Sin temor a equivocarnos, califiquemos de mera cuestión de mercadotecnia política la configuración del gobierno nacional que da sus vagidos (tomó juramento el 20 de mayo) en el Iraq ocupado y disperso, fustigado e infeliz bajo la férula extranjera y unas autoridades autóctonas que parecen maniobrar en inglés. Pecaríamos de ingenuos si admitiéramos los elogios […]
Sin temor a equivocarnos, califiquemos de mera cuestión de mercadotecnia política la configuración del gobierno nacional que da sus vagidos (tomó juramento el 20 de mayo) en el Iraq ocupado y disperso, fustigado e infeliz bajo la férula extranjera y unas autoridades autóctonas que parecen maniobrar en inglés.
Pecaríamos de ingenuos si admitiéramos los elogios de Falsimedia (o Falsiprensa) a la formación del gabinete luego de cinco meses, desde las elecciones del 15 de diciembre, durante los cuales una representación de chiitas, sunitas y kurdos trató de allanar obstáculos para el acto de mandar una república otrora laica, a despecho de cierto entorno regional preñado de teocracia, y de orientación socializadora, en medio de satrapías orientales que practican el más feroz de los capitalismos occidentales.
«Un paso adelante», insistiría el lector convencido de las ideas de editoriales y artículos periodísticos que pujan por embeberlo de que «la administración Bush espera que la aprobación de un gobierno de unidad nacional, con la minoría sunita incluida, reduzca la violencia y posibilite una retirada de las tropas extranjeras». Y, en honor a la verdad, este enunciado resulta impecable mirado desde la lógica formal. Dicho así, brilla. Pero brilla como un sofisma, como mentira que rezuma dulce -agradable a un paladar reaccionario- por los cuatro costados.
Si aplicamos la probada lógica de la contradicción inmanente, la dialéctica, nos daremos cuenta de que se desea la reducción de la violencia para que impere… la violencia, física y espiritual, aplastante, de la ocupación foránea; y de que se quiere la retirada de las tropas extranjeras para que estas se queden, transustanciadas en fuerzas internas al servicio de las externas, y en bases inamovibles, ubicadas en un Oriente Medio que se anhela tal (inamovible, sí) en la entrega al Tío Sam y al socio sionista. Al imperialismo campante. Y rasante.
¿Dudar de lo que aquí gritamos? Ni soñarlo. No solo por conocer el estambre con que se teje este paño -años de acumulación originaria de capital, siglos de desbocado capitalismo son la mejor enseñanza-, sino porque, vox populi, gente como el secretario gringo de Defensa, Donald Rumsfeld, anda volando presto a Bagdad, incluso desde antes de la formación del ejecutivo, para un acuerdo que haga eterna la ocupación, en presunta garantía de una paz asimismo eterna.
Como, en las relaciones exteriores, Norteamérica no suele salirse de los márgenes convenientes del paradigma realista -«te golpeo si chistas», en buen romance- y del liberal -«te permito chistar cuando te golpeo»-, vale en estos tiempos de desprestigio imperial esa última táctica. Hay que «legitimar» las exigencias legalistas de una comunidad internacional demasiado entrometida, en el criterio de los mandamases y personeros de la Casa Blanca, entre los de otros selectos lugares.
De dioses y cosmogonías
Al parecer, George W. Bush y sus adláteres neoconservadores han concebido una suerte de cosmogonía particular para el caso de Iraq. Sí. Vendría a ser algo así: En un principio era el caos… Porque durante los más de 150 días que prosiguieron a los comicios del 15 de diciembre, de donde surgió el parlamento que nombraría un ejecutivo no provisional, la violencia se ensañó sobre las tropas invasoras y sus cipayos; se tornó descarnadamente interétnica e interconfesional -mezquitas chiitas y sunitas han volado, sin distingo alguno-; por su parte, los llamados líderes moderados de los tres más importantes conglomerados poblacionales -árabes chiitas, árabes sunitas, kurdos sunitas- no se pusieron de acuerdo con respecto a las muy apetecidas carteras del Interior y del ¡Petróleo!
Luego se hizo la luz, continuaría la cosmogonía bushiana. A finales de abril, el Parlamento eligió al kurdo Jalal Talabani presidente, por segunda vez consecutiva, y este designó primer ministro al chiita Nuri al Maliki. Nacieron los dioses, y del caos los dioses crearon el mundo, el nuevo mundo iraquí…
Para aclarar, aquí habrá que abandonar el guión de una cosmogonía (y teogonía) que podría ensanchar, por derecho propio, la filmoteca de Hollywood, y perorar un poco sobre Al Maliki, dios creador, de 52 años y segundo al mando de Al Dawa (Llamamiento), uno de los principales partidos de la chiita Alianza Unida Iraquí, que dispone de 128 de los 275 escaños de la asamblea legislativa.
De acuerdo con el resumen de Carlos Varea (sitio web Iraqsolidaridad), «tras la invasión de Iraq, durante 2003 y 2004, Al Maliki fue miembro de la denominada Comisión de Desbaasificación, establecida por Paul Bremen al inicio de la ocupación, de la que finalmente fue purgado debido a su extremo celo en eliminar de la administración del Estado a miles de miembros de base del Partido Baas (…) Fue asesor de Al Jaafari en el anterior gobierno provisional y miembro del Comité de Seguridad del Parlamento. Desde este cargo, diseñó la denominada legislación antiterrorista, que entraría en vigor en Iraq en 2005, destinada a fortalecer la lucha contra la resistencia por parte de los nuevos cuerpos de seguridad iraquíes».
Cuerpos que, por cierto, disponen de bien ganada fama de dinamiteros. ¿Alguien podría asegurar que no están, junto con las tropas extranjeras, tras algunos de los estallidos de mezquitas, como para que suenen los tambores de la guerra civil, y se pueda pescar en río revuelto? Y aquí los pescadores cobrarían la mejor pieza: miedo al caos (otra vez la cosmogonía) que se consolidaría si faltara la presencia «bienhechora» de las legiones gringas.
Este perfil, unido al hecho de que se desempeñó como vicepresidente de la comisión redactora de la nueva Constitución -sagrada ley de los dioses yanquis-, aprobada en agosto pasado y regresiva desde el punto de vista económico-social, ha aguijoneado en los ciudadanos comunes preocupación sobre una mayor cristalización del carácter sectario de las instituciones del país. Y sobre «un previsible endurecimiento represivo y de la guerra sucia contra sectores civiles antiocupación».
Así las cosas, ¿quién que se precie de objetivo no se avendría a augurar que los dioses encontrarán sus deicidas? Y quizás hayan de encontrarlos cuando de lo más profundo de la nación emerja revitalizado el sentido de lo que nos recuerda el analista Edward N. Luttwak: «Las diferencias de sectas y tendencias no revestían siempre similar importancia y de hecho entre los árabes iraquíes más occidentalizados hubo más mezcla y amalgama, de forma que no eran raros los matrimonios entre personas de diversas sectas, tribus y clanes. En el caso de la mayoría no occidentalizada ni formada, la pertenencia a la secta y la tribu ha determinado la identidad fundamental, si bien no había provocado los acontecimientos de la época más reciente«. Época bajo signo gringo. No por casualidad.
La culpa
En abril, el embajador de Washington en Bagdad, Zalmay Jalilzad, aseveraba que, «independientemente de lo que se piense sobre si la coalición tenía que venir a Iraq o no, ahora, si no hacemos todo lo posible para que este país funcione, podría tener serias consecuencias para Iraq, para la región y para el mundo». Y estaba diciendo una verdad más sólida que el granito, solo que incompleta. Porque la situación de caos, no precisamente cosmogónico, que señorea en aquella región deviene una lanza clavada en el costado de los yanquis en primer término.
De los gobernantes yanquis, a quienes la maniobra política (o politiquera) de apoyarse inicialmente en chiitas y kurdos para acabar con la resistencia sunita y el terrorismo islamista de Al Qaeda ha desembocado en una pesadilla literal, si utilizamos la frase lapidaria del sociólogo catalán Manuel Castells.
Y la paradoja de que en el presente EE.UU. defienda con desesperación digna de sainete un gobierno mayoritariamente chiita, de tintes teocráticos, «aliado potencial de Irán», al tiempo que «amenaza con bombardear a un Irán que (presume nuestra fuente) se rearma a marchas forzadas», nos hace afirmar que la ocupación tiene más de un velo; que el tal gobierno nacional es puro espejismo, fachada novísima del añejo fenómeno del coloniaje; y que el reparto sectario de poder desatado por los invasores ha dado lugar a una guerra, más que fratricida, «sacrílega»…
«Sacrílega», porque va enfilada contra los «dioses» o «diosecillos» iraquíes, así como contra ciertas huestes «angélicas» -alrededor de tres mil soldados norteamericanos han perdido la vida en los sofocantes espacios mesopotámicos- y contra la propia presencia allí del Dios padre, del verdadero demiurgo: los Estados Unidos de Norteamérica. Amén.