No tema el lector toparse aquí con un indigerible y seudoerudito comentario y las consabidas citas de Clausewitz, Sun Tzu, Maquiavelo, Lidell Hart o el barón de Jomini, ya que todos ellos, en mayor o menor medida, han filosofado sobre la guerra. Los que ahora discuten a veces sobre asuntos bélicos no lo hacen desde […]
No tema el lector toparse aquí con un indigerible y seudoerudito comentario y las consabidas citas de Clausewitz, Sun Tzu, Maquiavelo, Lidell Hart o el barón de Jomini, ya que todos ellos, en mayor o menor medida, han filosofado sobre la guerra.
Los que ahora discuten a veces sobre asuntos bélicos no lo hacen desde la reflexión «sobre los principios generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad», ateniéndose a lo que el Diccionario de la RAE tiene por «filosofar». En realidad, eso les trae sin cuidado. Además, no imagine el lector que estos nuevos filósofos de la guerra trabajan en el silencio de las bibliotecas o en los claustros universitarios, abismados en sus reflexiones.
Su forma de operar tiene otras modalidades y sus objetivos son también distintos. Hace un par de semanas tuvo lugar en la Casa Blanca una sesión filosófica de este tipo, presidida por Bush, con la participación de los principales mandos militares implicados en la ocupación militar de Iraq. Algunos de éstos, para dar más aire de modernidad al acontecimiento, intervinieron desde Bagdad por videoconferencia.
Sus objetivos están también muy lejos del pensamiento puro que se atribuye a los que se adentran por el camino del amor a la sabiduría. En realidad, se reducen a uno: cómo salir del atolladero en el que la «arrogancia y la estupidez» de EEUU han metido al presidente Bush, a los ciudadanos de ese país y, por extensión, a toda la humanidad, tras invadir Iraq y ocuparlo durante más de tres años, sumiéndolo en el caos, fomentando las actividades terroristas y aumentando la inestabilidad en tan crítica zona del planeta.
Un inciso obligado: nadie vea en los vocablos arriba entrecomillados la menor muestra de lo que erróneamente se suele llamar antiamericanismo. Me he limitado a reproducir las expresiones que utilizó hace pocos días un funcionario estadounidense del Bureau of Near Eastern Affairs (Oficina de Asuntos de Oriente Próximo) en unas declaraciones televisadas: «Pienso que hay sobradas razones para una fuerte crítica porque indudablemente EEUU mostró arrogancia y estupidez en Iraq». Digamos que luego pidió excusas por haberse ido de la lengua, poniendo así en peligro su empleo, pero esto no cambia mucho la cuestión. Ambas expresiones, desde hace ya algún tiempo, también han servido para calificar, en estas columnas, a la estrategia seguida desde el 2003 por la nefasta coalición militar que se puso en marcha tras el ultimátum de las Azores.
El principal nuevo filósofo de la guerra (quien, por cierto, también manifestó públicamente que su filósofo preferido era Jesucristo), es decir, el presidente Bush, no pareció muy afectado por las opiniones reticentes de sus jefes militares y se expresó así: «Nuestro objetivo en Iraq es claro e inmutable. Nuestro objetivo es la victoria». Claro está que el verdadero objetivo es evitar la debacle electoral en los inminentes comicios. Pero de eso no se habla. La frase más inteligible que produjo la filosófica reunión fue de este tipo: «ajustamos nuestras tácticas para lograr los objetivos».
Lástima que a la reunión no acudiera Michael Schwartz, profesor universitario y prolífico colaborador en los medios de comunicación sobre el conflicto de Iraq. Porque uno de sus últimos trabajos sí es un esfuerzo intelectual sobre la presencia militar de EEUU en Iraq, basado en las «Paradojas de la contrainsurgencia», apuntadas en un proyecto de nuevo reglamento táctico para el Ejército y la Infantería de Marina. Son nueve, que se resumen de este modo:
- Cuanto más se proteja a la fuerza militar, menos seguro se estará.
- Cuanto más fuerza se utiliza, menos eficaz resulta.
- La más eficaz contrainsurgencia se basa en el uso de la menor fuerza y la mayor aceptación de riesgos.
- A veces, la mejor respuesta es no hacer nada.
- Las mejores armas de la contrainsurgencia son las que no disparan.
- Es mejor que el país ocupado haga algo bastante bien a que nosotros [EEUU] lo hagamos muy bien.
- Si un tipo de táctica tiene éxito hoy, quizá no lo tenga la semana que viene; si sirve en una provincia, quizá no valga en otra.
- El éxito táctico no garantiza nada.
- La mayoría de las decisiones importantes no las toman los generales.
Nada de esto se dijo en la conferencia de Bush, que sólo produjo banalidades. Las nueve paradojas citadas son discutibles, pero conviene saber en qué razonamientos se sustentan. Tanto Bush como los lectores de ESTRELLA DIGITAL que entiendan inglés pueden reflexionar sobre la guerra visitando la dirección de Internet donde se halla el texto original:
Sin pretender emular a los filósofos de la guerra arriba citados, éstas son las cuestiones sobre las que conviene reflexionar hoy, visto el fracaso al que han conducido los procedimientos actuales aplicados por el Pentágono.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)