Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Sajida Mohammad, obligada por su marido a entrar en la prostitución acaba de reunirse con su familia (Foto Nizar Latif/The National)
Con su familia hundida en la más profunda miseria, Sajida Mohammad se sintió aliviada cuando su padre aceptó la propuesta de matrimonio que le llegó. El hombre que se convertiría en su marido era un extraño para todos ellos, pero les prometió ayuda económica y no parecía haber más opciones…
Sin embargo, fue una decisión que la mujer iraquí de 28 años de edad llegaría a lamentar amargamente, porque un mes después todas sus esperanzas se habían derrumbado y la recién casada se encontró con que su esposo la vendía como prostituta.
«Durante algún tiempo, fue amable conmigo y le dio algún dinero a mi familia y eso me hizo sentirme bien». «Después nos mudamos a un pequeño apartamento y un día invitó a unos amigos y me dijo que debía hacer lo que ellos quisieran, incluso aunque fuera algo que sólo debería darse entre un hombre y su esposa. Rechacé la propuesta pero mi marido estaba borracho y me golpeó».
Según la Sra. Mohammad, la paliza fue tan grave que perdió la conciencia. Después de recuperarse, dijo, su marido le dio las siguientes órdenes: de ahora en adelante trabajaría para él y tendría relaciones sexuales con quien quiera que él le llevara a su piso, en Karrada, en el centro de Bagdad. Si se quejaba, dejaría de entregar dinero a sus padres y sería incluso capaz de matarla.
«No tenía ninguna posibilidad de huir, así que tuve que hacer lo que me dijo», explicó la Sra. Mohammad. «Viví esa clase de vida durante un año. Tenía que dormir con cualquier hombre que me llevara. No veía forma de escapar y no podía contarle a nadie lo que me estaba pasando».
En Iraq, como en otros países de Oriente Medio, no es extraño que las víctimas de crímenes sexuales sean duramente estigmatizadas por lo que les ha sucedido. Las mujeres que han sido violadas son a menudo condenadas por haber mancillado el honor familiar, y sus propios parientes pueden repudiarlas o incluso asesinarlas en los denominados asesinatos por honor.
Por esta razón, la Sra. Mohammad sufrió en silencio, negándose a decir nada a sus padres o a sus hermanas. La espantosa experiencia pudo llegar a su fin por casualidad; poco más de doce meses después de haberse casado, la policía llegó a su casa para hacer un registro. Habían arrestado y encarcelado a su marido con acusaciones de terrorismo.
Como consecuencia de la investigación policial, la Sra. Mohammad descubrió que el hombre con el que se había casado formaba parte de una banda implicada en prostitución. Tenía toda una serie de esposas y de identidades. Ni siquiera llegó a conocer nunca su verdadero nombre.
Mientras las autoridades estudiaban su caso, se reunió con alguien de la Organización de las Mujeres de Bagdad (OMB), un grupo de activistas que luchan por los derechos de la mujer y proporcionan cuidados prácticos para todas aquellas que los necesiten, incluidas las mujeres que han sido vendidas a las redes de prostitución. Las voluntarias les ayudan a conseguir el divorcio y a reunirse de nuevo de forma segura con sus familias, para que sean bien acogidas en su vuelta al hogar.
La Sra. Mohamad se describió a sí misma como «en proceso de recuperación», explicando que todavía sufría las cicatrices de lo vivido. «Ese tipo de cosas no sólo me han sucedido a mí, le está sucediendo a muchas otras y no hay nadie para evitar que a las mujeres las puedan meter en ese infierno», dijo. Si no hubiera sido porque su marido se vio implicado en otra actividad criminal, dijo, no tenía duda de que seguiría aún atrapada con él.
Aunque no se dispone de cifras oficiales de esas situaciones, Lisa Nisan, directora de OMB, explicó que el comercio de mujeres obligadas a prostituirse había «florecido» desde la invasión de EEUU en 2003 y la situación iba a peor. Según sus estimaciones, 200 mujeres iraquíes son obligadas casa año a entrar en las redes de la esclavitud sexual y las cifras parecen estar aumentando.
«Hemos visto más de 200 casos de abusos y prostitución» desde la caída de Saddam, dijo en una entrevista. «Las mujeres y niños y niñas iraquíes resultan baratos y acaban vendidos a los burdeles del Golfo e incluso de Europa».
«Hay organizaciones muy bien estructuradas detrás de ese tráfico y hay funcionarios del gobierno que cooperan en ese trabajo facilitándoles el papeleo administrativo, especialmente en el caso de las mujeres que son trasladadas fuera del país».
La Sra. Nisan criticó a las autoridades iraquíes por no hacer nada para acabar con ese tráfico ni ocuparse de las consecuencias. «Hemos advertido al gobierno de todo esto», dijo. «Pero seguimos dependiendo de las donaciones algunos hombres de negocios iraquíes, de algunas organizaciones humanitarias e incluso de parlamentarios iraquíes que nos dan dinero de su propio bolsillo. No hemos conseguido financiación alguna del gobierno».
Hay pocas señales sobre el terreno que indiquen que este tráfico de seres vaya a detenerse o a disminuir siquiera. Umm Habib trabaja como casamentera en la barriada de Zafraniyah, situada al este de Bagdad, una labor tradicional por la cual los hombres que desean casarse tratan de encontrar una esposa adecuada. Los posibles maridos entregan una tarifa y le hacen llegar sus especificaciones para que, a través de los conocimientos que tiene de las mujeres de la localidad, la casamentera intente encontrar una candidata adecuada y haga las necesarias presentaciones.
«La verdad es que algunos de los hombres que vienen a verme seguramente están trabajando como traficantes», dijo Umm Habib. «Pero eso es algo que no puedo saber de antemano, sólo me puedo enterar después. La mujer puede desaparecer y sólo me entero cuando la familia viene a verme y me pregunta dónde han ido su hija o su hermana».
La mujer, de 58 años de edad, que se considera a sí misma como un catalizador social importante en el Iraq moderno, dijo que algunos de sus clientes eran funcionarios del gobierno que venían a buscar «chicas jóvenes, bellas y pobres», y ella sospechaba que podían haber estado implicados en el tráfico sexual.
«La mayor parte de mis clientes son decentes», dijo. «Pero resulta terrible pensar que funcionarios del gobierno han podido venir buscando chicas que luego han vendido a las redes de prostitución. Las condiciones de vida son muy duras ahora en Iraq y la sociedad actual está haciendo que mi trabajo tenga cada vez más demanda, no menos».
Nizar Latif es un periodista independiente que vive en Iraq. Ha escrito para The Independent, San Francisco Chronicle y el Sunday Herald. También trabaja como corresponsal de The National. Puede contactarse con él en: [email protected].
Fuente: http://www.thenational.ae/