Recomiendo:
0

Acto III de una tragedia con muchas partes

La ocupación estadounidense de Iraq

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

La tragedia desencadenada por la invasión y ocupación estadounidense de Iraq desafía cualquier capacidad de descripción. Según los descubrimientos más recientes de la revista médica Lancet, la cifra de «exceso de muertes» en Iraq desde la invasión es de más de 650.000 personas. Según Refugee International, «Iraq supone la crisis más terrible (y sigue agravándose) de refugiados en el mundo»: casi dos millones de iraquíes han huido del país y al menos 500.000 se han desplazado a nivel interno. «Un galón de gasolina costaba sólo 4 céntimos en noviembre. Ahora, una vez que el FMI presionó al Ministro del Petróleo para que cortara los subsidios, el precio oficial es de unos 67 céntimos», señala el New York Times. «La veloz subida ha supuesto un trauma para los iraquíes, que consiguen salarios de tan sólo unos 150 dólares de media al mes, si es que tienen algún trabajo», un matiz muy importante, ya que la tasa de desempleo nacional fluctúa entre el 60-70%.

Octubre de 2006 demostró ser el mes más sangriento de toda la ocupación, con más de 6.000 civiles asesinados en Iraq, la mayor parte de ellos en Bagdad, adonde, desde el mes de agosto, se han enviado miles de soldados más con el pretexto de restaurar el orden y la estabilidad de la ciudad, aunque no han hecho sino crear más violencia. El investigador especial de Naciones Unidas, Manfred Nowak, señala que en Iraq el problema de «la tortura se escapa de todo control». «La situación es tan mala que mucha gente dice ahora que se está mucho peor que en tiempos de Sadam Husein». El número de soldados estadounidense muertos es actualmente superior a los 2.900, con más de 21.000 heridos, muchos de ellos de gravedad.

La tendencia subyacente es clara: para la mayoría de los iraquíes, la vida empeora con cada nuevo día de ocupación. En vez de contener la guerra civil o el conflicto sectario, la ocupación está incitándolos más. En vez de ser una fuente de estabilidad, la ocupación es la mayor fuente de inestabilidad y caos.

Todas las razones que EEUU está alegando para no retirar sus tropas de Iraq son falsas. La realidad es que las tropas se están quedando en Iraq por muchas y diferentes razones de las que tratan de vender las elites políticas y un todavía servil establishment de prensa: Se están quedando para salvar la cara de una elite política estadounidense a la que le importan un comino tanto las vidas de los iraquíes como la de sus propios soldados; para conseguir el objetivo de convertir a Iraq en un fiel estado clientelista situado estratégicamente cerca de los recursos energéticos más importantes y de las rutas de transporte entre Oriente Medio, hogar de las dos terceras partes de las reservas petrolíferas del mundo, y el Asia Central y Occidental; para servir como base para la proyección del poder militar estadounidense en la región, especialmente con el creciente conflicto entre USA e Irán; para mantener la legitimidad del imperialismo estadounidense, que necesita el pretexto de una guerra global contra el terror para justificar nuevas intervenciones militares, para ampliar los presupuestos militares, para seguir concentrando el poder en el ejecutivo y para restringir las libertades civiles. El ejército estadounidense no invadió y ocupó Iraq para extender la democracia, comprobar la proliferación de armas de destrucción masiva, reconstruir el país o detener la guerra civil. De hecho, las tropas permanecen aún en Iraq para impedir la autodeterminación y democracia genuina para el pueblo iraquí, que ha dejado muy claro que quiere que las tropas estadounidenses salgan de Iraq de inmediato; que se siente menos seguro como consecuencia de la ocupación; que piensa que la ocupación está incentivando, no suprimiendo la lucha sectaria; y que apoya los ataques armados contra las tropas ocupantes y las fuerzas de seguridad iraquíes, que no son vistas como independientes sino como colaboradoras con la ocupación.

No es sólo el pueblo iraquí el que se opone a la ocupación de su país y quiere que las tropas se vayan. Una clara mayoría del pueblo estadounidense ha expresado el mismo sentimiento en las encuestas más importantes que se han llevado a cabo y en los resultados de las elecciones legislativas, que inclinó a ambas cámaras del congreso y a la mayoría de los gobiernos de los diferentes estados hacia los demócratas, en un voto claro contra la arrogancia imperial del enfoque «de mantenerse firme en el mismo camino» de Bush. La gente no votó para que se concediera más dinero al Pentágono (como el líder entrante de la mayoría en el Senado, Harry Reid de Nevada, prometió de inmediato, anunciando un plan para llevar 75.000 millones de dólares más al Pentágono), por una mayor «supervisión» de la guerra (la palabra más usada por los demócratas estos días), o para enviar más tropas (como el representante demócrata de Texas Silvestre Reyes, el presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara, ha pedido), sino para empezar a traer las tropas a casa. Una clara mayoría de las tropas estadounidenses en servicio quiere lo mismo, como una muy ignorada encuesta del Zogby International averiguó a principios de 2005: que un 72% de sus componentes quería que estuviéramos fuera de Iraq a finales de 2006.

Pero la respuesta de Bush al clamor popular de oposición a la guerra, que le ha llevado no sólo al revés que le han supuesto las elecciones legislativas sino incluso a una mayor erosión de los ya abismales índices de aprobación de su gestión (sólo un 27% aprueba cómo ha manejado la guerra), ha consistido en insistir en que el sol todavía gira alrededor de la tierra. «¡Desde luego que estamos ganando!», dijo Bush a los periodistas. «Sé que se especula mucho que esos informes en Washington significan que va a haber algún tipo de salida elegante de Iraq», dijo Bush. «Ese enfoque de una salida honrosa de Iraq sencillamente no es en absoluto realista», añadió. «Vamos a permanecer en Iraq hasta que terminemos el trabajo». En una línea parecida, el Vicepresidente Cheney dijo: «Sé lo que el Presidente piensa. Sé lo que pienso yo. Y no estamos buscando una estrategia de salida. Estamos buscando la victoria».

Tras las elecciones a medio plazo, Bush se vio forzado a deshacerse de su muy impopular secretario de defensa, Donald Rumsfeld, pero nombró en su lugar a alguien que es poco probable que contemple algún cambio fundamental en la estrategia de EEUU. Robert Gates, un antiguo elemento de la CIA, es un ferviente Guerrero de la Guerra Fría que defendía, entre otras políticas iluminadas, el bombardeo de los sandinistas en Nicaragua por atreverse a desafiar el orden corrupto de los dictadores de los escuadrones de la muerte en Latinoamérica. Bush dejó caer también al embajador ante las Naciones Unidas, John Bolton, un hombre que representa todo lo que el mundo odia de la política exterior estadounidense actual.

Quizá lo que resulta más significativo, a la vista del fracaso en Iraq, es que el Congreso recurriera a la vieja estrategia de poner en manos de un grupo de «hombres sabios» el intento de encontrar una salida a una guerra fracasada, convocando al Grupo de Estudio para Iraq (ISG, en sus siglas en inglés), formado por el componedor de entuertos de la familia Bush James Baker III, el anterior congresista por Indiana Lee Hamilton, y otras figuras del establishment de la política exterior con poco o ningún conocimiento de Iraq. La comisión no iba nunca a abogar por un cambio radical de la política estadounidense en Iraq, pero incluso así, Bush, desde el principio, no quiso comprometerse, estableciendo dos comités militares internos diferentes para que hicieran sugerencias a la Casa Blanca sobre los próximos pasos a dar en Iraq (además, había supervisado una operación de inteligencia aparte para crearan una evidencia que sería utilizada en primer lugar para vender la invasión). En efecto, cuando los hallazgos del informe se publicaron el 6 de diciembre, Bush se distanció inmediatamente de sus muy limitadas recomendaciones. Como señaló el New York Sun: «Con escasas 24 horas, el bipartidista informe ha sido colocado en una estantería alta para que se lo coma el polvo, su principal función ha sido la de apagar el sofoco del presidente durante un tiempo para permitirle recuperar firmeza ante la prensa» y seguir con el mismo rumbo anterior. Bush rechazó de inmediato el llamamiento del informe a negociar con Irán y Siria, el Wall Street Jornal informó: «Un alto oficial de la administración dijo que la Casa Blanca no se sentía vinculada al informe y que es poco probable que se pongan en marcha sus recomendaciones, especialmente las que piden un encuentro diplomático con los adversarios de EEUU: Siria e Irán». Además, «la Casa Blanca ha rechazado numerosos llamamientos para corregir el curso de los acontecimientos en Iraq, insistiendo en que se mantendría indefinidamente la actual cifra de personal militar en Iraq».

Pero aunque la administración Bush tratara de poner en práctica de inmediato todas las recomendaciones del informe del ISG, sería sólo una fórmula para más muertes, desplazamientos y desesperación. El informe del ISG rechaza explícitamente fijar cualquier directriz o calendario de retirada, afirma la necesidad de una «presencia militar considerable en la región, con todas nuestras aún importantes cifras de fuerzas en Iraq y con nuestros poderosos despliegues aéreos, navales y terrestres por Kuwait, Bahrein y Qatar, así como un aumento de la presencia en Afganistán» para años venideros, y básicamente más de lo mismo de la Doctrina Bush de «cuando los iraquíes se hagan cargo, nosotros nos retiraremos», es decir «iraquización» del conflicto, al igual que se presentó en su día la «vietnamización» como la solución para Vietnam.

Merece la pena revisar brevemente las diversas opciones que están siendo ahora consideradas por la administración Bush, ninguna de las cuales ofrece ninguna alternativa real:

A corto plazo, envío de más tropas

La idea de que enviando más tropas se proporcionará estabilidad y mejorará la situación en Iraq ignora el hecho de que EEUU es la principal fuente de violencia e inestabilidad. Más tropas engendran a la vez más oposición y más violencia sectaria. Michael Schwartz observa: «En lugar de entrar en una ciudad en la que reina la violencia y restaurar el orden, [las fuerzas estadounidenses] entran en una ciudad relativamente tranquila y crean violencia. El retrato exacto de esta situación es que las ciudades de mayor hostilidad anti-estadounidense, como Tal Afar y Ramada, han quedado por lo general razonablemente en paz en cuanto las tropas estadounidenses se van de allí». Incluso el ISG señala que la «Operación Juntos Adelante II», por la que miles de soldados estadounidenses se desplegaron desde otras zonas hasta Bagdad en agosto de 2006, consiguió todo lo contrario del objetivo declarado: «Los índices de violencia en Bagdad, que ya alcanzaban niveles elevados- saltaron a más del 43% entre el verano y octubre de 2006». Schwartz señala también el proceso a través del que una mayor presencia de tropas de combate estadounidenses no haría más que exacerbar la violencia sectaria:

«Las patrullas estadounidenses por las barriadas chiíes inmovilizan a las defensas locales y hacen que la comunidad sea más vulnerable ante los ataques yihadistas; aunque las invasiones estadounidenses en las comunidades sunníes son aún más lesivas. No sólo inmovilizan a las fuerzas locales de defensa, sino que casi siempre implican la irrupción de unidades del ejército iraquí, compuestas fundamentalmente de soldados chiíes (ya que el ejército formado por los estadounidenses es mayoritariamente chií). Esto provoca violencia en forma de combates entre los militares chiíes (así como las milicias chiíes infiltradas en las fuerzas policiales) y los combatientes de la resistencia sunní que defienden sus comunidades. Estos ataques generan una inmensa amargura entre los sunníes, que les ven como parte del intento chií de utilizar al ejército estadounidense para conquistar e inmovilizar a las ciudades sunníes. La consecuencia es un aumento de nuevos yihadistas ansiosos de venganza sacrificando sus vidas mediante actos terroristas o con ataques del estilo de los escuadrones de la muerte contra las comunidades chiíes, quienes, a su vez, impulsan a los escuadrones de la muerte chiíes en un ciclo intensificado de brutal violencia.

Además, los EEUU no pueden añadir más tropas sin forzar a un ejército ya muy agobiado y sin tener que acudir a un mayor uso de medidas de reclutamiento por la puerta de atrás que van a provocar más oposición, en EEUU y entre los militares, a las ocupaciones de Iraq y Afganistán, ésta última otra ocupación fracasada.

Nos retiraremos en cuanto puedan arreglárselas solos

La idea de que puede mejorarse el entrenamiento de las tropas iraquíes, una importante recomendación del informe ISG, da a entender que hay una solución técnica que EEUU debe afrontar en Iraq. Pero la razón de la resistencia a la ocupación estadounidense es política. Mientras EEUU continúe como poder ocupante, la policía y el ejército seguirán siendo considerados ilegítimos y colaboradores. Mientras tanto, los grupos de la resistencia en Iraq, que no se enfrentan a problemas de entrenamiento de ese tipo, están llevando a cabo cada vez más operaciones sofisticadas, que incluyen combates militares directos con las tropas estadounidenses, por la sencilla razón de que sus combatientes están políticamente motivados y tienen un objetivo definido que cuenta con amplios apoyos.

Involucrar a Irán y a Siria

La idea subyacente en esta estrategia, otra idea central importante del informe del ISG, es que el núcleo de la resistencia a la ocupación estadounidense es más exterior que indígena, al igual, como hemos dicho, que se empeñaban en defender que la resistencia popular de los vietnamitas ante el terrorismo de estado estadounidense estaba dirigida por Moscú y Pekín. Con ese ilusorio punto de vista, Irán y Siria, y grupos tales como al-Qaeda y Hizbollah, son la fuente de la violencia en Iraq. Esta teoría sin base alguna lleva entonces a la igualmente idea sin base de que EEUU estabilizará de alguna forma Iraq mediante conversaciones con dos gobiernos que se ha comprometido a derrocar. Como observa el Financial Times, hay pocas razones para pensar que Bush «estaría deseando seguir consejos que contradicen su profundamente arraigada creencia de que EEUU no debería hablar con Irán o Siria» porque si lo hace estaría «recompensando la mala conducta». Bush ha dicho repetidamente que una precondición para hablar con Irán es la suspensión del programa de enriquecimiento nuclear legal del país, algo que Irán no tiene razón alguna para aceptar en busca de avances en las negociaciones. En cualquier caso, incluso si tuvieran lugar las negociaciones, Irán y Siria no son los dueños de los sucesos en Iraq, que están siendo impulsados por la política interna y por las dinámicas de la ocupación estadounidense.

Retirada gradual

Las propuestas de retirada gradual sin calendario son una fórmula ideal para que prosiga un horizonte infinitamente en descomposición. La idea tras la retirada gradual fue situada con bastante precisión, y cinismo, por Donald Rumsfeld en un memorando secreto escrito el 6 de noviembre y que fue filtrado, justo unos cuantos días antes de su dimisión: «Refundir la misión militar estadounidense con los objetivos estadounidenses (cuando hablemos de ellos) para que aparezcan de forma minimalista. Es decir, cambiar la retórica mientras se rebajan las expectativas pero persiguiendo los mismos objetivos. Anunciar que cualquier nuevo enfoque que EEUU decida lo llevará a cabo durante un período de prueba. Esto nos proporcionará capacidad para reajustarnos y situarnos en otra dirección, si fuera necesario y, de esta forma, ‘no perder'».

Reorganización

Una palabra que parece haberse puesto de moda actualmente en las discusiones sobre la ocupación de Iraq, especialmente entre los demócratas, es la de reorganización. El 14 de noviembre de 2006, el Senador Russ Feingold, el representante demócrata de Wisconsin, considerado como la extrema izquierda entre los funcionarios electos del partido, introdujo un proyecto de ley «pidiendo el repliegue de las fuerzas estadounidenses de Iraq a partir del 1 de julio de 2007». Pero el mismo plan pide mantener las tropas en Iraq. «Mi legislación permitiría que un mínimo nivel de fuerzas estadounidenses permanecieran en Iraq para llevar a cabo actividades de contraterrorismo, para entrenar a las fuerzas de seguridad iraquíes y para proteger las infraestructuras y personal estadounidense». Es decir, previsiones de reorganización de bases, tropas y ocupación estadounidenses, en el sentido de cambiar a algún personal a otras bases militares en la región -de donde pueden ser movilizadas con rapidez para atacar cuando sea necesario- y, muy probablemente, trasladar el peso mayor de la situación al poder aéreo en Iraq y en la región para proseguir con los objetivos imperiales estadounidenses.

Partición

Un plan que el ISG no recomendaba y que Bush también ha criticado pero que sigue representando una posibilidad real si la crisis en Iraq sigue agravándose, es el de la partición. El deterioro de la situación sobre el terreno ha animado a algunos analistas y políticos -incluido el recién llegado demócrata Joseph Biden, el presidente del poderoso Comité de Relaciones Exteriores del Senado- a pedir el desmembramiento de Iraq en tres países independientes o en tres territorios relativamente autónomos dentro de un estado más o menos federado. Sin embargo, una división tal de Iraq sólo podría lograrse mediante limpieza étnica masiva. La mayor concentración urbana de kurdos no está en la zona norte, que probablemente conformaría un futuro estado o enclave kurdo, sino en Bagdad. La mayoría de las ciudades descritas por los periodistas como «bastiones sunníes» o «municipios chiíes» tienen poblaciones mezcladas con minorías importantes de sunníes, chiíes, turcomanos, kurdos o asirios. Además, cualquier estado predominantemente sunní en el centro y oeste de Iraq que emergiera de una división tripartita del país se vería significativamente empobrecida comparada con sus ricos vecinos en petróleo del sur y del norte.

El puño de hierro

Otra opción -una que tiene una larga historia en Iraq y en los residuos que quedan de Oriente Medio- apoya un nuevo «puño de hierro». Elliot A. Cohen, Robert E. Osgood, profesor de Estudios Estratégicos en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad John Hopkins, sugiere que «una junta de militares modernizadores podría ser la única esperanza para un país cuya cultura democrática es frágil y cuyos políticos son o corruptos o incapaces», una narrativa que va ganando mucho más popularidad en el establishment de la prensa y entre los expertos y políticos que buscan una explicación para el desastre de Iraq y que evitan mirar hacia las verdaderas causas del mismo. Esto supone la reforma de una vieja idea -un régimen tipo Sadam pero sin Sadam- que devino imposible tan pronto como la administración Bremer desmanteló el ejército de Iraq y el partido Baaz, la única base política y administrativa sobre la que una dictadura así podía haber llegado a establecerse.

Expansión

A pesar de las recomendaciones del ISG de negociaciones directas con Irán y Siria, y la cautela de Robert Gates y otros sobre los escollos de atacar militarmente a Irán, la amenaza de que EEUU expanda la guerra de Iraq a otras zonas sigue siendo muy real. En el verano de 2006, Washington patrocinó la desastrosa y sangrienta invasión israelí del Líbano, esperando conseguir alguna ventaja táctica en la región y, por lo tanto, en Iraq. La apuesta fracasó de forma miserable, pero algunos sienten que tal apuesta es necesaria. Como Seymour Hers escribe en el New Yorker: «En la Casa Blanca y en el Pentágono hay muchos que insisten en que ponerse duros con Irán es la única forma de salvar Iraq. Es un caso de ‘seguir adelante con el fracaso'», dijo un asesor del Pentágono. «Creen que cayendo ahora sobre Irán van a recuperarse de sus pérdidas en Iraq, como si doblaran la apuesta».

Cualquiera que sea el nuevo plan de Bush para Iraq, es probable que se produzca un choque importante de expectativas si los demócratas fallan a la hora de lanzar un desafío real a la guerra. La nueva portavoz del Congreso, Nancy Pelosi, hizo hincapié en el «bipartidismo» en el momento en que se anunciaron los resultados, añadiendo que el impeachment de Bush estaba «fuera de lugar». Pelosi y el nuevo líder de la mayoría en el Senado, Harry Reid, dijeron también que iban a eliminar la posibilidad de que, con el mayor poder que tienen los demócratas en el Congreso, se pudieran cortar los fondos para prolongar la ocupación. Como Alexander Cockburn escribió en la Nation: «Ese es el papel que tienen las elecciones en las democracias occidentales bien dirigidas: recordarle a la gente que las cosas no cambiarán, realmente, en absoluto. Y, por supuesto, nunca para mejor. Pueden poner su reloj en hora a la velocidad con la que la nueva panda reduce sus expectativas y anuncia Lo Que No Va a Hacerse».

Fuera ya

En efecto, la única opción que se ha quedado fuera de la mesa en Iraq es la única sensata: retirada completa e incondicional inmediata, seguida por indemnizaciones al pueblo iraquí por los daños masivos que la ocupación -y las anteriores sanciones, las Guerras del Golfo y de Irán-Iraq y los años de apoyo a la dictadura- han causado. Según el New York Times, «En la cacofonía de los planes en competición sobre qué hacer con Iraq, una realidad parece ahora clara: a pesar de la victoria demócrata en una elección considerada como un referéndum sobre la guerra, la idea de una retirada rápida de tropas estadounidenses está desapareciendo velozmente como opción viable».

El debate actual en Washington se refiere en gran medida a tácticas, no a estrategia o a principios. De hecho, el único debate sobre principios que está teniendo lugar es uno de corte racista: cada vez más «expertos» cuestionan ahora si la locura de Bush estuvo en pensar que podría llevar la democracia a los árabes o musulmanes, quienes, como ya se ha dicho, «no tienen tradición de democracia», pertenecen a una «sociedad enferma» o una «sociedad rota». En un discurso muy aclamado, Barack Obama, la gran esperanza de los demócratas, expresó sus críticas a la política de la administración Bush diciendo que no debería haber más mimos» para el gobierno iraquí: los EEUU «no se van a mantener al lado de ese país indefinidamente», explicó, añadiendo que: «Deberíamos ser más modestos en nuestra creencia de que podemos imponer la democracia». Richard Perle, anterior presidente del Comité Asesor de la Junta de Política de Defensa del Pentágono, uno de los principales neocon entusiastas de la invasión de Iraq, al explicar por qué las cosas habían ido en forma tan distinta a sus gloriosas predicciones, dice ahora que «subestimó la depravación de los iraquíes». Y el informe del ISF reprocha que «el pueblo iraquí y sus dirigentes son muy lentos a la hora de demostrar su capacidad o voluntad para actuar» y, por tanto, los EEUU «no deben asumir un compromiso abierto» ante ellos. Es decir, culpan a la víctima. Como Sharon Smith escribió en CounterPunch: «En unas cuantas semanas, el ‘consensus’ de Washington ha reescrito la historia de la invasión estadounidense de Iraq, como si los iraquíes hubieran invitado a EEUU a invadir su nación soberana en 2003 y no estuvieran ahora a la altura a la hora de cerrar el trato».

Como la crisis en Iraq se extiende, podemos esperar que estas argumentaciones obtengan aún más peso, proporcionando más tapadera aún a los objetivos reales de EEUU en Oriente Medio.

La tragedia que se extiende por Iraq está aún lejos de su final. En el Acto I de la tragedia, nos dijeron que Washington invadiría Iraq para derrocar la dictadura, instalar un gobierno clientelista estable y entonces cambiar radicalmente los equilibrios de poder en Oriente Medio, marchando desde Bagdad para enfrentarse a los regímenes de Irán y Siria. Con ese sueño hecho jirones, los EEUU comenzaron el Acto II: la manipulación de las divisiones sectarias en Iraq para formar un gobierno de coalición chií y kurdo que aislaría a los sunníes (aunque se buscaría cooptar tanto liderazgo político como fuera posible) y servir al planeado papel de cliente, si bien menos eficazmente de lo que Washington había esperado, permite que los EEUU se afiancen en Iraq y proclamen la victoria. Sin embargo, a mediados de 2006, los fracasos de esta estrategia no pudieron ignorarse por más tiempo. Al haber invadido Iraq planeando debilitar a Irán y Siria para fortalecer su posición y la de Israel y sus aliados árabes en la región, los EEUU han conseguido todo lo contrario. (Desde luego, todo esto ignora las muchas etapas de la tragedia de que son autores los EEUU anteriormente a la invasión de marzo de 2003, por su apoyo al Partido Baaz y a Sadam Husein, por su nefasto papel en la Guerra Irán-Iraq y después la Guerra del Golfo de 1991, y por los más de doce años de sanciones y bombardeos que la siguieron.)

Los Actos I y II de la tragedia de la ocupación de Iraq se han cerrado ya. Pero el Acto III no ha hecho sino empezar. Todos los signos sugieren que es probable que el final en Iraq aún esté lejos y que sea más sangriento todavía. Iraq y el Oriente Medio son tan importantes a nivel estratégico para los EEUU que ningún partido quiere retirarse y admitir la derrota. Un resultado tal sería más desastroso para EEUU que su derrota en Vietnam. Pero hay un factor en la tragedia de Iraq que no deberíamos rebajar. La cuestión de cuánto durará esta guerra, si se extenderá a Irán o a Siria, si se enviarán más tropas a matar o ser matadas innecesariamente por el beneficio y el poder, no depende sólo de las decisiones y conflictos internos de la clase gobernante. También depende del nivel de oposición del pueblo en Iraq, en casa y dentro del mismo ejército. Los grupos como los Veteranos de Iraq Contra la Guerra están jugando ya un papel importante en la lucha por terminar con la ocupación. Pero aún estamos tan sólo en los primeros momentos de organización de la oposición que necesitamos para poder incidir de forma decisiva en el curso de la guerra.

La guerra de EEUU contra Vietnam se perdió en 1968, si no fue antes, pero continuó después durante varios años, con la pérdida de millones de vidas como consecuencia. No podemos permitir una repetición de esa historia trágica. Pero la Guerra de Vietnam tiene también otra lección que ofrecernos: que cuando los pueblos se manifiestan y se organizan pueden disuadir incluso hasta el más poderoso y temerario de los gobiernos. La guerra contra el pueblo de Indochina podría haber durado más aún, ciertamente, y podía haberse extendido todavía más si una oposición decidida en casa y a nivel internacional no hubieran obligado a los EEUU a retirarse. Esa es la lección que actualmente necesitamos tanto volver a aprender y llevar a la práctica.

Anthony Arnove es el autor de «Iraq: The Logic of Withdrawal», que se acaba de publicar en una edición actualizada en rústica, con un prólogo de Howard Zinn, en el American Empire Project (Metropolitan Books/Henry Holt). Pertenece a la junta editorial de Haymarket Books e International Socialist Review. Este artículo aparecerá en el número de enero/febrero del ISR.

Texto original en inglés:

http://www.counterpunch.org/arnove12162006.html

Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión.