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¿Podría volver a estallar una guerra civil?

Los iraquíes miran al futuro con ansiedad

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Los iraquíes están preocupados. Los últimos soldados estadounidenses dejarán el país en los próximos días y ellos están esperando a ver cómo el resultado de la lucha por el poder en Siria puede afectarles. «Nos aterra el futuro», dijo un empresario en Bagdad. «Estamos importando productos para un máximo de dos meses y no para seis meses como solíamos hacer».

El nerviosismo de los iraquíes está en parte motivado por los recuerdos de los traumáticos años transcurridos entre 2003 y 2009, cuando decenas de miles de personas fueron masacradas. Muchos fueron víctimas de lo que se denominó asesinatos «en función del documento de identidad», cuando se mataba por rutina a cualquier sunní o a cualquier chií al que pillaban en un puesto de control equivocado o en una zona equivocada.

Bagdad aparece hoy tranquila respecto a sus anteriores y sombríos niveles, pero los viejos temores yacen medio enterrados rozando casi la superficie. No todas las causas de esa ausencia de confrontación sectaria son alentadoras. Una periodista me dijo: «Hay menos asesinatos sectarios ahora en parte porque en Bagdad quedan ya muy pocas zonas mixtas (que alberguen tanto a sunníes como a chiíes)».

¿Podría estallar de nuevo la guerra civil? ¿Qué nivel de fragilidad tiene la destartalada coalición de gobierno de chiíes, kurdos y sunníes liderada por el primer ministro Nuri al-Maliki? Los dirigentes iraquíes con los que he hablado dicen que la capacidad de mantener el actual acuerdo de reparto del poder es mucho más importante para la estabilidad del país que cualquier incremento de la amenaza a la seguridad que pueda proceder de al-Qaida tras la salida de los últimos soldados estadounidenses. «Los dirigentes se comportan como enemigos, aunque estén en el mismo gobierno», dice el Dr. Mahmud Ozman, un miembro kurdo independiente del parlamento. «Sería mejor que hubiera un gobierno y una oposición, pero nadie en Iraq se siente lo suficientemente seguro como para estar en la oposición».

A pesar del ambiente de ansiedad, Bagdad es menos peligrosa que en 2009 e infinitamente mejor de lo que era en 2007, cuando aparecían tirados por la ciudad más de mil cadáveres al mes. Hay menos controles y por tanto menos atascos espantosos de tráfico que solían crear una parálisis permanente. Se han abierto nuevas tiendas que permanecen abiertas durante más tiempo en zonas anteriormente muy deterioradas. Se están demoliendo algunos de los muros de hormigón que serpenteaban por toda la ciudad. Las principales carreteras que van desde la capital a Jordania, Mosul, Nayaf y Basora están abiertas y son relativamente seguras. El suministro de energía eléctrica ha mejorado, una mujer me dijo: «Las cosas van mejor. Estamos teniendo cinco y en ocasiones hasta siete horas de suministro al día, aunque, por supuesto, eso no es suficiente durante el verano».

Las mejoras son solo en comparación con situaciones anteriores y la violencia no ha desaparecido en modo alguno. Cuatro horas después de mi llegada al Hotel Al-Rashid, situado en la Zona Verde, a unos 180 metros explotó una bomba colocada en un coche que formaba parte de un convoy oficial que entraba en el aparcamiento del parlamento. Mató al menos a una persona e hirió a varias; primero se atribuyó a un cohete Katyusha, después a un suicida-bomba y finalmente a una bomba montada en la Zona Verde en un intento de asesinar al Sr. Maliki. Con anterioridad, un suicida-bomba había embestido su vehículo contra las puertas de una prisión situada en Tayi, al norte de Bagdad, matando a 18 personas.

El mundo exterior se ha acostumbrado a oír hablar de violencia en Iraq y lo mismo, en mucho menor grado, han hecho los iraquíes. Hoshyar Zibari, el ministro de asuntos exteriores, dijo: «Esta última bomba llevaba 2,5 kilos de explosivos, mientras que en 2009, el ministerio de asuntos exteriores fue reducido a escombros por una bomba compuesta por 2,5 toneladas de explosivos».

No hay duda acerca de qué comunidad es la que controla Bagdad. Los puestos de control del ejército en la carretera del aeropuerto y en la Zona Verde aparecen decorados con carteles y banderas chiíes en preparación de la Ashura, el período chií de luto y conmemoración. Conduciendo a lo largo de Abu Nawas, junto al Tigris, una calle tradicionalmente llena de restaurantes y establecimientos de ocio, me dí cuenta que un club nocturno estaba colocando un retrato gigante del mártir chií, el imán Hussein, sobre su puerta de entrada junto con banderas negras. Desde 2006-2007, cuando hasta la mitad de la población sunní se vio obligada a marcharse o trasladarse a un enclave en el suroeste de la capital, Bagdad se ha convertido cada vez más en una ciudad chií.

Sin embargo, por mucho que uno intente en Bagdad no hacer juicios demasiado severos y tener siempre en mente el legado de treinta años de guerra, guerra civil y sanciones, los fallos e inercia del gobierno son abrumadores. Por ejemplo, los soldados y policías en los puestos de control siguen utilizando un detector de bombas con dos puntas de metal, que es totalmente inútil y no tiene fuente de energía eléctrica. Es notoriamente conocido desde hace tiempo que la compra de ese detector costó decenas de millones de dólares cuanto tan solo cuesta unos pocos dólares fabricarlo. La pieza de tecnología más sofisticada que utiliza es un chip usado en los cajeros de los supermercados. Sin embargo, tres años después de haber denunciado el fraude, todavía pude ver soldados utilizando esos detectores.

La novedad más importante en Iraq en los últimos años ha sido la firma de contratos por valor de miles de millones de dólares con compañías petroleras internacionales para mejorar y desarrollar los campos petrolíferos que rodean Basora en el sur. En teoría, para 2017, Iraq debería tener una capacidad de producción de 12 millones de barriles de crudo al día. Basora se está convirtiendo en el corazón de una industria gigante del petróleo. Pero la última vez que pensé en volar a Basora desde Bagdad, las líneas aéreas iraquíes me dijeron que esa semana solo habría un vuelo y que no sabían con seguridad cuándo podría salir.

Puede que el sectarismo provoque ahora menos violencia que antes, pero sigue dominando la escena política. En el período previo a la partida del ejército estadounidense, se arrestó a unas 600 personas, muchas de ellas oficiales del ejército y de la policía, acusadas de preparar un complot para derrocar al gobierno. Las provincias sunníes consideran esos hechos como otro intento más de marginarles en lo relativo a puestos de trabajo y poder. Puede que Iraq tenga un gobierno de coalición, pero el Sr. Maliki es el ministro en funciones de defensa, de interior y de seguridad nacional. Todos los comandantes de división son «comandantes en funciones» nombrados por el primer ministro. Alrededor del 78% de los altos funcionarios del ministerio del interior y el 90% de los del ministerio de defensa son chiíes. Estos ministerios a su vez dan empleo a un millón de soldados, policías y guardias fronterizos, dando grandes ventajas a los chiíes en el mercado del trabajo.

No es probable que Iraq se desintegre porque todas las comunidades tienen interés en conseguir su parte de los ingresos del petróleo. La mayoría de las disputas se centran en cómo cortar el pastel de la riqueza nacional. La paranoia del gobierno acerca de posibles complots neo-baazistas para organizar un golpe de estado militar es probablemente exagerada (aunque un oficial me dijo en voz baja que, ya que el gobierno se concentra en la Zona Verde, solo sería necesaria una brigada para derrocarlo). Si hubiera un golpe, tendría que venir de oficiales chiíes, dado el control que ejercen sobre las fuerzas de seguridad.

Una desestabilización real de Iraq también necesitaría de los patronos extranjeros de los partidos iraquíes -como Irán, Turquía y Arabia Saudí- para cambiar el equilibrio de poderes entre las comunidades. No parece haber indicios de esto. El futuro más probable para Iraq es el de una frágil estabilidad con un nivel de violencia permanentemente alto, presidido por un gobierno dividido y disfuncional.

Patrick Cockburn es autor de The Occupation: War, resistance and daily life in Iraq y Muqtada! Muqtada al-Sadr, the Shia revival and the struggle for Iraq .

Fuente: http://www.counterpunch.org/2011/12/05/iraqis-on-edge-as-americans-leave/