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Entrevista a Joaquín Miras Albarrán sobre "Praxis política y estado republicano. Crítica del republicanismo liberal"

«La teoría política que es sentido común, tanto en dirigentes como en bases de la izquierda, es la de la ocupación de las instituciones políticas»

Fuentes: Rebelión

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano. *** -Nos adentramos en el siguiente apartado de la primera parte de tu libro. Su título: «Qué consecuencias debemos extraer a la […]

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano.

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-Nos adentramos en el siguiente apartado de la primera parte de tu libro. Su título: «Qué consecuencias debemos extraer a la luz de estas ideas». Señalas: «Ha bastado el primer bostezo del despertar a la protesta de la generación joven para que se hayan venido abajo [los aparatos políticos institucionales], se hayan disgregado y lo hayan hecho mostrando todas sus miserias». Algunos, críticamente, comentan que al final todo -o casi todo- se ha reducido a la formación de un nuevo partido -Podemos- que actúa y está organizado de forma muy parecida a las formaciones políticas de siempre. Nada nuevo bajo el sol. Comentas también, críticamente, la forma elitista, ingenieril, sustituista, de hacer política. Pones en el mismo saco a IU/ICV, BNG, CCOO, UGT,… ¿No sería necesario hacer alguna distinción? ¿No han existido en IU cuanto menos, también en el BNG, corrientes contrarias a esa forma elitista de hacer política?

-Creo que la teoría política que es o ha sido mayoritario sentido común, tanto en dirigentes como en bases de las fuerzas de la izquierda, es la de la ocupación de las instituciones políticas. Sí creo que ha habido corrientes y liderazgos honestos que se plantearon no aceptar lo dado, que lucharon por no ser el ala izquierda del régimen del 78, que quisieron romper el consenso canalla del 78. Que en esta línea de recuperación de la democracia declararon que las resoluciones congresuales y los programas se escriben para cumplirlos -programa, programa, programa- no para engañar a militantes y votantes. Y en consecuencia, pensaron necesario la organización de la movilización popular como instrumento para apoyar el crecimiento electoral y el posterior cumplimiento del programa. Sin embargo, lo que se concluye de la tradición demo republicana no es que la gente se constituya en asamblea local para decirle a su representante -concejal, parlamentario o ministro- lo que debe hacer, y apoyarlo -y controlarlo. Por de contado, eso es un salto enorme en relación con la oligarquización de la política, con su privatización de la misma por parte de profesionales. Eso, mandar a sus representantes, sí es lo que hace la burguesía, y lo hace con eficacia demoledora, precisamente porque la burguesía, ex ante, ya tiene hechos los deberes: ya existe como sujeto social organizado.

-Y eso que acabas de decir, un sujeto social sostenido, ¿qué es?

-Un sujeto social sostenido en un entramado de organizaciones, Círculos, fomentos, asociaciones, escuelas, clubs… los mismos restaurantes y salas de los campos de golf. También en redes de parentescos. El sujeto social burguesía existe, materialmente, no como simple lista de millonarios ni «simbólicamente», no como mera «discursividad» burguesa, y controla, además, capilarmente el mundo de la producción, de la inversión, y ciertamente, controla la información, y el acceso a los cargos de la administración, etc.

-Es una clase dominante y hegemónica.

-Es una clase que organiza y domina la actividad de la sociedad civil. Poder es eso, no algo metafísicamente demoníaco, sino control sobre la actividad; en este caso, la suya y las de los demás. Pongamos una peli sobre la guerra de la independencia de los EEUU. Sale Mel Gibson en una asamblea en la que están decidiendo si echar adelante o no, y qué mandatar a su representante. Bueno, ellos, los que están allí, son los amos de los cortijos, ellos tienen el poder real, no dependen de nadie, organizan la actividad productiva, poseen los recursos, integran una comunidad de vida. El representante de esta gente no es, como el representante político de la izquierda, el que de veras tiene mil veces más poder que cada uno de sus votantes, átomos aislados de pobres asalariados. Unos asalariados, a su vez, aislados en sus trabajos, y sometidos a sus dueños -por-horas, a los amos de su tiempo de trabajo, que pueden forzar qué votar, qué opinar. El representante burgués depende de veras de sus representados, de sus dineros; es su servidor, no su amo. Porque «previamente» a la política, preexiste de veras una sociedad civil, un entramado organizado de debate y acción, un ethos. Me pongo pesado

-No, no, no te pones pesado, en absoluto. Está mejor que bien lo que estás explicando.

-Lo digo porque sé que muy a menudo se interpreta en sentido «edilicio» esta tradición clásica, que parte de que los subalternos se constituyen en poder que controla la actividad comunitaria, o, previamente, lucha por ambas cosas, auto crearse como sujeto y luchar por el control y por generar su propio vivir, su ethos. Esto no ha estado en los proyectos de los políticos de la izquierda.

-En ninguno de tu opinión.

-En ninguno, ni en los honestos. Sencillamente, no cabía en su concepción heredada de hacer política, en su forma de entenderla. Se podía escribir «partido de lucha y de gobierno», es decir, lo uno y lo otro, y quedarse tan fresco sin sentir siquiera la necesidad de explicar por qué y cómo, dejándolo en una frase.

-Has hecho referencia a un lema de algunos partidos de la tradición comunista. Al PSUC por ejemplo.

-Sí, en efecto. En el mejor de los casos, entendiendo por eso, simplemente la instrumentación de movilización de masas para apoyar el acceso de los «nuestros» al gobierno; en el peor, como una frase enjuague para poner contentos a tirios y troyanos, a los que pensaban la política como profesión de especialistas y a los que -era lo máximo- pensaban en la necesidad de la organización de masas para la protesta y apoyo de los programas institucionales. Por cierto, creo que el otro día en Madrid, para justificar nuevamente este tipo de política, se volvió a hablar del «Compromiso Histórico», la política del PCI, y se mencionó el nombre de un gran secretario general de ese partido, el italiano Enrico Berlinguer.

-Sí, efectivamente, a principios de octubre, se hizo referencia a la política del compromiso histórico y a Berlinguer.

-Pero se hizo para, a continuación, formular de nuevo, con otras palabras, cierto, la vieja frase española que he citado -procedente precisamente de los documentos congresuales del cuarto congreso del PSUC-, la interpretación «nuestra» de los comunistas españoles, la que hacíamos del compromiso histórico: no berlingueriana sino berlanguiana.

-Muy buen chiste. Me lo copio.

-Tuyo es. Según la cual esperamos el milagro de manos «del alcalde nuestro que es», «los jueves, milagro», elaborada por el grupo dirigente comunista español «carrillista». Pero Enrico Berlinguer y el PCI de entonces proponían otra cosa, algo distinto del ecléctico «todo cabe». En primer lugar, se constataba una crisis de civilización y un callejón sin salida político. En segundo lugar, se proponía como alternativa que los dos grandes segmentos sociales populares existentes, con sus culturas materiales de vida organizadas por sus cosmovisiones y su correspondiente entramado de microorganizaciones y su vivir cotidiano, el mundo cultural popular católico y el mundo cultural del «popolo comunista», se unieran para crear una alternativa de cultura material de vida. Un vivir cotidiano distinto que, según la propuesta de Berlinguer, debía contemplar la creación de una nueva cultura de la sobriedad: la austeridad -Berlinguer publicó un libro sobre el asunto- necesaria para salir del consumismo y evitar la catástrofe ecológica a la que estamos abocados.

-Lo recuerdo bien. Se publicó, traducido, en Materiales, la editorial asociada a la revista del mismo nombre en la que tanto colaboraron Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey. Por cierto, el prólogo del libro lo escribió Julio Segura, entonces un economista muy próximo al PCE.

-Menciono todo esto porque, a pesar de los pesares, el actual debate político español al que me estoy refiriendo, del que forma parte la cita de la otra tarde y que seguro que responde a un rifirrafe en una cúpula dirigente, es el debate de más calado, sobre la izquierda, que se da por parte de la misma izquierda en toda España: de los Apeninos a los Andes y de Santurce a Bilbao. Porque es debate «orgánico», se hace para disputar en un grupo dirigente; no son flecos de discurso elaborados por teólogos, para contentar y sostener dentro de una organización a segmentos de militantes; no trabajo de entretenimiento: discurso ultralibertario mientras se cocina parlamentarismo, pacto entre partidos o lo que sea.

En cuanto a la idea de la organización de una cultura material de vida, de sociedad organizada, si bien hay corrientes muy minoritarias que lo han defendido y lo practican -Carlos Borromeo/Entrevías de Madrid, se me ocurre ahora; algunos grupos de ecologistas informados del Pick Oil…-, de hecho, es un tipo de propuesta que está por debatir en la izquierda. Es un no debate que brilla por su ausencia en la izquierda.

-Curiosa y destacadamente Sacristán habló de ello en algunos de sus artículos y notas recogidos en Pacifismo, ecologismo y política alternativa.

-Los recuerdo. Dejando esto aparte, ha habido en la izquierda, desde luego, gentes dignas de todo respeto, de elogio, porque han sido, son, políticos probos y sin esta virtud no existe política republicana.

-¿Qué significa probos aquí?

-Son probos porque morirán pobres y porque son veraces, dicen lo que creen que es verdad. Y a ello, que es una virtud escasísima, verdadero «ojo de una aguja» para políticos, se suma la capacidad de haber sabido conectar y expresar a sectores populares. Pero son muy tribunicios, representan y defienden a la plebe desde las instituciones. Pienso en personas de rara calidad moral, tales como Julio Anguita, como Xosé Manuel Beiras. Es innecesario añadir apostilla elogiosa alguna sobre estos dos personajes. Añado a Miguel Ángel Revilla…

-¿Revilla? ¿El presidente de Cantabria?

-Ese mismo. Sé que no es de izquierdas, que procede del mundo católico clásico y de la base del sindicalismo del «vertical», o sea, de la experiencia laboral, cuya vinculación a sectores sociales populares de campesinado, y a sus problemas, lo hace ir mucho más lejos que muchos políticos que se declaran de izquierdas -sería una afrenta para él compararlo con Susana Díaz, no pienso en este tipo de comparación- y cuya claridad de ideas sobre la Unión Europea, consta en sus tres últimos libros… Por suerte esta entrevista no va a ser leída por estas personas. No sé si a ellos les gustaría estar juntos en la mente de alguno.

-Nunca se sabe. La vida suele darnos sorpresas. En todo caso, y si me permites, sin negar ningún interés a lo que estás señalando, la tarea que apuntas, ¿no es una tarea demasiado sobrehumana, demasiado imposible para una clase dominada? La burguesía puede sentar su mando en plazo, su civilización alocada (que acaso no controle en todos sus vértices: cambio climático, nueva era geológica, residuos radiactivos, contaminación generalizada, etc), pero ¿cómo puede construir algo así una clase dependiente, asalariada, que necesita trabajar para los otros para poder vivir, para subsistir? Las revoluciones reales se han llevado a cabo para conseguir pan, paz y libertad no anunciado la llegada de una nueva civilización sosegada, justa, solidaria, responsable, fraternal, etc.

Me haces una doble pregunta, sobre las condiciones de posibilidad de una revolución y sobre su programa o proyecto.

-Disculpas.

-Ambas cosas son históricas, concretas. Surgen como respuesta a lo dado. Una respuesta que se genera en el proceso de lucha frente u un mundo dado que pone en peligro a la mayoría, su vivir, sin que ese peligro, ese vivir que se agota como posibilidad imponga cuál ha de ser su alternativa; la alternativa se construye en la acción, no está predeterminada. Pero esto es una contestación genérica, previa a lo que tú me preguntas. ¿Cómo puede dar respuesta una clase subalterna?

Según nos explican los historiadores de izquierdas, los marxistas, los de la escuela de los Anales, también, etc, las revoluciones no son procesos de cambio social producidos por sectores sociales aniquilados por la miseria, por la pobreza extrema o sometidos hasta el límite de la dominación. Esto implicaría que no han podido defenderse, que no estaban organizados. Los historiadores marxistas británicos nos explican dos casos de miseria extrema bien conocidos por ellos; el primero, el de la gran hambruna de la patata, en Irlanda, entre 1845 y 1849; explican -Thompson, por ejemplo- que las familias, masiva y aisladamente, se encerraban en sus casas para no ser vistos y morir de hambre: resignación y vergüenza juntas. El otro caso se da en un territorio colonial británico, en Bengala durante el siglo XVlll; los pobres, también en masa, se dejaban morir de hambre a los muros de los suntuosos palacios de los rajás.

Por el contrario, la Revolución francesa se produce en un momento en que la crisis material no azota a las clases populares. Los historiadores insisten en que sí había crisis fiscal, falta de recursos para que la corona mantuviese sus gastos, por lo que se convocan los Estados Generales, pero que el periodo de crisis, que sí había habido, había pasado, su pico más alto había quedado atrás.

-La revolución irrumpe en otras condiciones.

-La Revolución, que es campesina, se produce en una sociedad en la que las comunidades campesinas, también las urbanas, llevan más de cien años organizándose para luchar. Comunidades autónomas, con autoorganización, con ethos propio, que habían generado nueva organización y nueva experiencia de lucha. En 1775, catorce años antes, el Ilustrado pro capitalista, ministro Turgot, decide acabar con la regulación del mercado de bienes de primera necesidad, el trigo, las harinas, por parte de las comunidades campesinas, para poner su comercialización en manos de los grandes capitalistas, y poder exportarlas. Se produce una Jacquerie, que abarca toda Francia y que genera colosales manifestaciones de hasta cuarenta mil personas, que recorren el territorio enfrentándose con el ejército por el control del trigo. Turgot inventa el Estado de Excepción y utiliza el ejército, pero esta medida salvaje no contiene la protesta. Hasta entonces, las jacqueries habían abarcado comarcas o regiones. Ésta es de ámbito nacional. El rey se ve obligado a deponer a su ministro y a abolir la ley. Durante la revolución de 1789, los campesinos no reclaman pan, sino que asaltan los registros de la propiedad para quemar los títulos de propiedad nobiliaria de la tierra: es otro tipo de objetivo, de intencionalidad. No es la hambruna lo que impulsa esto.

-En cuanto a la revolución soviética… Mejor te pregunto por ella a continuación. Respiremos un poco.

  -De acuerdo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.