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Lolo Rico, la mujer que creó un oasis en mitad del desierto

Fuentes: Rebelión

El pasado 19 de enero nos levantamos con una triste noticia. Había muerto en la ciudad de Donosti, donde residía desde hacía unos años, la gran Lolo Rico. Tenía 83 años y, siquiera durante unos años, había sido parte de mi vida. Aquel día, llevado por la emoción del momento, escribí un breve texto que […]

El pasado 19 de enero nos levantamos con una triste noticia. Había muerto en la ciudad de Donosti, donde residía desde hacía unos años, la gran Lolo Rico. Tenía 83 años y, siquiera durante unos años, había sido parte de mi vida. Aquel día, llevado por la emoción del momento, escribí un breve texto que publiqué en las redes sociales, en el que venía a decir que esta mujer había sido más importante para este país que cualquier político, incluidos los presidentes del gobierno Felipe González o Adolfo Suárez, y mucho más importante que, por ejemplo, el rey. Hoy, nueve meses después de aquel triste día, sigo pensando lo mismo. Qué coño, ahora lo pienso con más ahínco, si cabe.

Lolo Rico fue la primera mujer de este país que dirigió un programa infantil de televisión. Una artista innovadora, valiente, pasional, inteligente, vanguardista, con una sensibilidad que marcó a toda una generación de chicas y chicos, entre los que estaba yo, y nos enseñó que la modernidad estaba al alcance de la mano, que también aquí, en este país de cavernícolas reaccionarios, podíamos ser modernos, que no sólo en Londres, París o Berlín se hacían cosas atrevidas y divertidas, cosas que rompían la férreas estructuras mentales burguesas, y nos demostró con sus guiones, con sus vídeos musicales, con sus historietas y con sus libros, que el surrealismo también era cosa de niños, y que unos muñecos hechos de goma y plástico, podían ser los seres más divertidos, más transgresores y más inteligentes de la televisión.

Lolo Rico, de nombre real María Dolores Rico Oliver, había nacido en Madrid, en 1935, un año un poco complicado para venir al mundo, aunque la ciudad donde se crió fue Donosti. No voy a ahondar en detalles sobre la vida de la periodista, realizadora de televisión, escritora, guionista, traductora y mil millones de cosas más que fue Lolo Rico. Si a alguien le interesa realmente estos detalles puede echar mano de su libro ¿Cómo es posible que el tiempo pase tan deprisa y yo no me dé cuenta?, una autobiografía publicada en el año 2008 por Seix Barral en la que Lolo intenta llevar a cabo «un ajuste de cuentas con el pasado y con su vida». Un libro absolutamente recomendable para entender un periodo de tiempo convulso y esperanzador, en el que todo estaba por hacerse, y en el que esta mujer excepcional y, ante todo, libre, jugó un papel fundamental.
Lolo Rico fue una gran escritora de libros para niños y jóvenes. Su bibliografía es extensa y sus libros se pueden conseguir con relativa facilidad. Fue la creadora del personaje de Dola, uno de sus mayores aciertos como escritora. Pero también escribió numerosas obras para adultos. Obras en las que fue mostrando su particular visión del mundo, en las que hablaba de cine, de literatura, de arte, obras en las que analizaba, con más o menos pesimismo, el mundo que le rodeaba, obras en las que se posicionaba contra el racismo o contra el autoritarismo. Obras cargadas de feminismo y de marxismo. Y de contradicciones. O sea, como ella misma, pura contradicción. Obras, como por ejemplo, Cartas de una madre de izquierdas a una hija de derechas, un libro con forma epistolar en el que la autora hacía autocrítica sobre el fracaso que supone la educación de los hijos. Y también fue una extraordinaria traductora que tradujo al castellano, entre otras obras, los Discursos y textos políticos, de François Mitterrand y las Cartas abisinias, de Arthur Rimbaud.
No obstante, la gran obra de su vida, el trabajo que le abrió de par en par las puertas de la inmortalidad, su pasaporte a la gloria eterna, fue ese programa de televisión llamado La bola de cristal (antes de La bola… Lolo dirigió La cometa blanca, también en TVE, pero este programa no alcanzó el éxito de La bola de cristal). Durante cuatro años, entre 1984 y 1988, Lolo Rico dirigió uno de los dos programas televisivos -el otro fue La edad de oro, dirigido y presentado por otra periodista sin igual, la genial Paloma Chamorro- más importantes de la historia televisiva en este país. La bola de cristal fue un espacio tan transgresor, tan libre, tan hermoso, tan divertido, tan inteligente, tan maravilloso, tan moderno que a día de hoy parece mentira que existiera. La música, la pintura, el cine, la escultura, el humor, y mil cosas más, formaron parte intrínseca de este programa de televisión. Por primera vez en la historia de la televisión hecha en España -y en cualquier otro lugar del mundo- la televisión no trataba a los niños y niñas como si fuesen imbéciles. Les dejaba libertad para pensar, para elegir si querían o no querían estar delante de la pantalla de la caja tonta e incluso les aconsejaba que vieran menos la televisión y leyeran mucho más. El buen gusto se imponía sobre la bazofia y la cultura dominaba sobre todo lo demás. Alaska, Pablo Carbonell, Pedro Reyes, Santiago Auserón, Kiko Veneno, Anabel Alonso, Quique San Francisco, Javier Gurruchaga, y muchas figuras de primer orden del cine o la música formaron parte de este rompedor proyecto televisivo que dirigía Lolo Rico pero que, sin duda, era un proyecto cooperativo en el que cada uno aportaba su granito de arena. Inolvidables son las figuras de los Electroduendes y sobre todo, la de la Bruja Avería, con su recordadísimo y certerísimo grito de guerra: ¡Viva el mal, viva el capital!, un eslogan que podría haber adoptado perfectamente algún tiempo después Esperanzan Aguirre, por ejemplo. La bola de cristal no tenía nada que ver con esos programas infantiles presentados por retrasados mentales que gritan y gritan palabras vacías de contenido mientras miran con rostros idiotizados. En absoluto. La bola de cristal, ay, era, como matizaba la propia Lolo Rico, «un oasis en mitad del desierto» televisivo y vital de la época. Y añado yo: un programa que, ni antes ni después, ha tenido competencia, ya que nunca, ni antes ni después, se ha hecho nada de tal calidad.
Recordar La bola de cristal supone volver a mi primera juventud, cuando aún tenía toda la vida por delante, y me transporta automáticamente a aquellos sábados en los que me levantaba, me preparaba el desayuno, conectaba la televisión -en 1984 la televisión de mi casa era aún en blanco y negro- y me pasaba un par de horas embobado, esperando que en la pantalla aparecieran los Radio Futura, los Burning o Gabinete Caligari, o pusieran un reportaje sobre el cine de Marilyn Monroe o Humphrey Boghart.

La bola de cristal terminó en 1988, después de cuatro años en pantalla, porque, según contaba Lolo Rico, alguien en un despacho intentó censurar su opinión a favor de la escuela pública y en contra de la privada. La directora del programa era tan libre y tan digna que no admitió esa censura y prefirió acabar con el programa antes de que el programa acabase con su libertad como creadora. Otro motivo más, por si hubiera pocos, para admirarla y quererla profundamente. En una entrevista que le realizó el periodista Héctor Juanatey publicada en 2014 en el Diario Público, Lolo Rico declaraba a propósito de la censura y de las críticas ideológicas a su trabajo:

«Yo lo que buscaba era meter siempre denuncias en lo que hacía, por eso La Bola fue muy transgresora. Prensa como el ABC llegó a decir que adoctrinábamos a los niños en el marxismo, hubo protestas de familias de asociaciones católicas… Al final es muy complicado estar mucho tiempo a contrapelo con una gente tan intransigente, tan intolerante, tan radical (…)»

Lolo Rico recibió numerosos premios a lo largo de su vida, entre ellos un Premio Ondas y otros reconocimientos por parte de la SGAE o de la propia RTVE. Pero sin duda, el mejor premio de todos era el cariño que la gente que había crecido con la Bruja Avería, el Hada Truca, o Maese Cámara le dispensaba.
Escribió Lolo Rico en su autobiografía a propósito de sí misma:
He trampeado, me he tomado la vida como un juego y he jugado a ganar, pero nunca he perjudicado a nadie, jamás he quitado dinero, empleo, marido, jamás he dañado el buen nombre de quien lo merecía, ni he adulado al poderoso, ni he despreciado al desposeído, jamás me he vendido ni he admitido dinero que no fuera el pago justo a mi trabajo y tampoco he cambiado de chaqueta, he sido, soy y espero seguir siendo una mujer de izquierdas.
Este párrafo resume a la perfección toda una vida dedicada a la creación, a la literatura y a la televisión y en la que la honestidad fue el faro que guió cada movimiento de esta extraordinaria mujer. Es por esto por lo que tanta gente la admiraba y la quería, es por esto por lo que Lolo Rico fue una persona única. La gran Lolo Rico, sí, la de La Bola de cristal.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.