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Literatura y derecho, un antídoto contra la deshumanización jurídica

Fuentes: Rebelión

Jueces del mundo, detened la mano aun no firméis mirad si son violencias las que os pueden mover de odio inhumano. (Sor Juana Inés de la Cruz)

En México y Latinoamérica padecemos todo tipo de injusticias: abusos de autoridad, despidos injustificados, violencia intrafamiliar, secuestros, incumplimientos de contratos, entre muchos otros. Por poner un ejemplo, está el caso de los mineros de Pasta de Conchos en México, cuyas familias siguen exigiendo justicia tras casi dos décadas del siniestro sin lograr una indemnización justa y una reparación integral del daño; o el caso de las Madres de Plaza de Mayo en Argentina, a quienes incluso se les criminalizó por parte del Estado y que también siguen exigiendo justicia. Ante ello, todas las personas tienen derecho a la defensa, pero en la práctica ese derecho se encuentra inaccesible. Los honorarios de los abogados resultan imposibles para una persona que vive al día y obtener asesoría legal gratuita y competente es una tarea desafiante.

Estos casos no son excepcionales, son parte de un sistema que restringe el acceso a la justicia y la convierte más en una esperanza lejana, que en un derecho real. La crisis en el sistema de justicia tiene raíces económicas y estructurales, no obstante, también se encuentra imbricado un problema poco visto: la formación de los profesionales del derecho. En las facultades se enseña a interpretar normas, a aprenderse leyes o tratados de memoria, pero suele olvidarse el sentido humanista que la práctica del Derecho debiera atender para observar el acto, analizarlo, interpretarlo y juzgarlo. El presente escrito es un intento por sumarme a las posturas que sostienen que la literatura universal es una herramienta formativa indispensable para los estudiantes de la carrera, así como para los jueces encargados de dictar sentencias.

El problema de las normas, sus reformas y su aplicación; así como las instituciones y la impartición de justicia formal, están elaboradas desde el Estado y sus personeros, cuyos objetivos no los podríamos concebir en la búsqueda del bienestar general, por lo que no es en este terreno a donde podríamos dirigir nuestras inquietudes. Pienso en el gran ejército de abogados litigantes, quienes, dentro de su campo de batalla, se enfrentan de manera cotidiana a las injusticias que lamentablemente se ensañan sobre los sectores sociales más desprotegidos.

El escenario actual en el que nos movemos no es muy favorable. En estos momentos resulta ya común la percepción de que la mayoría considera a los abogados como figuras que se venden al mejor postor, corruptos o tranzas. Juan Jesús Garza Onofre en su libro No estudies Derecho el Derecho, señala que, para mucha gente los abogados son conservadores, despreciables e infelices. Esta visión se nutre en gran medida, por una cultura que, como advierte Onofre, “ha inducido a que la práctica jurídica se convierta en un negocio bastante atractivo y confine sus pretensiones de justicia social.”  (2023, p:37)

Lo que muestra que el problema de la crisis de injusticia también tiene como vertiente el problema de la formación de los juristas, quienes son formados para “cobrar caro” al estilo de los abogados hollywoodenses. Es aquí donde la literatura puede jugar un papel importante para cultivar la sensibilidad y despertar la empatía que suele atrofiarse en la práctica cotidiana de los tribunales.

Derecho en la literatura

El valor de la literatura para la humanidad es indiscutible. Leer literatura abre horizontes, cultiva valores y ejercita el pensamiento crítico. Si bien no podemos decir que fomentar el hábito de la lectura en los futuros profesionistas del Derecho va a transformar todo el sistema de justicia, sí podemos decir que puede contribuir a formar juristas más integrales, empáticos y sensibles ante las injusticas que atraviesa la sociedad latinoamericana.

Como señala García “la literatura sirve para formar mejores abogados, mejores jueces, y, en definitiva, mejores ciudadanos, porque permite ampliar los conocimientos acerca de las situaciones personales de la gente, de los contextos y de la historia, contribuyendo a desarrollar la empatía y la emocionalidad, mejorando tanto el razonamiento judicial como el moral.”

La reflexión, por ejemplo, a que invita la obra cumbre de Víctor Hugo, Los miserables, sacude cualquier idea rígida de la ley. Esta obra presenta la historia de Jean Valjean, un hombre que fue sentenciado a pasar 19 años en prisión por robar un pan, un castigo totalmente desproporcionado e injusto. A lo largo de la obra aparece otro personaje no menos importante, Javert, quien es la encarnación de la legalidad absoluta. Nos dice Víctor Hugo: “Javert envolvía en una especie de fe ciega y profunda a todo el que en el Estado desempeñaba (…) Cubría de desprecio, de aversión y de disgusto a todo el que una vez había pasado el límite legal del mal. Era absoluto, y no admitía excepciones.”

A lo largo del libro y después de que Jean Valjean ha salido de prisión, Javert lo perseguirá infatigablemente por otro delito cometido. No obstante, al final de la obra cuando por fin lo atrapa y descubre que ese presidiario había actuado a lo largo de su vida con más humanidad que la propia ley, su concepción se resquebraja. La justicia y la ley chocaron de manera violenta, la norma y la moral colisionaron la comprensión del policía más probo de la Francia de entonces.

Por ello, por las enseñanzas profundas que trae consigo Los miserables de Víctor Hugo debería ser lectura obligatoria para los profesionales del derecho y no solo una recomendación recreativa.

Lo más importante de la literatura es justamente que no es solo literatura, es realidad. Como advierte Córdova (2019) “En la literatura se retrata al pueblo, y no en un hecho concreto, sino a lo largo de toda su historia y a veces hasta adelantándose a los hechos futuros (…) refleja la vida del hombre y de los pueblos con toda su complejidad, con todos sus dolores y con todos sus crímenes y sinsabores…”

Con esto en mente, podemos exponer otra parte de la realidad a través de una obra fundamental; El Proceso de Franz Kafka.

El Proceso

Franz Kafka fue un escritor de lengua alemana, cuya obra se encuentra calificada como de las más influyentes en la literatura universal. Hay que apuntar que este gran autor estudió leyes y trabajó en varios empleos referentes a su profesión, por lo que se puede decir que lo que plasma en El Proceso no es mera casualidad o resultado de su imaginación, fue también consecuencia de su realidad. Por ello, pudo dejar plasmado muchos de los problemas que aquejan a los sistemas de justicia del mundo.

Aunque fue escrita hace más de un siglo y en otro país, la mirada de Kafka ha trascendido su época. Basta observar la opacidad, corrupción, despotismo y burocracia que enfrentamos millones de personas en Latinoamérica, para dar cuenta por qué sigue siendo vigente. Observemos que la novela retrata, por ejemplo, el abandono institucional simbolizado en el descuido de los expedientes: “—¡Qué sucio está todo esto! —dijo K, sacudiendo la cabeza, y la mujer tuvo que sacudir el polvo con su delantal para que K pudiera tocar los libros.” (2024, p:79) La suciedad no es solo un descuido, es la expresión del abandono de los procesos reales en búsqueda de justicia.

A ello se suma, que el engranaje burocrático resulta funcional para un cuantos, de lo contrario no se explica que se niegue a ser modificado, Kafka lo ilustra: “Debíamos tratar de entender que esta gran organización estaba, por decirlo así, en un equilibrio precario, y que, si alguien se atrevía a alterar la disposición de las cosas que lo rodeaban, corría el riesgo de perder pie y de caer al abismo.” (2024, p:167)

A este desolador panorama se añade el llamado tráfico de influencias o clientelismo jurídico en el que vemos que la labor de los abogados no depende de sus saberes, sino de sus relaciones personales, “en ello radica el valor principal de la defensa”. (p:162) Por si fuera poco, la profesión de la abogacía se ve totalmente humillada: “la sala de los abogados… era testimonio del desprecio que manifestaba el tribunal.” Y no habría que hacer algo al respecto porque si lo hacía inevitablemente te iría peor: “¡Cualquier cosa, menos llamar la atención de los de arriba sobre uno! Hay que colocarse abajo, no importa que nos veamos enanos.” (2024, p:167) Aquí el retrato fiel del ejercicio del derecho.

Una última crítica que quiero rescatar es la referente al problema del lenguaje incomprensible en la abogacía, las personas comunes que llevan procesos también se enfrentan a esa barrera y no logran entender lo que ocurre, en la obra lo observamos cuando Joseph se refiere al alegato del abogado: “En primer lugar, llena de latines, que no entiendo, y luego, páginas enteras de apelaciones al tribunal, lisonjeras referencias de funcionarios en particular… de cualquier modo, y esto es lo que voy, no veía que mi proceso estuviera avanzando.” (2024, p:239)

Las críticas que Franz Kafka deslizó a lo largo de toda la obra no se agotan ahí, continuaron y continúan en muchas otras obras que exponen distintas problemáticas en torno a la justicia. Antígona de Sófocles, Crimen y Castigo de Dostoievski o Matar a un Ruiseñor de Harper Lee, todas son obras que tratan temas relacionados al derecho y que podrían contribuir grandemente a la formación de los juristas.

Palabras finales

El valor de la literatura en el Derecho debe ser incuestionable. La lectura literaria no solo ensancha horizontes, sino que descubre distintas situaciones humanas que difícilmente se pueden ver y comprender en toda su complejidad en las aulas. 

Leer literatura no reformará por sí sola el sistema de justicia, —sería una utopía afirmarlo así—, pero sí puede transformar a los futuros profesionales del derecho que se integren a él. Una abogacía más empática, más sensible, más crítica y consciente es indispensable para discernir mejor en torno a la justicia.

En un país donde antes de llegar a un tribunal tienes que poder esquivar innumerables obstáculos, donde las instituciones fallan de forma sistemática y donde el poder del dinero lo corrompe todo, la literatura se eleva como un contrapeso intelectual y ético indispensable. Concienticémonos sobre la necesidad impostergable de leer literatura.

Bibliografía:

Córdova, A. (2019) Poesía y Lenguaje. Editorial Esténtor, México. 

García de la Torre, L. (2024). Derecho y literatura: encuentros y relacionesEnlace Jurídico, 1, 282–296.

Hugo, V. (2021) Los miserables. (N. Fernández-Cuesta, Trad.) Ed. Biblok, España.

Kafka, F. (2024) El Proceso. (V. Carrera, Trad.) Editorial Orbilibro, México.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.