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Tras la dimisión de Blair y el encarcelamiento del segundo de Cheney, cada vez quedan menos

La maldición de los que ‘fueron a Iraq’

Fuentes: Diagonal

«20 de enero de 2009: último día de Bush». Con este eslogan ya se venden miles de camisetas en EE UU. Cuando llegue este día, si no hay sorpresas antes, prácticamente todos los impulsores de la guerra de Iraq habrán abandonado la alta política. No parece probable que se trate de una maldición al puro […]

«20 de enero de 2009: último día de Bush». Con este eslogan ya se venden miles de camisetas en EE UU. Cuando llegue este día, si no hay sorpresas antes, prácticamente todos los impulsores de la guerra de Iraq habrán abandonado la alta política.

No parece probable que se trate de una maldición al puro estilo ‘explorador del siglo XIX’, aunque lo cierto es que buena parte de aquellos ‘que fueron a Iraq’, idearon la invasión y condujeron la ocupación, han ido cayendo en desgracia.

El 27 de junio Tony Blair le devolverá los sellos oficiales de jefe de Gobierno a la reina. Todos los medios británicos señalan la guerra de Iraq como la causa directa de su dimisión.

Los «errores» de inteligencia del Gobierno en los meses anteriores a la invasión han provocado que el 78% de los británicos reconozca que no se puede confiar en Tony Blair, según una encuesta de YouGov. El 11 de junio, su sucesor, Gordon Brown, admitió implícitamente que el Gobierno maquilló los informes de los servicios secretos para justificar la invasión: «Me gustaría que todos los análisis de seguridad e inteligencia fueran independientes del proceso político». Declaraciones semejantes, que señalaban las manipulaciones de los informes de inteligencia, llevaron a la persecución y muerte del asesor del Gobierno sobre armas químicas David Kelly en julio de 2003. Según la versión oficial, Kelly se suicidó; según un informe de Norman Baker, del Partido Liberal, que investigó la muerte de David Kelly durante un año, la causa de muerte más probable fue el asesinato. El mismo 11 de junio, el partido conservador pidió la apertura de una investigación sobre la guerra de Iraq.

Los buenos tiempos de Bush La mala suerte de los exploradores ha caído especialmente sobre Paul Wolfowitz, el primero en sugerir la posibilidad de culpar a Iraq del 11-S, el fin de semana después de los ataques, según una amplia investigación de la revista The New Republic. El 30 de junio abandonará su puesto de presidente del Banco Mundial, linchado por nepotismo, aunque no se trate de la única irregularidad de su mandato. La suspensión de la ayuda a Uzbekistán justo después de que este país prohibiera a los aviones estadounidenses que operan en Afganistán utilizar su espacio aéreo es un buen ejemplo de su particular forma -junto con el ascenso de su novia, Shaha Riza- de «acabar con el hambre y la corrupción».

Y la maldición también toca, por supuesto, al «ex presidente Bush», tal como lo llama el analista Timothy Garton Ash. A la pérdida de las dos cámaras legislativas en las elecciones de noviembre y la posterior dimisión de Donald Rumsfeld por los platos rotos de Guantánamo y Abu Ghraib, se le ha sumado la reciente renuncia de uno de sus principales asesores desde hace 14 años, Dan Big Brown Barlett, y el bloqueo el 10 de junio en el Senado de su Ley de Inmigración, una de sus principales apuestas. Después de que el mismo presidente comparara las guerras de Iraq y Vietnam, en los círculos políticos se da por descontada una retirada y los debates se centran más bien en cómo y cuándo se debe evacuar al Ejército.

El 30 de marzo pasado, en un cena con corresponsales, Bush comentaba, como salido del club de la comedia: «Hace un año mi nivel de popularidad estaba en el 30%, mi candidato al Tribunal Supremo se había retirado y mi vicepresidente había disparado a alguien», para luego añadir: «Ésos eran los buenos tiempos».

La velada -en la que no faltó un rap del asesor y «cerebro de Bush» Karl Rove- continuó con una gala de sinceridad y jovialidad por parte del presidente: «Tengo que admitir que realmente metimos la pata con la forma en que despedimos a esos abogados», dijo, y luego agregó: «Cuando la gente simpatiza con los abogados, sabes que la has fastidiado». Bush se refería al escándalo provocado por el despido de ocho fiscales a finales de 2006. Según la oposición, fueron destituidos por motivos políticos. Algunos de los fiscales han denunciado que la causa fue su negativa a procesar a opositores o a obedecer órdenes de los republicanos.

La dimisión del fiscal general Alberto Gonzales, «abogado y amigo», tal como lo llama Bush en español, es la principal demanda de la prensa y del Partido Demócrata. Pero Bush hasta ahora no ha entregado a uno de sus hombres de confianza más impopulares, quien desde la Fiscalía ha ayudado como pocos a construir un contexto legal que permitiera al Gobierno saltarse en la «guerra contra el terrorismo» la Convención de Ginebra, a la que Gonzáles define como «obsoleta» y «una antigualla».

En la continua búsqueda de responsables por los «errores» cometidos, el fiscal general Gonzales culpó el 15 de mayo, en un desayuno con la prensa, a su número dos, McNulty, con tan sólo 18 meses en el cargo, por el despido de los ocho fiscales. McNulty había dimitido el día anterior como subsecretario de Justicia. Ahora, el Congreso de EE UU lleva a cabo una investigación que podría tocar definitivamente a Gonzales, al asesor Karl Rove o al mismísimo George W. Bush.

Chivos expiatorios Realmente, el juego de las culpas empezó muy poco después de la invasión. Tommy Franks, el general que comandó los ataques a Afganistán e Iraq, dijo al periodista Bob Woodward que Douglas Feith, un neocón de manual, tercero en el departamento de Defensa (tras Rumsfeld y Wolfowitz en 2003) era «el tío más estúpido sobre la faz de la tierra». Y poco después, Kenneth Adelman -otro neocón y diplomático asistente de Rumsfeld que auspiciaba un «camino de rosas» en Iraq- dijo a Vanity Fair que «Tenet [ex jefe de la CIA], el general Franks y Paul Bremer [procónsul en Iraq] eran «tres de las personas más incompetentes que sirvieron en este lugar». El político iraquí Ahmad Chalabi dijo a The Times, que «el verdadero culpable de todo esto era Wolfowitz».

Todos ellos terminaron abandonando sus puestos. En julio de 2003, el general Franks era el primero en pasar al retiro. «Nadie estaba más sorprendido que yo de no encontrar las armas de destrucción masiva», dijo tiempo después. En diciembre de 2004 el general retirado se convertía en portavoz de una empresa de teléfonos móviles con GPS para que los padres tengan localizados a sus hijos jóvenes.

Uno de los siguientes en caer, en cuanto los observadores volvieron a certificar que no había armas de destrucción masiva, fue el que había sido director de la CIA desde 1997, George Tenet, en medio de acusaciones cruzadas sobre la responsabilidad por los «errores» de inteligencia con Cheney, Paul Wolfowitz, y con la entonces asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice.

Tenet, que reconoce que se equivocó al asegurar en 2002 que Sadam Husein contaba con armas de destrucción masiva, sostiene que cuando la situación en Iraq empeoró tras la invasión y la guerra se hizo cada vez más impopular, la Administración lo convirtió en el «chivo expiatorio». En sus memorias En el centro de la Tormenta. Mis Años en la CIA, se dedica casi al completo a defenderse de la acusación hecha por el periodista Bob Woodward de que había convencido a Bush en 2002 de la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq.

El ex director de la CIA recuerda cómo el vicepresidente, Dick Cheney, en una entrevista en televisión en septiembre de 2006, se refirió en dos ocasiones a un comentario de Tenet, antes de la invasión, sobre las supuestas armas, que habría convencido finalmente al Gobierno para decidir la invasión. Al parecer, para Cheney, la razón final de la invasión se debe a un malentendido. La reconstrucción de la conversación, según describe Bob Woodward en su libro Plan de Ataque, sería la siguiente: Bush le pregunta a George Tenet: «George, ¿cómo de seguro estás [de que Sadam tiene armas de destrucción masiva]?». El entonces director de la CIA le responde: «No te preocupes, es un slam dunk».

Esta expresión, extraída de la jerga del baloncesto -una canasta que el jugador resuelve saltando debajo del aro y metiendo el balón con la mano, es decir, algo certero, que no puede salir mal- había sido interpretada, desde que la aireó Bob Woodward, como que Tenet daba por sobreentendida la existencia de las famosas armas.

Según Tenet, la frase fue sacada de contexto. Él se refería, en realidad, a lo fácil que sería convencer a la sociedad estadounidense de la necesidad de invadir Iraq y derrocar al presidente Sadam Husein. Sobre la entrevista de Cheney en televisión en la que lo culpa básicamente de la invasión, Tenet escribe: «Me acuerdo de que la veía y pensaba: como si necesitaras que yo dijera slam dunk para convencerte de entrar en guerra con Iraq». En el libro, Tenet arremete contra la Administración Bush y dice que no había ninguna razón contundente para ir a una guerra que ya estaba decidida en 2002. Tenet escribe: «Que yo sepa, jamás hubo un debate serio en la Administración acerca de la inminencia de la amenaza iraquí».

Las memorias de George Tenet no tardaron en ser definidas como «autoexculpatorias» e incluso «lloricas» por buena parte de la prensa norteamericana. La investigación de The New Republic arroja algunas pistas para comprender el proceso. En enero de 2002 Tenet elaboró un informe sobre la proliferación de la tecnología bélica en el que ni siquiera se mencionaba a Iraq. Las presiones del ala dura del Gobierno, desde la oficina del vicepresidente Cheney y desde el Pentágono, no se hicieron esperar. Famosa fue la frase de Richard Perle -uno de los neocón más influyentes en los últimos 30 años- de que el análisis de la CIA sobre Iraq no valía «ni el papel en que está impreso». Al parecer, las presiones y las visitas de Cheney a la sede de la CIA en Langley hicieron su efecto. En un informe reservado solicitado en verano de 2002 por el senador demócrata Bob Graham, que presidía el comité de inteligencia del Senado, Tenet sostenía que no era concluyente que Iraq tuviera un programa nuclear ni lazos con Al Qaeda. El 10 de octubre de 2002, el jefe de la CIA lanzaba otro informe, esta vez público, en el que se alineaba con las posturas más duras de los halcones del Gobierno. Richard Perle, también famoso por su artículo Gracias a Dios por la muerte de la ONU, terminó dimitiendo del Consejo para la Política de Defensa el 28 de marzo de 2003 por incompatibilidades con sus actividades empresariales.

Los que quedan por caer La actual secretaria de Estado, Condoleezza Rice, sigue siendo, junto al presidente y el vicepresidente, de los pocos altos cargos estadounidenses ‘inventores’ de la guerra de Iraq que siguen en la cúspide del Gobierno. Desde su puesto de asesora de Seguridad Nacional, durante el primer mandato de Bush, Rice fue la auténtica creadora de una de las frases más polémicas y ambiguas que justificaron la invasión y por lo que se ganó su apodo Condoleezza ‘Mushroom Cloud’ Rice: «We don’t want the smoking gun to be a mushroom cloud». La terrorífica visión de una pistola humeante transformada en un hongo atómico, basada en las falsas evidencias del uranio de Níger y de unos tubos de aluminio -que al final no servían para enriquecer uranio-, fue repetida hasta la saciedad por Bush y por Tommy Franks, jefe del Comando Central.

El 29 de abril pasado, casi cuatro años después de la «misión cumplida» de Bush, Condoleezza Rice decía en la cadena ABC que nunca había dicho que la amenaza de Sadam Husein fuera inmediata, a la vez que afirmaba no recordar haber recibido ninguna notificación sobre la falsedad de los informes que negaban el uranio de Níger. Aznar lo decía a su manera: «Todo el mundo pensaba que en Iraq había armas de destrucción masiva y no las había, yo lo sé ahora».

http://www.diagonalperiodico.net/article4143.html