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Lágrimas de sangre

Fuentes: Rebelión

Más de un millón de muertos. Cincuenta millones de años de vida exterminados. Para siempre. ¿Y qué? ¿Qué pasa? ¿Pasa algo? No. Solo por preguntar. Pues entonces, eso. No molesten. No pregunten. No digan nada. No se inquieten. Ustedes a su cotidianeidad. A su satisfacción diaria. A sus asuntos. A sus manifestaciones, a su cartografía, […]

Más de un millón de muertos. Cincuenta millones de años de vida exterminados. Para siempre. ¿Y qué? ¿Qué pasa? ¿Pasa algo? No. Solo por preguntar. Pues entonces, eso. No molesten. No pregunten. No digan nada. No se inquieten. Ustedes a su cotidianeidad. A su satisfacción diaria. A sus asuntos. A sus manifestaciones, a su cartografía, a sus víctimas, a su revolución. Y miren de reojo. O para otro lado. O apaguen la televisión cuando salpique la sangre de las víctimas inocentes de cualquier ciudad de Irak. Como si esta historia no fuera con ustedes. A fin de cuentas, no es sangre de su sangre.

Vale. Lo siento. Siento incordiar así. Siento trasladarles mi cargante inquietud. Siento hacerles culpables de mis turbaciones. Aunque lo que en el fondo siento es que a ustedes les dé igual. Pero no porque por naturaleza sean así. Absolutamente inclementes con el dolor. Como si la sangre, para ustedes se hubiera convertido en una elegía ininterrumpida. No. Ya han demostrado que no. Siento que ustedes sean víctimas, como yo, de la manipulación mediática para sentir dolor donde otros quieren que lo sintamos y no percibir absolutamente nada, sino banalizar la tragedia, cuando a otros les interesa que así sea. Eso es lo que me jode. Y es que ayer y anteayer y antes de anteayer, desde hace años, cientos de muertos revientan a diario en las calles y mercados de Irak. Pero ya no merecen ni una mirada. Ni una portada. Ni una lágrima. Porque es una sangre que aburre, una tragedia que estorba, una pesadez de muerte. Tanto que hasta Caronte está cansado de trasladar pasajeros de una orilla a otra. Este genocidio provoca tan poco estremecimiento, que ni siquiera el Vaticano, ni la ONU, ni los altos tribunales internacionales se echan ya las manos a la cabeza.

Irak es más que un infierno. Más que un escaparate infame de la esquizofrenia mundial. Más que el mapa ensangrentado de la vileza humana. Irak es el altar de los holocaustos en nombre del ajusticiamiento infinito. Si otros siglos practicaron la tortura con negliglencia, este ha depurado nuestra crueldad. Porque allí, si los demonios probaran el amargor de la sangre derramada, enloquecerían de tristeza.

Tres fueron las razones para que los USA y sus aliados se lanzaran en picado sobre esta parte del mundo. Primera: había un vínculo, o si no lo había, alguien se lo inventó, entre Saddam y Al-Qaeda. Así que había que matar al déspota para vengar el 11-S. Segunda: había que liberar al pueblo iraquí de la tiranía. Y tercera: liberando a Irak se ablandaría la resistencia en esa parte del mundo, lo que nos acercaría un acuerdo palestino-israelí. Solo una se ha cumplido. Saddam fue ejecutado como un perro. Así que solo resta encontrar las otras razones. Las ocultas y no nombradas. Ahí va una pista: Freud utilizó un chiste para ilustrar la extraña lógica de los sueños y que el demoledor y provocador filósofo esloveno Slavoj Zizek recoge en su fantástico libro Irak. La tetera prestada. Primero: jamás me prestaste una tetera. Segundo: te la devolví intacta. Tercero: la tetera ya estaba rota cuando me la prestaste. Por supuesto, esta sucesión de argumentos incongruentes confirma per negationen lo que intenta negar: que te devolví una tetera rota. (Zizek) Es decir, se atacó Irak bajo el argumento confirmado de que había armas de destrucción masiva. (Jamás me prestaste una tetera) No las había. (Te la devolví intacta) Pero había que seguir inventando mentiras para cargar de credibilidad la decisión del trío de las Azores. (La tetera ya estaba rota cuando me la prestaste) Y a partir de aquí la aberración.

A estas alturas del conflicto, con más de un millón de muertos despanzurrados en las cunetas, castrados, violados, guillotinados, exiliados, reventados y absolutamente olvidados por la comunidad internacional, nadie sabe qué pasa allí. Lo cierto es que los americanos seguirán, apoyados por un gobierno colonial para asegurarse el postpoder tras el titereteo de un régimen transitorio absolutamente sumiso, que las fuerzas de seguridad de dicho gobierno están plagadas de sectarios envenenados, que todos se revientan a sí mismos y, si pueden, al de lado. Y en medio, la Resistencia. O lo que queda de ella. Una amalgama de fuerzas sin control que, incapaces de lograr unidad de acción, están inmolando al pueblo iraquí, absolutamente abandonado por las democracias farisaicas del bienpensante mundo mundial. Irak se ha convertido en una absoluta locura social, en un genocidio consumado y consentido por todos nosotros, en una guerra civil encubierta que solo favorece a los grandes capitales americanos. Una guerra diseñada por los halcones ultra derechistas y ultra católicos americanos alistados en la guardia pretoriana de Bush donde, además de financieros petrolíferos, también anidan teóricos de la ultraderecha cuya aspiración es el dominio mundial de los USA. Un ejemplo de su liberalismo: Zapatero o Ángela Merkel son objetivos a eliminar de la escena mundial. Por blandos. El resultado, ante el cual nadie parece conmoverse, es una carnicería sin compasión donde la muerte brota con cada suspiro. Porque en Irak la agonía ajena se ha convertido en un acto sublime al alcance de cualquiera. Así las cosas, uno se extraña de tanto silencio, tanta asimilación del mal, tanta tolerancia impasible con este holocausto, tanto olvido, tanta mirada para otro lado. Pareciera que estamos tan acostumbrados a cambiar de desesperación como de camisa. Y uno se pregunta dónde radica realmente el mal. Porque una vez que lo hemos admitido en nuestro seno, ya no nos pide que reneguemos de él. Y uno piensa que solo tras haber sufrido y padecido hasta reventar el alma, uno tiene derecho a considerar que el mundo es un pretexto estético. Puedo pecar de estúpido, irreal, poco preocupado por mi asqueroso mundo autosatisfecho o por blando de palabra, obra y omisión. Pero creo que es en esos campos de batalla, donde los héroes y los soldados lloran lágrimas de sangre, en esos territorios humillados por nuestra pedante vanidad; donde nos jugamos realmente la civilización y la democracia que tanta sangre ha costado. Porque si morir no significa nada, si morir es solo una banalidad del destino, el futuro solo puede ser ya una agonía sin desenlace.