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Las cosas nunca estuvieron tan mal como ahora

Fuentes: Socialistworker

Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

Cuando Estados Unidos y las tropas de la coalición invadieron Irak en marzo de 2003, muchos iraquíes confiaban en que, al menos, sus condiciones de vida mejorarían tras una década viviendo sometidos a las más estrictas sanciones económicas jamás aplicadas. Ahora, piensan de forma diferente: «Yo los creí cuando decían que venían a ayudarnos», dice Hossein Ibrahim en una entrevista con un periodista del Christian Science Monitor, «pero ahora los odio, son peores que Saddam».

Hoy, la vida en el Irak ocupado es tan dura que muchos iraquíes afirman que se vivía mejor durante los terribles años de las sanciones de Naciones Unidas y de la dictadura de Saddam Hussein. En la mayor parte del país, hay menos electricidad que antes de la invasión de marzo del 2003, con los resultados previstos, entre ellos «pacientes que mueren en las salas de urgencias cuando los equipos eléctricos dejan de funcionar», informa el New York Times.

A pesar de los miles de millones destinados a los amigos de George W. Bush en Bechtel y Halliburton para trabajos de reconstrucción, «casi la mitad de los hogares iraquíes todavía no tienen agua potable, y sólo el 8 por ciento del país, excluida la capital, está conectado a la red de desagüe de aguas residuales», informa el USA Today.

Los hospitales en Irak son un caos. En el Hospital Universitario Central Infantil de Bagdad, las aguas residuales corren por los suelos», informaba Jeffrey Gettleman en el New York Times, «el agua para beber está contaminada y, según los médicos, el 80 por ciento de los pacientes dejan el hospital con infecciones que no tenían cuando ingresaron».

«Definitivamente, ahora estamos peor que antes de la guerra» dijo al Times Eman Asin, inspector de 185 hospitales públicos, «incluso en el peor momento de las sanciones, cuando estábamos en una situación miserable, no estábamos tan mal como ahora».

El paro se ha disparado en gran parte debido a las medidas tomadas por las autoridades ocupantes. Tras la invasión, L. Paul Bremer III, presidente de la Autoridad Provisional de las fuerzas de la coalición, disolvió el ejército iraquí formado por 350.000 personas y echó a miles de funcionarios del Estado que eran miembros del partido Baaz, sin tener en cuenta que la afiliación al partido era obligatoria para obtener muchos trabajos en Irak. Más de la mitad de los trabajadores está en paro y el primer ministro, Ibrahim Jafari, ha anunciado planes de reducir el empleo en el sector público mientras el Gobierno iraquí lleva a cabo proyectos de privatización dictados por economistas de Estados Unidos.

Los «liberados» iraquíes han sentido repetidamente la ironía de que las autoridades ocupantes y los contratistas, beneficiarios de contratos sin concurso público y sin solicitud de ofertas, no confían en los iraquíes para trabajar con ellos, y en su lugar pagan millones de dólares para traer trabajadores que cobran muchas veces el salario medio anual de los iraquíes. «Cuando se escriba la historia de este sangriento circo, la gente se quedará boquiabierta por el descaro y la profundidad de lo sucedido», escribe el periodista Christian Parenti en The Freedom: Shadows and Hallucinations in Occupied Iraq.

Se ha gastado ya la mitad de los 18.400 millones de dólares que el Congreso destinó para la «reconstrucción de Irak, y unos 100 millones han desaparecido sin que se sepa a dónde han ido a parar, según Los Angeles Times.

En lugar de reconstruir Irak, el dinero vuela hacia las empresas de los amigos de la Administración Bush. » Se ha premiado a más de 150 compañías estadounidenses con contratos que totalizan más de 50.000 millones de dólares, más del doble del PIB de Irak, afirma la investigadora Antonia Juhasz, «Halliburton tiene los contratos principales, por valor de más de 11.000 millones, mientras otras 13 compañías estadounidenses han recibido más 1.500 millones cada una. Todos esos contratistas responden ante el Gobierno estadounidense y no ante el pueblo iraquí.

Este principio de responsabilidad se aplica a cualquier aspecto de la ocupación de Irak. La autoridad real reside en las fuerzas de ocupación y no en los iraquíes. Tal como ha señalado el escritor pakistaní, Tariq Ali, en Bush in Babyilon, estamos contemplando en Irak un ejemplo claro de «imperialismo en la época de la economía neoliberal».

La Autoridad Provisional de la Coalición ha renovado las leyes anti-sindicales del régimen de Hussein y ha bajado los impuestos a las empresas de Irak a niveles sólo soñados por las compañías estadounidenses. La Administración ha diseñado amplios programas para reformar la economía iraquí a imagen y semejanza de la estadounidense», informaba The Wall Street Journal poco después de que se iniciara la invasión. Tal como el columnista económico del New York Times, Jeff Madrick señalaba, los planes económicos para Irak es probable que ocasionen una «crueldad generalizada».

Además de la inseguridad económica, la falta de seguridad personal ha aumentado enormemente. Mujeres que trabajaban antes como profesoras o médicos ahora hablan de encontrarse encerradas en casa, con miedo a salir, y descubren que sus derechos sociales y políticos, duramente conseguidos, están desapareciendo. Los niños que antes iban a las escuelas se quedan ahora en casa por el miedo de los padres a que salgan a la calle.

Y por si fuera poco, en cualquier momento los iraquíes saben que los soldados estadounidenses o británicos pueden echar abajo las puertas de sus casas, los miembros de la familia humillados, detenidos y sacados a la calle para detenerlos, torturarlos o asesinarlos.

Dexter Filkins, del New York Times se ha asomado a la realidad de la ocupación el 5 de octubre de 2005, con un retrato del teniente coronel Nathan Sassaman, un violento comandante del ejército de la IV División de Infantería, Batallón 1-8. Tras la muerte de un soldado de la unidad, Sassaman declaró que las «nuevas prioridades de su unidad eran las de matar insurgentes y castigar a cualquiera que les ayudara, incluso a gente que no les prestara apoyo».

Según escribe Filkins, «En una misión llevada a cabo en enero de 2004, un grupo de soldados de Sassaman llegaron a la casa de un iraquí de quien se sospechaba que había secuestrado camiones. Él no estaba en casa pero su esposa y otras dos mujeres abrieron la puerta: «tienen 15 minutos para sacar sus pertenencias», dijeron según cuenta el sargento primero Ghaleb Mikel. Las mujeres lloraron y gritaron pero al final obedecieron y sacaron su cama, sofá y televisión a la calle. Los hombres de Mikel lanzaron entonces cuatro misiles anti-tanques en el interior de su vivienda, que saltó en pedazos y se incendió. Tal como Mikel explicó » a esto se le llama política de «acabar con los refugios».

Los soldados estadounidense se han aficionado también a acuartelar tropas en los hogares iraquíes y en las escuelas. «El requisar casas u otros edificios es algo muy extendido en Irak entre las tropas estadounidenses en misiones que requieren estar lejos de las bases, a veces durante varios días o semanas», informa Associated Press.

«Ellos irrumpieron en mi casa antes de Ramadán y todavía permanecen en ella», contaba a un periodista Dhiya Hamid al-Karbuli «No podemos tolerar que destrocen nuestro hogar ante nuestros ojos…pero tenía miedo de pedirles que se fueran».

«Los marines han acampado en casas requisadas, informó el New York Times desde Husayba, el lugar que sufrió el principal ataque en noviembre de 2005, durante el cual «los aviones atacaron desde arriba, arrojando bombas de 500 libras» sobre la ciudad.

Ni Associated Press ni el Times parecen haber recordado que el acuartelamiento de tropas fue una de la principales quejas de los colonos estadounidenses contra el rey George y los británicos, tal como se describe en la Declaración de Independencia: «Ha llegado a tal punto la situación que los militares se sienten independientes y superiores al poder civil. Se han unido a otros para someternos a una jurisdicción ajena a nuestra Constitución y desconocida por nuestras leyes; al dar Su consentimiento a sus actos pretendidamente legales: al acuartelar entre nosotros a grandes contingentes de tropas armadas : al protegerlos de los asesinatos que puedan cometer contra los habitantes de estos Estados mediante tribunales que son una farsa…».

Pero lo que sienten los iraquíes no cuenta para nada en los cálculos de los Estados Unidos. Como explicaba el coronel Stephen Davis de la segunda División de Marina, que dirigió el asalto a Husayba, «No hacemos muchos amigos ahí fuera porque nos resulta irrelevante».

TODOS LOS DÍAS, se acosa a la gente, se la mata, arresta y tortura sólo por el crimen de ser iraquíes.

Una investigación de la Cruz Roja ha revelado que el ejército estadounidense se ha metido en Irak en una «vía de detenciones indiscriminadas que comportan la destrucción de la propiedad y el comportamiento brutal hacia los sospechosos y sus familias. A veces, arrestan a todos los varones adultos que se encuentran en una casa», afirma el informe, «incluidos los ancianos, minusválidos o enfermos». Entre la gente presa en Abu Graib, incluso los funcionarios del servicio de inteligencia estadounidense estiman que del 70 al 90 por ciento fueron detenidos «por error».

A los soldados estadounidenses se les ha entrenado para que vean a los iraquíes como se entrenó en su momento para que vieran a los vietnamitas como seres infrahumanos, y los insultan llamándoles «hajis [1] «, como hacían con los vietnamitas a quienes llamaban «gooks» [2]

Desde el alto mando político y militar se les ha transmitido a las tropas un mensaje claro: la muerte y el sufrimiento de los iraquíes no tienen importancia.

Human Rights Watch en una reciente investigación ha encontrado que el personal militar estadounidenses tortura rutinariamente a los iraquíes por «diversión». El estudio ha documentado ampliamente el extendido uso de la tortura, «con frecuencia, obedeciendo órdenes o con la aprobación de los oficiales superiores».

Soldados de la 82 División Aerotransportada han explicado que golpeaban a los iraquíes «para entretenerse». El sargento A, de esa misma División, declaró a Human Rights Watch que las tropas de ocupación de forma rutinaria «jodían» o «fumaban a los PUC (Un «PUC es una «Persona bajo Control», un término usado para diferenciar a los detenidos iraquíes de los prisioneros de guerra, que tienen una protección legal que la Administración Bush se niega a reconocer a aquéllos).

«Joder a un PUC» significa golpearle», dijo el sargento. «les golpeábamos en la cabeza, el pecho, las piernas y el estómago, los derribábamos y les dábamos patadas. Esto sucedía todos lo días». «Fumarse» a alguien es colocarlo en posturas estresantes hasta que quedan exhaustos y se desmayan. También esto se hacía a diario. Algunos días, si estábamos aburridos, los colocábamos a cada uno en una esquina y luego les hacíamos formar una pirámide. Lo hacíamos antes de Abu Graib pero exactamente igual. Y lo hacíamos para entretenernos».

La tortura es sólo un síntoma de una ocupación que constantemente muestra desprecio por el pueblo que afirma haber liberado. Las fuerzas estadounidenses se han implicado en numerosas formas ilegales de castigos colectivos contra la población iraquí.

Aunque Estados Unidos se niega a contar a los iraquíes muertos, un estudio publicado en octubre de 2004 por The Lancet, la revista médica más importante de Gran Bretaña, estimaba en 98.000 » el exceso de muertes» en Irak después de la invasión estadounidense. Esta cifra es realmente baja ya que excluye la «mortalidad en Faluya», donde se produjo el ataque más mortífero del ejército estadounidense. Según este estudio «el riesgo de muerte violenta en el periodo posterior a la invasión era 58 veces más alto…que en el periodo precedente a la guerra».

En estas circunstancias, no resulta sorprendente que una enorme mayoría de iraquíes vean a las tropas estadounidenses como ocupantes en lugar de liberadores.

Mientras tanto el número de bajas de soldados estadounidenses también ha seguido aumentando, y ahora supera los 2.000 muertos. Los heridos siguen subiendo, uno de cada seis soldados que vuelve de Irak declara sufrir síntomas de desórdenes de estrés postraumático, con altos índices de depresión y suicidio. A los soldados que llegaron a Irak creyendo que estaban protegiendo al mundo de las armas de destrucción masiva o para liberar a los iraquíes, ahora se les pide, en cambio, que sometan al pueblo iraquí que no los quiere en su país.

«Cuando fui a Irak por primera vez, realmente creía lo que el Gobierno decía, que buscábamos armas de destrucción masiva, que estábamos preparando al país para la democracia, y cosas semejantes», decía a Amy Goodman en Democracy Now, un soldado que se ha acogido a la objeción de conciencia, «pero una vez que llegamos allí…me dí cuenta enseguida de que se trataba de otra historia, comprendí rápidamente que los iraquíes no nos querían en su país… si nuestro país hubiera sido invadido por tropas extranjeras, y hubieran tomado nuestras casas, yo también me hubiera defendido».

Hoy, la única manera de liberar a Irak es terminar con la ocupación y traer ya las tropas de vuelta. Para hacerlo, tenemos que desafiar todas las mentiras racistas que afirman que los iraquíes son incapaces de gobernar su propio país, o que Estados Unidos debe permanecer en Irak para luchar contra los «terroristas».

Esta guerra nada tiene que ver con el terrorismo o con la liberación. Desde el principio, ha sido una guerra por el petróleo y por el papel que juega en el mantenimiento de Estados Unidos como un imperio capitalista mundial. El racismo se ha utilizado para vender la guerra a la opinión pública pero la gente cada vez más pone en tela de juicio las mentiras.

En la actualidad, una clara mayoría de la opinión pública en Estados Unidos cree que la invasión de Irak no merecía las consecuencias que ha tenido y no debería haberse producido. Una encuesta del Washington Post- ABC de este mes, revela que «Bush nunca ha tenido menos popularidad entre el pueblo estadounidense». En septiembre, otra encuesta del New York Times-CBS News, revelaba que el apoyo a la retirada inmediata alcanzaba el 52 por ciento, mientras que el 79 por ciento de los afro-estadounidenses pensaba que la Guerra de Irak había sido un error. Sólo un 2 por ciento de ellos aprueban al presidente Bush, lo que es un índice anómalo.

Millones de personas simpatizan con los objetivos del movimiento contra la guerra pero todavía no se han movilizado. Por ello, necesitamos que esa gran audiencia se implique en nuestro movimiento y establezca vínculos y coordine las acciones locales con las de ámbito nacional que puedan ayudar a la gente a superar la persistente sensación de asilamiento y atomización que muchos experimentan.

De la misma manera que pasó con el movimiento para acabar con la guerra de Vietnam, tenemos que luchar en varios frentes: apoyar el rechazo al reclutamiento; enfrentarnos al Gobierno y a los militares basándonos en los costes humanos de esta guerra y en las mentiras de las que se valen para justificarla; denunciar a quienes se benefician de ella; animar y proteger a los soldados que hablan claramente y que se niegan a ejecutar sus órdenes o servicios; trabajar con los veteranos y con las familias de militares, y discutir pacientemente pero con urgencia con quienes tenemos alrededor sobre la necesidad de terminar ya con la ocupación.

Anthony Arnove es el editor de la colección Iraq Under Siege (Irak asediada) de South Press y coautor, con Howard Zinn, de Voices of a People’s History of the United States (Voces de la historia del pueblo de Estados Unidos). Su último libro, Iraq: The Logic of Withdrawal(Irak, la lógica de la retirada), se publicará la próxima primavera en New Press. En este artículo, Arnove describe el racismo de la ocupación estadounidense de Irak.



[1] N.T. Palabra con la que los militares estadounidenses pretenden vejar a los iraquíes, con el sentido de vendedor de zoco o bazar

[2] N.T. Término despectivo con el que se menosprecia a los asiáticos.

http://www.socialistworker.org/2005-2/566/566_04_Iraq.shtml