Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Introducción del editor de TomDispatch, Tom Engelhardt
Nick Turse: un narrador de verdades de nuestros tiempos
En octubre de 2006, cuando las bajas estadounidenses en Iraq no habían llegado todavía a 2.000 muertos o 15.000 heridos, y nuestras bajas en Afganistán todavía eran ciertamente moderadas, ya habían comenzado a emerger en línea «muros» informales para honorar a los caídos. En esos días sugerí que «la deshonra particular que este gobierno ha causado a nuestro país exige también otros ‘muros’.» Imaginé, entonces, muros de vergüenza para los personajes del gobierno de Bush y sus compinches – e incluso produje uno (en palabras) en noviembre de ese año. A esta altura, claro está, cualquier muro semejante estaría repleto hasta reventar de nombres testigos de la infamia.
En octubre, los de TomDispatch también lanzamos un proyecto bastante diferente, otro tipo de «muro,» esta vez en tributo a la inmensa cantidad de «víctimas gubernamentales de las locuras del gobierno de Bush, personas que fueron suficientemente honorables e inmutables en sus deberes de gobierno,» y que tan a menudo vieron que se les calumniaba y que les quedaba poca alternativa que renunciar en protesta, irse, o simplemente ser arrojados al precipicio por cómplices del gobierno.
Nick Turse encabezó lo que llegamos a llamar nuestro proyecto de la «legión de los caídos» con una lista de 42 nombres semejantes, que iban desde el conocido Jefe de Estado Mayor del Ejército, general Eric Shinseki (quien se retiró después de sugerir al Congreso que se necesitarían «varios cientos de miles de soldados» para ocupar Iraq) y Richard Clarke (quien se fue, horrorizado por la manera como el gobierno encaraba el terror y el terrorismo) a los moderadamente conocidos Ann Wright, John Brown, y John Brady Kiesling (tres diplomáticos que renunciaron para protestar contra la inminente invasión de Iraq) al poco conocido Archivista de EE.UU., John W. Carlin (quien renunció bajó presión, posiblemente para que varios papeles de Bush pudieran ser mantenidos en secreto). Para cuando Turse escribió su según artículo sobre la legión de los caídos en noviembre de ese año, y luego el tercero y último en febrero de 2006, esa lista de nombres había llegado a más de 200, sin que hubiera un fin a la vista.
Hoy, para su vergüenza eterna, el gobierno de Bush no sólo deja en ruina sus propios proyectos, sino a la nación en sí. Ningún muro podría bastar para sus especiales «logros.» Turse, quien recientemente escribió para la revista The Nation «A My Lai a Month» [en Rebelión bajo http://www.rebelion.org/
«La matamos… eso me perseguirá hasta el fin de mis días.»
Las lecciones de guerra y verdad de Lawrence Wilkerson
Nick Turse
Las naciones en proceso de cambio son naciones necesitadas. Un nuevo presidente asumirá próximamente el poder, enfrentando decisiones difíciles no sólo sobre dos guerras muy prolongadas y una crisis económica en profundización permanente, sino respecto a un gobierno que hace tiempo que va moralmente a la deriva. La tortura como política de Estado, secuestros, prisiones fantasma, vigilancia en el interior, militarismo progresivo, guerras ilegales, y mentiras oficiales, han estado siempre a la orden del día. Momentos como éste piden narradores de verdades. Piden Comisiones de Verdad y Reconciliación. Piden testigos dispuestos a presentarse en público. Piden almas valerosas dispuestas a sacar a la luz del día realidades ocultas y prohibidas.
Lawrence B. Wilkerson pertenece a esa especie de hombre. Llegó a la prominencia nacional en octubre de 2005 cuando – después de haber dejado anteriormente en ese año su puesto como jefe de gabinete del Secretario de Estado Colin Powell – puso al desnudo algunos de los secretos de la Casa Blanca de Bush tal como los había vivido. Había estado en los aposentos del poder cuando se perfilaron la invasión y ocupación de Iraq. En el segundo período de Bush, desde afuera, pensó que ya le bastaba. El pueblo estadounidense, pensó, tenía derecho a saber exactamente cómo trabajaba realmente su gobierno, y por lo tanto le ofreció su visión del gobierno de Bush en acción: «Algunas de las decisiones más importantes sobre la seguridad nacional de EE.UU. – incluyendo decisiones vitales sobre Iraq en la postguerra – fueron tomadas por una cábala secreta, poco conocida. Estaba compuesta por un grupo pequeñísimo de personas dirigidas por el vicepresidente Dick Cheney y el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld.»
En los años desde entonces, Wilkerson, coronel del Ejército en retiro, no se ha mostrado reticente, especialmente cuando se trataba de «la militarización de la política exterior de EE.UU.» y la práctica de las entregas extraordinarias (los secuestros de presuntos terroristas y su entrega a manos de regímenes listos y dispuestos a torturarlos).
Tampoco, antes en este año, rehuyó testificar ante el Subcomité Judicial de la Cámara sobre la Constitución, Derechos Civiles, y Libertades Civiles, sobre cómo, en 2004, mientras todavía estaba en el Departamento de Estado, había compilado un «expediente de información clasificada, confidencial y de código abierto» sobre las prácticas de interrogatorio y de encarcelamiento de EE.UU. en la prisión Abu Ghraib en Iraq, que presentó, dijo, «abrumadora evidencia de que mi propio gobierno había avalado los abusos y la tortura.»
«Hemos dañado nuestra reputación en el mundo y por lo tanto reducido nuestro poder,» dijo ante el panel al terminar. «Una vez fuimos vistos como modelo de derecho; ahora representamos en muchos rincones del globo una burla del derecho.»
Wilkerson ha pasado la mayor parte de su vida adulta al servicio del gobierno de EE.UU. como soldado durante 31 años, incluyendo el servicio militar en Vietnam; como asistente especial del Jefe del Estado Mayor Conjunto; como Director Adjunto del Colegio de Guerra del Cuerpo de Marines de EE.UU.; y finalmente, de 2002 a 2005, como jefe de gabinete para Powell en el Departamento de Estado. Su servicio más vital para su país, sin embargo, ha tenido lugar, casi indiscutiblemente, en los años desde entonces.
Wilkerson has se ha convertido en un franco narrador de verdades, y de todas las verdades que ha contado, hay una que es especialmente personal y dolorosa; una que, después de tantos años, podría haber guardado para sí, pero decidió no hacerlo. Es una historia, de verdad, consecuencias, y una pequeña muerta, que sucedió hace décadas. Ese hecho no la hace menos oportuna, ya que ofrece lecciones esenciales, especialmente a soldados de EE.UU. involucrados en guerras aparentemente interminables que han llevado a la muerte de innumerables civiles, incluyendo niñas pequeñas.
«Me culpo por lo sucedido hasta hoy.»
Testificando ante ese subcomité del Congreso, en junio, Wilkerson declaró:
«En Vietnam, como teniente y capitán de Infantería, tuvo que refrenar en diversas ocasiones a mis soldados, incluso a uno o dos de mis oficiales. Cuando las autoridades superiores tomaban decisiones como ser declarar zonas de libre fuego – con lo que se quiere decir que se podía matar a todo lo que se moviera en esa zona – y uno encontraba a un niña de 12 años en un sendero en la selva, era obvio que no iba a obedecer esas órdenes. Pero algunas situaciones no eran tan evidentes y siempre había que estar en guardia contra la posibilidad de que los soldados fueran demasiado lejos.
Como su jefe, me correspondía establecer el ejemplo – y eso significaba que a veces tenía que amonestar o castigar a un soldado que infringía las reglas. En todos los casos, quería decir que personalmente yo seguía las reglas no sólo al ‘infringir’ las así llamadas reglas de enfrentamiento, como en las zonas designadas de libre fuego, sino también al seguir las reglas que me habían grabado mis padres, mis escuelas, mi iglesia, y el Ejército de EE.UU. en clases sobre las Convenciones de Ginebra y lo que llamábamos la ley de la guerra terrestre. Me habían enseñado, y lo creía firmemente cuando presté juramente como oficial y juré apoyar y defender la Constitución, que los soldados estadounidenses eran diferentes y que gran parte de su fuerza y espíritu en el combate provenían de esa diferencia y que gran parte de esa diferencia estaba resumida en nuestra humanidad y nuestro respecto por los derechos de todos.»
Casi dos años antes, junto con la periodista Deborah Nelson, nos reunimos con Wilkerson en un café Starbucks en las afueras de Washington, D.C. Nos acurrucamos en la parte trasera del café, mientras, en medio del estrépito de las conversaciones de los camareros y el zumbido de las máquinas de hacer café, Wilkerson nos hablaba de su servicio en Vietnam: Cómo voló bajo y lento – a menudo sobre las copas de los árboles – como piloto scout para la infantería, en un OH-6A «Loach» Helicóptero Ligero de Observación, operando en la región del III Cuerpo, bien al norte de Saigón. Durante sus 13 meses en Vietnam, Wilkerson registró más de 1.000 horas en combate, sin haber sido herido o haber sido derribado una sola vez. Sus soldados – supervisó a 300 hombres al fin de su período – solían llamarlo el «tipo Teflon» por buenos motivos.
Pero dos eventos durante su estadía en Vietnam no lo abandonaron, según sus propias palabras. Quedaron, en los hechos, indeleblemente grabados en su memoria.
Uno sucedió cuando, como joven teniente, se metió en una batalla verbal con un comandante de batallón de infantería – un teniente coronel – en tierra, en la Provincia Tay Ninh. Estaba en el aire dirigiendo su pelotón cuando el comandante en tierra le habló por la radio, declarando que el área sobre la cual volaba su helicóptero era una zona de libre fuego.
Omnipresentes durante la guerra, las zonas de libre fuego daban a los soldados estadounidenses autorización para desencadenar un poder de fuego sin restricciones, no importa quién estuviera viviendo todavía en el área, una contravención de las leyes de la guerra. La política permitía, por ejemplo, que descargas de artillería, fueran dirigidas contra áreas rurales pobladas, que los helicópteros artillados Cobra abrieran fuego contra campesinos vietnamitas sólo porque corrían atemorizados por el suelo, o que soldados rasos novatos en el terreno tiraran a mansalva contra niños que estaban pescando y campesinos que trabajaban en los campos. «Para los pilotos de Cobra y algunos de mis colegas en el pelotón Loach era como una licencia para disparar contra todo lo que se movía: jabalíes, tigres, elefantes, gente. No importaba,» nos dijo Wilkerson.
En esa ocasión, el comandante del batallón ordenó a Wilkerson y a su unidad que iniciaran «reconocimiento mediante el fuego» – básicamente que dispararan desde sus helicópteros a áreas cubiertas por maleza, líneas de árboles, ‘hootches’ (como llamaban las casas de campesinos vietnamitas), u otras estructuras, en un intento por atraer fuego enemigo e iniciar contacto. Sabiendo que, demasiadas veces, eso llevaba a que civiles inocentes fueran heridos o muertos, Wilkerson dijo al comandante en tierra que sus soldados sólo dispararían contra combatientes armados. «Al diablo con su zona de libre fuego,» le dijo.
Un piloto de Coba «de gatillo fácil» bajo su comando se inmiscuyó entonces en el enfrentamiento verbal por radio, poniéndose de parte del comandante de batallón. Ante esa actitud, como Wilkerson lo describió ese día, maniobró su propio helicóptero entre el Cobra artillado y la zona de libre fuego debajo. «Si disparas, me darás a mí,» dijo por su radio. «Y si me tocas, amigote, voy a armar mis cañones y te voy a disparar.»
La batalla verbal continuó hasta que, como lo contó Wilkerson, vio movimiento abajo. «No había nada ahí, fuera de una casa con un hombre, probablemente de unos setenta [años], una anciana, probablemente de la misma edad, y dos niños chicos.» Cuando informó al comandante del batallón y al piloto del Coba, Wilkerson recuerda, «todos se calmaron ‘porque se dieron cuenta de que, si hubieran disparado cohetes a esa casa, probablemente habrían matado a toda esa gente.»
Una situación similar se desarrolló con consecuencias mucho más lúgubres en un «área semi-selvática, de arrozales» en la provincia Binh Duong. Una vez más, un comandante en tierra declaró el área zona de libre fuego, y esa vez Wilkerson no dijo de inmediato a su equipo que no tuvieran en cuenta la orden. «Me culpo hasta hoy por ello,» nos dijo.
Unos 15 minutos después, cuando su helicóptero salió de la jungla a una carretera, apareció una carreta de bueyes que ya habían visto antes. «Antes de que dijera algo, el jefe de mi equipo soltó una ráfaga de munición de ametralladora. Y tenía muy buena puntería. Dio directamente en el carruaje.» Para cuando Wilkerson le ordenó que cesara el fuego, ya era demasiado tarde. «En resumen, había una niñita en la carreta y la matamos. Y eso me perseguirá hasta el fin de mis días.»
Incluso sin aprobación directa de Wilkerson, el jefe de equipo del helicóptero sólo estaba realizando una política estadounidense tal como fue establecida a nivel de comando – un punto que Wilkerson subrayó en junio al discutir su experiencia de la Guerra de Vietnam con el subcomité del Congreso. Al hacerlo, también presentó una de las verdades esenciales de la Guerra de Vietnam: que seguir las «reglas de enfrentamiento» de los militares de EE.UU. podía significar que se violaban las leyes de la guerra y los principios básicos de humanidad.
«Donde están enterrados los trapos sucios…»
En una reciente entrevista de seguimiento por correo electrónico Wilkerson reflexionó sobre la cualidad de indignación moral y el valor de la disposición de enfrentar a la autoridad – en Vietnam y, décadas después, en Washington.
«Siempre fui una especie de inconformista en ese sentido, oponiéndome a la autoridad cuando pensaba que la autoridad se equivocaba, particularmente si era un error ético,» escribió. «Creo que uno de los motivos por los que Powell me tuvo como 11 años trabajando directamente para él, fue porque a diferencia de la mayoría de la gente a su alrededor yo le decía lo que pensaba en un nano-segundo – incluso si contradecía lo que yo creía que él pensaba.»
Aunque Vietnam puede haber contribuido a la avidez de Wilkerson por hablar abiertamente, el ímpetu primordial para sus comentarios y escritos públicos desde 2005 vino del propio gobierno de Bush. «Sentí que la incompetencia, el engaño, y ciertas acciones del gobierno dañaban realmente a la nación, disminuyendo nuestro poder real en el mundo en tiempos en los que necesitaban todo lo que podíamos conseguir.»
Wilkerson reconoce que los que se pronunciaron contra el gobierno de Bush lo hicieron por su propia cuenta y riesgo. «La gente tiene familias que considerar, posiciones, salarios, medios de vida. No son cosas fáciles – particularmente cuando en nuestra república hemos mezclado la baraja cada vez más a favor de los que detentan el poder.» Como una especie de denunciante (aunque estuviera fuera del poder y del gobierno), Wilkerson ciertamente se expuso a potenciales represalias. A diferencia de la ex funcionaria de la CIA, Valeria Plame, sin embargo, no ve evidencia alguna de que haya sucedido.
Wilkerson, en un tono como si se burlara de sí mismo, sugiere que tuvieron piedad de su persona porque «soy una persona de poca monta en un contexto mayor y por ello poca gente escucha o hace caso de mis divagaciones.» Pero también señala otra posible razón: «Los que están en el poder probablemente creen que todavía soy próximo a Powell – y le temen mucho porque sabe dónde están enterrados muchos de los trapos sucios.»
Divulgando la verdad
Desde que Wilkerson se hizo presente en 2005, han aparecido denunciantes de todo tipo – de veteranos que testificaron en el Congreso en mayo sobre violencia perpetrada contra civiles iraquíes, a personas de confianza de altos niveles, en los últimos días de un período impotente, para hablar en público de batallas internas sobre el espionaje en el interior.
Wilkerson no considera su reciente revelación de su papel en la muerte de una niña vietnamita como análoga a sus actos posteriores como revelador de la verdad en el gobierno de Bush, pero reconoce el valor de sacar a la luz su asesinato.
«No fue una revelación de la verdad en el sentido de que no haya sido conocida previamente. El comandante del batallón en tierra lo sabía, los soldados lo sabían, mi tripulación lo sabía – por cierto, que yo sepa fue incluida en los informes intel [de inteligencia]. Pero en un sentido más amplio, sí, se suma a la riqueza de literatura e información que ahora es de [dominio] público… En breve, existe amplia evidencia disponible para el público sobre el infierno que es la guerra, de la carnicería, destrucción, almas arruinadas, y devastación.»
La revelación de experiencias semejantes, espera Wilkerson, será especialmente útil para los soldados de nuestros días. «Creo que los soldados alistados jóvenes debieran leer lo más posible sobre lo que otros han hecho en guerras anteriores, en particular por ‘mantener limpio nuestro honor,’ como dice el himno de los marines.»
Al hablar de su experiencia en Vietnam, Wilkerson ha ciertamente añadido al largo historial de sufrimiento civil como resultado de las guerras de EE.UU. en el extranjero – ofreciendo una sombría lección para los soldados de EE.UU. que sean desplegados en ultramar. Y para los soldados que ya han servido en las guerras de EE.UU. en Iraq y Afganistán, es un ejemplo de la manera como pueden seguir sirviendo a EE.UU. al hablar explícitamente sobre todos los aspectos de su servicio, incluso las partes tenebrosas de las que los estadounidenses a menudo no quieren oír.
La única pregunta es: ¿Tendrán el valor necesario para seguir su camino?
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Nick Turse es editor asociado y director de investigación de Tomdispatch.com. Ha escrito para Los Angeles Times, San Francisco Chronicle, Adbusters, the Nation, y regularmente para Tomdispatch.com. Su primer libro: «The Complex: How the Military Invades Our Everyday Lives,» una exploración del nuevo complejo militar-corporativo en EE.UU., fue recientemente publicado por Metropolitan Books. Su sitio en la red es: Nick Turse.com
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