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La tortura norteamericana en Iraq, el caso de la abogada Amal Kadhum Swadi

La oscura nube de la democracia

Fuentes: Forum/Dahr Jamail Web

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

El 29 de septiembre de 2005, poco después de las 8 de la noche, Amal Kadhum Swadi, y su hijo más joven, Safa, fueron arrestados por fuerzas de EE.UU. en el distrito Ghazaliya de Bagdad acusados de haber colocado un artefacto explosivo improvisado.

Acababan de abandonar su casa con otros miembros de la familia, y habían abierto la puerta de su garaje para sacar el coche familiar, cuando múltiples Humvees y numerosos soldados estadounidenses fuertemente armados irrumpieron alrededor de la familia Swadi con sus armas en ristre.

Aureolados por los reflectores y rodeados por soldados excitados, separaron a la madre del hijo y los ocultaron de la vista de los demás miembros de la familia tras un muro de soldados y Humvees. Les vendaron los ojos y los esposaron firmemente con las tiras de plástico y las capuchas que se han convertido en poderosos símbolos de la deshumanización de los iraquíes bajo la ocupación.

Obligaron a la señora Swadi y a Safa a acuclillarse en la tierra de la carretera mientras Zaid, su hijo mayor, recibía un recibo manuscrito por su madre y su hermano. Mientras Zaid gritaba hacia la multitud de soldados, tratando de recibir una respuesta de su madre, metieron a la señora Swadi y a Safa en Humvees para llevarlos a la Instalación de Detención del Aeropuerto para ulteriores procesamiento, dejando a Zaid en una nube de polvo, sujetando su recibo y mientras trataba de consolar a su hermana en lágrimas.

Encontré por primera vez a Amal Swadi en Estambul en la sesión culminante del Tribunal Mundial sobre Irak. La señora Swadi formaba parte de la delegación iraquí invitada a testificar sobre sus experiencias con la ocupación, como abogada representante de las mujeres detenidas en Abu Ghraib y en otros sitios de detención de EE.UU. y Gran Bretaña en Irak. La señora Swadi fue para hablar de la degeneración de los derechos humanos en ese país.

Descubrí que la señora Swadi no le es extraña la ocupación, ni los medios que la cubren. Como abogada dispuesta a confrontar a la masa de la ocupación, es bien conocida por su franca defensa de los desafortunadas atrapadas por su maquinaria.

Amal Swadi tiene 52 años. Fue al tribunal de Estambul acompañada por su hija, y por su hijo mayor Zaid, que también es abogado. En la celebración de apertura del acontecimiento, me presentaron a la señora Swadi y a Zaid, cuyo amor y respeto por su madre se hacen obvios instantáneamente. Me estudió con atención al serle presentado, y cuando estiré la mano para estrechar la de su madre, sonrió y me la tomó calurosamente.

La señora Swadi, una modesta mujer religiosa, perdonó de inmediato mi falta de comprensión de la cultura islámica, y después de una breve conversación, aceptó que la entrevistara (el vídeo de la entrevista podrá ser visto en breve).

La participación de la señora Swadi en investigaciones en relación con las prisioneras de la ocupación comenzó cuando la informaron sobre un mensaje que las mujeres detenidas en Abu Ghraib trataban de hacer llegar a la resistencia. El mensaje, que había llegado a ser de conocimiento público en las calles de Bagdad, rogaba a la resistencia que atacara Abu Ghraib con cohetes, ya que las mujeres retenidas en su interior habían abandonado toda esperanza, y no podían seguir resistiendo los brutales abusos y torturas que les eran infligidos a diario. En el Islam, como en el cristianismo, el suicidio es un pecado máximo, así que estas mujeres estaban pidiendo que las mataran. Desde entonces, la señora Swadi ha trabajado incansablemente por el reconocimiento y la liberación de esas detenidas (al conocerla, representaba a nueve de esas mujeres de las tinieblas).

La señora Swadi me habló de sus visitas a Abu Ghraib, y de las dificultades que enfrentó al tratar de obtener acceso a las mujeres en su interior, incluyendo el que las fuerzas de EE.UU. negaban su existencia. Cuando los intentos de intimidarla no dieron resultado, guardias desdeñosos simplemente la expulsaron del lugar. Al volver a Abu Ghraib para una segunda visita, fue con una determinación fraguada durante el insomnio de la noche anterior. Su resolución terminó por ser recompensada, y después de esperar todo el día en uno de los patios del complejo, bajo el sol del desierto, sin agua ni alimento, terminaron por permitirle el acceso a sus clientas (seis en total). La señora Swadi me contó que la emoción de la experiencia fue abrumadora, y que perdió el control y sollozó junto con la primera detenida que le presentaron.

Las detenidas le fueron presentadas en una pequeña habitación de cemento oscuro que parecía haber sido establecida para interrogatorios. Las mujeres fueron escoltadas a la pieza a través de una pesada puerta detrás de una silla y un escritorio. Los guardias que la acompañaban se mantuvieron a unos centímetros de esas almas quebrantadas durante todas las visitas (se refieren a esa actitud como «control» de su sujeto).

La primera detenida presentada era una joven mujer de unos 20 años. Estaba en mala condición, pálida y descarnada, apenas capaz de estar de pie, y parecía sufrir de un colapso mental. La mujer miraba al suelo, y cuando terminó por levantar la vista y vio a su visitante del mundo exterior, las dos perdieron el control.

Durante su breve entrevista, obstaculizada no sólo por los apresadores de la mujer que rondaban permanentemente a sólo centímetros de distancia, sino también por la voz frágil y trémula de la mujer, la señora Swadi escuchó cómo el joven hijo y el hermano de esta mujer fueron asesinados frente a ella durante una incursión en su hogar realizada por las fuerzas de EE.UU. Tenía una herida rudimentariamente suturada a lo largo de su antebrazo, causada por la bayoneta de un soldado participante en el allanamiento.

Desde su arresto, habían mantenido a la mujer desnuda en una pequeña celda de cemento, sin cama ni inodoro propiamente tales. La mujer habló de violaciones y torturas a manos de sus captores estadounidenses e iraquíes. Como al Congreso [de EE.UU.] se le presentaron imágenes de mujeres iraquíes obligadas a desnudarse mientras soldados de EE.UU. ponían sus armas contra sus sienes; y con el reconocimiento del propio Pentágono de las violaciones en sus centros de detención, no cuesta creer las afirmaciones de la señora Swadi.

El general Antonio Taguba, nombrado para dirigir la investigación del Pentágono de las afirmaciones de torturas y abusos en Abu Ghraib (que se limitó a la investigación de miembros de la 800 Brigada de Policía Militar), reconoció que soldados de EE.UU. participaron en violaciones en la prisión. Este reconocimiento tuvo lugar en la forma de un memorando interno del Pentágono en el que el general Taguba se refirió a imágenes de guardias estadounidenses «teniendo sexo» con detenidas iraquíes. La elección de lenguaje de Mr. Taguba cuando se refiere a violaciones es reveladora, y aclara aún más la actitud insensible, a la ligera, del Pentágono hacia estos crímenes.

Las imágenes muestran claramente violentos crímenes sexuales, y un congresista que vio esas imágenes, recolectadas por el Pentágono, declaró que cree que su publicación provocará masivas manifestaciones y pondrá en peligro a estadounidenses en el exterior (difícilmente la imagen del ‘sexo consensual’ al que alude Taguba).

El general Taguba también informó que soldados de EE.UU. filmaron vídeos de esos violentos crímenes sexuales, una práctica común entre criminales sexuales, que a menudo se llevan trofeos de sus crímenes para que les ayuden a volver a vivir ese evento posteriormente (es una práctica que ha sido muy útil en el enjuiciamiento de ofensas sexuales y que ojalá sirva para lo mismo en estos casos). El general Taguba también reconoció que hubo por lo menos dos embarazos resultantes de estos crímenes sexuales contra detenidas en Abu Ghraib.

Como resultado de un reciente intento del Senado de prohibir el uso de la tortura por el Pentágono, y de la reacción del presidente Bush al amenazar con vetar esa ley, junto con las negociaciones de la Casa Blanca para eximir a la CIA de toda restricción respecto a la tortura, quedó al descubierto la imagen del uso sistemático de la tortura. No constituye una sorpresa para los que han oído hablar de la Operación Phoenix y de la publicación en el pasado de manuales de tortura por la CIA.

El 27 de enero de 1997, los periodistas del Baltimore Sun, Gary Cohn, Ginger Thompson, y Mark Matthews, publicaron un artículo en su periódico con el título «La CIA enseñó la tortura». Los periodistas se basaron en gran parte en dos manuales impresos por la CIA, publicados por presión del Sun como resultado de su emplazamiento basado en la ley de libertad de la información de 1994. El primer manual, con el título KUBARAK Counterintelligence Interrogation- July 1963 [KUBARAK, Interrogatorio de Contrainteligencia – julio de 1963], junto con el actualizado Human Resources Exploitation Training Manual-1983 [Manual de Capacitación para la Explotación de Recursos Humanos- 1983] muestran un cuadro de décadas de política de tortura de la CIA.

Aunque el Pentágono ha sostenido que estos manuales fueron creados sólo con propósitos educativos, a fin de ayudar a las tropas de EE.UU. a identificar instalaciones de tortura, los manuales mismos refutan dicha posición.

El manual de 1963 señala en la sección intitulada El Interrogatorio Coercitivo de Contrainteligencia de Fuentes Resistentes que «drogas (y otros medios discutidos en esta sección) no deben ser utilizados persistentemente para facilitar el interrogatorio que sigue a la capitulación. Su función es causar capitulación, para ayudar a pasar de la resistencia a la cooperación. Una vez que se ha logrado este cambio, las técnicas coercitivas deben ser abandonadas tanto por razones morales como porque son innecesarias e incluso contraproductivas.»

La versión de 1963 también trata del diseño de instalaciones de ‘interrogatorio’, como lo señala el artículo del Sun. El manual dice: «la corriente eléctrica debe ser conocida de antemano, para que transformadores y otros artefactos modificadores estén a mano si se hacen necesarios».

Es importante que se subraye que el manual actualizado de 1983 salió a la luz públicamente por primera vez cuando fue recuperado por fuerzas de la resistencia en Guatemala, que lo recuperaron de escuadrones de la muerte respaldados por EE.UU. en ese país, que obtuvieron ese manual en el campo de entrenamiento de la Escuela de las América de la CIA en Fort Benning, Georgia [EE.UU.]. También es importante señalar que la embajada de EE.UU. en la vecina Honduras ha sigo generalmente aceptada como la central de las operaciones de la CIA en Centroamérica, y que John Negroponte actuó como embajador durante los sangrientos años ochenta (el mismo Negroponte que fue nombrado embajador en Irak cuando la política de tortura en Irak salió a la luz por primera vez).

Estos dos manuales, y la realidad de años de política de torturas en Vietnam bajo los ojos vigilantes de la CIA, hacen que todo argumento de ‘elementos delincuentes’ responsables por la tortura en lugar de que se trate de una política sistemática, sea totalmente increíble e impotente.

En los últimos años de la ocupación de Vietnam por EE.UU., y a medida que se hacía más obvio en público que EE.UU. combatía contra los que pretendía proteger (que en realidad había ataques contra las fuerzas de EE.UU. en lo profundo de Vietnam del Sur que eran lanzados por los propios sudvietnamitas), la CIA lanzó una masiva campaña de contrainteligencia orientada a combatir la resistencia sudvietnamita, con el código operación Phoenix.

Con la operación Phoenix, la CIA comenzó a compilar listas de personas vietnamitas de interés. Estas listas se basaron en datos e información recolectados durante ‘entrevistas’ de los sujetos e incluían a hombres, mujeres y niños entre 15 y 70 años.

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