La obra y el itinerario vital de Federico García Lorca no pueden comprenderse en plenitud sin referencia a su condición sexual. Tampoco se entiende su muerte a manos de criminales sin tenerla en cuenta.
Como todas y todos sabemos García Lorca fue un prodigio de talento y creatividad que se expandió por varios campos. Poemas inolvldables, eximios dramas teatrales e incluso compilaciones musicales más que meritorias formaron parte de su campo de acción.
Muchas aristas de su obra chocaron con las opresivas relaciones de poder y la moralina de origen eclesiástico imperantes en España. Otro factor de choque fue su homosexualidad, nunca asumida en público pero sí muy conocida por sus contemporáneos.
La elección sexual de Lorca constituye un aspecto central de su vida. Y fue decisivo en la elaboración de su obra. No puede ni debe separarse el aspecto artístico del afectivo. Los dos se conjugaron. Las alegrías y las penas amorosas del escritor estuvieron de muchas maneras presentes en su obra. Y constituyeron una faceta más de su perfil rebelde.
En las décadas de 1920 y 1930 en las que transcurrió la vida adulta de Federico los homosexuales estaban todavía forzados a la clandestinidad. No hacía tanto tiempo que el gran poeta y dramaturgo Oscar Wilde había ido a parar a la cárcel en Gran Bretaña, por la sola acusación de mantener relaciones íntimas con varones, de acuerdo a una ley que continuaba vigente.
Lorca arrostró el sufrimiento de no poder vivir su vida con libertad, a plena luz del día. Por eso en sus poemas hace referencia al “amor oscuro” y a menudo se expresa en metáforas difíciles de descifrar. En su poesía, en sus obras teatrales, en escritos en prosa, en algún dibujo de su autoría, puede percibirse la marca de su condición sexual. Fue un creador atravesado por las vivencias que le acarrearon un juicio social negativo. Formó parte de su rebeldía contra las convenciones.
Federico era un gran extrovertido. Brillaba en las reuniones sociales, a menudo sentado al piano; cantando, haciendo imitaciones, disfrazándose,. Con ser esa actitud muy natural en él, tapaba de cierto modo sus congojas íntimas, su dificultad para ser feliz. Escritor, también músico y hasta dibujante, repartió alegría entre los demás sin sobrepasar sus propios pesares.
Lorca estaba signado por la irreverencia, y ésta no era sólo estética sino también política. Pudo ser un “señorito” andaluz, vivir de las ganancias de la próspera explotación rural propiedad de su padre. Hasta lo fue en cierto sentido, hasta alcanzar el éxito, sobre todo en el campo teatral, en el que ganó mucho dinero. Ese origen social fue contradicho en su vida adulta, cuando eligió ser mucho más que un poeta y dramaturgo de éxito.
Él se proclamaba identificado con los marginados y postergados, desde los gitanos a los negros. Por ejemplo Federico se había manifestado en contra de la “reconquista” y por la defensa de la cultura árabe en España, a la que consideraba de un refinamiento nunca repuesto en la península después de su destrucción. Lo que ofendía sin remedio al nacionalismo castellano que la consideraba una epopeya central de la historia hispánica.
No se le perdonó su actuación pública prorrepublicana y su identificación con lo popular, los explotados. Tampoco sus críticas a los terratenientes y la calificación de la clase dominante granadina como “la peor burguesía de España”.
Amores y silencios
Lorca contó con la amistad de algunos escritores homosexuales de su generación. Quizás los dos principales fueron Luis Cernuda y Vicente Aleixandre. Al compás de su frecuentación de ambientes más amplios y heterogéneos que la ensimismada Granada de su origen, Federico pudo aproximarse a una vida algo más libre, no tan signada por el silencio.
Ese mayor grado de libertad nunca llegó a su familia, con la que no hubo comunicación franca al respecto. Quienes lo sobrevivieron del grupo familiar tendieron a la negación o al menos al silencio en torno a la vida íntima del dramaturgo. Posición que mantuvieron hasta la década de 1980. El “de eso no se habla” siguió en pie durante décadas.
Su hermano Francisco escribió un libro acerca de su hermano asesinado, Federico y su mundo sin abordar un tema que le resultaba más que espinoso.
También los críticos tuvieron una actitud reticente hacia la homosexualidad del poeta durante décadas. Primero no aceptaban que fuera gay. Más tarde lo reconocieron sin valorar esa influencia sobre la producción literaria de Lorca.
En la vida afectiva de Federico hubo más de un nombre significativo. Lugar destacado le corresponde al pintor catalán Salvador Dalí, con quien se conocieron en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Núcleo creativo y social que abarcaba a parte de lo más granado de la joven intelectualidad hispana.
Mantuvieron una relación cercana durante algunos años. Éste no fue un vínculo consumado. Se mantuvo en los límites de la amistad, contra la voluntad de Federico. Fue un entrelazamiento creativo entre dos grandes talentos que tuvo también fuertes tiranteces. Tropiezos que tuvieron que ver con lo estético y además con lo sentimental.
Con su talante vanguardista el pintor catalán no gustó de lo que consideraba “costumbrismo” o “tradicionalismo” en una obra como Romancero gitano, consagratoria para Lorca.
Federico coincidía en parte con las críticas de su amigo. Él mismo se hallaba cansado de una identificación superficial con lo flamenco que muchos le dispensaban. El pintor aspiraba al “objetivismo” a la toma de distancia respecto a efusiones sentimentales. Algunos trabajos de Lorca iban en sentido si no contrario al menos diferente, rezumaban sentimiento, conflictos en el plano afectivo. Y además crítica social manchada de sangre y barro.
El distanciamiento sobrevino por el “amor imposible” que el andaluz experimentaba por el catalán. Éste no tardó en decantarse por el amor de la que sería su mujer de toda la vida, Gala. Había logrado huir del fantasma de su propia homosexualidad. Y de la influencia afectiva y estética de Federico sobre él.
Junto con un amigo común, Luis Buñuel, Dalí había realizado El perro andaluz, película de clima surrealista y con insinuaciones desfavorables sobre el granadino. Lorca lo tomó como una afrenta, Llegó a decir “el perro soy yo”, manifestándose ofendido. Allí se cortó la amistad. Casi no volvieron a verse.
Otros hombres fueron sujetos del amor del autor de Poeta en Nueva York. Entre ellos Emilio Aladrén, un escultor bastante superficial, amigo de diversiones y poco del trabajo. No fue una relación constructiva, si bien se mantuvo algunos años.
Cuando ya en período republicano el poeta dirigió La barraca, grupo teatral universitario, entabló un vínculo muy fuerte con Rafael Rodríguez Rapún, miembro de la compañía estudiantil. Mantuvieron una relación amorosa que se mantuvo hasta el asesinato del poeta Rafael se alistó en el ejército republicano. Se ha sostenido que se hizo matar en el frente de batalla de Santander, en 1937. No habría tenido fuerzas para superar la pérdida.
El crimen en Granada
El asesinato de Federico, ese fusilamiento clandestino en un barranco, fue cometido en la madrugada por un grupo al servicio del alzamiento iniciado el 18 de julio.
Sus matadores declararon luego con descaro que lo habían eliminado por “rojo” y por “maricón”. Sumaban así los dos factores del odio que le profesaban. Que en medio de la ofensiva reaccionaria de vocación criminal que se hallaba en avance, eran suficientes para “justificar” la muerte a tiros de alguien, así fuera un ilustre poeta.
Ocurrió de madrugada y sin posibilidad de defenderse. Un terrateniente, Juan Luis Trescastro Medina y un diputado de la CEDA, Ramón Ruiz Alonso, se asociaron en el arresto de Federico y en el posterior asesinato.
Entre las causas por las que terminó asesinado por los fascistas, estuvo en efecto su condición de “maricón”. Claro que asimismo incidió su compromiso político, el carácter revulsivo de su escritura a la luz de los valores de los “tradicionalistas” españoles. Las duras críticas a los terratenientes y a instituciones como la guardia civil. Su labor de animador cultural en la compañía de teatro La barraca, ya mencionado. Su diferenciación tajante entre el sentimiento cristiano que respetaba y compartía y las actitudes de la Iglesia siempre unida a los poderosos, que criticaba con dureza.
Federico fue un mártir en tiempos oscuros. Cayó por sus ideas políticas, por su arte y también por sus preferencias sexuales. Hay que recordar su asesinato como una de las grandes aberraciones cometidas por las fuerzas oscuras que se abatían sobre España. Esa muerte constituyó un episodio del gran crimen cometido al suprimir a la república española.
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