La mayoría de los comentaristas políticos centran su discurso en la sorpresa por la alta participación de los ciudadanos iraquíes en las presuntas elecciones de este domingo. El resto de las valoraciones eran predecibles: «triunfo de la democracia» «derrota del terrorismo» «lección de heroismo». Pero una vez más, todo responde a un guión prestablecido.Los datos […]
La mayoría de los comentaristas políticos centran su discurso en la sorpresa por la alta participación de los ciudadanos iraquíes en las presuntas elecciones de este domingo. El resto de las valoraciones eran predecibles: «triunfo de la democracia» «derrota del terrorismo» «lección de heroismo». Pero una vez más, todo responde a un guión prestablecido.
Los datos porcentuales hablan de un 60% de participación, pero omiten, como recientemente en Palestina, los datos de referencia. Ese 60% de participación es sobre los votantes inscritos. Si tenemos en cuenta que el gobierno colaboracionista provisional no ha dado nunca el dato de cúantos inscritos hay, es evidente que tal dato por si mismo no vale. Y no vale, porque si damos además, de modo aleatorio, el dato de que un 60% de los ciudadanos está inscrito ( tirando claramente para arriba), hablamos de que ha votado el 60% del 60% es decir: el 36% de los ciudadanos, inscritos o no. ¡Todo un éxito legitimador! Al margen de que los datos, una vez más, recordemos que en Palestina Abu Mazen cosecho el 64% de los votos, pero la participación no superó el 30%, podemos afirmar que los procesos votocráticos que el Nuevo Orden está instalando para legitimar su «expansión democrática» adolecen de un elemento básico para que cualquier consulta sea homologable democráticamente: el quorum, además de las obvias condiciones previas de seguridad, transparencia, control y organización. Pero pedir peras al olmo es absurdo, ya que en este caso como en los previos de Afganistán, Chechenia, Palestina etc, los procesos votocráticos evidencian su absoluta falta de caracter democrático y su verdadera faz instrumental como instrumento clave para la legitimación de instituciones sumisas a los mandatos ocupantes.
Por otra parte, la participación desde una perpectiva sociológica demuestra que los kurdos y chiíes han sido por mucho, y como era previsible, los colectivos que casi en exclusiva han participado de la farsa electoral. No cabe duda que ello propiciará un nuevo escenario en el que la ocupación deberá coordinarse con la acción de estas fuerzas políticas que tratan de sacar provecho del revuelto escenario que se ha gestado desde la perdida de la soberanía en abril de 2003. Es por ello que los presuntos comicios, a la inversa de lo que plantean muchos comentaristas, no solo no posibilitarán una vertebración que apacigüe la insurrección armada, sino que probablemente alimente de modo claro un conflicto civil interiraquí. La única solución para que el escenario no se precipite hacia dichos derroteros está, sin duda, en la salida de las tropas ocupantes y la recuperación de la soberanía iraquí plena, aunque el calendario que la ocupación ha impuesto se va cumpliendo y por ello no es previsible.