Una de las figuras de la filosofía y literatura universal que han repercutido en mi gusto e interés intelectual es Simone de Beauvoir, su imagen junto a Jean-Paul Sartre, delinea un ideal que confieso exalta mis deseos por la comprensión de la condición humana, especialmente, gracias a ese espíritu libertario y antimoralista que la caracterizó.
Lo anterior, viene a la luz en relación con la reciente relectura de su novela Las inseparables, publicada a penas en 2020 en español por la editorial Lumen, tras ser escrita en 1954, tan sólo cinco años después de su magna obra El segundo sexo, y permanecer resguardada durante más de seis décadas.
En Las inseparables se narra la relación apasionada de una amistad que perduró más allá de la tragedia, Simone escribe en primera persona un emotivo homenaje a Élisabeth Lacoin, conocida como “Zaza”, su entrañable amiga, quien es representada como Andrée, siendo la autora coparticipe de la historia bajo el nombre de Sylvie, haciéndose así partícipe del relato que va desde su primer encuentro en las aulas de un colegio católico, hasta la sentida ausencia física de Andrée (Élisabeth), a raíz de su muerte en la vida real el 25 de noviembre de 1929, a punto de cumplir 22 años.
En las primeras páginas, con la aparición de Andrée (Élisabeth), queda manifiesta la devoción y el apasionamiento que despertó en Sylvie (Simone), su impacto fue tan grande que la ruptura del convencionalismo moral que se describe es una evidencia de la influencia que ejerció esta amistad sobre las futuras interpretaciones que De Beauvoir plasmaría en sus obras. Un tipo de enamoramiento es evidente, un despertar de las ideas transgresoras del “deber ser” impuesto sobre las mujeres, inculcado justamente desde los primeros años de infancia, se observa con el transcurrir del relato, el espíritu libre de Andrée se convirtió en una flama que hizo cenizas los convencionalismos de la época que se vertían sobre las concepciones de la amistad y la mujer, y que las apresaban bajo la forma de cadenas morales y prejuicios lacerantes, mismos que años más tarde, Simone iría derribando uno a uno con sus escritos y su revolucionaria forma de vida.
Esta novela no fue la única ocasión en que la filosofa existencialista plasmó la historia de su amiga Élisabeth, en Memorias de una joven formal (1958), expuso su vida y muerte, que, sin duda, significó una huella imborrable y que a decir de Sylvie Le Bon de Beauvoir (hija adoptiva de la escritora francesa), el hecho de sobrevivir se convirtió en una especie de culpa que acompañó a Simone a lo largo de su vida. En uno de los párrafos que anteceden al inicio de la novela y que sirven a modo de justificación, la intelectual feminista escribió unas emotivas palabras dedicadas a Zara: “Si tengo esta noche los ojos llenos de lágrimas, ¿es porque ha muerto usted o porque yo estoy viva? Debería dedicarle esta historia, pero sé que no está ya en ninguna parte, y si me dirijo a usted aquí es como artificio literario. Por lo demás, esta no es de verdad su historia, sino solo una historia inspirada en nosotras. Usted no era andrée y yo no soy esa Sylvie que habla en nombre mío”.
El dolor y el amor calcinantes son notorios, la influencia de Zara se refleja como un viento liberador interior que ya no fue apaciguado en las posteriores décadas tras su partida. Esta obra, Las inseparables, es también una especie de diario que atestigua los indicios del surgimiento de la conciencia emancipadora que Simone desarrollaría y que tanto ha contribuido a liberar del status quo a las mujeres en las sociedades patriarcales que hasta hoy buscan oprimirlas.
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