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Desenterrando lo inimaginable

La pesadilla de las atrocidades de la invasión de Iraq

Fuentes: Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

    «Aquellos que pueden hacerte creer cosas absurdas, son también capaces de hacer que cometas atrocidades» (François-Marie Arout, -Voltaire-)

Creo profundamente que el deber de todo analista es, con lo mejor de sí mismo que pueda ofrecer, recoger, iluminar los lugares a menudo oscuros, actuar como voz de todos aquellos cuya propia voz, temores y penosas situaciones no pueden ser escuchados ni conocidos. Cuando una intenta escribir sobre emociones, tiene en ocasiones la sensación de tocar una especie de anatema y de que se trata, en cualquier caso, de una redundancia. El objetivo es tratar de llamar la atención sobre las injusticias, no lloriquear sobre los efectos que puedan tener y, de todas formas, la vida privada debería ser sólo eso. Si los políticos desean despojarse de su dignidad y aludir a cualquier aspecto, desde su vida sexual a la utilización de sus conflictos privados para conseguir un voto de simpatía, los seres con una pizca de dignidad no desean en absoluto emularles. Aquí estoy rompiendo uno de mis tabúes y tengo una razón para hacerlo así.

Durante las últimas semanas he investigado a fondo de nuevo las atrocidades de la invasión de Iraq, desenterrando lo inconcebible, amordazando mis emociones y leyendo sobre terror, tortura, monstruosas perversidades, una palabra repugnante tras otra palabra repugnante. Volví a visitar Faluya (1), documento tras documento, desvelando y sondeando la profundidad de las más oscuras depravaciones sobre otros seres por parte de algúna «alimaña». En efecto, el padre o la madre de algún crío que es capaz de disparar contra los niños y los bebés de otros, a sangre fría, de pasarles por encima con sus tanques, de dejar que los perros callejeros se coman sus tristes restos.

Entre las fotografías revisadas había bastantes de esas imágenes que han hecho exclamar incluso a los investigadores más endurecidos: «Su visión es demasiado perturbadora». No soporto esa opinión. Si los miembros de la familia que han sobrevivido, si los trabajadores de los servicios de urgencia (si es que las mismas tropas estadounidenses no los han incinerado considerando también soldados al personal médico, o disparado o encarcelado o torturado o esposado con la cabeza metida en una bolsa) tienen que contemplar, identificar, enterrar con amor y respeto, o, en el caso del personal sanitario, fotografiar cuidadosamente y anotar la hora, el lugar del hallazgo, y después numerarlos, envolverlos y conservarlos antes de enterrarlos, confiando en que algún familiar reclame los restos carbonizados, mutilados o algo peor, es un deber para todos aquellos que puedan tener algún tipo de «voz» en los países responsables (EEUU y el Reino Unido) de este primer genocidio del siglo XXI, atraer la atención sobre el mismo, en recuerdo y en tributo de todas sus innumerables víctimas sin voz y sin nombre, con la esperanza de que finalmente pueda enjuiciarse tanto horror.

Una siente que la compasión lo inunda todo: los cuerpos y caras quemadas imposibles de reconocer, los eviscerados, todos ellos con los ojos mirándonos aún fijamente como en una desesperada y silenciosa súplica de ayuda, mezclada con el desconcierto más absoluto. «Tenemos a esos cabronazos bajo control», escribió un marine en su pagina en Internet. «Les iluminamos», escribió otro, mientras muchos cogían las fotografías de todas esas almas perdidas y las enviaban a páginas porno a cambio de su visión gratuita. Y entre los ocupantes estadounidenses (ahora rebautizados, de forma surrealista, como «asesores»; los mismos perros con otros collares) y lo que Hussein al-Alaq de la Campaña de Solidaridad con Iraq ha denominado: «El gobierno de Vichy impuesto por EEUU, con sus pasaportes extranjeros…», ¿quién luchará por la justicia para los iraquíes?

Y, al igual que viene ocurriendo desde 1991, esta es también una guerra contra los no natos, contra los recién nacidos y los menores de cinco años. Después de los cadáveres y los escombros, de tanta sangre, de tantos miembros amputados, ahora vienen las deformidades. La vida apenas alentada, nacida sin ojos, sin cerebro, con un ojo de cíclope, sin cabeza, con dos cabezas, sin miembros, sin dedos o con demasiados… Una tierra bíblica convertida en armagedón genético y ecológico para las generaciones presentes y futuras hasta el final de los tiempos. «Misión cumplida», dijo George W. Bush, con su patético traje de pocos vuelos sobre el portaviones USS Abraham Lincoln aquel 1 de mayo de 2003. «¡Que reine la libertad!», garabateó, después de las primeras «elecciones» corruptas, asesinas y plagadas de cadáveres. Es decir: «¡Que empiece el genocidio!».

EEUU nombró un «virrey» en Iraq: J. Paul Bremen, vestido para el papel al estilo de Hollywood, con ridículas botas para el desierto, o con botas militares, según la percepción que tengan, llegado poco después de la invasión, pensando al parecer en reducir la población. Supimos que preguntó cuál era la población de Iraq y se le dijo que alrededor de veinticinco millones. Su respuesta fue: «Demasiados, hay que reducirla en cinco». Después se convirtió en uno de los hombres de Kissinger Associates.

Mientras leía, escuché a la flor y nata de los diversos órganos legales mundiales discutir sobre si habría que «clasificar» como genocidio los hechos del Congo y Ruanda. En julio de 2004, cuando las tropas estadounidenses se entrenaban para perpetrar la masacre de Faluya en el mes de noviembre, la Cámara de Representantes estadounidenses aprobó una resolución unánime que llamaba «genocidio» a la tragedia de Darfur. Incluso se le pidió a esa administración que considerara la posibilidad de llevar a cabo una acción «multilateral o incluso unilateral» para poner fin a aquel genocidio. Se postulaba que mostrarse renuente a adoptar medidas preventivas para impedir más pérdidas de vidas humanas sería algo «criminal».

En nuestra época, al parecer, los genocidios sólo los cometen los africanos o los europeos orientales, no esos grandes bastiones de la democracia que son EEUU y el Reino Unido y la única democracia en el Oriente Medio: el aliado Israel. El ejército israelí entrenó a las tropas de EEUU durante las dos semanas que duró el pogromo de Faluya en noviembre de 2004 (2). «Si algo se mueve, dispara», era la orden del día. Como en el caso de las dos guerras mundiales, como en la de Corea, como en la de Vietnam, la cara de la liberación no cambia nunca.

«Sus tácticas implican básicamente todo el potencial posible de fuego masivo… acarreado en tanques y helicópteros para lanzarlos contra los objetivos… demoliendo edificios, colocando francotiradores en las azoteas, abriendo agujeros en los muros y disparando contra todo lo que se movía». Esto añadido a: «… bombardeos aéreos y fuego de artillería desde enormes cañones de campaña». La trágica experiencia de Faluya «no fue completamente comprendida en Occidente, salvo por algunos de los supervivientes del Gueto de Varsovia… estaban atrapados como los conejos de un campo de maíz que se ven rodeados, abatidos y desmembrados por la acción combinada de varias cosechadoras (3)». Las fotografías dan testimonio de la escalofriante descripción. Héroes no reconocidos fueron quienes decidieron grabarlo para que en algún momento, en algún lugar, se conocieran los crímenes y se impusiera el castigo legal. Esas terribles y patéticas imágenes son la prueba silenciosa del primer genocidio conocido de Occidente en el siglo XXI. Por desgracia, tenemos casi la certeza de que Iraq y Afganistán, con el tiempo, aportarán pruebas de más genocidios.

Al visitar Iraq durante los años del embargo, en el tiempo del genocidio silencioso que duró casi trece años a partir del embargo de Naciones Unidas impuesto por EEUU y Gran Bretaña, años en los que se prohibió que entrara todo lo necesario para mantener los fundamentos de la vida, con los niños muriendo por «causas relacionadas con el embargo» a una media de seis mil al mes, al ser testigo del sufrimiento, de la confusión ante el espanto de su situación, intentabas escapar como fuera de un sentimiento terrible de culpa. Una veía y compartía hasta cierto punto lo inimaginable, lo que se estaba perpetrando en su nombre, pero después se marchaba. A través de la frontera, hacia Jordania, las luces estaban allí encendidas, las ciudades bullían, de los grifos salía agua limpia y alrededor no caían las ilegales bombas estadounidenses y británicas. Pero muy cerca, los niños estaban muriendo, la gente estaba muriendo, en nombre de «Nosotros, el pueblo…».

Al mirar a través de las fotografías, al leer sobre las casi incomprensibles profundidades de sádica destrucción de sus compañeros seres humanos, los hombres y mujeres de uniforme pueden hundirse constantemente; y yo podía escapar al final del día. Podía hacer una comida, ir a escuchar jazz en vivo en mi bar favorito, o simplemente servirme un vaso de vino y escuchar música, rodeada de numerosos libros, de mi colección de cuadros y de objetos amados, en una casa que disfruto antes de buscar el calor de un edredón y una cama confortable.

Pero si la mente consciente puede desconectar, el subconsciente, de forma clara, no puede hacerlo. Una noche la pesadilla, estaba segura de que no era una pesadilla sino la realidad, te golpea. En el mundo surrealista de las pesadillas, «desperté» encontrándome empapada de la sangre que manaba por debajo de mis brazos. Y en la tierra de las pesadillas me pregunté qué es lo que ocurría y qué podía hacer al respecto, lo que hago a menudo cuando trabajo en algo (aunque normalmente no a las tres de la madrugada) y reuní las herramientas y salí a mi jardín como siempre, para recortar y nutrir las plantas y arbustos, que en su mayoría han crecido desde esquejes diminutos, a menudo de unos centímetros de alto, a los que mimé en el interior de mi casa hasta que llegó el tiempo benigno para poder plantarlos fuera, protegidos por el calor y alimentados y atendidos hasta que de repente, de la noche a la mañana, aparece algo nuevo, vibrante, lleno de color, que se eleva desde las propias raíces, listo para hacer frente a todas las estaciones. Pero mi jardín, con sus setos de protección (flores blancas en verano, bayas de color naranja en invierno y espinas para detener a los intrusos…) había desaparecido. Sólo quedaban allí huellas de bulldozer, profundas, destructoras, sin una hoja, ni un tallo, ni un capullo, tan sólo un páramo yermo.

Después, en ese mundo de las pesadillas, en camisón, cubierta de sangre, comprendí que no tenía llaves para volver a entrar. ¿Qué ocurriría si alguien me encontraba en ese estado? Intenté llegar a la puerta principal para trazar un plan pero la casa había desaparecido. Estaba sola, ensangrentada, casi sin ropa y todo se había evaporado. Traté de dirigirme hacia otros edificios que me eran familiares pero de repente no había nada. Sólo destrozo, escombros y tierra baldía allá hasta donde mis ojos podían ver. Mi vida, mis libros, mi mundo de confort ya no existía. Sólo la ropa ensangrentada con la que permanecía.

Como si me alejara, de repente desperté, empapada y temblando. Un baño caliente, la lavadora, un armario cálidamente ventilado lleno de ropa de cama limpia y mi jardín todavía intacto. El pueblo de Iraq, con sus hogares y jardines, sus huertos frutales, sus palmerales o sus vibrantes macetas en balcones o azoteas, todo destruido; los palestinos, sufriendo la misma terrible situación durante sesenta y dos interminables años ya; el pueblo de Afganistán, con sus pueblos, sus aromáticos huertos y jardines de flores y albaricoqueros arrasados, vive una pesadilla de la que no consiguen despertar.

Pensé de nuevo en la niña iraquí cuyos padres tenían un bello jardín, que antes de la invasión nos mostraba a una amiga y a mí su cuaderno de dibujo. Uno de los dibujos mostraba abundancia de flores, llenas de color, en numerosos tonos, y al lado había soldados estadounidenses disparándole a las flores. «¿Por qué hay soldados disparándole a las flores?», preguntamos. «Porque los estadounidenses odian las flores», nos contestó solemnemente. Fue un momento profundamente triste porque ella representaba a tantos niños que han vivido que los estadounidenses sólo significan odio, temor y privaciones. Ella no sabía nada de los estadounidenses que habían luchado sin descanso por revertir la situación. Si ha sobrevivido, si se ha convertido en una joven adulta, es muy poco probable que haya podido cambiar de puntos de vista.

En el Reino Unido, el parlamentario escocés Dr. Bill Wilson (4) está abriendo camino para llevar a Tony Blair ante la justicia. En apoyo de su lucha ha escrito ahora al Primer Ministro escocés, Alex Salmond, y al Secretario para la Justicia del Gabinete, Kenny Mac Askill, pidiendo que Escocia incorpore en su legislatura la recientemente acordada definición del crimen de agresión. En su carta manifiesta:

    «La Conferencia para la Revisión del Tribunal Penal Internacional del Estatuto de Roma celebrada en Kampala (5) a principios de año aprobó una resolución por la que se enmendaba el Estatuto para poder incluir una definición del crimen de agresión, así como las condiciones bajo las cuales el Tribunal podría ejercer jurisdicción con respecto a ese crimen. El ejercicio actual de jurisdicción está sometido a una decisión que se tomará después del 1 de enero de 2017 por la misma mayoría de Estados-Parte requerida para aprobar una enmienda del Estatuto. Sin embargo, creo que no hay ya ningún obstáculo legal para que los países, a nivel individual, adopten la nueva definición de crimen de agresión en sus propias legislaturas. Confío en que Vd. estará de acuerdo conmigo en que iría en beneficio del prestigio de Escocia si pudiéramos ser uno de los primeros países en hacer eso, y sería un legado magnífico que podría dejar el actual gobierno escocés a medida que se acerca el final de su mandato».

Comentaba además que, ya que el Tribunal Penal Internacional está ahora de acuerdo sobre la definición de crimen de agresión: «Creo que aunque el TPI mismo no pueda iniciar acciones judiciales sobre esa base por el momento, no hay impedimento para que los países individuales incorporen la definición inmediatamente en sus legislaturas. Si así lo hiciera Escocia, sería un excelente ejemplo para el resto del mundo y enviaría un claro mensaje de que aquí respetamos el derecho internacional. También serviría para crear un incentivo poderoso para que presentes y futuros gobiernos británicos se lo piensen de forma muy cuidadosa antes de embarcarse en acciones bélicas.

«Creo que la mayoría de los escoceses no desean ver una repetición de la tragedia que hemos visto desplegarse en Iraq. Esta podría ser una forma de impedir aventuras equivocadas en el futuro». El Dr. Wilson es inflexible: Escocia está en situación de: «… ir a la cabeza de la ética al incorporar la definición de crimen de agresión», y cuenta con asesoría jurídica en tal sentido. El Dr. Wilson tiene la intención de utilizar Faluya como ejemplo de esa agresión, pero también ha señalado que hay seguramente muchos más ejemplos que aún no se han podido documentar.

Como John Pilger recuerda, Blair prometió que la (ilegal) invasión de Bagdad se llevaría a cabo sin baño de sangre y que los iraquíes terminarían celebrándola… La realidad es que la criminal conquista aplastó a toda una sociedad, matando a más de un millón de seres, expulsando a cuatro millones de sus hogares, contaminando ciudades como Faluya de venenos causantes de cáncer y dejando una mayoría de niños desnutridos en un país que una vez UNICEF describió como «modélico». (New Statesman, 30 de septiembre de 2010).

Como Pakistán, Irán, Yemen, Somalia son ahora los lugares bajo el ojo del huracán imperial, es sin duda necesario fijar un precedente que sirva de advertencia a los dirigentes con malas intenciones. El Dr. Gideon Polya, cuyos trabajos hacen hincapié en las muertes excesivas que desde 1950 están provocando las invasiones, afirma que en Afganistán: «La tasa anual de muerte es de un 7% para los menores de cinco años, mientras que en la Polonia ocupada por los nazis fue del 4% y del 5% entre los judíos franceses en la Francia ocupada».

Estados Unidos y Gran Bretaña, cuyos dirigentes no dejan de bramar sobre los peligros del más reciente de los «Hitler» en los países que están planeando diezmar, han superado, y con creces, a los nazis.

Notas:

1. http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=212121

Véase también: www.billwilsonmsp.org

2. «War Crime or Just War«, Nicholas Wood, South Hill Press, 2005.

3. Véase 2.

4. Véase 1.

5.http://www2.icc-cpi.int/menus/icc/press%20and%20media/press%20releases/review%20conference%20of%20the%20rome%20statute%20concludes%20in%20kampala

Fuente: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=21370

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