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Las víctimas de la elección

Fuentes:

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Se retuerce de dolor, quejándose continuamente. El pecho del coronel de la policía iraquí está cubierto de vendas, sus piernas, debajo de las rodillas, completamente ocultadas a la vista por gruesos vendajes que sujetan los restos de sus canillas.

«Le dimos primeros auxilios y pedimos una transferencia porque no me quedan especialistas», me dice la doctora Aisha – cambié su nombre tal como me lo pidieron porque ahora está técnicamente prohibido que los médicos hablen con los medios o les permitan que tomen fotografías en los hospitales iraquíes, a menos que reciban permiso del Ministerio de Salud y de su consejero estadounidense.

Y aún con permiso sólo nos permiten que hablemos con «portavoces» en hospitales seleccionados.

Yarmouk no estaría por cierto entre los primeros de su lista de hospitales seleccionados para visitas de la prensa, ya que por ser uno de los hospitales más grandes y más concurridos de Bagdad, ubicado en el centro de la capital, la mayoría de las víctimas llegan aquí.

La cara del coronel se deforma por el constante dolor. Se escuchan sus quejidos involuntarios cuando aprieta a cada instante los ojos, soñando con algún alivio.

«Lo enviamos a un hospital neurológico que no pudo tratarlo porque todos sus especialistas han abandonado el país», continúa la doctora. Su frustración se expresa en la precisión de sus palabras, que martillean los detalles como un veterano en el frente de batalla.

Así que devolvieron al coronel a Yarmouk sin atenderlo. Protegía un colegio electoral cuando un atacante suicida estalló cerca. La metralla convirtió sus piernas en carne molida y desgarró totalmente su pecho.

«Le pedí que no abandonara la casa, que no obedeciera a los estadounidenses», me dice su mujer que está parada cerca con su pequeño hijo y su hija, «Pero dijo que tenía que ir o los estadounidenses le cortarían el sueldo. Y también dijo que era su deber.»

Lo mira al escuchar un nuevo quejido de su cara contorsionada, y me mira con furia en sus ojos cansados.

«¡Los estadounidenses le dijeron que debía morir con sus compatriotas! ¡Dios los maldiga por lo que le han hecho a mi marido! ¡Dios los maldiga por lo que le han hecho a Irak!»

Rápidamente le damos las gracias y nos apresuramos a abandonar la pieza, porque no queremos llamar aún más la atención.

Mientras caminamos hacia la habitación siguiente por el mugriento pasillo con ventanas rotas, la doctora Aisha espanta a una mosca, de las tantas que están constantemente zumbando dentro del hospital.

«Probablemente perderá las piernas. Todo lo que tenemos son doctores en rotación y residentes ya que todos nuestros especialistas abandonaron el país para no ser secuestrados. He estado aquí dos días ininterrumpidos, sin dormir», dice, mientras un grupo de enfermeras se acerca para que firme varios archivos.

En la habitación siguiente hay otro policía. Su abdomen fue destrozado por el obús de un mortero en un centro de voto… sujeta una venda azul sobre su cara que fue alcanzada por metralla. Hay tubos que salen de su estómago hacia un lado de la cama.

Su padre ve a la doctora al acercarnos y comienza a hablar con ella: «¡Este hospital es tan sucio! ¡Quiero transferir a mi hijo! ¡La atención es horrible!»

Ella le explica tranquilamente que están haciendo todo lo posible, sin suficientes doctores, sin bastantes limpiadores, sin bastantes enfermeras, sin bastantes suministros, sin bastantes medicinas.

El hijo del padre enfadado es un policía de 28 años llamado Jalil Hassan y se mueve incómodamente en su cama. La pieza huele a plátanos podridos y hay moscas por todas partes. Cada vez que una enfermera o un enfermero entran a la pieza de ocho camas son acosados por familiares enojados y tensos.

Cerca hay un votante, Amir Hassan, de 27 años. Su centro electoral también fue atacado con morteros. La metralla le dio cerca de la cintura y espera alguna medicina inexistente para el dolor.

«Pedimos suministros a los estadounidenses», me dice la doctora Aisha, al salir de la sala, «pero no nos dieron ninguna ayuda. ¿Cómo podemos continuar así? Cuando un soldado estadounidense sufre heridas graves lo llevan en avión a Alemania o a EE.UU. ¡Aquí tenemos altos oficiales de la policía y soldados iraquíes y los traen a este hospital inmundo, sin especialistas!»

Abu Talat y yo le damos las gracias por su tiempo y por aceptar el riesgo que significa habernos llevado al interior de su hospital.

Veo ventanas nuevas en su oficina – la última vez que estuve aquí habían sido destruidas por un coche bomba en la cercanía. Este sitio se convierte en un hospital de campaña cada vez que un coche bomba provoca numerosas víctimas, lo que ocurre casi cada día. Me pregunto cuánto van a durar sus nuevos cristales.

También noto la nueva pintura blanca sobre un par de edificios. Abu Talat se da cuenta que la miro incrédulo y comienza reírse agitando las manos.

De vuelta en la calle, vamos a encontrar algo para el almuerzo. Seguimos nuestro ritual acostumbrado, en el que él conduce y al mismo tiempo organiza entrevistas. Mientras sujeta el teléfono lo más lejos posible de su cara para encontrar un nombre, se lo arranco para marcar el número y el vuelve al centro de la calle.
«Nombre», pregunto. «El doctor Hamad», responde. Lo encuentro, marco, le paso el teléfono y le digo, «Ya está llamando».

«Gracias», dice mientras vamos serpenteando un poco más por la calle. Busca su encendedor en los bolsillos, mientras aprieta el teléfono contra la oreja, así que le enciendo el cigarrillo y volvemos a conducir normalmente. Esto se ha convertido en una ciencia.

Siempre tiene un par de gafas sobre el tablero de mandos – a veces las de lectura, otras sus bifocales, que nunca usa a pesar de mi insistencia. Durante un año le di la lata para que comprara gafas nuevas y lo aplaudí cuando me las mostró hace poco.

Por cierto que nunca se las pone.

Las calles están de nuevo repletas de tráfico, después del cierre durante las elecciones. Camiones llenos de policías iraquíes con sus máscaras negras luchan por abrirse camino entre la masa de coches, apuntando sus Kalashnikovs a todos en intentos fútiles de salir adelante.

«Me siento muy amenazado cuando veo a estos policías o a los soldados estadounidenses apuntándonos con sus fusiles», dice Abu Talat, cuando pasa un camión cargado de soldados iraquíes, apuntándonos con sus fusiles al pasar por una intersección, «No acepto algo así».

Nos detenemos para comprar algo de schawarma al otro lado de la calle frente a un puesto militar australiano que fue recientemente atacado por un coche bomba. Echo un vistazo al edificio, con parte de sus tres pisos destruida por la explosión.

Unos pocos días después del ataque la cercana embajada australiana decidió mudarse a «Campo Victoria», una gran base militar de EE.UU.

De vuelta en mi habitación, miramos las noticias mientras almorzamos y tomamos té. Comienzan a aparecer nubes de tormenta sobre la reciente votación: Mishaan Jiburi, uno de los candidatos, acusó a la comisión electoral de no haber suministrado deliberadamente materiales en las áreas suníes.

Votantes árabes en el norte que tenían intenciones de boicotear las elecciones en Kirkuk decidieron a última hora que votarían para no perder la ciudad rica en petróleo en manos de los kurdos. Por lo tanto, no había suficientes papeletas, y ahora la trama se complica.

«Pienso que la decisión vino de Bagdad», declaró Jiburi a los periodistas, «Estaban preocupados de mantener a los suníes fuera del juego.»

Sólo ayer el vicepresidente interino Ibrahim al-Jaafari advirtió ante la posibilidad de guerra civil si los militares de EE.UU. se retiraban prematuramente de Irak.

Hay que recordar que las ‘elecciones’ fueron hace sólo tres días.

Enviado por Dahr Jamail el 2 de febrero de 2005 05:45 PM
http://dahrjamailiraq.com/weblog/archives/dispatches/000194.php#more
2 de febrero de 2005