La literatura de viajes esta motivada por una inquietud vital y un afán de conocimiento que aquí, en el libro «Caminando por Las Hurdes», es un abrazo cálido y de igualdad con los más marginados de los trabajadores en el final de los años 50 del siglo XX en España. La literatura de viajes […]
La literatura de viajes esta motivada por una inquietud vital y un afán de conocimiento que aquí, en el libro «Caminando por Las Hurdes», es un abrazo cálido y de igualdad con los más marginados de los trabajadores en el final de los años 50 del siglo XX en España.
La literatura de viajes es por sí misma el principio de lo que hoy llamamos literatura; se escribe literatura para hacer sentir lo único, lo nuevo, para sentir a los demás, y para hacer partícipes a los lectores de una experiencia y, que tras ella, se muevan.
Para referirse a la literatura de viajes siempre se habla de sus dos valores: testimonio y estética, que en «Caminando por las Hurdes» son transparentes, por lo que consigue llevar al lector a la esencialidad del viaje, al tuétano mismo de las circunstancias descubiertas en ese encuentro con la realidad de dos escritores españoles, Armando López Salinas y Antonio Ferres.
En este pequeño libro, reconocido como una de las mejores muestras de la literatura que aquí se trata, se nos entrega uno de los corazones de la historia que habitamos, entre su contenido hay imágenes fotográficas recogidas por Buñuel en el sitio, y tanto la exposición literaria como fotográfica resultan impresionantes, habiendo sido calificado el libro como un testimonio antropológico.
Armando López Salinas, que trasciende todas nuestras fronteras literarias con «La mina», novela emblema del realismo social donde se recoge la vida de los mineros de Puertollano, y llega muy recientemente con su último libro, «Crónica de un viaje y otros relatos», y Antonio Ferres, otro reconocido miembro del realismo social por novelas como «La piqueta» y «Los vencidos», recorrieron a pie el sur de Salamanca y el norte de Cáceres, llegando a poblaciones donde la vida de sus gentes se situaba tan decaída, tan en los últimos extremos, que podía pensarse en algún momento que estaba a punto de desaparecer, que se iba a extinguir en ellas su carácter humano. La atención que pone en relieve dicha existencia es muestra constante de la gran sensibilidad de los autores hacia esas gentes trabajadoras que viéndolos llegar los miran, casi los auscultan, con ojos que no han conocido otras existencias más allá de las suyas.
Los dos caminantes abren ese mundo oculto dondenos invitan a conversar con sus gentes y nos abrimos a mucho más de lo que creíamos ser. Encuentran en las profundidades de aquel abismo a personas que no retrocedieron y permanecían orgullosos de su trabajo, y así los autores dedican su libro al doctor Barcala, poeta y médico de La Alberca.
Paso tras paso se sumergen en Las Hurdes de los años 50 y conocen el hambre constante, no hay pan, no hay huevos, no hay en los pueblos ni una mala lata de conservas, y cuando les prometen algo como unas patatas fritas les advierten que será en el caso de encontrarlas, no hay farmacia, ¿con qué dinero iban a comprar las medicinas?, emplean remedios caseros que conocen por tradición para paliar sus dolencias, y advierte una buena mujer que ha ido «un señor de Salamanca» para preguntar por esos remedios. Su última comida, el último recurso para no morirse de hambre es la «lechuguilla», que crece en el monte y que llegado el invierno también desaparece.
A los autores los toman por músicos, los toman por vendedores, y Armando López Salinas y Antonio Ferres les explican que quieren recorrer aquellas tierras, que viajan porque
«- … queremos ganarnos la vida haciendo libros, tenemos que ver cosas para contarlas.
Una mujer dice: – Hay muchas maneras de ganarse la vida, pero ustés la ganarán mejor que nosotros -levanta la mirada para observar a los viajeros y al pobre atuendo que estos llevan.
-
Nosotros también somos pobres y también trabajamos. Mientras los campesinos y los obreros sean pobres y no sepan leer, los escritores seremos tan pobres como ellos.»
Al comienzo del libro tenemos un mapa de la zona y el recorrido que hicieron siempre a pie, Mogarraz, La Alberca, Las Mestas, Vegas de Coria, La Batuequilla, Nuñomoral, El Asegur, El Cerezal,…carreteras, caminos, sendas de monte son la llave del mundo oculto:
«- ¿Tienen pan?
– No, señor.
– ¿Carne?
La joven sonríe.
– No, señor.
– ¿En Fragosa no hay para comer? Dice Armando.
– Hay un poquito para los del pueblo.
Aun así y todo los viajeros llegan a saber que allí aguanta un maestro, y Armando declara:
– Hace falta tener mucho amor a los hombres para vivir y enseñar aquí.»
La vida primitiva con algo de pastoreo de cabras, burros flacos, pequeños espacios de tierra escarbados para sacarles las piedras y sembrar qué comer, su amontonamiento para contener la riada invernal, aplasta a las gentes que en esos años sobrevivían en la comarca. Las estrechas callejuelas bajo tejados de pizarra que se tocan son cauce de deshechos animales, las puertas se alzan a no más de 70 centímetros por las que nuestros representantes viajeros entran de rodillas, allí no se conoce la luz eléctrica, no ha llegado ningún coche, en alguno de estos pueblos no se fuma porque no hay tabaco, una mujer ha visto un tren cuando fue a Plasencia, en otros pueblos no se come pan, no hay teléfono…
Cercano el final de su viaje «por el collado de La Gasca, cuesta abajo, tres pastores sin rebaño vienen tocando la flauta de Pan. Tras ellos caminan un chiquillo y un perro», es la primera vez que escuchan música. A Caminomorisco llega el coche de línea, hay tabernas, hay obreros de Obras Públicas, hay baile y en el parece que la vida se retoma. Pero cuando cae la tarde la noche se abre de golpe sobre Caminomorisco.»
Ya han salido de Las Hurdes y están en Casar de Palomero, pasan por la «Plaza del Caudillo Francisco Franco», hay Ayuntamiento, Casa Comarcal, Juzgado, y encuentran una placa en una casa con dos balcones que recuerda la estancia de Alfonso XII el 21 de Julio de 1922 en su descubrimiento de Las Hurdes. Antes de subir a un camión que los aleje hablan con un guarda forestal en la plaza, les informa de cómo la gente emigra para Avilés en busca de jornales o van a la construcción de un pantano. La España emigrante, la España hambrienta. La exposición del guarda forestal toca un punto nuevo, un punto que nace fuera de Las Hurdes: «Dependemos del Ministerio, aunque no somos funcionarios. Ahora hemos conseguío que nos metan en el Sindicato, somos ya como obreros. Pero hace tres meses que salió en el Boletín y aún no nos pagan los puntos.» Antes de marcharse hará acto de presencia la Guardia Civil, y en dos palabras y un pequeño acto quedará, como la última sorpresa, la realidad histórica al descubierto para formar parte de la literatura.
Título: Caminando por Las Hurdes.
Autores: Antonio Ferres y Armando López Salinas.
Editorial: Gadir. Fotografías de Luis Buñuel y Oriol Maspons.