Era la primavera de 2013. Recibí un correo que me enviaba el poeta Antonio Orihuela. Me invitaba a los XIV Encuentros de Poesía Voces del Extremo que cada verano (en 2017 se celebra la décimo novena edición) tienen lugar en Moguer, en la provincia de Huelva, el pueblo natal de Juan Ramón Jiménez, uno de […]
Era la primavera de 2013. Recibí un correo que me enviaba el poeta Antonio Orihuela. Me invitaba a los XIV Encuentros de Poesía Voces del Extremo que cada verano (en 2017 se celebra la décimo novena edición) tienen lugar en Moguer, en la provincia de Huelva, el pueblo natal de Juan Ramón Jiménez, uno de los más grandes e importantes referentes poéticos en lengua castellana de todos los tiempos. Un par de años antes ya había estado a punto de ir, pero por motivos familiares -mi padre fallecería unas semanas después- no pude hacerlo.
Los encuentros tendrían lugar, como cada año desde 1999, a finales del mes de julio, cuando el calor más aprieta en Andalucía. Llegué a Moguer a mediodía y después de dejar mi equipaje en el que sería mi alojamiento durante aquellos días, la pensión Santa Clara, un lugar donde siempre me he sentido como en mi propia casa, me di una vuelta por el pueblo.
Este ritual se volvió a repetir un año después. Y otro más. Y otro. Y en 2017, dentro de un par de semanas, entre el día 26 y el 29 de julio, se volverá a repetir. Porque desde aquella primera vez, para mí, el verano no sería lo mismo sin ir a Moguer y sin estar presente en Voces del Extremo.
Voces del Extremo nación con la idea, como señala su mentor, organizador, impulsor, y factótum, Antonio Orihuela, de «recoger e impulsar una serie de discursos críticos que, de forma dispersa y a veces sin conocimiento entre sí, se estaban dando por todo el Estado desde finales de los años ’80.» Hoy en día, Voces del Extremo se ha convertido, en palabras de Orihuela, y cualquiera que haya estado allí lo ha podido comprobar con sus propios ojos, en todo «un frente de oposición beligerante a las iconografías y los discursos que ha legitimado el capital, queriendo hacer frente a sus relatos excluyentes, a las imágenes y a los modelos que el capitalismo sanciona, y viene a suponer en el actual panorama poético una raya en el agua, un espacio anómalo.» Así pues, el principal objetivo de estos encuentros, para Orihuela, no es otro que continuar ensanchando el espacio colectivo de resistencia y beligerancia en el que caben todas las poéticas anticapitalistas, con sus matices y sus características peculiares, lejos de ortodoxias y grupúsculos cerrados, para que «cada vez seamos más los que nos reconozcamos en él y nos sumemos a la lucha por quebrar la actual construcción de la realidad y sus relaciones de dominación,» como concluye el propio Orihuela.
Desde la subjetividad más personal, he de decir que Voces del Extremo es, obviamente, un espacio para la poesía. Y sin embargo, decir que sólo es un espacio poético, es quedarse muy corto. Porque en realidad Voces del Extremo significa mucho más que versos y poemas. Es, por ejemplo, un espacio para la discusión política. Porque todo, incluida la literatura y la poesía, en esta vida, es política. Es un espacio de libertad, de intercambio de ideas, de palabras, de sensaciones. Voces del Extremo es magia, porque lo creáis o no, durante esos días de julio, hay magia flotando en el aire de Moguer. Toneladas de magia. Yo las he visto. Y estoy seguro de que no he sido el único. Voces del Extremo es camaradería, porque la gente va allí a encontrarse, a darse los unos a los otros, a compartir, a regalar. Y a llevarse. También va uno a Moguer a llevarse. Yo, por ejemplo, me he llevado durante estos años muchos amigos. Gente que merece la pena, gente que aporta, que suma, que está en las mismas luchas, en las mismas barricadas, en las mismas trincheras. Voces del Extremo es resistencia y belleza. Más o menos a partes iguales. A veces más resistencia, a veces más belleza. Depende.
Y ya que he hablado de esa magia que destila Moguer, se me vienen a la cabeza algunos de esos momentos únicos, irrepetibles, prodigiosos, sublimes, que he vivido en el patio de la Casa Museo de Zenobia-Juan Ramón, o en la Peña del Cante Jondo, o en algunas de las plazas o calles del pueblo. Recuerdo, por ejemplo, al poeta Enrique Falcón, un sábado por la tarde, leyendo un poema que hablaba de Auswitch, que me hizo saentir un estremecimiento; recuerdo la primera vez que escuché al poeta David Trashumante, con su vozarrón y su personalidad arrolladora, recitando un poema contra la pena de muerte; recuerdo al poeta Pablo Müller leyendo sus poemas nocturnos en el Patio de la Peña flamenca, con la voz más hermosa del mundo; recuerdo a la poeta asturiana Berta Piñán, leyendo un poema que se titula «Lección de gramática» y que desde ese mismo instante se convirtió en uno de mis poemas de cabecera. Recuerdo a Daniel Macías recitando en una calles de Moguer, su pueblo, estos versos: «Es muy fácil ser ciudadano / si no tienes hambre, / si no te caes al suelo.» Recuerdo al poeta marroquí Mohamed Abid leyendo sus poemas en árabe y a pesar de que no sé ni una sola palabra en este idioma, me emocioné profundamente con lo que oía. Recuerdo tantos y tantos momentos. Por ejemplo, El Niño de Elche, antes de convertirse en el referente artístico que es hoy, poniendo voz a Miguel Hernández, una voz ancestral y poderosa, como no podía ser de otra manera o a José Caraoscura cantando en la Peña del Cante Jondo, o compartir el almuerzo en uno de los mesones del pueblo con Isabel Escudero, la que fuera compañera del siempre añorado Agustín García Calvo, recientemente fallecida, que me pareció hermosa y tierna y sabia y maravillosa. También recuerdo uno de mis mejores momentos en Moguer, en mi segunda participación, leyendo uno de mis Poemas de destrucción masiva, titulado «¿Para qué sirve un poeta español contemporáneo?» y la gente aplaudiendo con ganas y yo sintiéndome el tipo más feliz de mundo. Estos son algunos nombres propios, pero durante estos años ha habido muchos más: Felipe Zapico, Luis Vea, Ana Pérez Cañamares, Eladio Orta, Ibón Zubiela, Ferran Aisa, Fernando Barbero, Isabel Bono, Carmen Maroto, Eladio Méndez, Juan Gabriel Jiménez Cebrián y un larguísimo etcétera.
Voces del Extremo, muy al contrario de lo que sucede en los festivales poéticos que han ido surgiendo en el estado español en los últimos tiempos, es autogestionado e independiente, como no puede ser de otra manera en un espacio libertario y ácrata como este. La única colaboración de entidades públicas radica en la cesión de los espacios por parte de Ayuntamiento de Moguer: la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez, la Casa Natal del poeta, la Peña del Cante Jondo, y alguno más que ahora se me olvida. Todos los participantes son conscientes de ello y el que acude lo hace con orgullo de pertenecer a la gran familia de Voces del Extremo, aun sabiendo que se pagará su cama, su comida, sus vicios. A cambio, también sabe que aquí es libre de decir lo que le plazca.
Como ya he señalado, este año, Voces del Extremo tendrá lugar entre el 26 y el 29 de julio, con una participación record, con conferencias, música, exposiciones y poesía, mucha y buena poesía. La mejor poesía que se está escribiendo ahora mismo en el estado español. Aquí puedes consultar todos los eventos.
http://vocesdelextremopoesia.
Me gustaría acabar este texto con las palabras de una de las figuras imprescindibles de Voces del Extremo. Daniel Macías dijo, con esa maestría que le caracteriza, en cierta ocasión: «Moguer es una puerta estelar que Juan Ramón Jiménez dejó abierta en su patio para que nosotros entremos. Allí siempre somos lo desnudo y puro de todo este blablablá.» Y yo lo suscribo plenamente.
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