iraq, la mayoría de Bagdad, buscando refugio. Algunas de ellas viven con otras familias, otras en edificios públicos vacíos o en edificios a medio construir. S.H. tiene la experiencia de los refugiados de Faluya del año pasado, pero esto es diferente: «Estas familias están huyendo, no de los bombardeos estadounidenses, sino de la policía iraquí, o de los abusos de las milicias sectarias». 42 de estas familias han perdido a uno o dos hombres de su familia a manos de la policía iraquí. Están aterrorizados, arruinados y psicológicamente destrozados. Todos son sunníes. S.H. nos enseñó dos listas: una de las familias y otra de las viudas y huérfanos. Buscaba nuestra ayuda: «Necesitamos comida y medicamentos», nos dijo.

Matanza en Hurriya

Una de esas familias perdió dos jóvenes, W. de 29 años y M. de 33. Sus cuerpos fueron hallados cerca de la frontera oriental iraquí [con Irán] una semana después de que fueran detenidos por la policía iraquí. Los cuerpos mostraban signos brutales de tortura, perforaciones, quemaduras y señales de esposas clavadas en la carne; estaban deformados por sustancias químicas para no ser reconocidos. Ellos forman parte de una masacre bien conocida en Bagdad con el nombre de «masacre de Hurriya», en la que 36 hombres fueron detenidos el pasado 26 de agosto en el distrito de este mismo nombre, situado al norte de Bagdad. Sus cuerpos fueron hallados una semana más tarde en la frontera irano-iraquí.

«Por favor no nos grabe», nos pide el hermano de una de las víctimas. «No importa», grita por el contrario la madre fuera de sí: «quiero morir junto a mis hijos». No podía dejar de hablar y llorar:

«Sólo quiero saber por qué, somos pobres, mecánicos de coches, no éramos pro-Sadam [Husein], mis hijos huyeron para no alistarse en su guerras; rogué a la policía, les besé los zapatos; no me escucharon, me dieron una patada en la boca y me golpearon.»

El hermano describe con lágrimas en los ojos lo que ocurrió la tarde de aquel 26 de agosto. A las 11:30, toda la zona de Hurriya estaba rodeada por decenas de coches de policía. Las incursiones continuaron hasta el atardecer. Detuvieron a 36 hombres: 16 de la familia de Abu Califa, a Abu Omar y sus tres hijos, a Hadj Mikhlif y su dos hijos, a Abu Ali y su hijo, a Mithaq, que es el único que mantiene a los diez miembros de su familia, y a Shawkat, que tenía 75 años.

Nos cuenta el hermano:

«Rompieron las puertas cuando entraron en nuestra casa; primero sacaron a W. de la cama. Entonces cogieron a M., que llevaba en brazos a su única hija. Las separaron por la fuerza. Cuando entraron en mi habitación me arrastraron por el pelo, me tiraron al suelo y me pusieron una pistola en la cabeza; mi hija empezó a llorar, uno de ellos me pisó la cabeza con las botas. Decía palabras obscenas gritando ‘¿dónde están las armas?’. Intentaba preguntarles qué armas, pero no escuchaban. Entonces uno de ellos gritó ‘retirada’. Me dejó y salí corriendo».

«Pero el ministro del Interior dijo que la policía iraquí no hizo incursiones aquella noche en esa zona, ¿cómo sabe que eran ellos?», le pregunto:

«Nosotros intentamos que les soltaron; fuimos a un oficial pidiéndole ayuda. Llamó a un superior de la Brigada de la policía iraquí quien confirmó que ellos les habían detenido. Después, pocos minutos más tarde, este mismo hombre volvió a llamar y dijo al oficial que jamás volviera a mencionar a W. y a M.»

«¿Qué van a hacer ustedes ahora?», preguntamos. «¿Qué cree usted? Seguir escondidos, que es la peor parte de nuestra tragedia. Éramos pobres, pero teníamos nuestra casa, nuestros trabajos, nuestra dignidad. Ahora vivimos de la caridad», nos responde llorando amargamente. «Las lágrimas de los hombres no se derraman fácilmente, como bien saben».

Traducido del inglés para IraqSolidaridad por Paloma Valverde