«Las heridas», de Norman Bethune, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2012, 109 páginas (traducción y presentación de Natalia Fernández Díaz).
No llegaba ningún sonido de bomba desde el puerto. ¡A los bombardeos no les interesada el puerto! Perseguían presas humanas. Perseguían a los cientos de miles de personas que habían conseguido esquivarlos en Málaga, que rechazaron vivir con los fascistas acorralados juntos aquí y ahora como un objetivo perfecto. Durante una semana dejaron sola Almería. Durante una semana se habían preparado. Y en ese momento, en que la caminata desde Málaga había terminado, en que los refugiados fueron capturados en unas pocas manzanas de la ciudad donde el asesinato en masa únicamente exigía un mínimo de bombas… ahora Franco saciaba su sed de venganza. Se preocupó poco del puerto. Un puerto no puede pensar, ni desafiar al fascismo, ni sangrar. Solo la gente tenía cerebro, corazón, valor. A matarlos, a mutilarlos, a mostrarles la inclemente garra del fascismo… En el centro de la ciudad me acerqué a un silencioso círculo de hombres y mujeres. Dentro del círculo, una bomba había dejado un inmenso cráter. En el fondo del cráter había tubos de desagüe, ropas desgarradas y restos de lo que alguna vez habían sido seres humanos. Sentí el cuerpo tan pesado como el de los propios muertos. Pero vacío y apagado. Y en mi cerebro ardía una rabiosa llama de odio.
Son los compases finales (pp. 69-71) del segundo relato (extraordinario es palabra que se queda corta: ¿para cuándo una película que lo tome como guión?) incluido en este volumen: «La carretera de Málaga». Se suman a él, «Charla sobre la medicina socializada (Montreal)», «Heridas», unos apéndices con apuntes sobre la experiencia de autor en China y en nuestra «guerra civil», y una magnífica presentación de la traductora, Natalia Fernández Díaz: «Norman Bethune, pasión por la humanidad».
Unas breves notas sobre el autor: Norman Bethune nació en Gravenhurst, Canadá, en 1890. Participó como camillero en la Primera Guerra Mundial. Se formó como médico y aportó algunas valiosas innovaciones en el ámbito de medicina. Acudió a la llamada internacionalista de la República española contra el fascismo autóctono e internacional. Poco después se trasladó a China, en guerra contra el Japón imperial e imperialista, ayudando a construir un hospital y a formar médicos (en apenas un año) que ayudasen a paliar el desastre. Una injusta muerte acudió a su encuentro, sin haber cumplido los 50 años, en el país de Mao (con quien se carteó). El 11 de noviembre (ese miso mes se había hecho un corte durante una operación) escribió su última carta: «Ayer volví del frente. Ya no soy útil en nada. No podía operar; ni siquiera levantarme […] Creo que tengo una septicemia, si es que no se trata de gangrena o tifus. Iré al hospital de Hua Pai mañana si mi estómago se calma. Un camino terrible por un puerto de montaña. Hoy me siento mejor. Dolor en el pecho. Orina de ciento veinte a ciento veinte grados. Te veré mañana, espero».
No pudo verlo. El médico-camarada Bethune fallecía al día siguiente. En una cabaña de Huangshi-Kou.
Vuelvo al libro. Este pequeño volumen tiene la gran virtud de hacer verdadero el aforismo de nuestro Gracián: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno». En este caso: dos, tres o más veces.
Antes de partir para España (una etapa en la que los conflictos e incomprensiones con él no estuvieron ausentes), Bethune escribió un poema. Lo tituló «Luna roja». Merece ser recordado: «Esta luna fría y blanca/ Que refleja/ En lo alto del cielo boreal/ Nuestra mirada pálida e inquieta / Esa luna de allá nos pasa rozando aquí/ Roja y sangrante/ Las crestas de las sierras de España / Iluminan los rostros sangrantes de los muertos/ Hacia ese astro lívido /Alzo el puño de mi cólera/ Y hago un voto /-Oh camaradas caídos por nuestra libertad-/ De no olvidar nunca / Vuestro sacrificio anónimo».
De lo vivido por él en China esta pasaje dice más que mil ensayos: «[…] Doscientos mil solados, dos mil quinientos heridos en nuestros hospitales, más de mil batallas al cabo de un año y únicamente cinco médicos chinos diplomados, otros cincuenta sin formación y un solo médico extranjero [él claro está] para todo ese trabajo» (p. 103).
De su escritura, de la escritura de este gran cirujano, Natalia Fernández Díaz señala lo esencial: «Bethune no escribe: es como si convirtiera su vigorosa escritura en un pincel de trazos gruesos, intensos, donde, perdida la inocencia, se sitúa así mismo en el discurso. Entonces, entre esas pinceladas de óleo amargo, aparece un fulgor que quema los ojos: son las heridas. Las suyas. Las de todos. Y hace de su testimonio no solo un ejercicio de honestidad inigualable, sino de comprensión humana que no se esfuerza en esconder su furia. Al contrario, Bethune es un iracundo cuando se tensa la frágil cuerda de la injusticia. Y grita. Sus escritos ensordecen tanto como los bombardeos que describe con minuciosidad de orfebre perfeccionista» (p. 27).
Se entenderá entonces que algunos jóvenes de los años setenta, militantes de partidos marxistas-leninistas-pensamiento Mao Tse-tung (lo siento, nos hacíamos llamar así), cuando nos preguntaban nuestros amigos y familiares qué queríamos ser de mayores, respondíamos sin vacilar: lo que fue Norman Bethune.
De Mao nos emocionaban estas palabras, que leímos en sus obras escogidas, escritas en honor del internacionalista canadiense (La edición original, The Wounds, las recoge): «El espíritu del camarada Bethune de total dedicación a los demás sin la menor preocupación por sí mismo, se expresaba en su infinito sentido de responsabilidad en el trabajo y en su infinito cariño por los camaradas y el pueblo […] De todos aquellos que regresaban del frente, no había ninguno que, al hablar de Bethune, dejara de expresar su admiración por él y de mostrarse conmovido por su espíritu. En la Región Fronteriza de Shansí-Chajar-Jopei, todos los militares o civiles que fueron atendidos por el Dr. Bethune o que lo vieron trabajar, se sentían conmovidos. Todos los comunistas deben aprender de este auténtico espíritu comunista del camarada Bethune. Dedicado al arte de curar, perfeccionaba constantemente su técnica; se distinguía por su maestría en el servicio médico del VIII Ejército. Esto constituye una excelente lección para aquellos que quieren cambiar de trabajo apenas ven otro nuevo, y para quienes menosprecian el trabajo técnico considerándolo sin importancia ni futuro. El camarada Bethune y yo nos vimos una sola vez. Posteriormente, me escribió muchas veces. Pero como yo estaba muy ocupado, sólo le escribí una carta y no sé si la recibió. Me siento profundamente apenado por su desaparición. El homenaje que todos rendimos a su memoria demuestra cuán hondamente su espíritu inspira a cada uno de nosotros. Todos debemos aprender de su desinterés absoluto… La capacidad de un hombre puede ser grande o pequeña, pero basta con que tenga este espíritu para que sea hombre de elevados sentimientos, hombre íntegro y virtuoso, hombre exento de intereses triviales», hombre de provecho para el pueblo chino y para la Humanidad.
Una observación final. Escribe NB en su charla sobre la medicina socializada en Montreal: «La protección de la salud de las personas debería ser reconocida por el gobierno como la primera obligación y servicio a sus ciudadanos»(p. 36). ¿A qué entre las lecturas de don Boi Ruiz, el salvaje e irresponsable privatizador sanitario catalán, no deben figurar los escritos de este «colega» suyo de profesión? No, por supuesto. Para NB la «medicina socializada significa que la protección de la salud se convierte, en primer lugar, en propiedad pública… En segundo lugar, estaría sostenida por fondos públicos. Tercero, tendría servicios accesibles a todos, no según los ingresos, sino según la necesidad. La caridad ha de ser abolida y reemplazada por la justicia». Lo mismo, prácticamente, lo mismo que defiende el conseller del rei Artur voluntat-d’un-poble.
PS. En la solapa interior del volumen se señala: «En China encontró la muerte, y con ella la «gloria» en 1939″. No fue el caso y no es el caso. No es asunto de gloria. La traductora, la magnífica presentadora del libro, escribe: «… este comunista -de convicción más que de partido- decidió trasladarse a China…». Aparte de abonar un tópico injustificado, la distinción es impropia y no es esencial. NB fue militante del PC de Canadá. Tampoco esta formulación está exenta de críticas: «Se afilió al Partido Comunista a mediados de los años treinta, más por vocación de entrega que por verdadero instinto político…» (p. 16). Otras observaciones de la presentadora-traductora también permiten otra escritura: «Ya dentro del PC, Bethune decide que su destino es ayudar a los leales en la Guerra Civil Española». ¿Decide que su destino? ¿Leales? También en esta ocasión: «Pero Bethune, como dijimos, ya planeaba marcharse a China cuando abandona la Guerra Civil española. Pretendía construir un hospital de ensueño, bajo los buenos auspicios de Mao…» (p. 21). ¿De ensueño?
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)