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La maldición de la «liberación» de Iraq

Fuentes: Revista Pueblos

Mucho se ha hablado estas pasadas semanas del viejo discurso que ha repetido Benjamin Netanyahu en el Congreso estadounidense. Ahora es Irán, pero en 2002 fue Iraq y su visión de un mundo sin Saddam: «Si se deshacen de Saddam, de su régimen», los efectos en la región serán «enormemente positivos». Netanyahu y los gobiernos […]

Mucho se ha hablado estas pasadas semanas del viejo discurso que ha repetido Benjamin Netanyahu en el Congreso estadounidense. Ahora es Irán, pero en 2002 fue Iraq y su visión de un mundo sin Saddam: «Si se deshacen de Saddam, de su régimen», los efectos en la región serán «enormemente positivos». Netanyahu y los gobiernos occidentales sabían que no existían las armas de destrucción masiva ni el programa nuclear en el que se respaldaba este llamamiento del ahora primer ministro israelí. La realidad, doce años después, es un pueblo iraquí deshecho, con su estado en manos de milicias paramilitares sectarias a las órdenes de potencias extranjeras y el 30 por ciento de su territorio sometido a la barbarie de un grupo extremista que ha aprovechado el caos generado por la ocupación. 

La estrategia de la ocupación estadounidense, más propia de un experimento ideológico ultraliberal que de un serio intento de aprovechar la aventura militar para expandir su influencia en la región, tuvo como resultado la «derrota estratégica» [1] de EEUU en Iraq, como reconoce Ali Khedery, asistente especial de cinco embajadores estadounidenses en Iraq y de tres directores del Comando Central entre 2003 y 2010. En aquel momento Irán era el epicentro del «Eje del Mal», a pesar de lo cual se fraguó una estrecha colaboración en la gestión de los asuntos de Iraq a través de los partidos proiraníes, como Al Dawa (de los primeros ministros Al Yaafari, Maliki y ahora Haidar al Abadi) o el Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Iraq y sus milicias Báder, que pasaron a ser en mayo de 2003 la columna vertebral de las nuevas fuerzas de seguridad del nuevo Iraq tras la disolución de todos los antiguos aparatos de seguridad y del partido Baaz, por orden de Paul Bremer, procónsul de la ocupación.

Con mucha inteligencia, paciencia y ningún escrúpulo, el régimen iraní fue desplazando en todas las esferas de poder a los estadounidenses. En las elecciones legislativas de 2010 el gobierno de Obama escenificó su derrota en la figura de su vicepresidente, Joe Biden, que viajó a Bagdad para defender a sus candidatos de la lista Al Iraquiya pero salió con el rabo entre las piernas con un escueto «no interferimos en los asuntos internos de Bagdad». Como reconoce Khedery, «el gabinete de Maliki de 2010 fue ideado por los generales iraníes desde Teherán».

La retirada de los militares estadounidenses en diciembre de 2011 permitió elevar el grado de sectarismo de las políticas del gobierno de Bagdad, sobre todo el castigo contra la minoría sunní. Esta opresión, sumada a la corrupción y la falta de servicios, desencadenó la Revolución Iraquí, que pedía el fin de la injerencia extranjera y la recuperación de la soberanía nacional. Esta revolución no tuvo el seguimiento mediático de la egipcia o la siria, que estallaría pocas semanas después: Iraq era una «democracia» y gozaba de «libertades» tal y como impuso el ocupante; el pueblo iraquí no tenía derecho a levantarse contra su gobierno. Pero los iraquíes estaban cansados de ver cómo su rico y formado país era saqueado y destruido, cómo se les empujaba a sentirse ofendidos por sus vecinos de otra confesión religiosa, forzados a desplazarse a otras partes del país para agruparse por confesiones religiosas. La represión a sangre y fuego de esta revolución por el ejército iraquí la transformó en una revolución armada en enero de 2014. Washington estuvo jugando con una ambigüedad calculada para ver si la revolución podía servir de contrapeso a la influencia iraní en Iraq. La caída de Mosul en junio de 2014 significó la entrada de lleno en el conflicto del Daesh (Estado Islámico de Iraq y Levante).

Partida a tres bandas, pierde el pueblo iraquí

Como ha pasado con todas las revoluciones árabes, y sobre todo con las contrarevoluciones, el gran perdedor de la iraquí han sido los propios iraquíes. Al levantarse en armas contra el gobierno central y conquistar la mayor parte de las provincias al norte de Bagdad crearon un vacío de poder que aprovechó Daesh para volver a entrar desde Siria e ir controlando las ciudades que liberaban los rebeldes que marchaban hacia Bagdad. Por primera vez se atisbaba una posible solución a la caída en barrena en la que lleva envuelto el país de los dos ríos desde la invasión estadounidense. Bagdad estaba cercada por los consejos militares de los rebeldes que pedían un gobierno de unidad nacional y la refundación no sectaria de las fuerzas armadas. EEUU barajó esta opción en la Conferencia de Ammán (julio de 2014), donde reunió a buena parte de la oposición iraquí. Pero ya fuese la imposibilidad de imponer su plan para esta oposición, la falta de valentía política para reconocer el fracaso de su proyecto para Iraq o la lentitud a la hora de tomar una decisión, la realidad les superó y una vez más otros actores decidieron por los estadounidenses.

Tanto para Irán como para el EI la creación de un gobierno realmente representativo y fuerte en Bagdad es una amenaza. Para los primeros porque significaba perder el control de la política iraquí. Para los segundos porque saben que un ejército nacional que cuente con el apoyo de la población es la única forma de acabar con su presencia en Iraq [2] . En el verano de 2014 lo que pedían los rebeldes iraquíes a Occidente era que no interviniese, que dejasen a los iraquíes decidir su futuro. Tenían plena confianza en poder tomar Bagdad o, por lo menos, forzar al gobierno a negociar seriamente un proceso transitorio. En ese momento crucial, Daesh incrementa un grado más su presión a la opinión pública occidental para obligar a EEUU a implicarse en la guerra con la matanza de yazidíes y cristianos, pero sobre todo con un amago, poco serio, de atacar Erbil, la capital del Kurdistán iraquí y centro neurálgico de la inteligencia y los negocios internacionales de la zona.

El 8 de agosto Obama apuesta por la solución más fácil: entrar cosméticamente en el conflicto bombardeando desde el aire, sabiendo que lo único que haría sería perpetuar la violencia. Con un coste diario de 8 millones de dólares, los bombardeos se sabían insuficientes para acabar con Daesh sin una fuerza terrestre que luchase cuerpo a cuerpo con unos combatientes que rompen los parámetros del combate tradicional, ya que no sólo no temen a la muerte, sino que la buscan con acciones temerarias. Pero los efectos de estos bombardeos, más allá de aplacar la conciencia de la opinión pública yanqui, fueron el certificado de defunción de la Revolución Iraquí y, por lo tanto, la supervivencia de la ecuación sectaria que se retroalimenta: el gobierno sectario «chií» de Bagdad y su contrincante extremista «sunní» del EI. La lucha contra el terrorismo ha rehabilitado al gobierno de Bagdad con una operación de cirugía plástica en la que se ha cambiado a Maliki por Abadi para que cambie la cara pero todo siga igual: bombardeos contra población civil y castigo sistemático contra la población suní. Para Daesh significó la tranquilidad de saber que en Bagdad seguiría un gobierno por el que la población local no se jugará la vida luchando contra su barbarie, pues la alternativa de volver a ser controlados por las milicias proiraníes no es más halagüeña que la sinrazón del califa Ibrahim, pero sobre todo logra un elemento fundamental para su campaña de reclutamiento internacional: ya no luchan sólo por el establecimiento de un califato islámico sino que combaten al gran Satán yanqui. En este río revuelto, quien ha salido perdiendo una vez más han sido la población iraquí y su revolución.

Lo acontecido después del 8 de agosto no es más que la acomodación de los actores externos sobre el terreno. Los iraníes y sus milicias, en el poder en Bagdad; el Daesh, en los territorios bajo su control (una extensión similar a Gran Bretaña), y la comunidad internacional con la conciencia tranquila porque están cumpliendo en la cruzada contra el terrorismo, aunque para ello refuercen una máquina de violación de los derechos humanos. Los 300 soldados que España ha desplegado en Iraq en febrero de 2015 van a entrenar a unas fuerzas de seguridad denunciadas por Naciones Unidas [3] y por Human Rights Watch [4]. Unas fuerzas de seguridad apoyadas en unas milicias sectarias que, según Amnistía Internacional [5], «actúan al margen de la ley y son una causa y un resultado de la creciente inestabilidad del país. Impiden cualquier posibilidad de crear unas fuerzas de seguridad que realmente defiendan a todos los sectores de la población». Se trata de milicias comandadas por personajes como Hadi al Amari, parlamentario y líder de las Brigadas Báder, que lucharon en la guerra irano-iraquí en el bando iraní, o Abu Mehdi al Muhandis, líder de Hezbolá Iraq, condenado por el atentado contra la embajada estadounidense en Kuwait en 1983. Ésta es la fuerza de choque en la que Occidente confía para recuperar el territorio controlado por Daesh.

Los hechos son contundentes para quien quiera escucharlos: ejecuciones sumarias de población local tras liberar pueblos, como sucedió en Yurf al Sajr el 26 de octubre de 2014, destrucción de viviendas, decapitación de supuestos combatientes, etc. Para recuperar las zonas controladas por Daesh, mayoritariamente suníes, el gobierno de Bagdad ha creado una nueva milicia paramilitar, más cruel si cabe, Al Hashad al Shaabi (Movilización Popular) acusada por organizaciones internacionales de derechos humanos como HRW [6] de «aumentar la escalada de violación de derechos humanos y cometer posibles crímenes de guerra». Pero la preocupación es mayor todavía por la orgullosa ostentación que hacen estas milicias de sus barbaridades colgando impunemente en redes sociales vídeos jugando con cabezas decapitadas o ejecutando a niños maniatados.

Es absurdo pensar que ésta es la solución, pues ya se ha mostrado fallida en lo militar: Beiyi, la única gran ciudad recuperada por las fuerzas de seguridad iraquíes (noviembre de 2014), volvió a estar a las pocas semanas en manos de Daesh. Y aunque la solución militar en marcha tuviese éxito contra Daesh, volveríamos al punto de partida si no se resuelve el problema político y social del rechazo de la población a las fuerzas de seguridad y al gobierno de Bagdad. El discurso público estadounidense asume que sin una solución política no se acabará con el problema, como reconoce la portavoz del Departamento de Estado, Marie Harf [7]: «no podemos ganar esta guerra matándolos. Tenemos que ir a la raíz de las causas». Pero los hechos dejan claro que se priorizan los parches a corto plazo antes que una solución real que pase por tener que presionar a Irán para que salga de Iraq. El presidente Obama, obsesionado por alcanzar un acuerdo nuclear con Irán, no tiene problema en mantener a cambio el caos en la región, pero Europa debería negarse a combatir la barbarie con más barbarie, ya que sólo hundirá a Iraq a infiernos más profundos en una espiral que se extiende. Ni el aviso de Charlie Hebdo y Túnez ni la creciente presencia de Daesh en Libia, Argelia o Egipto han hecho cambiar la sumisa política europea y empezar a escuchar las demandas de nuestros vecinos árabes, pero las de sus pueblos, no las de los déspotas dirigentes que apoyamos.


Notas:

  1. Khedery, Ali: «Iraq’s Last Chance», en The New York Times, 15/08/2014. Ver en www.nytimes.com.
  2. Así expulsaron a Al Qaeda de las ciudades iraquíes en 2007 y 2008 las tribus armadas en torno a los Consejos del Despertar. Ver: www.iraqsolidaridad.org/2009/docs/13_05_09_Pedro.html
  3. «Human Rights Council convenes a Special Session on abuses committed in Iraq by ISIL», 02/09/2014. Ver en
    www.ohchr.org. Extracto: «Ha recibido informes de violación de derechos humanos y del derecho humanitario cometidas por las Fuerzas de Seguridad iraquíes y los grupos armados que luchan contra el Estado Islámico de Iraq y Levante, violaciones que incluyen ejecuciones arbitrarias de detenidos».
  4. «Iraq: Campaign of Mass Murders of Sunni Prisoners», 11/07/2014. Ver en www.hrw.org. Extracto: «Se han producido asesinatos sectarios por parte del gobierno y de las fuerzas cercanas al mismo».
  5. «Iraq: Evidence of war crimes by government-backed Shi’a militias», 14/10/2014. Ver en www.amnesty.org.
  6. «Iraq: Militias Escalate Abuses, Possibly War Crimes», 15/02/2015. Ver en www.hrw.org.
  7. «We cannot kill our way out of this war», 18/02/2015. Ver en www.msnbc.com.

Pedro Rojo es arabista y presidente de la Fundación Al Fanar para el Conocimiento Árabe.

Artículo publicado en el nº65 de Pueblos – Revista de Información y Debate, segundo trimestre de 2015.