Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
Con la muerte de la arqueóloga Lamia al-Gailani-Werr hace dos semanas a la edad de 80 años Iraq perdió una firme defensora de su vasto y único patrimonio arqueológico ante la guerra y el saqueo. Fue enterrada en el panteón familiar de Bagdad el pasado 21 de enero tras sufrir un derrame cerebral en Amman, donde se encontraba realizando un taller para arqueólogos iraquíes. Un largo cortejo fúnebre llevó su ataúd desde el funeral celebrado en el Museo de Iraq (que defendió durante mucho tiempo y ayudó a reconstruir tras el saqueo posterior a la invasión) hasta la mezquita al-Gailani, integrada en un complejo formado por la Biblioteca Qadiriyya, que alberga textos islámicos raros, y el panteón familiar. Una mujer de palabra.
Gailani-Werr era descendiente directa del santo sufi del siglo XII Abdul-Qadir Gailani, también conocido como la Rosa de Bagdad. Cuenta la leyenda que su sinceridad y su noble comportamiento impresionaron tanto a una banda de ladrones con la que se había encontrado camino de Bagdad que le devolvieron su oro y se comprometieron a enmendarse.
Como su ilustre antecesor, Gailani-Werr siempre dijo la verdad, aunque fuera impopular.
Tras el saqueo del Museo Iraquí después de la invasión estadounidense de 2003 Gailani-Werr no se anduvo con rodeos. Declaró a Antiquity Magazine: «Personalmente me siento engañada y enfadada al mismo tiempo ya que fui una de los arqueólogos que viajaron a Washington para advertir de la posibilidad de que se produjera un saqueo. Se nos dio a entender oficialmente que el museo estaría protegido y me sentí particularmente enfadada cuando supe que simplemente uno o dos tanques habrían evitado toda esta destrucción. Incluso los iraquíes en la época de Sadam, cuando invadieron Kuwait, protegieron, almacenaron y embalaron el museo».
Mientras Gailani-Werr trabajaba sin descanso para salvar el patrimonio de su país, en 2007 un coche bomba dañó el santuario familiar que estaba protegido desde 1535 cuando Suleiman el Magnífico lo cubrió con una cúpula dorada. El atentado causó además la muerte de 24 personas e hirió a 68. Aquello fue un doloroso recordatorio de la estrecha relación entre el destino del pueblo iraquí y su patrimonio, encarnada por el espíritu de Gailani-Werr.
Una crítica clara
Pero fue igual de clara cuando criticó la complicidad estadounidense en el saqueo del Museo Iraquí y sus antigüedades que cuando criticó la destrucción de calles y edificios históricos por parte del gobierno iraquí.
En uno de los muchos correos electrónicos que intercambiamos en 2011 escribió acerca de su preocupación por el patrimonio más moderno que estaban destruyendo los proyectos de «reurbanización» de barrios históricos, como la calle Rashid de Bagdad o el barrio de Kadhimiya: «Es muy preocupante lo que está ocurriendo a muchos de los edificios antiguos de Bagdad y de otras partes del país debido a los proyectos de desarrollo», escribió. «La Junta Estatal de Antigüedades es muy débil y sus responsables desconocen qué se considera patrimonio, así que se han demolido muchos edificios de las décadas de 1920 y 1930, incluidos algunos edificios únicos de Art Deco».
En 2015, cuando el Estado Islámico destruyó con buldóceres la antigua ciudad asiria de Nimrud y destrozó las estatuas del Museo de Mosul, declaró a BBC, «ójala fuera una pesadilla y pudiera despertarme».
Defensora de la arqueología iraquí
Pero la presencia de Gailani-Werr y su sabio trabajo como asesora del Ministerio de Cultura también contribuyeron a impulsar una enorme campaña internacional e iraquí que logró finalmente que se devolviera una tercera parte de los ejemplares robados al Museo para su reapertura en 2015.
También desempeñó un papel fundamental en el desarrollo del Museo de Basora, cuya inauguración está prevista para marzo, incluso seleccionando a mano los sellos cilíndricos (su ámbito de especialización) que se van a exhibir.
El pasado mes de diciembre participó en cursos de formación del personal del Museo junto con su hija, la doctora Noorah Gailani, que es conservadora de las Civilizaciones Islámicas de la Colección Burrell en Glasgow.
«En mi opinión como iraquí, Lamia fue una de las más firmes defensoras de la arqueología iraquí», afirma la feminista, activista y periodista bagdadí Nermeen al-Mufti, «no solo tras la invasión, sino también durante los 12 años de embargo, cuando el Museo Iraquí perdió un 10% de su colección debido a que los productos químicos que se necesitaban para preservarla estaban bloqueados en la frontera». La llamada cláusula de «doble uso» cuando la ONU impuso sanciones a Iraq impedía la entrada al país de todo aquello que se consideraba que podía tener un uso militar y también bloqueó la entrada del cloro necesario para purificar el agua y de los repuestos necesarios para infraestructuras clave.
«Lamia fue una de los organizadores, junto con el entonces Director de Antigüedades, Muayad Said Dimirji, de una importante conferencia celebrada en Bagdad en 1998 a la que asistieron cientos de arqueólogos internacionales», cuenta al-Mufti. Era la época en la que la guerra y las sanciones habían provocado una «fuga de cerebros» en la que muchos intelectuales iraquíes, entre ellos destacados arqueólogos, se marcharon al extranjero, lo que dejó al país aislado del discurso internacional.
Una pionera
«Para mí Lamia siempre ha sido una de las ‘mujeres de oro iraquíes’, un grupo de mujeres aventureras, inteligentes y activas de las décadas de 1940 y 1950 que lucharon por los derechos de las mujeres iraquíes, pero también para animar a las mujeres iraquíes a participar en cada ámbito de la vida del país», afirma al-Mufti. Entre estas mujeres también incluye a Amal Alkhubairy, fundadora de Beit al-Iraqi, un centro cultural que protege la artesanía y el patrimonio tradicional iraquí, y Souad al-Omary, arquitecta y la primera mujer que fue alcaldesa de Bagdad en la década de 1950.
Desafiando el deseo de su tradicional familia de que se estableciera, Gailaini-Werr viajó a Reino Unido, donde se convirtió en la primera mujer iraquí que estudiaba arqueología en el extranjero y la primera en obtener un doctorado en la materia. Una vez graduada en Cambridge volvió a Iraq en 1961 para trabajar en el museo original de antigüedades creado por Gertrude Bell antes de unirse al equipo del nuevo Museo Nacional cuando abrió sus puertas en 1966.
Durante su trabajo pionero en el emplazamiento arqueológico de Tell edh-Dhiba’I a las afueras de Bagdad, donde fue una de las pocas mujeres directoras de unas excavaciones arqueológicas, descubrió una tablilla cuneiforme de arcilla que demostró que las teorías de Pitágoras existían ya unos mil años antes que el matemático de la antigüedad griega.
Gailaini-Werr publicó más tarde varios artículos importantes sobre sellos cilíndricos y en 1999, junto con el arqueólogo iraquí Salim al-Alusi, publicó un libro sobre la arqueología de la cultura árabe temprana en Mesopotamia titulado The First Arabs.
Cuando volvió a Reino Unido para proseguir sus estudios en la década de 1970 y llegó a ser investigadora de la Universidad pública de Londres SOAS en la década de 1980 siempre volvía a Iraq unos meses al año.
Gailani-Werr fue la única persona que fue miembro honorario vitalicio del British Institute for the Study of Iraq y la quinta galardonado (en 2009) con la Medalla de Oro en Memoria de Gertrude Bell «por sus excepcionales servicios a la arqueología mesopotámica».
Un puente entre culturas
Para la arqueóloga británica Jane Moon, uno de los principales logros de Gailani-Werr fue su capacidad para actuar como puente entre culturas. Fue un enlace fundamental entre los arqueólogos británicos que no hablaban ni leían árabe y los colegas iraquíes que no publicaban en inglés. «Lo que hacía especial a Lamia, aparte de sus extraordinarias cualidades personales, era que tenía una educación excepcional y dominaba perfectamente tanto el inglés como el árabe, de modo que podía acceder tanto a fuentes como a un considerable material de ambas culturas».
Moon cuenta que cuando preparaba un libro inédito sobre la historia del Museo de Iraq Gailani-Werr «pudo examinar los archivos y evaluar la importancia relativa del material, desde las cartas de Gertrude Bell hasta la época de Saddam». Su «doble perspectiva dio a su obra un valor añadido», cuenta Moon. Cita el ejemplo de uno de sus artículos sobre sellos cilíndricos, sellos hechos de arcilla. «Los estudiosos occidentales suponen que todos los sellos se hacen con una piedra cara y están finamente tallados, porque esos son los que se llegan a las colecciones y los museos. En realidad eran mucho más comunes de lo que se cree, los usaban todo tipo de personas y a menudo era solo de arcilla. Esto cambia el significado social que se les da», explica Moon.
Relaciones especiales
Aunque el trabajo de Gailani insistía en los artefactos utilizados por la gente común, tenía un don para establecer relaciones con una amplia gama de la sociedad. Tenía una relación especial con Haji Abed, que fue durante mucho tiempo conserje del Museo Iraquí y la consideraba una hija adoptiva. Después de su muerte en 2010 me dijo que «varios arqueólogos están planeando escribir un libro conmemorativo para él que espero publicar».
Moon afirma que durante los peores años de las sanciones y la invasión «se las arregló a pesar de todo para entrar y salir de Iraq, con cierto riesgo personal puesto que las personas aristócratas sunníes no eran las más apreciadas. Me contó lo difícil que era encontrar un taxi para llevarla a su domicilio en un barrio sunní y que se dio cuenta de que era el objetivo principal de los secuestros, a pesar de lo cual siguió adelante, ayudando y aconsejando al museo para que sacara publicaciones de Iraq con el fin de difundirlas e introdujera piezas y fragmentos vitales».
Según Moon, en un mundo asolado por el sectarismo y distintos tipos de esnobismo Gailaini-Werr no tenía tiempo para esos asuntos y recuerda un incidente revelador que ocurrió en la década de 1980: «Le pregunté qué opinaban los Gailani acerca de que se fuera a casar en segundas nupcias con un cristiano [George Werr]. «¡Oh, lo superarán!», contestó».
Y mientras la Rosa de Bagdad de nuestros tiempos descansa en paz con sus antepasados, Moon reflexiona acerca la capacidad de resistencia de la arqueóloga: «Es indudable que pertenecía a una época de tolerancia y diversidad, y la representaba. Nunca se desmoralizó ni decidió que era demasiado. Nunca se rindió».
Hadani Ditmars es autora de Dancing in the No-Fly Zone: a Woman’s Journey Through Iraq, exdirectora de New Internationalist, y desde hace dos décadas informa sobre Oriente Próximo.
Fuente original: https://www.middleeasteye.net/users/hadani-ditmars
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.