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La lucha de poder de EE.UU. e Irán por Iraq

Fuentes: Countercurrents.org

Traducción para Rebelión de Loles Oliván

La advertencia del embajador estadounidense Christopher Hill el 18 de febrero con respecto a que la formación de un nuevo gobierno en Bagdad tras las próximas elecciones iraquíes previstas para el 7 de marzo podría llevar meses y que ello podría suponer una considerable confusión política en Iraq, así como las advertencias de observadores, expertos y responsables políticos sobre el espectro amenazador de una renovada guerra sectaria en el país, indican que la seguridad, la estabilidad, por no hablar de la democracia y de una exitosa retirada «victoriosa» de las tropas estadounidenses de Iraq tienen todavía un largo camino por delante. Un Iraq seguro, estable y democrático tendrá que esperar primero a que se ponga fin a la encarnizada lucha por el poder en Iraq entre Estados Unidos e Irán dentro y fuera del país árabe ocupado.

Associated Press citaba a Hill prediciendo «días difíciles, violentos e inclementes» antes de las votaciones del 7 de marzo. Las advertencias plantean graves interrogantes sobre las declaraciones de hace unos días del vicepresidente de Estados Unidos Joe Biden cuando afirmaba que Iraq es el «gran logro» de la Administración Obama. Ni Biden ni el presidente Barak Obama están en condiciones todavía de declarar que Estados Unidos ha ganado la victoria en Iraq. En 2007, ambos aconsejaron la retirada de las tropas estadounidenses de Iraq, pero el ex presidente George W. Bush optó por el «aumento» militar que la Administración Obama tiene «la responsabilidad» de reducir ahora. Sin embargo, ni el aumento ni la reducción han producido su objetivo declarado, una democracia segura; en su lugar, avanza un régimen sectario pro -iraní.

Las próximas elecciones iraquíes previstas para el 7 de marzo ya han enredado a Estados Unidos e Irán (los dos principales beneficiarios de la invasión de Iraq liderada por los estadounidenses en 2003) en una lucha de poder que ninguna de las dos partes se preocupa ya por contener dentro de los límites de los acuerdos bilaterales sobre coordinación en materia de seguridad que se formalizaron a través de decenas de reuniones públicas y privadas para «dialogar» en Bagdad entre los embajadores de Estados Unidos, Ryan Crocker y Zalmay Khalilzad, y sus homólogos de Irán, hasta el término de la Administración Bush. Esta lucha abierta por el poder indica que se ha acabado la luna de miel de la coordinación bilateral sobre seguridad en Iraq o que está a punto de acabarse, un augurio muy negativo para el pueblo iraquí.

A pesar de hacer sonar los tambores de guerra, el gobierno de Barak Obama sigue comprometido con lo que la secretaria de Estado, Hillary Clinton, describió en la capital saudí de Riyad, el 15 de febrero como el «enfoque de una doble vía» que se centra simultáneamente en la guerra y en la diplomacia para crear un consenso internacional sobre sanciones contra Irán, bajo el paraguas de Naciones Unidas. Añádase a ello que Washington está conteniendo un ataque unilateral de Israel contra Irán y retrasando su aprobación a la insistente demanda israelí de la guerra como única opción; que los militares de EE.UU. en Iraq son capaces de hacer frente a las milicias iraníes y a las redes de inteligencia dentro de Iraq, pero que han elegido no hacerlo todavía; todo ello son indicadores de que Washington contempla aún un acuerdo de reparto de poder con Irán en Iraq.

Sin embargo, Teherán no estaría dispuesto a renunciar a su influencia anti estadounidense en Iraq mientras Washington mantenga su estrategia actual de asegurar los logros de la lucha de poder entre Estados Unidos e Irán en Iraq trasladándola al propio país iraní. Más aún, Teherán está respondiendo desesperadamente a dicha estrategia estadounidense tratando de desbaratar la plataforma de lanzamiento árabe del frente anti-iraní a cuya creación se refirió Clinton en Riad cuando afirmó que su Administración estaba «trabajando activamente con nuestros socios regionales e internacionales», donde quiera que Irán sea capaz de hacerlo, desde la Palestina de Gaza, a Líbano y Yemen. Washington está explotando las «acciones cada vez más inquietantes y desestabilizadoras de Irán», según expresión de Clinton, como un casus belli adicional para convencer a los socios árabes de que se unan a ese frente. Estados Unidos e Irán están convirtiendo todo el Oriente Próximo, con su epicentro árabe, en un escenario de un sangriento juego del «ojo por ojo, diente por diente» con Iraq como premio final.

El gran conflicto general de Estados Unidos e Irán en Oriente Próximo tiene que ver con Iraq y no con Irán. El factor palestino e israelí son una mera distracción y una maniobra de propaganda de los dos protagonistas en su guerra psicológica para ganar los corazones y las mentes de los impotentes árabes, de los palestinos en particular, que están siendo aplastados sin piedad con su maquinaria bélica, y a los que no les queda nada más que su patrimonio religioso como única salida para buscar refugio y salvamento, mientras que a los 22 Estados miembros de la Liga Árabe se les arrincona para que elijan entre lo malo y lo peor.

Por eso Clinton no tenía casi nada importante que decir sobre Iraq durante la conferencia de prensa conjunta con su homólogo saudí Saud Al Faisal quien, sin embargo, por razones geopolíticas explícitas, no pudo ignorar la cuestión iraquí: «Esperamos que las próximas elecciones harán realidad las aspiraciones del pueblo iraquí de lograr la seguridad, la estabilidad, la integridad territorial y la consolidación de su unidad nacional sobre la base de la igualdad entre todos los iraquíes, independientemente de sus diferencias confesionales y sectarias, y de proteger a su país en contra de cualquier intervención extranjera en sus asuntos», declaró a los periodistas. Pero la «intervención extranjera», o más claramente la ocupación militar de Estados Unidos y paramilitar de Irán, es exactamente lo que dará al traste con las esperanzas del príncipe.

El editorial de The Washington Post del 20 de enero, titulado «La administración Obama debe intervenir en la crisis electoral iraquí», era en realidad engañoso porque la intervención de Estados Unidos no ha cesado ni un momento en el Iraq «soberano». Militarmente, el teniente coronel estadounidense Robert Fruehwald y el General de División iraquí Shakir, por ejemplo, han estado trabajando juntos en los últimos nueve meses para preparar las próximas elecciones en el distrito de Kadimiya de Bagdad, y lo mismo ha ocurrido en todos los distritos de todas las provincias iraquíes. En el marco del Acuerdo sobre el Estatuto de las Fuerzas (SOFA) se supone que las tropas estadounidenses deben permanecer fuera de los centros urbanos y todas las operaciones militares deben llevarse a cabo con la aprobación del gobierno iraquí. Sobre el terreno, los «asesores» militares de Estados Unidos están incrustados en las fuerzas de seguridad iraquíes, seleccionando objetivos y dirigiendo operaciones apoyadas si es necesario por bombardeos aéreos masivos.

Políticamente, todos los «secretarios» y altos funcionarios del gobierno que tienen que ver con Iraq están interviniendo púbicamente acerca de quién y a quién se «debería» o se «debe» incluir o excluir en las elecciones. Por ejemplo, el embajador de EE.UU. en Iraq, Christopher Hills afirmó que «ningún ba’asista» debería presentarse a las elecciones. Contradiciendo a Hills, Clinton dijo que Estados Unidos se opondrá a «cualquier exclusión». El 10 de febrero, el vice presidente Joe Biden, en su intervención en Larry King Live, de la CNN, expresó con orgullo el alcance de su intervención: «[…] He estado allí 17 veces. Voy cada dos ó tres meses. Conozco a cada uno de los principales actores de todos los segmentos de la sociedad». El 4 de febrero, The New York Times, sostenía en un editorial que Biden estaba en Bagdad «para presionar al gobierno» sobre quién debe presentarse a las elecciones. El presidente iraquí Yalal Talabani confirmó que Biden había propuesto que «la privación del derecho (de los candidatos) se aplace hasta después de las elecciones».

El presidente Obama, que manifestó recientemente que «estamos dejando Iraq a su pueblo responsablemente» debería velar por su credibilidad frente a las declaraciones contradictorias (y que le contradicen) de sus colaboradores.

Del mismo modo, Irán se ha auto-impuesto como árbitro de la política iraquí. El diario oficial Teherán Times, en un editorial firmado por un «escritor de plantilla», defendió la prohibición a los candidatos porque «la mayoría son reminiscencias del régimen ba’asista» apoyados por «ciertos países árabes». El «controvertido» presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, en el 31 aniversario de la revolución islámica, acusó a Estados Unidos -que todavía está pagando «un precio terrible», según Biden, por haber arrancado al partido Ba’as del poder- de tratar de imponer nuevamente al partido Ba’as en el poder. El portavoz de Neyad en Iraq, Ahmed Chalabi -que fue el favorito de los neoconservadores estadounidenses de la Administración Bush, cuyos informes fueron citados por ellos como casus belli para la invasión de Iraq, que resultó ser un agente doble de Irán, y que intenta prohibir a los políticos iraquíes más opuestos a la creciente influencia iraní en Iraq con la vista puesta en el cargo de próximo primer ministro- en conferencia de prensa el 14 de febrero condenó «la intervención de Estados Unidos en los asuntos iraquíes», citando a Biden y a Hills como ejemplos.

El «precio terrible» de la invasión iraquí al que se refirió Biden en el programa «Encuentro con la Prensa» de la NBC el 15 de febrero, todavía tiene que pagarse. Chalabi no era la única voz pro-iraní que desafiaba la estrategia de Estados Unidos en Iraq. Al primer ministro Nuri al Maliki, fue grabado cuando decía «No vamos a permitir que el embajador estadounidense Christopher Hill, vaya más allá de su misión diplomática»; sus colaboradores pidieron la expulsión de Hill. Estos son políticos profesionales. ¿Cuáles son sus recursos para desafiar a Estados Unidos, cuyos soldados les están protegiendo y el dinero de cuyos contribuyentes les ha financiado por sus credenciales iraníes?

En una columna publicada en The Nation el 8 de febrero y titulada «De mal en peor en Iraq», Robert Dreyfuss escribía: «A pesar de la presencia de más de cien mil tropas estadounidenses, la influencia de Estados Unidos en Iraq se está desvaneciendo rápidamente mientras crece la de Irán», y añadía: «En el momento en que George W. Bush tomó la fatídica decisión de barrer el gobierno iraquí e instalar exiliados pro-iraníes en Bagdad, la suerte estuvo echada. El presidente Obama no tiene más remedio que hacer las maletas e irse».

Los autoproclamados nacionalistas laicos que han sido y siguen siendo una parte integral del denominado «proceso político» ideado por Estados Unidos, están perdiendo la batalla en tal proceso. La desba’asificación, que originariamente fue una marca comercial estadounidenses de Paul Bremer, el primer gobernador civil de Iraq después de la invasión de 2003, no es sino un pretexto para descalificar a quien se oponga a Irán y a su programa sectario en Iraq. Se está desarrollando un régimen sectario pro-iraní para excluir no sólo el laicismo y la democracia, sino para cimentar una base de poder de Irán en Iraq, que más pronto o más tarde extenderá el sectarismo en toda la región en lugar de convertir al país en una plataforma de lanzamiento para la democracia en Oriente Próximo, según lo prometido por los neoconservadores estadounidenses para justificar su invasión del país hace siete años.

Thomas Ricks, ganador del premio Pulitzer y corresponsal militar y ex corresponsal del Pentágono en de The Washington Post, ha sugerido recientemente que «al final de la agitación, los problemas políticos fundamentales que enfrenta Iraq son los mismos que cuando aquella comenzó. La teoría de la agitación era que la mejora de la seguridad conduciría a un avance político. No fue así. La mejora de la seguridad abrió una ventana pero no dio lugar a un avance político. En ese sentido, la agitación ha fracasado».

Ricks, sin embargo no advierte que la retirada inminente de las tropas estadounidenses de Iraq está a punto de llevarse a cabo sobre el telón de fondo de ese «fracaso» y que la retirada, como antes la agitación, está condenada al fracaso por la misma razón, a saber, por el régimen sectario que ambas hicieron todo lo posible por mantener como su agente en Iraq.

* Nicola Nasser, árabe palestino de Bir Zeit, Cisjordania, es periodista.

Fuente: http://countercurrents.org/nasser180210.htm