Traducido para Rebelión por Germán Leyens
[Corazones y mentes. La calle árabe. La atmósfera dentro de la cerca, donde las criaturas condenadas pero aterradoras del pasado distante han estado confinadas de modo seguro para nuestro ansioso entretenimiento. Es el misterio inescrutable del otro. ¿Qué lo mueve? ¿Décadas de traición y humillación? No. ¿Podrían ser los miles de manuales de entrenamiento de la CIA, sorprendentemente violentos, con los que inundaron Afganistán durante la guerra soviética? No. ¿Podrían tener algo que ver las rugientes olas de dinero saudí con este problemático resurgimiento del fervor wahabí? No. ¿Entonces por qué Arabia Saudí está tan inestable, es Irak una llaga abierta agonizante, y Egipto agitado por la sedición clandestina? La respuesta es maravillosamente simple: según el Comandante en Jefe. Vean, odian la libertad. – JAH]
El prisma que utilizamos normalmente para examinar los desarrollos sociales y políticos es ideológico y político. Este país es una democracia. Ese país es una dictadura. Este país es una socialdemocracia, ése es capitalista, este otro comunista, etcétera.
Aunque esto pueda ser a veces una manera cómoda de referirse a los problemas, las más de las veces oculta más de lo que revela. Para examinar el papel de los estados petroleros del Golfo, se puede encontrar una interpretación más clara y profunda si se contemplan las sociedades desde la perspectiva del desarrollo.
La falacia inherente en la interpretación ideológica es triple: reemplaza las fuerzas que se encuentran más allá del control detallado de actores históricos individuales por agentes heroicos (hasta el punto de ser míticos) que han «dirigido» la historia por la fuerza de su voluntad; implica una historia linear, unidimensional de causa-y-efecto; y envía al analista social que investiga a reducir la realidad a ideas, en lugar de sintetizar las condiciones materiales, la sociedad y las ideas. Este hábito del pensamiento es en sí un producto de la era que ahora ha pasado su apogeo en el Occidente ‘desarrollado’, es decir el «modernismo».
Igual como la Europa Medieval consideró axiomática la existencia de los humores corporales, las esferas celestiales y la Gran Cadena del Ser, las sociedades metropolitanas desarrolladas de la actualidad consideran la ciencia mecánica compartimentada y el dualismo del Hombre contra la Naturaleza (nótese también el género axiomático) como inherentes al mundo, en lugar de construcciones sociales que nacieron y morirán un día.
Volviendo a la alegoría del Parque Jurásico – cuando el parque se ha desintegrado, los habitantes humanos han sido comidos, dispersados, u obligados a buscar refugio, y los velociraptores merodean delante del edificio del parque, la protagonista, la paleo-botanista Dra. Elie Sadler, come helado con John Hammond, que relata una nostálgica historia de su primer «parque» cuando era niño, cuando construyó un circo de pulgas y luego declara que ‘la próxima vez’ lo hará bien, mantendrá el control.
HAMMOND: La creación es un acto de pura voluntad. La próxima vez será perfecto.
SADLER: Sigue siendo el circo de pulgas. Todo es una ilusión.
HAMMOND: Cuando controlemos este lugar…
SADLER: Nunca tuvo el control. Ésa es la ilusión.
Lo que es más, los seres humanos – tanto individuos como colectivos – tienen la capacidad de crear situaciones como actos de genuina voluntad humana que se convierten rápidamente en condiciones que están más allá del control de la voluntad humana. Y hay tendencias de desarrollo en la sociedad que ponen en movimiento fuerzas sociales que se hacen más poderosas que cualquier individuo, cualquier organización o cualquier institución.
Puedo ilustrar esta afirmación con otra. La Revolución Estadounidense hubiese ocurrido con o sin George Washington, Thomas Jefferson, James Madison, Ben Franklin y el resto de ese reparto histórico de personajes. Se desarrollaban contradicciones irreconciliables que llevaban a un punto de ruptura entre Inglaterra y las colonias americanas y que eventualmente hicieron casi inevitable la guerra, mientras los eventos reales de esa guerra dieron a la Revolución Estadounidense su perfil específico.
La Guerra Civil Estadounidense iba a ocurrir con o sin Abraham Lincoln. Las fuerzas que necesitaban preservar la esclavitud y las fuerzas que necesitaban abolirla ya estaban atrapadas en un conflicto histórico, a pesar de los guiones específicos que fueron presentados en este escenario. Iría un paso más lejos y diría que era inevitable que el Norte ganaría… en última instancia. Eso no cambia nada en las acciones y hazañas de los esclavos rebeldes, de Stonewall Jackson, de William Sherman, de Nathan Bedford Forrest, de Frederick Douglass, o de Abraham Lincoln.
La historia es determinada e indeterminada. Sin apreciar esta interacción entre fuerzas incontrolables, accidentes, tendencias sociales y de desarrollo, y la voluntad humana, nos quedamos con un sentido miope – y por ello terriblemente falso – de lo que es realmente la historia. Es un proceso complejo, del que formamos parte, pero no una parte determinante-en-última-instancia, y el proceso es «sensible a las circunstancias iniciales».
Este prefacio es necesario antes de que comencemos a examinar Arabia Saudí y su relación con el actual atolladero en Irak, porque Arabia Saudí es el sitio en el que muchas fuerzas, incluyendo las de la pre-modernidad, la modernidad, y la posmodernidad siguen fundidas en una lucha histórica amarga y muy complicada. Juzgar a Arabia Saudí como «despótica», «misógina», «atrasada», etc., como una forma de reducirla, no nos acerca un solo paso a la comprensión de lo que es esa nación o lo que significa ahora mismo para aquellos en Occidente que tratan de comprender la Guerra Mundial de la Energía.
Osama bin Laden es saudí; su padre inmigró a Arabia Saudí desde Yemen, y su madre, descrita a menudo como saudí, es en realidad siria.
¿Qué sabemos realmente de su persona o de su movimiento, y de cómo ese movimiento se relaciona con Arabia Saudí, que tiene – no por coincidencia – más de un cuarto de lo que queda del petróleo fácilmente extraíble del mundo?
En el Daily Telegraph del 27 de septiembre de 2001, Paul Michael Wihbey escribió: «El objetivo secreto de bin Laden es derrocar a la Casa de Saud». Si dejamos de lado el lenguaje increíblemente chovinista utilizado por Wihbey en todo su artículo, probablemente tiene razón en su afirmación de que «contrariamente a gran parte de la opinión ortodoxa sobre Osama bin Laden, el fugitivo saudí está lejos de ser un loco. En realidad, ha desarrollado un cálculo sorprendentemente engañoso de la guerra regional que tiene una probabilidad razonable de éxito».
Osama bin Laden es un actor militar en la escena mundial, y el intento de reducirlo a él o a su movimiento a «terroristas» oscurece mucho más de lo que revela. Tal como bin Laden no es un loco, tampoco lo fue Sadam Husein, ni lo son los líderes de Corea del Norte. Caracterizarlos como locos es un medio de ejecutar opciones no-militares para «ocuparse de ellos», especialmente cuando no son objeto de acciones militares para comenzar.
El padre de bin Laden, Mohammed, fue extremadamente decisivo en la transferencia del poder del venal Rey Saud al más ético-islámico Rey Faisal a comienzos de los años 60, así que el papel fundamental de la familia en la política saudí no es nada nuevo. El mismo bin Laden es heredero de una lucha que comenzó con el ataque de EE.UU. contra el imperio británico después de la II Guerra Mundial. Esa lucha, que cambió de forma a través de la Guerra Fría, cuando el enfrentamiento global entre EE.UU. y la URSS fue un factor determinante para el mundo durante decenios y en el período subsiguiente a ese conflicto que desapareció con la victoria de EE.UU. sobre el socialismo de estado europeo oriental.
Mientras hablamos del imperio británico, es importante señalar que ese imperio no se basó en la superioridad inherente de las ideas inglesas; nació como el primer arranque del capitalismo de los hidrocarburos sobre el cadáver de una catástrofe ecológica en el Reino Unido llamada la hambruna del hierro, que fue el resultado de la deforestación masiva.
En 1750 las economías europeas estaban crecientemente paralizadas y el hambre era común, especialmente en Francia. La revolución agraria impactó el medio ambiente de manera destructiva. Las leyes de cerramiento privaron a millones de pobres de su acceso a tierras que antes eran comunes, y los llevaron a inmundas ciudades industriales. Más de 3 millones de hectáreas fueron cerradas en un masivo programa agrícola de privatización que destruyó los últimos grandes bosques británicos, que ya estaban bajo intensa presión al proliferar los usos competitivos de la madera.
El cuello de botella más peligroso confrontado por la economía británica fue el colapso total de la industria del hierro al acabarse los suministros de leña para carbón vegetal. En 1700 Gran Bretaña importaba hierro forjado y hierro en lingotes de Suecia, España e incluso de los Urales.
El que semejante comercio haya sido rentable evidencia la grave crisis de la industria inglesa del hierro. La hambruna del hierro afectó a toda la economía inglesa y puso en peligro la defensa de Inglaterra. Fue el contexto de la actividad británica en India y en Lejano Oriente.
Hubo numerosos intentos de resolver el problema fundiendo hierro con sustitutos, el más obvio, coque hecho de carbón. Estos intentos no lograron resolver la escasez de hierro hasta casi fines del siglo XVIII.
Cuando llegaron las soluciones, se combinaron sinergísticamente para asegurar la base del despegue industrial. Pero ya no puede caber ninguna duda de que ese despegue sucedió en gran parte por accidentes fortuitos (había carbón, pero sólo en profundas minas anegadas, que requerían el desarrollo de bombas y luego de máquinas a vapor; el carbón chino era remoto, pero sus minas eran secas; los vientos alisios hacían que las Américas fueran accesibles a los europeos, etc.).
En cuanto al dinamismo de las instituciones, tenemos que pensar más en los desesperados apuros en los que se encontraba Gran Bretaña en 1750 que en alguna superioridad nativa; y tenemos que registrar cómo el capitalismo jamás ha dependido, desde la Ilustración, de instituciones pre-existentes, ya que las consideraba a todas como barreras potenciales y fuentes de estagnación, y que satisfacían sólo a los que servían el régimen de acumulación.
-Mark Jones, 1998
Fue sólo cosa de tiempo antes de que se descubriera la mayor eficacia del petróleo para el funcionamiento de las máquinas y que el que no tuviera esa tecnología se iba a quedar atrás… muy atrás.
Desde el comienzo de la I Guerra Mundial, el sector financiero de Estados Unidos se lanzó por un camino tendiente a desangrar al Imperio Británico. Lo hicieron tan bien con el repago de la deuda de la guerra, que la obligación británica de sangrar a los alemanes con las reparaciones para compensar esa deuda condujo directamente a la II Guerra Mundial. Después de la II Guerra Mundial, Estados Unidos, fijó una nueva dirección a fin de convertir a una Gran Bretaña en bancarrota en su satélite financiero, lo que logró con éxito.
Es importante comprenderlo porque fue Gran Bretaña la que fijó las fronteras nacionales en el llamado Medio Oriente (un término imperialista para Asia Sudoeste y África del Norte), después de que los aliados en la I Guerra Mundial derrotaron allí al imperio otomano (turco). Esas fronteras incluían a «Arabia Saudí».
Arabia Saudí estaba poblada sobre todo por tribus beduinas, que fueron forzadas desde arriba por Gran Bretaña a integrarse en una nación. Abdul Aziz ibn Abdul Rahman al Saud (Abdul Aziz) reconoció a Gran Bretaña como «protectora del Golfo» y Arabia Saudí fue constituida como nación en 1932, y colocada a continuación bajo su supervisión. Aziz estuvo perfectamente dispuesto a servir de lacayo británico a cambio de poder controlar la ingente riqueza que se encontraba bajo el suelo saudí. En el mismo período, los británicos también colocaron a Abdullah en Jordania, a Faisal en Irak y a los Pahlavis en Irán.
Lo que también hizo Gran Bretaña fue prometer simultáneamente Palestina a los árabes que vivían allí y a un movimiento separatista judío proveniente de Europa oriental llamado los sionistas (aunque había facciones dentro del movimiento sionista que rechazaban el separatismo, esas facciones fueron decisivamente derrotadas.)
Los antepasados de Ibn Saud necesitaban un mecanismo de control social sobre las tribus revoltosas de Arabia, así que hicieron un pacto con Ibn Wahhab en el siglo XVIII. Wahhab era un líder de secta islámica con una interpretación muy estricta, selectiva y literal del Quran. El wahabismo, la tendencia religiosa militarizada de la cual surgieron los talibanes y otros, ha sido una componente absolutamente básica de la cultura árabe saudí desde sus comienzos.
Su influencia regional explica el extremo conservadorismo social de muchos musulmanes, tal como el cristianismo evangélico ha propagado algunos valores similares en Estados Unidos. Antes de la emergencia del poder wahabista, el Islam era una de las grandes religiones liberales, dedicada al saber (y a la preservación y al realce del antiguo conocimiento griego en particular) y al desarrollo de la ciencia; posiblemente menos misógina que sus homólogas, y consecuentemente durante mucho tiempo la más cosmopolita de las religiones.
En la Primera Parte, hice referencia a la lucha entre el rey Enrique II de Inglaterra y Thomas Beckett. Esto fue llamado la Controversia de la Investidura, una prolongada lucha entre la religión y el Estado en Europa medieval. El Estado terminó por vencer.
Existe una especie de controversia de la investidura en la Arabia Saudí de la actualidad.
Aunque los gobernantes políticos saudíes utilizaron al Islam wahabista como un medio de control social para consolidar su poder, la venalidad de los líderes políticos saudíes condujo a muchos que tomaron en serio los estrictos edictos religiosos del wahabismo a criticar activamente e incluso a resistir el poder de la familia real. El manejo de este conflicto es una preocupación importante en la política interior saudí, y es complicado por las luchas intestinas por el poder dentro de la familia real saudí – que ahora consiste de unos 4.000 príncipes.
En el pasado, los ingresos saudíes del petróleo fueron utilizados para asegurar un nivel de vida del ciudadano saudí promedio suficientemente elevado como para sofocar el potencial de malestar social.
Podríamos decir que la crisis contemporánea del Islam comenzó cuando el petróleo brotó de bajo la superficie del desierto… o podríamos decir que comenzó cuando el presidente de EE.UU., Eisenhower, y el monarca saudí firmaron un tratado en enero de 1957 que convirtió la defensa de la península en parte del interés de la seguridad nacional de EE.UU.
– Vijay Prashad, «The Troika of Imperialism, Petro-Sheikhs and Dissident Jihadis,» Znet, May 24, 2002
En el exterior, las políticas saudíes se han concentrado en la exportación de petróleo y en la exclusión de influencias ‘insalubres’ fuera de la sociedad saudí. Entre esas influencias, que podrían haber constituido una amenaza para la Casa de Saud, estaban el nacionalismo pan-árabe y el socialismo. Por casualidad, el nuevo amo de Gran Bretaña, Estados Unidos, compartía esas preocupaciones.
El movimiento de Gamel Abdul Nasser en Egipto en 1952 conmocionó a Occidente, más que nunca sediento de petróleo, cuando declaró que «el petróleo árabe es para el pueblo árabe». No querían decir «el petróleo árabe es para la Casa de Saud». Al contrario, querían decir que el petróleo árabe debía ser de propiedad pública y utilizado para desarrollar las naciones árabes para elevar su nivel de vida. Esto alineó a los nacionalistas árabes con la Unión Soviética, no ideológicamente, pero en términos del énfasis (1) en el desarrollo y (2) en la autarquía.
No los alió con los soviéticos, pero los alineó.
Como parte de nuestra mitología oficial de la Guerra Fría, se nos ha llevado a ver a la Unión Soviética como preocupada sobre todo por construir el socialismo (que es erróneamente considerado como necesariamente despótico). El uso por Stalin de la retórica marxista como una especie de sustituto de la doctrina religiosa para las masas atrasadas de la antigua Unión Soviética sólo sirvió para reforzar esta impresión. Pero el proyecto social práctico para la Unión Soviética, que sufrió desde el primer día bajo el implacable ataque desde el exterior, fue la supervivencia, el desarrollo y la autarquía – cada una totalmente dependiente de la otra. Era un proyecto para construir una sociedad moderna – frente a la invasión, a la guerra civil, a la hambruna, a la emergencia del fascismo, y a una guerra mundial que mató a casi 25 millones de personas – y que para lograrlo terminó por militarizar toda la sociedad.
Cuando me refiero al pre-modernismo, al modernismo y al postmodernismo, es una referencia a sociedades que son nómadas o agrarias (pre-modernas); con una infraestructura económico y social generalizada de una era científico / industrial (moderna), y aquellas sociedades que existen como parásitos sobre la sociedad científico / industrial (posmoderna).
La Unión Soviética aspiraba a la modernidad mediante una movilización masiva de los recursos productivos y del desarrollo industrial. Éste era también el proyecto de los nacionalistas árabes. La autarquía, es decir, la auto-suficiencia y la independencia para los estados del petróleo y sus vecinos, era un anatema para Estados Unidos y Gran Bretaña. La Casa de Saud también se alarmó por el idealismo y la osadía de Nasser.
Por lo tanto, el nacionalismo árabe y el comunismo eran vistos como mellizos por los estadounidenses y los gobernantes saudíes. Los saudíes operaban en un mundo moderno aunque ejercían el control interior mediante convenciones pre-modernas. El modernismo en la región los rodeaba de nociones que inevitablemente acompañan al modernismo – la crítica científica de la religión, proyectos políticos laicos y los peligrosos sueños de soberanía popular.
Vijay Prashad:
Formaba parte de los intereses creados de estos petro-jeques continuar en el poder, y vendieron su legitimidad secular al imperialismo con tal de que sus tronos permanecieran intactos. Esta alianza petrolera cultivó y financió corrientes islámicas derechistas para debilitar el nacionalismo radical y el comunismo de Egipto a Irán y más allá.
La estrategia combinada de EE.UU. y de los saudíes era el empleo de fundamentalistas islámicos como un arma contra el nacionalismo árabe y el socialismo. EE.UU. dio a los saudíes un cheque en blanco respecto a su propia seguridad a cambio de su cooperación en este objetivo a largo plazo.
Los gobernantes saudíes, temerosos ellos mismos de los fanáticos wahabíes, los financiaron considerablemente para crear dependencia, y animaron activamente las aventuras yihadíes en toda la región como un medio de reorientar su energía militante.
Uno de los partidarios principales de esta política saudí fue el padre de bin Laden. Los fundamentalistas islámicos se oponían al liberalismo inherente en el modernismo y se oponían al socialismo que consideraban impío.
Mientras los saudíes se interesaban por lanzar al fundamentalismo islámico contra las amenazas regionales, Estados Unidos estaba interesado en la Unión Soviética. Y aunque la administración Reagan trató rápidamente de llevarse los laureles por el golpe de noqueo para derrotar al bloque soviético, la administración Carter lo había preparado con la guerra en Afganistán.
Los saudíes ya habían estado financiando generosamente y lavando dinero para las operaciones clandestinas de EE.UU. contra Nicaragua, Panamá, Mozambique y Angola, pero a Afganistán enviaron un verdadero ejército.
La Unión Soviético conquistó y ocupó estados limítrofes, pero no como un poder imperial en el sentido más estricto del término. Formaron relaciones comerciales bilaterales, que en general no fueron de explotación, con esos países, aunque los controlaban desde el punto de vista militar, y la preocupación fundamental soviética era tener estados tapón militares estratégicos. En 1979, los militares soviéticos ocuparon Afganistán para apoyar un gobierno salido de un golpe pro-soviét5ico. El propio gobierno pro-soviético de Noor Mohammed Taraki deseaba la modernización, y como parte de esa modernización otorgó la igualdad legal a las mujeres, lo que se convirtió en un punto clave para movilizar a los fundamentalistas islámicos contra el proceso de modernización.
La oposición no tuvo la capacidad de montar una resistencia guerrillera efectiva.
Entonces entra en juego Zbigniew Brzezinski, el consejero nacional de seguridad del presidente Carter. Brzezinski era un antisoviético violento y resuelto en su deseo de infligir a la URSS una derrota estratégica. Su plan era utilizar Afganistán como una rampa de lanzamiento para propagar el wahabismo en todas las repúblicas centroasiáticas (críticas desde el punto de vista estratégico) que formaban parte de la Unión Soviética: utilizar un arma ideológica pre-moderna para movilizar la resistencia contra una sociedad moderna construida por el Estado soviético tan poco tiempo antes que las ideas pre-modernas aún tenían influencia sobre gran parte de la población.
Laurence Coates, en «America and Jihad» (March, 2004), una reseña de «War Without End» (Dilip Hiro) y «Unholy Wars» (John Cooley), escribe:
La invasión de Afganistán por la Unión Soviética, para apuntalar a un gobierno soviético a fines de 1979, marcó un momento decisivo en la suerte del Islam político ultra-conservador. ‘Tiene que comprender’, dijo un comandante de guerrilla citado por Cooley, ‘que [los partidos políticos de la resistencia afgana] eran muy pequeños en aquel entonces. Nuestra organización en Kabul era muy pequeña’. El financiamiento por EE.UU. cambió esta situación. Y el crecimiento del Islam radical chií en el vecino Irán empujó a EE.UU. a una alianza aún más estrecha con la reacción sunní islamista en Arabia Saudí y en Pakistán.
EE.UU. y sus aliados financiaron, armaron y entrenados entre 80.000 y 150.000 guerrilleros islamistas, o muyahidín, saludados como ‘combatientes por la libertad’ por Ronald Reagan, presidente de EE.UU. de 1981 a 1988. En 2001, cuando EE.UU. envió tropas a Afganistán, estos ‘combatientes por la libertad’ fueron reclasificados como ‘combatientes ilegales’ y se les negaron los derechos básicos de los prisioneros bajo la Convención de Ginebra. Los manuales de entrenamiento utilizados actualmente por los agentes de al-Qaeda se basan de cerca en los manuales de la CIA y del Pentágono entregados a los muyahidín en los años 80. ‘Manuales de entrenamiento de los marines de EE.UU. traducidos al persa, árabe y urdu, ‘ escribe Hiro, ‘fueron considerados particularmente buenos para enseñar a los reclutas a construir bombas trampa y a desmontar armas… ‘
Más tarde, Brzezinski afirmó que el objetivo era provocar a Moscú para que invadiera Afganistán y así «proporcionarle a la Unión Soviética su propia guerra de Vietnam’. Al preguntarle un reportero si lamentaba eso a la luz de los eventos posteriores, Cooley informa que Brzezinski dijo: ‘¿Qué fue más importante para la historia del mundo? ¿Los talibán o la caída del Imperio Soviético?’
EE.UU. permitió que Arabia Saudí exportara el wahabismo a todo el mundo musulmán. Washington aceptó la ‘islamización’ de Pakistán bajo el dictador Zia ul Haq (1977-88) y su poderoso Inter-Services Intelligence (ISI). Zia, cuyo papel como conducto de armas y fondos a los muyahidín era vital para el imperialismo, se basó en los líderes religiosos derechistas para afirmar su propia frágil posición. El crecimiento de la secta wahabí – basado en el inmenso financiamiento con fondos saudíes para las escuelas religiosas (madrazas) y para los muyahidín – condujo a una creciente polarización sectaria y a ataques contra la minoría musulmana chií de Pakistán. (Cerca de un 20% de la población).
El beneficio agregado de promover un fundamentalismo sunní en la región fue que podía ser utilizado como un contrapeso para el fundamentalismo chií asociado con la derrota estratégica de EE.UU. a manos de los revolucionarios iraníes que derrocaron al shah de Irán respaldado por EE.UU. en 1979. Para aumentar el esfuerzo contra Irán, EE.UU. hizo una alianza estratégica con un país que estaba logrando una modernización laica en medio de la agitación en la región – Irak.
Estados Unidos alentó y apoyó secretamente a Irak en su guerra contra Irak durante ocho años, regodeándose continuamente cuando esa guerra criminalmente mortífera desangró tanto a Irán como a Irak.
En Afganistán, mientras tanto, la Unión Soviética sufrió una derrota política que tiene un parecido sorprendente con la actual aventura de EE.UU. en Irak.
Luego los saudíes y los estadounidenses aplicaron el golpe de gracia contra los soviéticos – el arma del petróleo.
El libro de Peter Schweizer, «Victory: The Reagan Administration’s Secret Strategy that Hastened the Collapse of the Soviet Union», aunque no tiene el título más excitante del mundo es, sin embargo, un relato fascinante de una prefiguración poco conocida pero de una importancia monumental de la Guerra Mundial de la Energía.
El adusto, farfullante, director de la CIA, Bill Casey, importado de Wall Street, organizó un acuerdo con los saudíes que Schweizer describe en fascinante detalle. Su objetivo final era la guerra económica contra la Unión Soviética, debilitada ahora por su desventura en Afganistán.
Si alguien que sigue la historia del petróleo se preguntó alguna vez lo que causó la precipitada caída de los precios del petróleo en 1985, ésta es la historia:
La principal fuente de ingresos externos de la Unión Soviética para su desarrollo, eran sus exportaciones de petróleo. Su principal y oneroso gasto era militar – las masivas fuerzas armadas que mantuvo a lo largo de la Guerra Fría en las fronteras europeas del Pacto de Varsovia, y la escalada en la carrera de los armamentos nucleares,
Casey cerró un trato con los saudíes, que ya entonces podían mover los precios mundiales del petróleo hacia arriba y hacia abajo a su voluntad, según el cual EE.UU. garantizaría la seguridad saudí y proporcionaría una cantidad de sistemas de armas de última tecnología para los militares saudíes, a cambio de una baja del precio del petróleo de lo que era (entonces) la enormidad de 35 dólares por barril a 10 dólares por barril. Mientras tanto, Casey llevó a Reagan a decir en público cosas extravagantes y poco diplomáticas – incluso cosas que sonaban un poco desequilibradas.
Los ingresos soviéticos por concepto de petróleo fueron recortados en un 70%, mientras los gastos militares aumentaban para reaccionar ante lo que se percibía como una escalada de las tensiones indicada por la retórica demencial de Reagan. Y como dijo un comentarista: La victoria «desmiente a los comentaristas simplistas en los medios que afirman que la Unión Soviética cayó por su propio peso. No lo hizo. La empujaron».
La empujaron de la era moderna a un estado pre-moderno, donde ahora 13 millones han muerto prematuramente, donde el desempleo, el crimen, la adicción, y el suicidio forman parte de la vida de todos los días. De ahí el fermento de la hostilidad de Rusia hacia EE.UU.
Pero «la sensibilidad a las condiciones iniciales» aún tenía importancia, y los saudíes cosecharon lo que habían sembrado. Mientras el Islam wahabí parecía una excelente idea cuando se oponía al nacionalismo árabe, en 1991 EE.UU. y los saudíes comenzaron a tener una idea de lo impredecible de su potencial.
Hay una escena en Parque Jurásico en la que el paleontólogo doctor Allan Grant está examinando en el laboratorio a un crío de dinosaurio recién nacido. Le pregunta al bio-ingeniero jefe de Hammond: «¿De qué especie es esto?
«Es un velociraptor».
Con cara de repentina consternación responde: «¿Criaron raptores?»
Los saudíes dejaron de lado a bin Laden después de que los soviéticos abandonaron Afganistán, donde la milicia wahabí llamada los talibán terminó por conquistar el poder político y por formar el nuevo gobierno afgano.
Bin Laden continuó acumulando su fortuna en Arabia Saudí y a gastar importantes sumas de ese dinero criticando la relación saudí-estadounidense. En 1990, cuando se estaba preparando la primera invasión de EE.UU. en Irak, bin Laden, entrenado por la CIA – cuya propia familia tenía importantes relaciones empresariales con la familia del presidente George Bush – solicitó permiso para utilizar sus muyahidín para combatir a los baazistas ‘ateos’ de Irak. Los saudíes, por temor a que la reconstitución de un cuerpo armado entre ellos bajo la dirección de un hombre cuya hostilidad pública contra la Casa de Saud crecía de día en día, se negaron.
En 1991, EE.UU. invadió Irak, y el gobierno saudí expulsó a Osama bin Laden hacia Sudán.
En 1996, el gobierno sudanés, bajo intensa presión de EE.UU., expulsó a bin Laden. Fue a Afganistán, un país que ahora estaba bajo el control político de sus correligionarios.
El resto, como se dice… es historia.
Permítanme terminar con una prolongada cita del antes mencionado artículo de Paul Michael Wihbey:
La creencia más poderosa [de Bin Laden]es que Arabia Saudí puede ser puesta de rodillas, que se puede derrocar la Casa de Saud y que una nueva teocracia, basada en su versión de un Islam puro y no-contaminado, puede llegar al poder en la Península Árabe…
… Incluso antes de los ataques contra Nueva York y Washington, el poder de bin Laden se hizo sentir al nivel más elevado del régimen saudí. Varios días antes de los ataques del 11 de septiembre, el jefe de la inteligencia saudí, que había estado en ese puesto durante 25 años, el príncipe Turki, hermano del ministro de exteriores saudí, fue repentinamente despedido de su puesto.
Turki no era precisamente el tipo de hombre para ser despedido de esa manera; era responsable de las relaciones saudíes con Afganistán y Pakistán y de la relación saudí con los servicios de inteligencia de EE.UU. Parece que Turki fue la primera víctima de alto rango de una lucha por el poder entre dos facciones en competencia en la familia real saudí sobre cómo manejar los pedidos estadounidenses de neutralizar a bin Laden.
La remoción de Turki de su puesto presagió más trastornos dentro de la elite gobernante de la Casa de Saud. Sólo dos semanas más tarde, y una semana antes del ataque contra EE.UU., informes fidedignos sugieren que el enfermo rey Fahd voló a Ginebra con un séquito enorme y que ahora sigue recluido tras los muros fuertemente protegidos de propiedades privadas registradas a nombre de sus socios empresariales europeos.
Para bin Laden, la partida del rey Fahd sólo puede ser considerada como una victoria en su campaña para librar a Arabia Saudí de la contaminación del control estadounidense a través de sus testaferros en la Casa de Saud. Con la salud del rey Fahd sometida a vigilancia médica 24 horas al día, y con la familia real saudí dividida entre la facción conservadora, religiosa, del príncipe heredero Abdullah y la del ministro de defensa, el propio hermano del rey Fahd, el príncipe Sultan, el futuro curso político de Arabia Saudí y, con él, la estabilidad del Golfo, queda por decidirse.
Bin Laden ha esperado esto desde 1991, cuando fue los saudíes lo echaron a un lado por ofrecer sus fuerzas de combate para defender el reino contra Sadam Husein. Bin Laden conoce íntimamente la fragilidad de la estructura del poder saudí.
… Llegó a despreciar lo que consideraba como una estructura del poder maligna y corrupta indistinguible del sistema político de EE.UU. Impertérrito ante la deferencia y la lealtad, comprendió que la legitimidad de la familia real saudí podía ser socavada a través de la defensa de una ideología religiosa alternativa, indígena. Muchos jóvenes saudíes descontentos se sentían crecientemente alienados por un régimen que no podía ni defenderse por sus propios medios ni mantener un nivel de vida que ha bajado de 18.000 dólares por cabeza en los años 80 a 6.000 en 2000.
Con el deterioro del ambiente económico y político, bin Laden puede decidir que se acerca el momento para activar a los miles de disidentes saudíes en el reino que forman el núcleo de su apoyo, y explotar al hacerlo el cisma entre Abdullah y Sultan para lanzar la desestabilización de la monarquía saudí…
… Bin Laden considera este panorama de confusión interna y de inestabilidad política saudíes como el punto vulnerable de la estrategia estadounidense. Mientras más se vea que la familia real saudí ya no puede mantener la cohesión y el consenso internos dentro de la familia real, mayores serán las probabilidades de que disidentes religiosos saudíes escuchen el llamado de bin Laden y se alcen contra el régimen.
Sería un error reducir el atractivo del Islam fundamentalista / radical al opuesto binario de la modernidad: la superstición contra el progresismo. Aunque esta variante del Islam, que gana terreno entre las masas del Sudoeste Asiático, se ha opuesto al socialismo laico, las masas mismas han dado a este Islam militante un cierto contenido anticapitalista. Este pre-modernismo no sólo representa ahora la estabilidad percibida de un patriarcado clerical retrógrado, sino que es una reacción contra el social darwinismo de Occidente, contra el consumismo, contra la sensación de la falta de sentido que amenaza por la incesante tendencia capitalista a reducir todo aspecto de la vida moderna a una mercancía. Y el aspecto del capitalismo global que nosotros en el mundo desarrollado no vemos, es el latigazo mismo sentido sobre las pieles del mundo subdesarrollado, donde las sociedades ven que lo poco se convierte en menos, a medida que se les arrancan los recursos y se llevan a estas aglomeraciones occidentales de tecnomasa, de luces destellantes, y de un frenético movimiento hedonista.
El capitalismo global es identificado con su inseguridad, su dolor, su humillación, y sobre todo con EE.UU. e Israel.
Fin de la Tercera Parte.
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