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La obsesión con Sadam

Fuentes: An Arab Woman Blues

Traducido del ingles por Sinfo Fernández


Cuadro de la artista iraquí Betul Fekaiki

El diccionario online define el término de obsesión como «idea, imagen o deseo, etc., persistente que se adueña de los pensamientos o sentimientos de uno» y también como «idea o emoción compulsiva y a menudo irracional…»

Sami (a propósito, nunca uso nombres reales) es ahora el prototipo de alguien obsesionado. Sin embargo, la obsesión de Sami tiene una peculiaridad especial. Su obsesión es Sadam Husein (el que fuera presidente legítimo de Iraq).

Hace ya quince años que conozco a Sami. Le he conocido «antes» y «después».

«Antes» y «después» se han convertido en las palabras-código entre los iraquíes para referirnos al día maldito: el día de la invasión y subsiguiente ocupación de Iraq.

Cuando los iraquíes discuten sobre algo, cualquier cosa, casi siempre alguien lanza la pregunta: «¿Eso fue antes o después?»

Sami antes y Sami después y su obsesión no cesa…

Sami es originario de lo que ahora se denomina Ghetto de Adamiya. Aparte de nuestra común querencia hacia ese ghetto, no compartimos nada más.

Antes, Sami culpaba a Sadam de todo lo que iba mal en su vida, en Iraq y en el mundo entero.

Es un calvo prematuro, como muchos calvos (no les importe, no tengo nada contra los hombres calvos, algunos pueden ser muy sexy, aunque no es el caso de Sami). Culpaba a Sadam de su alopecia. Decía que se debía al estrés y que Sadam era el responsable de su estresada vida.

Las novias de Sami le dejaban -por lo que considero razones obvias que tienen que ver con su personalidad-. Pues también culpaba a Sadam por eso. Creía ardientemente que las mujeres huían de él porque no tenía dinero para salir con ellas en un determinado momento y, por supuesto, la culpa era de Sadam.

Durante su período de abstinencia por la ausencia de novias, de nuevo culpaba a Sadam de sus frustraciones libidinosas.

Cuando Sami no podía conservar un trabajo más de dos meses a causa de su absoluta pereza, lo justificaba alegando sencillamente que en el mercado de trabajo no había puestos de trabajo para genios como él. Y todo ello culpa de Sadam, por supuesto.

Cuando alguien no compraba el pésimo arte de Sami o lo que él consideraba «arte», creía firmemente que nadie apreciaba su obra como consecuencia del ambiente cultural general. Y de nuevo Sadam era el culpable.

Si Sami se levantaba de la cama por el lado equivocado, era culpa de Sadam. Si tenía un mal día, Sadam… La menor contrariedad, Sadam de nuevo.

Naturalmente, las culpabilidades no se detuvieron ahí. Fueron abarcándolo todo.

La agresión inicial iraní contra los pueblos iraquíes y la subsiguiente guerra Irán-Iraq era culpa de Sadam.

La supuesta «opresión de los kurdos» (a propósito, una de las mayores mentiras de la historia contemporánea), todo a causa de Sadam.

La supuesta «represión» de los chiíes (otra flagrante mentira, un disco rayado repetido hasta este mismo día a pesar de todas las evidencias de que esa secta fue armada, financiada y entrenada por Irán, ¡miren actualmente hacia Iraq!) era también culpa de Sadam.

La I Guerra del Golfo: Sadam.

Los trece años de draconiano embargo: Sadam.

La invasión y ocupación de Iraq: Sadam.

Olvidé mencionar un muy «interesante» punto de vista sobre las inclinaciones políticas de Sami.

Es un autoproclamado ateo que citó al Corán cuando se produjo la invasión diciendo: «Puede que algo que odias acabe beneficiándote».

Es también un autodenominado «progresista», un supuesto «comunista» que votó por el carnicero de Faluya: Allawi (*). Y, en ocasiones, un capitalista de núcleo duro que se excita tremendamente a la vista del dinero en efectivo.

Tras la ocupación, Sami se mostraba jubiloso, eufórico.

Para ser justos, no era el único. Conocía a una buena panda de iraquíes que compartían sus inclinaciones políticas que también se mostraban exultantes. Sin embargo, eran más discretos y no alardeaban en público de la forma en que Sami lo hizo. Pero también votaron por el carnicero de Faluya. De eso estoy segura. Y algunos incluso votaron ¡por las milicias y escuadrones de la muerte de Sadr y Al Hakim!

Hace unos cuantos días, tuve la desgracia de encontrarme de bruces con Sami. Les permitiré conocer nuestra breve «conversación»:

Él: ¡Layla, cuánto tiempo sin verte!

Yo: Así es, en efecto. ¿Cómo estás, cómo está tu familia?

Él: ¿Te refieres al ghetto? ¿Sabes que nos están obligando a llevar chapas identificativas, que nos escanean el iris y que nos toman las huellas digitales?

Yo: Sí, lo sé.

Él: ¿Sabías que no nos dejan salir del ghetto a determinadas horas? ¿Y que si no estás de regreso a las 21,00 h. te ves asaltado por las milicias sectarias?

Yo: Sí, lo sé. Con la ocupación, nos hemos convertido en los nuevos judíos o en los nuevos palestinos.

Él: Así es.

Yo: (Haciéndome la tonta…) ¿Quién piensas que está detrás de todo esto?

Él: Estados Unidos, Irán e Israel a través de los kurdos, por supuesto.

Yo: ¿Irán y los kurdos? Pero yo creía que los chiíes habían sido reprimidos y los kurdos oprimidos? (Curiosamente, Chomsky and Co. mantienen el mismo discurso).

Él: ¡Todo es culpa de Sadam!

Yo: El hombre ya está muerto. No sigas utilizando el mismo chivo expiatorio.

Él: Sí, es culpa suya. El habría acabado con todos esos sectarios de Al Dawah, Al Sadr, Al Hakim y Al Yafari de una vez por todas…

Yo: ¿Y los kurdos? Supongo que estarás contento ahora.

Él: ¿Contento? Es también culpa de Sadam. No debería haberles concedido la autonomía en 1974. Su estatus en Iraq habría sido similar al estatus que tienen actualmente en los países vecinos, en Irán, en Turquía y en Siria. ¿Por qué firmamos un tratado y les concedimos la autonomía? Todo es por su culpa.

Yo: Dale al hombre un respiro. Está muerto.

Él: ¿Y por qué tuvo que morir de esa forma? Quiero decir, ¿por qué no aceptó la oferta de Rumsfeld? ¿Por qué tuvo que apoyar a la resistencia? ¿Sabes que he invertido un millón de dólares en el sector inmobiliario y ahora los edificios están ocupados por las milicias y la resistencia y todo mi dinero se ha ido por el desagüe?

Sami hizo una pausa para recuperar aliento, se secó las gotas de sudor de la frente y se pasó los dedos por un invisible pelo…

En ese mismo momento, empecé a sentir náuseas. Algo en la expresión de mi cara me delató.

Él: ¿Estás bien? Pareces enferma.

Yo: Me siento repentinamente mareada. Quizá Sadam tenga la culpa. Discúlpame pero es mejor que me vaya corriendo antes de que te vomite encima…

Me alejé rápidamente por mi camino, echando una última mirada a Sami, como queriendo dibujar la última y definitiva frontera entre él y esa categoría de iraquíes y yo misma.

Vi su calva brillar reverberando bajo la luz del sol como un espejo roto y caminé más deprisa aún, casi corriendo…

Al ver que la distancia que nos separaba a Sami (y su pelaje) se hacía cada vez mayor, aflojé el paso y, en un determinado punto, hubiera jurado que vi a Sadam sonriéndome y diciéndome: «Te lo dije…».

Me sorprendí a mí misma replicando en voz alta: «Y como es habitual, tenías razón«.

Un transeúnte notó que estaba hablando conmigo misma. Le vi menear ligeramente la cabeza con consternación, pensando probablemente para sí mismo: «Otra que se volvió loca«.

Bien, las ocupaciones te hacen estas cosas. O empiezas a hablar con los muertos o te pones a hablar contigo misma. Sugiero que lo llamen obsesión. Y puede que sea también un lugar muy triste y solitario.

N. de la T.:

(*) Sobre Iyad Allawi, véase artículo de Ghali Hasan:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=23863

Enlace texto original en inglés:

http://arabwomanblues.blogspot.com/2007/05/saddam-obsession.html

Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate.