A dos años de la «misión cumplida», cualquier estatura moral que Estados Unidos pudo haber reivindicado al concluir la invasión a Irak, ésta se malgastó hace mucho ante las torturas, abusos y muertes en Abu Ghraib. Que el símbolo de la brutalidad de Saddam Hussein haya sido convertido, por los enemigos del ex dictador, en […]
A dos años de la «misión cumplida», cualquier estatura moral que Estados Unidos pudo haber reivindicado al concluir la invasión a Irak, ésta se malgastó hace mucho ante las torturas, abusos y muertes en Abu Ghraib. Que el símbolo de la brutalidad de Saddam Hussein haya sido convertido, por los enemigos del ex dictador, en símbolo de su propia brutalidad es un epitafio de singular ironía para toda la aventura iraquí. Ya todos estamos contaminados con las imágenes de crueldad durante los interrogatorios, empleadas por guardias y comandantes de la prisión.
Pero esto no sólo se limita a Abu Ghraib. Existen claros y comprobados vínculos entre los abusos en Abu Ghraib y la crueldad en la prisión estadunidense de Bagram, en Afganistán, así como en Guantánamo. Curiosamente, la general Janis Karpinski, única oficial de alto rango que enfrentará cargos por Abu Ghraib, me confesó un año antes, cuando visité la prisión, que ella había trabajado en Guantánamo, pero me aseguró que en Abu Ghraib no tenía permitido estar presente en los interrogatorios, lo cual me pareció muy extraño.
Ya se ha acumulado gran cantidad de evidencia inculpatoria hacia el sistema que los estadunidenses han creado para maltratar y torturar prisioneros. Entrevisté a un palestino que me dio evidencia contundente de violaciones anales usando palos de madera perpetradas en Bagram por estadunidenses, y no por personal afgano.
Muchas historias han salido de Guantánamo: la humillación sexual de prisioneros musulmanes, quienes son encadenados a sus asientos en los que defecan y orinan, el uso de pornografía para hacer que los musulmanes se sientan impuros, las soldados que usan poca ropa para hacer interrogadores (y que en al menos un caso, fingen embarrar la cara de un prisionero con flujo menstrual). Cada vez hay más pruebas de que todo esto ha ocurrido.
He hablado durante horas con iraquíes que me han descrito con toda sinceridad las aterradoras palizas que les propinaron interrogadores militares y civiles, no sólo en Abu Ghraib, sino en bases estadunidenses en todo Irak. En un campamento estadunidense en las afueras de Fallujah, los prisioneros son golpeados con botellas de agua de plástico llenas, hasta que éstas se rompen y cortan la piel. En la prisión de Abu Ghraib se ha usado perros para asustar y herir a los reclusos.
¿Cómo se enraizó esta cultura inmunda en la «guerra contra el terror» de Estados Unidos? ¿Cómo se origina la injusticia institucionalizada que hemos visto en todo el mundo, las viles «entregas» de prisioneros en que desde Estados Unidos los presos son trasladados a países donde pueden ser rostizados, electrocutados o, como sucede en Uzbekistán, fritos vivos en grasa?
Como escribió Bob Herbert en el diario The New York Times, lo que parecía inconcebible cuando salieron a la luz las primeras fotografías de Abu Ghraib, es ahora rutina que es típica desde que se «permeó a las operaciones de la administración del presidente George W. Bush».
La organización Amnistía Internacional, en escalofriante documento de 200 páginas publicado en octubre pasado, rastreó los memorandos del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, que se adoptaron dentro de los sistemas de interrogación, así como una autorización de practicar tortura, redactada de forma escurridiza.
Por ejemplo, en agosto de 2002, a sólo unos meses de que Bush declaró la «misión cumplida», el Pentágono afirmó que «con el fin de respetar la autoridad constitucional del presidente para comandar una campaña militar (la ley estadunidense que prohíbe la tortura) debe considerarse inaplicable durante interrogatorios llevados a cabo en atención a la autoridad del comandante en jefe». ¿Significa esto que se le dio permiso a Bush de torturar?
En 2004, un reporte del Pentágono usa una redacción diseñada para permitir a los interrogadores usar la crueldad sin correr el riesgo de enfrentar futuras acciones judiciales: «aun si funcionario sabe que un dolor severo será el resultado de sus acciones, si causar daño no es el objetivo, no existe el requisito específico de la intención (para ser culpable de ejercer la tortura), aun si el que interroga admite no haber actuado de buena fe».
El hombre que institucionalizó directamente los crueles interrogatorios en Abu Ghraib fue el mayor general Geoffrey Miller, quien era comandante en Guantánamo hasta que fue enviado a Abu Ghraib con orden de «aumentar la eficiencia en las operaciones de confinamiento».
A esto siguió un incremento en el uso doloroso de esposas y la desnudez forzada de los prisioneros. En un reporte de Miller que siguió a su visita a Abu Ghraib en 2003, el mayor general habla de la necesidad de una fuerza en el penal que «implante las condiciones para la interrogación y explotación exitosa de los reclusos».
Según la general Karpinski, Miller afirmó que los prisioneros «son como perros, y si se les permite sentirse algo más que perros, se ha perdido el control sobre ellos».
Este legado presente en todas las prisiones del territorio iraquí es un símbolo vergonzoso no sólo de nuestra crueldad sino de nuestro fracaso al crear las circunstancias en las que el nuevo Irak deberá tomar forma. Se pueden celebrar elecciones y crear un gobierno, pero cuando la permite que esta podredumbre militar se extienda, todo el sentido de la democracia se voltea. El «nuevo» Irak aprenderá de estos centros de interrogación cómo deben ser tratados los prisioneros, inevitablemente los «nuevos» iraquíes se apropiarán de Abu Ghraib y le devolverán el estatus que tenía durante el régimen de Saddam, y todo el propósito de la invasión (o al menos lo que nos dice la versión oficial) se habrá perdido.
La insurgencia es cada vez más inescrupulosa e imposible de controlar; es obvia lo vacío de la estúpida bravata del presidente Bush. Pareciera que la verdadera misión era institucionalizar la crueldad en los ejércitos occidentales, manchándonos para siempre con la depravación de Abu Ghraib, Guantánamo y Bagram, sin mencionar las prisiones secretas que ni siquiera se permite a la Cruz Roja visitar y en las que quién sabe qué vilezas se estén cometiendo en estos momentos.
Me pregunto cuál irá a ser nuestra próxima «misión».
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca