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Lección de historia en Irak

Fuentes: La Jornada

Los estadunidenses podrían aprender mucho del jeque Jouwad Mehdi al-Khalasi. Hombre alto y distinguido que habla con elocuencia y sentido del humor, posee la misma frente y ojos penetrantes de su abuelo, el hombre que encabezó la insurrección musulmana chiíta contra la ocupación británica en 1920. Saca un retrato del viejo revolucionario, quien luce una […]

Los estadunidenses podrían aprender mucho del jeque Jouwad Mehdi al-Khalasi. Hombre alto y distinguido que habla con elocuencia y sentido del humor, posee la misma frente y ojos penetrantes de su abuelo, el hombre que encabezó la insurrección musulmana chiíta contra la ocupación británica en 1920.

Saca un retrato del viejo revolucionario, quien luce una barba esponjada pero peinada con cuidado. Uno de los más eminentes eruditos de su tiempo, el jeque Mehdi acabó su vida en el exilio, negociando con el gobierno bolchevique de Lenin; su muerte fue misteriosa: sus partidarios creen que la inteligencia británica lo envenenó.

Los hombros del jeque Jouwad se estremecen con la risa cuando le indico que existen más de unos cuantos paralelos entre las insurrecciones iraquíes de 1920 y 2004. «Exacto», dice. «En 1920, los británicos trataron de instaurar un gobierno iraquí de puro nombre, parece una copia de la resolución 1546 del Consejo de Seguridad de la ONU.»

El jeque Mehdi al-Khalasi había adquirido el título de gran marja (el erudito chiíta de más alto rango) a la muerte de Mohamed al-Shiazi, y emitió una fatwa en la que llamaba a sus seguidores y a todos los chiítas de Irak a no participar en las elecciones, no dar legitimidad a un gobierno establecido por las fuerzas de ocupación.

«No sólo los chiítas respondieron, sino también sunitas y judíos, cristianos y otras minorías. Las elecciones fracasaron y los británicos obligaron a mi abuelo a salir de Irak. Lo arrestaron en su casa, al otro lado de esta escuela de religión en la que estamos ahora, un hogar que muchos años después Saddam Hussein destruyó a propósito», precisa.

Era una pauta familiar, por supuesto. Los británicos mandaron al exilio a clérigos problemáticos a lo largo del siglo XX -viene a la mente el arzobispo Makarios-, pero el jeque Mehdi resultó tan peligroso en el extranjero como había sido en su patria. Se le trasladó a Bombay, pero era tan grande la multitud de enfurecidos musulmanes indios que arribaron al puerto, que las tropas británicas optaron por dejarlo a bordo y se lo llevaron al caluroso y volcánico puerto de Adén.

«Les dijo a los británicos: ‘No saben adónde llevarme, pero como la temporada de peregrinación se acerca, quiero ir en la haj a La Meca’. Cuando el sherif Hussein, el gobernante, se enteró de esto, envió a mi abuelo una invitación para asistir a la haj. Se reunieron en el monte Arafat, en La Meca. Allí mi abuelo recibió una invitación para ir a Irán, firmada por el ministro de Asuntos Exteriores, Mohamed Mossadeq. Y en Irán lo esperaban muchos líderes religiosos de Najaf.»

Treinta años después, los estadunidenses derrocarían el gobierno iraní de Mossadeq, con ayuda del coronel Monty Woodhouse, del MI6 británico.

El jeque Jouwad gesticula con las manos al hablar y presenta cada nuevo episodio de la vida de su abuelo levantando el índice.

«Cuando el jeque Mehdi al-Khalasi llegó al puerto iraní de Bushehr, recibió una gran bienvenida, pero un funcionario de la Compañía Petrolera Iraní le disparó 10 balazos. Muchas personas dijeron entonces que fue un complot del coronel Wilson, quien había encabezado la ocupación británica en Irak en 1920. Todos los grandes dirigentes religiosos de Qom, en Irán, lo esperaban: Al-Naini y al-Asfahani, y el jeque Abdulhalim al-Hoeri al-Yezdi, quien fue profesor del futuro ayatola Jomeini. Luego el rey Feisal, a quien los británicos habían impuesto en Bagdad, anunció que los líderes religiosos exiliados podían regresar a Irak, siempre y cuando prometieran no meterse en política.»

Indignado, el jeque Mehdi rechazó la invitación, considerándola «un ataque a nuestra función de líderes religiosos y a la independencia de Irak», y se dirigió a la ciudad de Mashad, en el noreste de Irán, donde instauró una asamblea «para proteger los lugares santos de Irak» y publicó tratados en árabe, persa, urdu, ruso y turco.

«Hubo incluso un diálogo indirecto entre mi abuelo y los revolucionarios bolcheviques de Lenin», señala el jeque Jouwad. «Querían valerse de las dificultades de la situación internacional para ayudar a Irak a volverse una nación realmente independiente. Habría una revolución en Irak, ésa era la idea. Pero luego, en 1925, mi abuelo murió de pronto. Dijeron que estaba enfermo, pero mi padre siempre creyó que el cónsul británico en Mashad ordenó que lo envenenaran. La tarde en que falleció, el cónsul había invitado a todos los médicos de Mashad a una recepción fuera de la ciudad, y cuando mi abuelo se puso grave nadie pudo encontrar un médico que lo atendiera.»

¿Y ahora?, le pregunto al jeque Jouwad. ¿Qué pasa en el Irak de hoy? Jouwad preside la Conferencia Islámica Iraquí, que combina intelectuales chiítas y sunitas, y que exige la independencia de Irak, como hizo el abuelo del jeque hace más de 80 años.

«Los chiítas no se separarán y tampoco se aislarán de los sunitas. Tendrán sus derechos cuando todos los iraquíes tengan derechos. También tenemos el derecho a resistir la ocupación en muchas formas y lo hacemos por la vía política… Los estadunidenses quieren guerra civil, pero no lo lograrán porque el pueblo iraquí se negará a entrar en ese enfrentamiento.»

¿Y qué hay de la primera aparición de Saddam Hussein en el tribunal? El jeque vuelve a reír. «Saddam dijo que era una farsa y que Bush es un criminal. Eso es cierto. Pero cuando el juez habló de los asesinatos con gas que Saddam cometió en Halabja, también era cierto.»

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya