Recomiendo:
0

Lógica, el examen reprobado

Fuentes: Insurgente

Algo así como una horrísona trompetilla recibieron quienes esperaban el repliegue de un hombre que se cree tocado por la gracia divina, George W. Bush. Un hombre que, empujado por la elite conservadora del país más conservador del mundo -y no es una hipérbole-, ha «retrocedido» hacia adelante en lo que respecta a Iraq y, […]

Algo así como una horrísona trompetilla recibieron quienes esperaban el repliegue de un hombre que se cree tocado por la gracia divina, George W. Bush. Un hombre que, empujado por la elite conservadora del país más conservador del mundo -y no es una hipérbole-, ha «retrocedido» hacia adelante en lo que respecta a Iraq y, por ende, al Oriente Medio.

Si bien el augusto presidente de los Estados Unidos reconoció tácita y públicamente lo irracional de su estrategia, se ha lanzado de rondón al abismo del fracaso total, lo mismo que Richard Nixon en el caso de Vietnam, aconsejado por Henry Kissinger, de quien parecen clonados los autores principales de un informe que lleva por nombre el apellido del primero de sus coautores principales: Baker. El otro es Hamilton.

Informe este que hace pensar en cierta máxima, leída hace poco no sé dónde ni de qué exacta forma: Quienes desconocen la historia se encargarán de repetirla. ¿Recuerdan? Kissinger sugirió una retirada en fases de las tropas gringas, y la consiguiente vietnamización del conflicto -con el protagonismo en la arena militar de las fuerzas títeres del Sur-. B and H se empeñan en convencer de que el remedio eficaz está en la iraquización de la guerra, proceso simultáneo al repliegue escalonado de las legiones invasoras hasta 2008, una de cuyas partes consistiría en la concentración de estas en las áreas donde la insurrección es más vigorosa, con el objetivo de formar unidades del nuevo ejército cipayo destinadas a combatir -abatir es únicamente un desiderátum- a los compatriotas participantes en la lucha armada contra la ocupación extranjera.

Solo que en este caso la máxima no se cumple al pie de la letra, porque, más que desconocer la historia, aquí se trata de ciscarse en ella con increíble desparpajo. Según analistas como Miguel Urbano Rodrígues (Altercom/Insurgente), los consejeros áulicos de ahora no habrán pasado por alto que «cuando Giap atacó en 1974, las fuerzas armadas del gobierno fantoche de Saigón no opusieron prácticamente resistencia. El Ejército de Vietnam del Sur se derrumbó como castillo de naipes».

Y para cualquiera medianamente inteligente -no dudamos de las células grises de Baker y compañía- el fracaso en Iraq podría ser mucho mayor. Tesis que cae de su propio peso porque la situación es tan grave y compleja que por el momento no se prevé la repatriación de una sola unidad de combate estadounidense; por el contrario, Bush enviará a la caldera 20 mil soldados más, el máximo posible dada la carencia de dispositivos de este tipo. (Aquí, por cierto, los neoconservadores triunfaron sobre los «internacionalistas», los cuales, con el ex secretario de Estado James Baker a la cabeza, dizque desean reconocer y controlar su fiasco en Iraq.)

Ello, con el agravante de que, si la de Vietnam «fue una guerra librada en una región en que los intereses económicos de los Estados Unidos eran muy secundarios (…), la derrota militar en Iraq -porque el fin de la ocupación será visto en realidad como una enorme derrota americana- (…) tendrá implicaciones amplias, profundas y diversificadas que, trascendiendo los problemas de la región, agravarán la crisis estructural del capitalismo.

Palabras mayores

Analistas de reconocida solvencia intelectual como Alberto Cruz (Rebelión) coinciden en que el caso de Iraq no representa más que un momento de la reordenación estratégica del Oriente Medio, impulsada por Washington desde el año 2002.

O sea, asuntos como la ejecución de Saddam Hussein y el aumento de tropas no deben entretener nuestra vigilia al extremo de que, detenidos en los fenómenos, no aprehendamos la esencia. Pero dejemos a Cruz la tarea de cincelar la tesis: «USA necesita la estabilización de Iraq para centrarse en la desestabilización de Irán y Siria». Y una derrota en aquel país haría imposible cualquier aventura bélica en cualquier otro recodo del mundo, más en una zona de importancia proverbial, pues cuenta con las mayores reservas mundiales de petróleo y gas. No olvidemos ni un segundo que por el estrecho de Ormuz, puerta del Golfo, trasiega gran parte del hidrocarburo importado por EE.UU., que en la actualidad produce solo el 40 por ciento de lo que consume (22 millones de barriles diarios, el 28 por ciento de la producción del orbe).

Por eso Washington patalea con denuedo y exclama lloriqueando ante quien desee escucharlo que los regímenes de Teherán y Damasco están permitiendo a los terroristas e insurrectos utilizar sus territorios para entrar y salir de Iraq. Por supuesto, los plañideros de la Casa Blanca, el Pentágono, tienden una cortina de humo sobre hechos tales como que la sunita Siria ha restablecido relaciones diplomáticas con Iraq, de Gobierno anuente a la ocupación estadounidense y mayoritariamente chiita, sin parar mientes en que la guerrilla iraquí es en gran medida sunita también. Y que los iraníes son chiitas, por lo que, si andan de ayudantes de alguien, sería de sus correligionarios religiosos y no de los insurgentes.

Pero a Bush y sus adláteres no les importan las contradicciones lógicas de su discurso. Discurso del método de… la salvación imperial. Porque Iraq, Siria, Irán, representan hitos miliares de una vía que llega incluso a Somalia, cabeza de playa gringa en una zona vital de África, por las inmensas reservas energéticas. «Esta es la razón del conflicto en Darfur (Sudán). Y con Irán pasa lo mismo, y más desde que este país decidió convertir al euro en la moneda oficial de cambio en todas sus transacciones financieras, incluyendo, claro está el petróleo» (Cruz dixit).

Sin embargo, advierten colegas como el citado Rodrígues, sería prueba de fehaciente ingenuidad admitir que una simple revisión de la irracional estrategia que hundió a los Estados Unidos en el tremedal iraquí -revisión como la propugnada por el informe Baker- propicie una solución tolerable para ellos, no importa cuan humillante esta sea.

Tras puntualizar que deviene absurda la idea de que Irán y Siria lleguen a entenderse con Washington para «estabilizar» la situación en Iraq, facilitando una marcha airosa del ejército de ocupación -¿no estarían firmando su propia sentencia?-, el colega afirma casi de manera apodíctica -se basa en hechos evidentes- que «el desprestigio resultante de la derrota de los Estados Unidos producirá en la región un efecto contaminante. Alcanzará inclusive a los aliados del Golfo. En Arabia Saudita la oposición a la presencia militar norteamericana va en aumento. Las relaciones con Egipto y Jordania también se afectarán. Y en Paquistán y Turquía las fuerzas que combaten la alianza con Washington intensifican su oposición».

Ampliando el panorama, el autor del apasionado aunque objetivo artículo prevé que «las repúblicas ex soviéticas de Asia Central también se distanciarán de los Estados Unidos. Eso ya ocurrió en los casos de Uzbekistán y Kazajstán. Y en Kirguizistán -sede de la mayor base militar norteamericana en la región- el sentimiento antiamericano aumenta».

Como palpable consecuencia de la catástrofe yanqui en Iraq, señala el costo de esta para Israel, cuyo aislamiento se ampliará, añade, como en una noria que, a su vez, acarreará una catástrofe imperial en todo el Oriente Medio. Porque, tras el desastre iraquí, Tel Aviv no podrá contar con ayuda suficiente para otra guerra «preventiva». Menos, después de que el Ejército sionista se vio obligado a retirarse del Líbano, por la resistencia (algunos hablan de zurra) de los combatientes del chiita Hizbolá (Partido de Dios).

«La primera lección de la inevitabilidad del fin de la ocupación militar de Iraq (hasta ahora sin data) es la de la alta improbabilidad de que los Estados Unidos repitan en los próximos años un ataque a cualquier país asiático que incluya la intervención de las fuerzas terrestres», escribe el articulista sin que le tiemble el pulso, para concluir que la política de las guerras preventivas tuvo su funeral en las tierras de la milenaria Mesopotamia. Tal lo está teniendo, redondeamos nosotros, en una cercanía llamada Afganistán, donde talibanes y no talibanes se unen en el empeño de la independencia y la soberanía nacionales.

Quizás por eso entre los generales y almirantes del Pentágono cunde tanto desánimo cuando de discurrir sobre las probabilidades de invadir a Irán se trata. Y aunque el redactor de estas líneas prefiera una actitud más cauta en relación con el futuro, que también pasa por la posible irracionalidad en la toma de decisiones -si la lógica fuera el fuerte del imperio, la paz sería con nosotros-, lo cierto es que el fracaso actual, tan patente, de los yanquis en el Oriente Medio viene a indicar el fin de una era. La del sojuzgamiento impune de casi todo el planeta.