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A propósito del libro El año que tampoco hicimos la revolución del Colectivo Todoazen

Letanía o cántico material del capitalismo contemporáneo

Fuentes: Rebelión

Lo que no toleran es que nadie les arrebate el usufructo de las palabras e historias colectivas Constantino Bértolo Algunos libros abren y cierran el mundo, lo envuelven, disfrazan la realidad con expresiones vacías, huecas, adornan el contexto, crean el marco simbólico y referencial, la llamada cultura, sujetan la ideología al pensamiento con hilos de […]

Lo que no toleran es que nadie les arrebate el usufructo de las palabras e historias colectivas

Constantino Bértolo

Algunos libros abren y cierran el mundo, lo envuelven, disfrazan la realidad con expresiones vacías, huecas, adornan el contexto, crean el marco simbólico y referencial, la llamada cultura, sujetan la ideología al pensamiento con hilos de hierro y derecho administrativo, alambradas de hierro y decretos, oraciones de hierro, espinas y disposiciones transitorias, campos de concentración; existen tratados que mienten, engañan, alabado sea el Señor y sus amanuenses, libros delicados escritos, ideados o concebidos con palabras que inventan situaciones inexistentes o que descubren hermosas islas para perderse como si fueran retratos al óleo, islas imposibles, nadie se pierde, estamos controlados; hay manuales que diseñan una cartografía, mapas, planos, esferas, mundos paralelos, refugios para turistas donde sólo caben turistas y camareros, islas negras o blancas que luego bombardean o viene una ola gigante, como si viniera del cielo, hablan del cambio climático por no hablar del capitalismo de rapiña, y caen bombas que matan a los camareros (emigrantes/inmigrantes) que los turistas ya han salido escopetados en aviones revisados con sus maletas repletas de souvenirs -se estrellan si pagan poco-, maletas llenas de regalos, regalos que no existen -nada existe en realidad en el turbocapitalismo espectacular-, objetos multicolores (inútiles) que se fabrican en Asia por niños con cara de niño -que hacen también libros para niños- con sus manos pequeñas pensadas para recolectar algodón o manipular pequeñas piezas, los objetos en cuestión, cosas, productos diseñados para ser vendidos como artesanía tribal, regional, medioambiental, como los millones de libros que avasallan a los lectores de libros malos, legión, famélica, legión de hambrunas, necesidades prefabricadas al gusto del consumidor, del consumo, como los editoriales de los periódicos, como las fotografías de los suplementos dominicales, como las noticias; alabado sea el Señor y sus arcángeles celestiales, tronos y potestades; algunos libros abren o cierran el mundo, describen guerras, que otros han concebido antes, guerras (llamadas «conflictos armados») por el control de las colonias mercantiles, por petróleo, por esclavos, por materias primas, por plusvalías, por el dominio (sin sabotaje) de los flujos y reflujos del capital circulante, veloz, de paraíso fiscal en paraíso fiscal, acelerado y raudo, y tiro por me toca, o tiro un misil y le cae a uno en la cabeza, uno que pasaba por allí con dos cabras y un turbante, como si llevara boina, le caería igual, un capital raudo que no vemos aunque queramos, todo fluye, Heráclito lo dijo, fluye la masa monetaria y se concentra en algunos bolsillos, en cuentas corrientes, en depósitos bancarios, en acciones, en stock-options, en casas, en parcelas recalificables, en millones de ladrillos apilados en almacenes; muchos libros contienen palabras que martirizan y torturan, exprimen la esencia, alteran los estados de ánimo, crean una falsa conciencia de sí, con oraciones compuestas y simples, con un predicado o dos, depende, frases que entonan cantos de sirena, de lobo, de comadreja, de miedo, de mediocridad; palabra de Dios, te alabamos, Señor; los que tienen las carteras llenas o medio llenas (que de todo existe) atropellan la razón colectiva, lo colectivo, todo lo colectivo, minan la resistencia -ya nadie lee a Zola- y atraviesan con lanzas o lanzallamas (sirve igual) lo común, lo que une a las personas con su medio laboral -el germen de la clase y su lucha-, lo que engarza a la sociedad con sus tradicionales formas de ganarse la vida, con la conciencia organizada, y machacan, aplastan, los relatos históricos con otras palabras, sofisticadas, elegantes, términos parecidos a «efectividad», «rigor presupuestario», «desaceleración» o «imput-output» que someten; loados sean por siempre los defensores de la Fe, mientras encierran en húmedas cárceles a los utópicos, palizas y torturas, los discursos creadores de identidad común; alabado sea el Señor y sus mensajeros en la tierra, alabado sea el Señor y sus sotanas con pistola, correajes y castidades, alabados sean por siempre, Señor, en su cielo alicatado y neoliberal, los muertos privatizados; privatizaron los entierros y las coronas de flores (la muerte también les da dinero), los pobres llevan claveles a sus tumbas, nunca panteones (claveles reventones, como si fueran a los toros tras pasar por el Monte de Piedad para empeñar los colchones de lana); benditos sean los dueños de todo, sus tumbas son mejores y les da el cálido sol de primavera y dentro de poco ni se morirán, para qué, si pueden seguir acumulando; la esperanza media de vida de un burgués es casi diez años mayor a la de un parado (lo dice también con precisión socio-económica El año que tampoco hicimos la revolución, Caballo de Troya); los propietarios, como los cientos que aparecen en el libro, espectros o nombres que ocultan fortunas tras las chequeras y los abrigos de alpaca, nunca han dejado de inventar las palabras y sus significados, son dueños de las palabras y de todas las cosas que designan y sus hermanos o primos o cuñados o suegros o yernos y demás larga y prolija parentela -genealogía, en su jerga- son los que poseen hace tiempo los diccionarios, los creadores de metáforas inverosímiles y los cancerberos de las propiedades acumuladas, hereditarias, todo se acumula, se hereda, todo lo sólido se desvanece en el aire, Marx y Engels lo escribieron hace tiempo, luego con la frase se tituló un libro; todo se acumula y se reproduce, incluso la pobreza y la basura en las casas de la gente que padece enfermedades del capitalismo y que siempre son pobres (los pobres están enfermos de pobreza) y llega un día que los encuentran muertos, de pobre, de muerte natural, como Franco en su cama de hospital; días después aparecen muertos, doblemente muertos, con la televisión encendida, siempre está la televisión encendida, está el cadáver rodeado de ratas, ratones y cucarachas; el mercado existe, donde hay sociedad hay derecho y represión y explotación, desde tiempos remotos, el cuaternario o por ahí, cuando el mono se puso de pie para recibir medallas y prebendas y loas y bendiciones y premios; a algunos nunca nos dan premios, será porque no nos los merecemos, ni jugamos a la lotería primitiva o bonoloto como refugio de ilusiones, ni tampoco soñamos, ya no soñamos, sólo tenemos pesadillas; este libro, a bajo precio y copyleft, merece ser leído, comentado, fotocopiado, analizado, repartido en las escuelas públicas y en las concertadas e impuesto por la fuerza de la razón instrumental en las privadas con sus idearios de cartón y falsedades, es un trabajo digno; ensalzados sean los santos del infinito santoral y los muertos (héroes) de la Santa Cruzada, la misma que gobierna ahora aquí, allá, en todas partes; en El año que tampoco hicimos la revolución sale el maestro Polanyi, y Max Weber que teorizó sobre el capitalismo y la ética protestante en obra clásica (poco leída, como todas); y sale Botín y los botines de charol de sus campos de golf y sus negocios al otro lado de océano, don Emilio, es mejor anteponer el don, la categoría, la jerarquía, la nobleza del capital, de Santander; y el resto bajamos la cabeza, escondiendo la dignidad que no tememos, que nunca tuvimos, que jamás tendremos, hijos de la gleba, del pueblo, de la ira contenida, de la derrota, de todas las derrotas, aplastados en la Commune y en el Ebro, aplastados desde los tiempos de Espartaco, que también sale de paseo, salen todos, los unos y los otros, sin fantasmas ni planos picados ni contrapicados, qué coño será eso de los planos y los planos-secuencia, a quién le importa; y la princesa nueva, como recién estrenada y flamante -la dignidad del rango, se entiende-, Letizia, Letizia Ortiz, y su hermana que se llama Telma, sin hache, no Thelma, Telma a secas, más puro, y Felipe de Borbón y se cierra el libro, termina el libro, se cierra España o se abre al negocio del turismo, con un premonitorio nacimiento -los niños aportan alegría en casa de los ricos, claro, se ve que luego no tienen que ocuparse de ellos, para eso está la nurse inglesa o irlandesa o escocesa o galesa o senegalesa, eso no, senegalesa no, no queda bien- de los herederos directos del trono, los puso Franco, al padre, al rey de la casa, de la corona de España, de todas las Españas posibles e imposibles, España es un país imposible, una, grande y libre, Españas de capital y beneficios; aúllan los perros de la tribu, los especuladores y sus hábitos de mesa con cubiertos de plata, nunca hay un hule quemado por un pitillo, nunca un mantel de hilo preside la tortilla, rige el espacio un bodegón comprado en un mercadillo a un gitano tuerto o bizco; todo compuesto, dispuesto, sin el gusto y la distinción de lo burgués, no tenemos criterio, normal, no nos pertenece tal impostura, lo analizó Bourdieu; venerados sean los señores del buen gusto y orden y sus retablos de pan de oro, pandoro, nunca pan seco, reseco, reseso, pan para hacer torrijas, que todo se tiene que aprovechar, pan duro al que se le despega, por viejo, la corteza, a todos los viejos se les despega algo, los dientes, el pelo, las articulaciones, lo que sea, y las migas que se caen al suelo y luego hay que pasar el aspirador que ya no aspira nada; niño, recoge la mesa; niña, recoge la mesa, la abuela está sentada en una silla de enea que alguien trajo del pueblo y zurce calcetines blancos con un huevo de madera; niño, recógeme el dedal, esto no es antropología materialista ni usos y costumbres que estas escenas naturales, diríase costumbrismo o apuntes del natural, no existen en los hogares de la burguesía ni en sus salones de diseño; niña, recoge la mesa y arregla el cuarto que padre tiene que acostarse que ya sabes que ahora trabaja por la noche para ver si consigue cerrar su vida con una mejor pensión, niño no hagas ruido con los cochecillos de metal, el metal de los clarines y los desfiles militares, las banderas y la selección de fútbol, españoleando, haciendo gestas épicas o líricas por el transistor o radio, -todo vale para el convento-; niño, recoge los juguetes que luego llegará tu hermano y se tropezará y se enfadará contigo, conmigo, con la abuela, con padre, con el mundo; niño, que ya sabes que hermano viene cansado, explotado, niño, alabado sea el Señor, alabada sea la Santa Madre Iglesia y sus preservativos de oro y columnas retorcidas y vaticanas, niño, no protestes aunque te parezca injusto que la injusticia, niño, alabado sea el Señor y sus infinitas bendiciones y la sangre de Jesucristo y la ostia consagrada y el copón divino, es algo que no debes pensar, que pensar mucho y bien te hará infeliz y luego te dolerá la cabeza y no disfrutarás de la alegría que proporcionan, aunque sea sólo paseando, los centros comerciales, ni te conformarás con el sueldo que te den y querrás más, creerás que es justo vivir mejor con tu esfuerzo; niño, recoge; niña recoge, abuela deja ya de zurcir calcetines que esto es un comentario sobre un libro importante, que cuenta cosas de fundamento, y no una escena de cualquier casa, esas casas con los cristales esmerilados, cristales de pobres, cristales para que pase la luz, sólo la luz, que los primos han venido del pueblo, de Castilla o Extremadura, a pasar unos días y son jóvenes y la carne es débil y no es saludable que todos veamos cómo se quieren, porque se quieren o eso creen, aunque sean pobres y luego se peguen o se maten y se hable de la violencia de género que también aparece bastante en el libro en cuestión, el que estamos leyendo entre todos, texto en el que no se dice que la violencia, cualquier violencia, es consecuencia del capitalismo -el libro afirma pocas cosas, las deja en el aire- pero a buen entendedor, ya se sabe; alabado y bendito sea por siempre el Señor y la Virgen María, todo con mayúsculas, que para eso son gentes importantes, de tronío, como Botín y Letizia con zeta de zurrón o de Zoroastro, que también lleva zeta -como otras palabras menos circunspectas- y además va con mayúscula de natural; niño, abuela, niña, padre, recoge todo, dobla el hule y apaga la luz que ya hemos quitado la pinza de la rueda del contador, menuda facturita nos espera, ahora sólo tenemos la trampa puesta para ver el satélite, sin cuotas ni instalación, reza la publicidad, somos modernos, consumidores, pero los recibos de la luz no hay Dios que los pague, bueno Dios sí, que también acumula desde tiempos lejanos -desde el Principio, cuando fue verbo o logos– las riquezas en el cielo. Que así sea. Loado sea el Señor Todopoderoso y todos aquellos que, despistados, caigan en las inteligentes y poderosas garras de este libro. Sea.