«Eres un hombre con una perspectiva amplia y, como hombre, te respeto. Más que eso, eres un hombre con el que estaría encantado de compartir una botella. Incluso con el que haría un juramento de hermandad. Pero hablando como miembro de las masas revolucionarias, tú y yo somos enemigos irreconciliables y estoy obligado a acabar […]
«Eres un hombre con una perspectiva amplia y, como hombre, te respeto. Más que eso, eres un hombre con el que estaría encantado de compartir una botella. Incluso con el que haría un juramento de hermandad. Pero hablando como miembro de las masas revolucionarias, tú y yo somos enemigos irreconciliables y estoy obligado a acabar contigo. No es una cuestión personal, sino de odio entre clases».
Después de que la narrativa tradicional china alcanzase su máximo grado de esplendor con El sueño del pabellón rojo se produjo, ya en el siglo XIX, un interés por la narrativa occidental, al que contribuyeron decisivamente dos traductores: Yen Fu y Lin Shu, cuya influencia se dejó sentir en los nuevos narradores. A principios del siglo XX, el lenguaje clásico dejó lugar a un lenguaje más vivo y adecuado a los nuevos tiempos. Producto de esta nueva actitud es la obra de Lu Sin (Grito de llamada, Alfaguara, 1978). Tras largos siglos de feudalismo, China se encontraba en una situación semicolonial y Lu Sin representa la modernidad y, también, el primer atisbo de «literatura comprometida». De entonces acá varios narradores modificaron el curso de la narrativa china, antes de que se produjera la llamada de Mao Zedong a la creación de una literatura proletaria. Quizá el más importante de los nuevos narradores de la primera mitad del siglo sea Qian Zhongshu, autor de una novela excepcional (La fortaleza asediada, Anagrama, 1992), que dejó de escribir y se dedicó a la crítica literaria y la enseñanza por problemas de censura.
Mo Yan es el seudónimo de Guang Ye (Gaomi, Shandong, 1955) y significa «no hables» en chino. Su novela Sorgo Rojo (El Aleph, 2002) fue llevada al cine por el gran director Zhang Yimou. También él ha tenido serios problemas de censura. Hoy es el escritor chino más conocido en Occidente, junto con Gao Xingjian (premio Nobel en el año 2000), nacionalizado francés este último y nacido en 1940. De Mo Yan se han publicado en España Sorgo rojo (El Aleph), Grandes pechos, amplias caderas (Kailas) y Las baladas del ajo (Kailas).
La vida y la muerte me están desgastando es una novela-río en la que se cuenta la historia de Ximen Nao, un terrateniente que es ejecutado por el régimen comunista y se pasa dos años en el infierno antes de ser devuelto a la Tierra por el señor del inframundo, Yama. Regresa a su aldea reencarnado en un burro. A partir de aquí (estamos en 1950) asistirá al triunfo del comunismo en China, a la Revolución Cultural, a la muerte de Mao y, finalmente, tras reencarnarse sucesivamente durante todo ese tiempo en cerdo, buey, perro y mono, recuperará al fin su forma humana como el niño de cabeza grande Lan Qiansui. Al principio, un sirviente de Yama le ofrece morir si no quiere enfrentarse a su destino, pero él lo rechaza: «Quiero conservar mi sufrimiento, mis preocupaciones y mi hostilidad. De lo contrario, no tendría sentido regresar a mi mundo». Su actitud es la de un resistente que en su condición animal asiste al desarrollo de la vida en la pequeña aldea remota sacudida por las convulsiones y transformaciones de un maoísmo interpretado por unos rústicos; el periplo de Ximen reencarnado se convierte en un microcosmos de la vida china en la segunda mitad del siglo además de una fábula de la resistencia ante el igualitarismo autoritario.
El relato contiene los ingredientes de la tradición narrativa china admirablemente mezclada con la tradición occidental. Es un mundo fantástico el que se despliega ante los ojos del lector, pero un mundo fantástico en el cual la fantasía transcurre por los caminos de la narración realista, lo que origina un contraste singular y fascinante. El imaginario chino está lleno de imágenes prodigiosas que, como en el mundo de la mitología, enhebra hechos portentosos con actitudes cotidianas y Mo Yan ha aprovechado esta característica para elaborar una ficción de una flexibilidad y delicadeza extraordinarias. No es un ejemplo de lo que Carpentier llamó «lo real maravilloso» -aunque el autor reconoce su interés por autores como García Márquez- sino un relato que parte de una espiritualidad oriental para adentrarse en la realidad a través de lo simbólico. A ello hay que añadir un refinado sentido del humor que desemboca en sátira con frecuencia y que, incluso en sus momentos más crudos, no se deja llevar por el facilismo ni por el trazo grueso. Un ejemplo del modo de hacer es el de la escena en la que el secretario del Partido prende al terrateniente Ximen. Éste reconoce que, tal como están las cosas, si no fuera el secretario y su hueste serían otros los que vendrían a ejecutarlo «porque todas las personas ricas están condenadas a correr la misma suerte» y el secretario, al que Ximen ha podido matar en defensa propia un momento antes, le contesta: «Eres un hombre con una perspectiva amplia y, como hombre, te respeto. Más que eso, eres un hombre con el que estaría encantado de compartir una botella. Incluso con el que haría un juramento de hermandad. Pero hablando como miembro de las masas revolucionarias, tú y yo somos enemigos irreconciliables y estoy obligado a acabar contigo. No es una cuestión personal, sino de odio entre clases». Con estos, modo y tono -que no están lejos del humor negro español bajo el franquismo-, consigue Mo Yan establecer una distancia admirable para contar la historia reciente de su país.
La novela la dirigen dos narradores; uno es el propio Ximen Nao desde cada una de sus reencarnaciones; es decir: actúa como un verdadero burro, cerdo, buey, perro o mono, pero su mente es la de un humano. El otro es Lan Jiefang, hijo del campesino Lan Lian, un niño recogido por Ximen que se convierte en el único campesino independiente que se resiste a la colectivización y a integrarse en la Comuna, lo que da lugar a un contraste con el resto de los numerosos personajes lleno de ironía que marca la columna vertebral del relato. A quien el narrador Lin Jiefang está contando la historia es al propio Cabeza Grande Lan Qinsuai, esto es, a la última reencarnación, al fin humana, del propio Ximen. La circularidad del relato es un prodigio de humor, sátira y bonhomía narrativa. Como es costumbre en la tradición china, el relato está plagado de anécdotas que continuamente se desvían del caudal central para regresar a él como afluentes cargados de agua nueva y las más de setecientas páginas fluyen llenas de inteligencia. Gran escritura que nos abre un mundo a la vez tan lejos y tan cerca de nuestro mundo occidental, un libro para pensar, disfrutar y descubrir la mirada de una cultura distinta y fascinante.
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