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Festivales de Cine

Lo que realmente exhiben

Fuentes: Rebelión/Universidad de la Filosofía

Es un «lugar común», que a veces vale la pena repetir, el que los «Festivales de Cine» (también se llaman «Muestras», «Competencias» o «Encuentros») son una gran escuela, frecuentemente involuntaria, en la que se exhiben los usos y los abusos del «cine», es decir, los de sus autores, sus destinatarios y sus intermediarios. Una escuela […]

Es un «lugar común», que a veces vale la pena repetir, el que los «Festivales de Cine» (también se llaman «Muestras», «Competencias» o «Encuentros») son una gran escuela, frecuentemente involuntaria, en la que se exhiben los usos y los abusos del «cine», es decir, los de sus autores, sus destinatarios y sus intermediarios. Una escuela en la que no todos quieren, o pueden, aprender y en la que toda lección debe superar el examen (siempre odioso) de las lentejuelas, los reflectores y las farándulas dispuestas a invisibilizar, con efectismos, sus limitaciones antes que comprometerse con los contenidos importantes. Los «Festivales de Cine» suelen ser campo magnífico para aplicar aquello del «anchuroso mar de trabajos y, muchos de ellos, con un centímetro de profundidad».

Ya existe, desde luego, un repertorio rico en antídotos estereotipados contra la crítica y crece una muy socorrida ruta de escape especializada en transferir culpas y en negar responsabilidades éticas, estéticas e ideológicas, cuando una o muchas películas, exhibidas en «Festivales», simplemente no reúnen los mínimos de calidad, conceptual y formal, que la Historia del Cine ya ha fijado en su propio desarrollo. Es verdad que no todo grupo de producción cinematográfica cuenta con financiamientos suficientes y sin embargo eso no alcanza como pretexto cuando las limitaciones económicas se expresan, incluso, como limitaciones conceptuales. Y las muestran en las «pantallas grandes».

Los organizadores «no se hacen responsables por los contenidos de los filmes», «los periodistas no se hacen responsables… bla,bla,bla…»; «los exhibidores no se hacen responsables por los contenidos…» y así, hasta el infinito. No obstante todos quieren meterle mano al «negocio» y no son pocos los mecen, con ambición, la cuna del «éxito» y la «fama» desde la hora misma en que su «opera prima» se inscribe en alguno de los «Festivales» más famosos. Un torneo de apariencias y de mascaradas mayormente fermentadas en los caldos de cultivo del «star system» modelo yanqui.

En una de sus expresiones más odiosas los «Festivales» son nido de esnobismos, a granel, y pasarela de estulticias histéricas empeñadas en que no se note la vacuidad, la vaguedad o la vaciedad de muchas las películas, de sus autores y de los comerciantes, que suelen ser uno sólo, el mismo y único enredo de vanidades mediocres. Gafas oscuras, sombreros fuera de lugar, de tiempo y de circunstancia; trajes y vestidos con marcas exhibicionistas y gestos, muecas y guiños ensayados hasta el hartazgo en los espejos de las egolatrías más camufladas con simpatía y sex appeal del mercado fílmico.

Ya sabemos que los «Festivales» son el (casi) único espacio de exhibición para una multiplicidad de filmes que jamás llegarán a las pantallas grandes, o chicas, porque no entraron, ni entrarán, en las carteras ni en las carteleras de los distribuidores y los publicistas que son, al final de cuentas, quienes deciden, «cortan el bacalao», es decir, quienes elijen el objeto y sujeto de sus designios mercantiles. Y detrás de ellos, como falderos, no pocos cineastas van y vienen con sus fotos, brochures, tarjetas de negocios y afiches… ansiando una limosna de fama y la bendición de una campaña promocional. La nausea misma. Eso sí, sin perder las apariencias que disimulan su servilismo con gestos de artistas «interesantes». El derecho a expresarse, el derecho a exhibir democráticamente la obra fílmica, el derecho al arte y las responsabilidades sociales que todo ello implica, son basura a la vista de los reyes y reyezuelos de la farándula fílmica. Ahí suele triunfar quien más ingenio pone en el arte de arrastrase y agradecer las palmaditas del amo cinematográfico.

Siempre hay que detenerse a subrayar las excepciones de los «Festivales» que marcan diferencias frente a las reglas dominantes bajo el capitalismo. Hay «Festivales» que se realizan, incluso sin red de contención financiera, por fuera de los circuitos mercantiles y eso modifica y combate, en buena manera, la trama de las vanidades o las petulancias que no necesariamente se extinguen o se ahuyentan porque un «Festival» esté lejos o en contra de los modelos mercenarios de la cinematografía. Incluso algunos «Festivales» de auspicio gubernamental, han logrado con buen éxito liberarse de muchos fardos y contagios provenientes de los modelos burgueses de la mercancía fílmica. Pero no son muchos. Los pocos son sumamente apreciados y poco promocionados.

Están por venir los mejores «Festivales» en los que las verdaderas estrellas sean los filmes y la hondura de sus temas. Que los jurados, en franca extinción, sólo tengan el poder de un método transparente, consensuado y democrático para una crítica que se comprometa con la calidad y con la multiplicación del cine en todas sus mejores virtudes e influencias sociales. «Festivales» tributarios del ascenso de la conciencia y combatientes de lo pueril o lo superfluo. «Festivales» de nuevo género en los que su carácter de «escuela» de verdad enseñe a disfrutar un arte que está en pañales y una herramienta de condimento cuyos poderes no sólo están por descubrirse sino que también están por democratizarse.

Quizá, pronto, tengamos protocolos internacionales para que los «Festivales» se ciñan, con rigor, a las exigencias técnicas que el cine ha desarrollado para su mejor disfrute. Protocolos para la calidad del sonido, la calidad de la intensidad lumínica, la comodidad de los asientos, la provisión de información y la garantía de exhibición sin asfixiarnos en salas insalubres, diminutas y saturadas. Sin abusar de los costos. Quizá, pronto, tengamos metodología para el análisis cinematográfico sin jergas ni oscurantismos de intelectuales snob y que sirvan para que los «jurados» seamos todos, armados con parámetros no uniformes pero sí consensuados en la praxis del mirar críticamente. Quizá, pronto tengamos información y publicaciones no sólo con fechas de exhibición sino compendios de datos y opiniones fundadas en método y en compromiso político que, verdaderamente, sean libertad de expresión esta vez con las herramientas del cine. Ojala, pronto, tengamos avances organizativos y cualitativos no sólo de las películas, sus aspectos económico-técnicos y sus aspectos teóricos sino, también, avances en las formas de exhibir y democratizar los «Festivales» con su ser escuela de y para cineastas y cinéfilos transformadores de la realidad. Esa película no la hemos visto.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.