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La Pasión de Cristo recreada a través del prisma de la tortura, el terror y la tragedia de nuestros días

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Sobre una pared de mi estudio, en Nueva York, cuelga un recorte de un periódico que muestra a un hombre encapuchado de pie sobre una caja con los brazos abiertos, casi una pose de crucifixión. De sus manos y de la burda túnica que cubre su cuerpo cuelgan alambres.

A su lado puse una impresión tomada de Internet de un hombre aterrorizado, amenazado por perros gruñentes que tiran de correas sujetas por soldados estadounidenses.
Estas imágenes las colgué en la primavera de 2004 cuando trabajaba en un encargo de pintar las 14 estaciones de la cruz para la iglesia de Saint Paul’s on the Green, una iglesia episcopaliana en Norwalk, Connecticut. Tenía instrucciones de recrear en imágenes la iconografía tradicional en términos contemporáneos. Ni la iglesia ni yo sabíamos exactamente lo que resultaría de ese encargo, pero el problema central era: ¿cómo hacer que la narrativa de la Pasión fuera suficientemente real para esta congregación de nuestros días?
Me puse manos a la obra en marzo de ese año y recién después de meses de investigación y dibujo tuvo un repentino instante de claridad frente a una pintura flamenca del Siglo XVI en el Museo Metropolitano de Arte: la mujer encapuchada y con una túnica oscura que llora al pie de la cruz tenía una similitud abrumadora con las imágenes que había visto esa mañana en el periódico, de mujeres iraquíes que lloran la pérdida de una víctima de un coche bomba. Muchos paralelos comenzaron a fluir de ese pensamiento.
Cuando aparecieron las imágenes de la prisión de Abu Ghraib, otras partes de la historia de la Pasión tuvieron una nueva resonancia. En la décima estación «Jesús es despojado de sus vestimentas». Los romanos desnudaban a los condenados y los crucificaban desnudos para humillarlos y quebrantar totalmente sus espíritus. Y ahora había docenas de imágenes de prisioneros modernos desnudados con la misma intención. Decidí componer la décima estación con el hombre amenazado por perros, haciéndome eco del Salmo 22, cantado todos los Viernes Santo: «Porque perros me han rodeado, hanme cercado cuadrillas de malignos».
No utilicé la imagen de la figura encapuchada. Era demasiado inolvidable. Concluí que nadie podría dejar de ver su origen. En lugar de hacerlo, la colgué en la pared en medio del restante material visual, donde jugó un papel más subliminal.
La primera vez que vi la foto del prisionero encapuchado y con cables colgando de sus manos, junto con fotos de cuerpos desnudos, apilados, pensé que formaban parte de un cierto arte de performance de mal gusto. Asumí lentamente su verdadero significado, y luego vino el disgusto y el temor ante el probable efecto sobre el resto del mundo y la inevitable pérdida de prestigio moral de Estados Unidos.
Las fotografías de Abu Ghraib fueron inicialmente documentos de un crimen. Nos espantaron. Representaban actos despreciables, indignos de nosotros como nación: la tortura de prisioneros era anti-estadounidense.
El mundo del arte reaccionó rápidamente. El componente estético de las fotografías fue reconocido en un par de exposiciones el otoño pasado, en la Galería Warhol en Pittsburg y en el Centro Internacional de Fotografía en Nueva York. Comenzó un nuevo furor. Esta vez, vistas como artefactos culturales y estéticos, el significado de las imágenes se hizo más complejo. ¿Nos entretenían? ¿No violábamos la privacidad de las víctimas al colgarlas en una galería? Como espectadores, ¿no nos hacíamos cómplices de los que tomaron las fotografías?
El gobierno y los militares de EE.UU. han tenido dificultades para dejar atrás Abu Ghraib, pero las imágenes tienen ahora un sitio indeleble en nuestras conciencias. Algunas son tan icónicas que entraron rápidamente al léxico de la imaginería artística – la figura encapuchada en primer lugar. Para los artistas que trabajan lentamente, sobre todo los pintores, esas imágenes han comenzado a emerger sólo hace poco. Un ejemplo es el pintor colombiano, Fernando Botero, cuyas nuevas obras basadas en la lectura de informes sobre la tortura en Abu Ghraib fueron presentadas en abril y expuestas en Roma a mediados de junio.
imagenEl 24 de junio The New York Daily News publicó un comentario en primera plana: «Indignación por el 11-S», decía el titular, y debajo «El gobernador Pataki permite que un museo que exhibe arte anti-estadounidense muestre sus obras en Ground Zero. Es una vergüenza y The News exige que se actúe».
El artículo reveló que la institución bajo ataque es la respetada y algo esotérica galería Drawing Center en Nueva York, que había sido invitada a mudarse de SoHo a una propuesta nueva instalación cultural en el sitio del World Trade Center. Una institución admirada por su compromiso con la exhibición de dibujos en todas sus manifestaciones, la Drawing Center es conocida por su rigor formal, no por su activismo político.
¿Y qué sucede con los dibujos ofensivos? La búsqueda del periodista sólo desenterró tres en cuatro años de catálogos de exposiciones.
Uno es «Redes Globales», un dibujo lineal de Mark Lombardi que muestra una vasta red de conexiones entre políticos y compañías petroleras globales.
El segundo: «Seguridad Interior» de Zoe Charlton, muestra a una mujer acostada boca arriba, aviones vuelan amenazantes hacia sus piernas abiertas.
Y, finalmente, está «Una mirada a cómo puede ser la vida en un país libre» de Amy Wilson. Este dibujo presenta de modo destacado al icónico prisionero encapuchado de Abu Ghraib, parado sobre una caja, que resulta ser la parte superior de una torre del World Trade Center. Los cables que cuelgan de los brazos abiertos de la figura deletrean «libertad» sobre un mar de esqueletos.
El dibujo de Wilson, especialmente, atrajo la atención de The Daily News y fue reproducido cuatro veces en dos días, incluyendo una ampliación de la figura central. Hubo dos artículos de primera plana y dos editoriales, adornados con las frases «anti-estadounidense», «Despotrica contra EE.UU.», «arte vulgar que ataca la guerra contra el terror de EE.UU.», «arte demencial y anti-estadounidense».
Es innegable que los actos mostrados en las fotos de Abu Ghraib ocurrieron realmente, pero The Daily News sigue acusando a la artista de «presentar a sospechosos de terrorismo, víctimas de la tortura estadounidense» como si fueran un producto de su imaginación. La apropiación de la imagen de Abu Ghraib la convierte en una persona que amenaza a nuestro país, que debilita «la guerra contra el terror de EE.UU.»
¿Qué significa esto para la galería Drawing Center y para los artistas estadounidenses?
El 25 de junio, el gobernador Pataki de Nueva York declaró categóricamente que no se toleraría insultos a EE.UU. en Ground Zero y exhortó a la Drawing Center a que se comprometiera a actuar correspondientemente. La Drawing Center respondió reafirmando su compromiso con su misión declarada: «Demostrar la importancia y la diversidad del dibujo a través de la historia, y estimular el diálogo público sobre los problemas del arte y la cultura». Luego comenzó sosegadamente a buscar otro local y ahora han abandona la mudanza al sitio del World Trade Center.
En cuanto a mi propio trabajo y encargo, la imagen de Abu Ghraib se hizo parte de una mezcla mucho más amplia ya que el tema dominante trata de gente inocente atrapada en la guerra y la violencia: civiles, refugiados, los injustamente acusados que han muerto en la detención, las familias desconsoladas de rehenes y víctimas de las bombas. Con este fin, me basé en una multitud de referencias visuales. En una, María es una madre iraquí vestida con su chador, de pie delante de la prisión Abu Ghraib, esperando noticias de su hijo desaparecido. En otra, mujeres iraquíes en lágrimas son acompañadas al pie de la cruz por un padre estadounidense y su hijo, afligidos después de recibir la noticia de que un miembro de su familia fue muerto en Irak. En la octava estación, Jesús se da vuelta y habla a mujeres acongojadas; son mujeres refugiadas en Darfur, Sudán.
Hay múltiples referencias a ejércitos de ocupación del presente y del pasado: Israel en los territorios palestinos, Alemania nazi, las fuerzas coloniales británicas, los militares de EE.UU. en la actualidad. Primero se ve a Jesús preso en Guantánamo, luego cargando su cruz a lo largo de calles con bordes de alambrada de púas, acompañado de soldados con fusiles. Al pedir a los espectadores que piensen en el sufrimiento de Jesús en términos modernos, presenté a Jesús como víctima de la tortura, y esa imagen de origen del hombre amenazado por perros ladrantes es discernible en el cuadro final.
Los 14 cuadros fueron terminados, instalados permanentemente e inaugurados en marzo pasado. Después del choque inicial de las asociaciones contemporáneas, el clero y la gran mayoría de la congregación las han adoptado. Para las personas que han servido en las fuerzas armadas ha habido una diferencia de opinión sobre las referencias a los militares modernos. Para algunas son catárticas; para otras, inadecuadas.
Sin embargo, a medida que mis estaciones han llegado a ser conocidas más allá de Saint Paul’s, es esa imagen de Abu Ghraib la que ha provocado las reacciones más furiosas: ¿Y los inocentes estadounidenses que saltaron de las torres del World Trade Center?, han preguntado algunos por correo electrónico y por teléfono. ¿Por qué se habla de Abu Ghraib si Sadam Husein hizo tantas cosas peores? ¿Cómo se atreve a comparar el gran sufrimiento de Cristo con el de los detenidos en Guantánamo, Abu Ghraib, o Afganistán? También mi persona es considerada desleal y anti-estadounidense por algunos, por estar dispuesta a crear nuevas conexiones e intentos de promover el diálogo respecto al papel de EE.UU. en el mundo y sobre cómo los cristianos reaccionan al respecto.
Si estas reacciones y los ataques contra la galería Drawing Center se convierten en una tendencia cultural arraigada, deberían convertirse en una preocupación de máxima relevancia para todos los artistas. La presentación de nuevas asociaciones es el corazón mismo de la producción artística. ¿Debemos censurar nuestro propio trabajo para evitar que se ofendan los que no gustan de las conexiones que hacemos? ¿Desde cuándo alguien se convierte en anti-estadounidense cuando se cuestiona al gobierno y su política? ¿Desde cuándo llegó a ser anti-estadounidense criticar la guerra y sus consecuencias? ¿Queremos vivir en un mundo en el que estos cuestionamientos son denunciados como propaganda sediciosa, y se exige que los artistas y las instituciones culturales guarden silencio?
Hace algunas semanas, uno de los autores de un furioso correo electrónico llegó a Saint Paul’s a ver por sí mismo las Estaciones de la Cruz. El personal lo saludó y le mostró mis pinturas. Después de pasar un buen rato estudiando los cuadros, decidió volver y llevar a su familia.
Gwyneth Leech es pintora y vive en la ciudad de Nueva York. Para contactos: [email protected]
Publicado originalmente en la edición de septiembre/octubre de 2005 de Pennsylvania Gazette
Imágenes de los cuadros, con descripciones [en inglés] en http://www.emediawire.com/releases/2005/4/prweb234099.htm
http://www.counterpunch.org/leech11112005.html