¿Por qué, si la opinión pública norteamericana se muestra adversa a la estancia de los soldaditos gringos en la antigua Mesopotamia, la Casa Blanca está adosada a Iraq como lapa a un pontón marino, como pez pega al tiburón de turno, como costra violácea y repugnante al más descastado y abandonado de los canes? ¿Por […]
¿Por qué, si la opinión pública norteamericana se muestra adversa a la estancia de los soldaditos gringos en la antigua Mesopotamia, la Casa Blanca está adosada a Iraq como lapa a un pontón marino, como pez pega al tiburón de turno, como costra violácea y repugnante al más descastado y abandonado de los canes? ¿Por qué, eh?
¿Será que, librada la fatídica invasión, los «benéficos» halcones quieren deshacer el entuerto que causaron, y garantizar de una vez por todas la seguridad de un país ingobernado y en vías de ingobernable? Frío. Frío. Frío. Aquí hay gato en el tejado, más que gato encerrado. Para el célebre lingüista y politólogo Noam Chomsky no hay ambigüedad ninguna:
«Un Iraq soberano, parcialmente democrático, podría resultar un desastre para los planificadores estadounidenses. Con una mayoría chiita, es probable que sigan mejorando las relaciones con Irán. Hay población chiita al otro lado de la frontera, en Arabia Saudita, amargamente reprimida por la tiranía con el respaldo de Estados Unidos. Cualquier paso hacia la soberanía en Iraq estimula allí el activismo pro derechos humanos y por cierto grado de autonomía, pero ocurre que en esa región es donde está la mayor cantidad de petróleo saudita.»…
Asomado el factor petróleo, la cosa se pone caliente. Pero dejemos continuar a Chomsky: «Un bloque energético independiente en el Golfo puede aliarse con la Autoridad de Energía Eléctrica Asiática, con sede en China, y con el Consejo Cooperativo de Shangai; con Rusia (con enormes recursos propios) como parte integral, lo mismo que con los estados centrales asiáticos (ya miembros), y posiblemente con la India. Irán ya está asociado con todos y también se conformaría un bloque chiita dominante en los estados árabes».
Y no debe de andar descaminada nuestra fuente. Recordemos que, sometido a fuertes presiones de EE.UU., a finales de junio el gabinete cipayo de Al Maliki aprobó, por unanimidad, un proyecto de ley del hidrocarburo entre cuyas consecuencias figura la posibilidad más que real de que cese el monopolio del Estado. Porque, a pesar de que constitucionalmente el pueblo continúa siendo «dueño», las compañías extranjeras obtendrán el derecho exclusivo a la explotación y la producción por períodos de ¡hasta 20 años!, con garantías absolutas en caso de pérdidas y aún más elevados índices de beneficios.
Lo que puede venir
Por ello resulta harto creíble una opinión generalizada entre los iraquíes: el ejército yanqui está provocando de forma deliberada una guerra civil en el país, como pretexto para permanecer allí. De decretarse, la retirada devendría mera imaginación, pues contra los rojos atardeceres del desierto se erigirían las torres de las bases gringas «remanentes»; que no una ni dos, por supuesto.
Ahora, todo paso tendrá una justificación, su exégesis a la luz de las más nuevas tendencias de la comunicación social. Para el Imperio, Al Qaeda se empecina en una ubicuidad que, en destacado lugar, apunta contra los Estados Unidos de Norteamérica, y habrá que acabar con ella en Iraq, donde cuenta con legiones, según una propaganda que apunta hacia espectros más que hacia seres tangibles, de carne y hueso, aunque no se descarte que en la encrespada situación iraquí convivan algunos terroristas alqaédicos con extremistas sunitas, paramilitares chiitas, criminales y tribus de una y otra rama islámica armadas hasta los dientes… En este caos señorea la más genuina resistencia nacional, y nacionalista.
Parece justa la aseveración de que tanto atentado, con tanto civil muerto, escapa a las posibilidades de una organización, Al Qaeda, cuyos líderes -el celebérrimo Al Zarqawi entre ellos- constituyen en el criterio de muchos observadores un invento la mar de útil, con que mantener en el aire el miedo al coco, trasunto de una guerra psicológica pergeñada allá por los vericuetos del Norte.
A mano, un ejemplo de hasta dónde son capaces de avanzar en el camino de la ignominia los señores empecinados en el petróleo. De acuerdo con un reciente comunicado de la Asociación de Estudios Musulmanes de Iraq, un compatriota desertor del ejército de EE.UU. -acogido a entendible anonimato- ha revelado el protagonismo de sus antiguos amos en actos tales como la detonación de bombas en mercados y otros sitios concurridos, con el objetivo de promover luchas internas entre gente solo separada por alguna que otra diferente interpretación de la tradición coránica, algún que otro ritual distinto…
«Mi tarea -dijo- era hacer de vigilante, pero poco después del cambio de la situación los norteamericanos me metieron en las dependencias de un grupo que era parte de una unidad que estaba cometiendo asesinatos por las calles de Bagdad. Debíamos matar a determinadas personas. Los norteamericanos nos daban nombres, fotografías y planos sobre sus movimientos diarios, desde y en dirección a sus casas, y debíamos matarles -repite el hombre como para exorcizar los demonios del recuerdo-. Por ejemplo, chiitas en el distrito sunita de Zamiyah; o sunitas en el distrito chiita de Madinat…Si alguno de la unidad cometía un error, era fusilado».
Fusilado por los verdaderos terroristas de Iraq. Terroristas de Estado que han fallado en sus fines tácitos, porque entre las falanges estadounidenses, británicas, las palabras derrota y retirada se perciben cada vez más. Retirada y derrota signadas por cifras que citamos como al desgaire, tomadas aleatoriamente entre innumerables: «La estrategia de la administración Bush en el Iraq ocupado ha entrado en una fase crítica. Con 309 bajas militares mortales, el mes de junio pasado completó el trimestre más sangriento para las topas estadounidenses desde la invasión del país árabe, en marzo de 2003».
Mas los gringos no se cansan de cosechar desastres. Para los editorialistas del diario La Jornada, de México, en la medida en que el Pentágono y la Casa Blanca han promovido la discordia y la polarización violenta entre las comunidades chiitas, sunitas y kurdas, Iraq se encuentra envuelto en una guerra civil visible y evidente para todo el mundo, excepto para los estrategas de la Casa Blanca (que se niegan a verla, precisamos nosotros). ¿Y acaso no deseaban y propiciaban esa guerra?, nos preguntaría un desavisado. Sí, pero la debacle aquí consiste en el hecho de que esta ha impedido la consolidación del Gobierno títere de Nuri al Maliki. «A las deserciones de los funcionarios sunitas han seguido las de los chiitas, y en el gabinete sólo permanecen en funciones 17 de 40 ministros. Para una autoridad que no puede ejercerla en el territorio nacional, y ni siquiera en la totalidad de la capital, tal proporción no significa, por cierto, que haya 17 ministerios funcionando; de hecho no funciona ninguno».
Lo que sí funciona es la resistencia, que de predominantemente sunita se explaya entre los chiitas -con los conmilitones del clérigo Al Sadr a la cabeza-, y está frustrando en toda la línea el anhelo yanqui de desmembrar a Iraq en pequeños estados en conflicto, la gran aventura neoconservadora, anhelo basado en la falta de perspectiva histórica, porque se malinterpretó la riqueza de una sociedad caracterizada por su cosmopolitismo y su multiconfesionalismo como una vía expedita de división sectaria, a despecho de la convivencia milenaria de etnias y confesiones religiosas, como musulmanes chiitas y sunitas, cristianos, sabeos, yezidíes….
Y a Bush, al pobre Bush, se le encrespan políticos y legisladores, tanto que hasta su cerebro gris, Karl Rove, le pide la renuncia, y se marcha, siguiendo la misma ruta que el secretario de Defensa Donald Rumsfeld y otros peces gordos. Pero, alto ahí: Bush, impertérrito. Como si con él no fuera -¿verdaderamente no entenderá nada de nada?-, despliega en Iraq alrededor de 162 mil efectivos -la mayor cifra desde el comienzo de la invasión-, a pesar de la advertencia de un órgano del Congreso en el sentido de que la guerra puede llegar a costar más de un millón de millones de dólares a los contribuyentes.
Claro, al hombre le quedan algunos asesores. Por eso trata de implicar en el mayúsculo desastre a la OTAN, y a la ONU, cuyo Consejo de Seguridad acaba de aprobar una resolución que extiende el mandato de la misión en la añeja Mesopotamia. Todo por la maldita necesitad de petróleo. Y por que no se les adelante ninguna potencia en esta desenfrenada carrera que habrá de acabar mal… Al menos para ellos. ¿Para quiénes? ¿De quiénes hablamos, caramba, si no del pez pega?