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Leo Brouwer y la estética marxista

Fuentes: Rebelión

Se dice siempre que Leo Brouwer es una eminencia de la música cubana. Se le señala también como uno de los más importantes compositores, tanto para su instrumento «natal» (la guitarra) como para el mundo orquestal. Brouwer nació en 1939 en La Habana. Realizó sus primeros estudios en Cuba, y luego en la Juilliard School […]

Se dice siempre que Leo Brouwer es una eminencia de la música cubana. Se le señala también como uno de los más importantes compositores, tanto para su instrumento «natal» (la guitarra) como para el mundo orquestal. Brouwer nació en 1939 en La Habana. Realizó sus primeros estudios en Cuba, y luego en la Juilliard School de Nueva York y en la Universidad de Hartford en Estados Unidos. Estudió también composición con Vincent Persichetti y Stephan Wolpe. En Cuba ha desempeñado una larga carrera musical, como docente en el conservatorio de ese país. También ejerció durante un largo período como director de la Orquesta de Córdoba, en España.

La influencia decisiva que sobre Brouwer ejercieron autores como John Cage o Luigi Nono lo llevaron a una verdadera reforma, o replanteamiento de los esquemas armónicos tradicionales, refundando la sonoridad propia de la música latinoamericana en lo que conocemos como «música aleatoria». En Brouwer vemos todo; desde el africano sangrante y latigado, traído a la fuerza a servir de esclavo a los ingenios azucareros o las grandes estancias, hasta el clásico auto de los años cincuenta que por La Habana todavía circula. Como deteniendo el tiempo, Leo Brouwer nos muestra el pasado; el pasado heroico del pueblo cubano, de sus primeros inmigrantes orientales (cuculíes), de los primeros europeos, todo queda plasmado en el sincretismo fantástico de su música. Pero no es un sincretismo crucificado, una especie de plasmación pétrea de lo que «ya fue», una reflejo estático de lo sucedido; es un sincretismo para ser más de lo que es. André Breton diría en uno de los más bellos pasajes de la historia de la estética que «el arte solo es verdadero cuando brilla con los ecos del futuro».

Aquella proposición particular del arte como «contención» de un futuro, nos la proporcionó Marx hace ya más de doscientos años en sus juveniles reflexiones sobre estética. Más tarde Trotski, Theodor Adorno, Lúcaks, Sartre y más cerca de nosotros, Adolfo Sánchez Vázquez, ahondarían en esta proposición de estética «marxista» que nos dice que el arte es «un fin en sí mismo» y bajo ninguna circunstancia un «medio de subsistencia» y que ante ello, es una expresión del hombre liberado de su condición de humu economicus, es decir, del hombre desalienado. Ni una idea utilitaria del arte como un «realismo socialista» o una mercantilización del arte en los terribles tiempos de la cólera neoliberal son capaces de adscribirse a esta visión de lo artístico como objetivación de las capacidades esenciales del ser humano.

Brouwer encarna, o más bien, las obras que de su genio creador se desprenden, la teoría estética marxista. Su arte, en definitiva, pese a ser una evocación del pasado amargo del pueblo cubano – y también del sol que amanece en 1959 – es también un llamado a la humanidad entera a sumergirse en la creación como actividad específica, a liberarse de las cadenas de la sumisión y el sentido común neoliberal, legitimado meticulosamente día tras día desde los dispositivos, artefactos y discursos de poder que se ponen en la escena mediante un fuerte movimiento contra-cultura en la institucionalidad dominante. Es, en fin, una legitimación artística del horizonte utópico que ilumina a la revolución cubana; el comunismo.

La obra de Leo Brouwer está asimismo compenetrada de ese objetivo supremo que es la construcción del socialismo como estadío transitorio hacia aquello que algunos han definido como una sociedad de un «difícil universalismo», el espacio en el cual la universalidad no anula la singularidad. Y de hecho, su vida misma ha estado al servicio de el bastión más ejemplar que nos ofrece la historia humana de ese estadío transitorio, Cuba socialista. Aunque a primera vista, y sobre todo por la extraña sonoridad de su música, para nada «convencional», suene Brouwer como un raro compositor de melodías extramundanas, es preciso que cualquier hombre que difiera de la música como objeto de compra/venta tome el espacio, en su vida y en su mente, para internalizar la complejidad que el maestro nos ofrece.

Claudio Aguayo ([email protected])